José Manuel Salazar-Xirinachs fue nombrado secretario ejecutivo de la Cepal el pasado 1° de setiembre. Antes fue director regional para América Latina y el Caribe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). De visita en Uruguay, fue entrevistado por El País y planteó un panorama difícil para la región en 2023, debido al bajo crecimiento que se prevé tengan sus principales socios comerciales en el año próximo. También destacó algunos avances en la economía uruguaya, como la “revolución eólica” y lo que se viene haciendo en la industria del software.
-¿Cómo ve la Cepal la economía de América Latina?
-Es una región que está impactada por varias crisis. Son crisis en cascada. Toda esta década tuvo un crecimiento bastante más bajo que la anterior. Sobre esta situación, que ya es de desaceleración económica, pegó la pandemia; y los efectos para combatirla generaron otros golpes profundos. Se redujo el empleo y quedaron más en evidencia las brechas a nivel educativo entre las posibilidades de la clase media y alta, en comparación con las clases bajas. Y encima, cayó la guerra de Ucrania y la inflación. Otro shock, atado a esto, fue que para combatir esos niveles de inflación el instrumento que han usado los bancos centrales ha sido la tasa política monetaria. La Reserva Federal de Estados Unidos, los bancos europeos y los de América Latina también, subieron la tasa de interés. Esto tiene una lógica, pero encarece el crédito y afecta la deuda de quienes quieren una vivienda. Y todo esto se junta en 2022.
-¿Cuál es la perspectiva de aquí en adelante?
-Nuestra estimación es que el año termine con un 3,2% de tasa de crecimiento promedio en América Latina, pero nuestra predicción es que en 2023 esta va a ser solo de 1,4%. Otros organismos como el Fondo Monetario también prevén que 2023 sea un año más recesivo. Si vemos nuestros principales socios comerciales, Estados Unidos se prevé que crezca solo 1% en el año entrante. La eurozona, que este año creció 3,1%, va a pasar a crecer en 2023 solo 0,5%. Y esto es un promedio, lo que significa que varias economías grandes de la eurozona van a tener recesión. China se prevé crecer en el año entrante 4,4%, que suena mucho mejor que lo anterior, pero para China es una tasa de crecimiento baja.
-¿Y cómo afectará todo esto a América Latina?
-Afecta. Sería mucho mejor tener vientos de cola. Pero al mismo tiempo, en lo que tiene que ver con inflación se puede prever el comienzo de las buenas noticias. Algunos precios de alimentos se han aplanado y otros ya comenzaron a reducirse. Lo mismo pasa con el petróleo. Lo que habría que ver es si a la luz de estos comportamientos los bancos centrales en el primer semestre, o no más allá del segundo, ya dejan de subir, como lo vienen haciendo de manera agresiva, la tasa política monetaria.
-¿Qué puede hacer la región ante todos estos problemas que parecen ser globales?
-América Latina no puede hacer mucho, desgraciadamente es así. Esto es un shock mundial. La guerra de Ucrania ha afectado los precios de los alimentos y eso es un problema mundial. Y el tema de las tasas de interés, mientras los bancos centrales de los países centrales sigan subiendo las tasas, los bancos centrales de América Latina van a hacer lo mismo. Si se desalinearan se generarían efectos cambiarios, porque toda la gente se pasa a las monedas que pagan tasas de intereses más alta. Sin embargo, sí hay algunas cosas que se pueden hacer. América Latina ha pasado un mensaje claro en reuniones del Fondo Monetario: se precisa más flexibilidad y mejores mecanismos para restructurar la deuda externa. Se necesitan plazos más largos para abrir los espacios fiscales. Y después hay que buscar políticas alternativas para combatir la inflación.
-¿Qué caminos pueden tomarse en este sentido, teniendo en cuenta que los países de la región tienen realidades muchas veces muy diferentes?
-Hay países que están por debajo de los dos dígitos de inflación, eso es moderado en comparación con inflaciones de 15%, 20% o 30%. Sabemos que la inflación es el peor impuesto contra los pobres, porque erosiona totalmente el poder adquisitivo y el poder de los salarios. Generalmente los aumentos salariales vienen mucho tiempo después -si es que vienen- del aumento de precios. Es una inflación alimenticia, en el sentido de que muchos productos que han liberado los aumentos de precio son de la canasta básica. Se necesita mayor oferta local, eso ayudaría bastante. Pero claro, estas son cosas que toman tiempo, no son soluciones de un mes para el otro. Y luego está la situación de los países con inflaciones más elevadas, que llegan a rondar el 50%; ahí el problema es que cuando la inflación llega a esos puntos se pone en riesgo el comportamiento de los agentes económicos, de las empresas, y entonces se da un proceso por el cual se suben los precios automáticamente. Parte de la respuesta en estos casos es lograr una disciplina fiscal y monetaria, abrir el diálogo con los distintos grupos para poder ir a niveles de inflación muy bajos. Y en medio de todo esto, todos los esfuerzos de reactivación económica son importantes: desde la confianza para el sector privado, a créditos que pueda llegar a las empresas de todos los tamaños, a la reactivación del turismo.
-¿La obra pública ayuda en estos casos para mover la economía?
-Es importante, pero no para lograr la reactivación. Porque son megaproyectos que requieren períodos de incubación largos. Lo que esté pasando en obra pública hoy o dentro de unos meses, son cosas que se vienen planeando hace años. Sería deseable que los países que tienen espacio fiscal pongan el acelerador en la obra pública, el tema es que yo no veo que todos lo tengan tan fácil ahora. A veces es más fácil reactivar el consumo. Si se pone dinero en la mano de la gente, ya sea por salario o por facilitar el crédito, se verán resultados más rápido.
-Uruguay está buscando abrirse al mundo, negociando por ejemplo un TLC con China, otros países de la región parecen seguir recetas más proteccionistas. ¿Cuál es el camino que debería seguirse?
-El comercio internacional y la inserción a cadenas globales de valor es una gran forma para la reactivación. En este sentido creo que a esta altura, en que muchos países latinoamericanos tienen acuerdos de libre comercio, podemos decir que se trata de pactos muy útiles. Pero hay que tener en cuenta que para un país pequeño como Uruguay la lógica es distinta a países como Argentina o Brasil, porque en los países pequeños -y esto en Centroamérica es clarísimo- que vengan multinacionales y empiecen a exportar un montón de cosas es algo que se ve en el empleo, en las importaciones, en el valor agregado, en la infraestructura y en un montón de cosas. Eso mismo en Argentina o en Brasil no hace una enorme diferencia, porque la magnitud del país es gigantesco. Mi país, que es Costar Rica, tiene un closet de dispositivos médicos que se ha construido en los últimos 20 años, y de exportar nada pasó a exportar US$ 6.000.000.000 de dispositivos médicos; hay 50 multinacionales y 40.000 empleos. Pero hay que pensar también en la integración latinoamericana, teniendo en cuenta mercados como el de Brasil.
-¿Cómo evalúa la situación específica en Uruguay?
-Es un país que ha demostrado muchos avances. Tiene un Estado benefactor que, al igual de lo que sucede en Costa Rica y Argentina, tiene un buen desarrollo en lo que son políticas sociales. Hay una fuerte tradición democrática, además. Y una tradición de diálogo social entre los distintos sectores. Desde luego, además, hay sectores que han demostrado un nivel de desarrollo importante. Me refiero por ejemplo a la revolución eólica y a algunas líneas nuevas en el tema de software. Hay además una lógica de seguirse insertando en la economía mundial y eso está muy bien, porque la inserción a las cadenas globales de valor para los países pequeños es algo muy útil.