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CÓRDOBA.- Los influencers son actores principales de las redes sociales; muchos de ellos aprovechan para divulgar contenidos relacionados con la salud y el entrenamiento físico. El problema es que la mayoría no tiene la formación necesaria para hacerlo. Los profesionales médicos y del ámbito de la actividad física admiten que el mayor inconveniente es que los seguidores no aplican la cautela a la hora de seguir los consejos.
Los especialistas sostienen que hay una fina línea que separa el dar una receta de una comida saludable y el dar consejos profesionales, basados en evidencias científicas. Seguir los lineamientos que ofrecen podría ser, incluso, potencialmente dañino para la salud. Son muchas las figuras populares, siempre con gran cantidad de seguidores, que transmiten contenidos sobre cómo logran “estar bien”.
En la cuarentena, con la imposibilidad de acudir a gimnasios o espacios de entrenamiento, en las redes se multiplicaron las propuestas de “rutinas” a las que invitaban a sumarse desde profesores a gente que habitualmente hacía gimnasia y empezó a compartir sus prácticas. Había -y se mantuvieron- opciones de cardio, funcional, hiit y ejercicios de coordinación, entre otras. En varios, se mezclan con la actividad física, los consejos de alimentación y de dudosos métodos para ganar músculo y perder grasa.
“Si yo hubiera querido ser nutricionista, lo podría haber sido; hay health coachers que le vieron la veta y se empezaron a dedicar a eso -dice a LA NACION la influencer Agustina D’Andraia-. No quiero trabajar con pacientes, no es mi servicio; no es lo mismo un comunicador que un médico. No intento hacer usurpación ni intrusismo. No lucro con esto”.
D’Andraia es periodista (trabajó once años en la revista Para Ti), autora de los libros Diario de una chica fit; Legalmente fit y Fitness espiritual, fue una de las primeras influencers en materia de vida saludable y plena. Admite que, en algunos casos, hay una “grieta” entre influencers y profesionales de la salud. “Encuentran una rivalidad donde no la hay en vez de pensar cómo llegar a más gente. Jamás en vida di una dieta, yo voy al nutricionista; el rol de los influencers es ser inspiraciones reales”, asegura.
Comenta que sufrió “ataques” de profesionales cuando subía recetas, incluso hubo quien la denunció por intrusismo y la acusó de hacer apología de la anorexia: “Es poco profesional dar un diagnóstico por la red, fue cruel. Sufrí bullyng de varios nutricionistas pero, a la vez, tengo alianzas con muchos otros. Comunico de lo que me apasiona y trabajo de lo que me contratan”.
Para la médica especialista en nutrición Mónica Katz (MN 60164) hay diferentes tipos de influencers: los profesionales –”con los que también tenemos problemas, porque están fanatizados u opinan de temas que no son su especialidad”-; los que hicieron carreras intermedias, “valiosas para acompañar a la gente pero que duran meses”, y los que directamente no pasaron por ninguna formación “y hablan y aconsejan desde su experiencia”.
“La salud se cuida con matrícula -subraya-. Claro que aun así puede haber errores, pero se minimizan. Hay que chequear qué formación tiene, si publicó trabajos en ámbitos evaluados por pares, qué antigüedad tienen las instituciones que mencionan. Una consecuencia del Covid-19 es el resurgimiento de la ciencia; la pandemia revalorizó al experto”.
Katz reconoce que las redes sociales tienen un impacto “tan enorme que compiten con lo que se dice en el consultorio” y ante la pregunta de por qué la gente les cree a los influencers y/o a los famosos, apunta al uso de un “lenguaje llano; lo ven como un par; buscan lo simple. La ciencia genera verdades transitorias y a la mayoría no le gusta eso”.
Micaela Méndez reúne la doble condición de influencer y de licenciada en Nutrición (M.P. 5826) y coincide en que hay quienes “traspasan el límite y dan consejos más allá de una receta de cocina y, por ejemplo, sugieren planes de alimentación. Es incorrecto si uno no es un experto”.
Comenta que, aunque no la atacan, sí suele haber críticas cuando usa un ingrediente “polémico” como puede ser la mayonesa. “Empiezan a plantear que por qué, que si soy saludable no debería; las críticas suelen venir por cosas así”, repasa. Méndez dice que recibe consultas “muy profundas” en las redes, “de las que deben hacerse en un consultorio” y esa es la devolución que les da. “Explico que son temas que requieren de un espacio, de análisis y que las respuestas dependen de cada caso”.
Para Katz en las redes tiene que reinar “la libertad absoluta para decir, pero exigiendo transparencia”. Sostiene que en los conflictos de intereses, no solo está el financiero-económico sino ideológico-político y el nutricional. “Todos condicionan; la gente tiene que saber desde dónde hablamos”, ratifica y pone como ejemplo el caso del etiquetado frontal de los alimentos, cuya obligación solo alcanza a los envasados “fuera de la vista del consumidor. No están los ingredientes como la sal o el azúcar ni el pan de una panadería o la horma de queso”.
Insiste en que los influencers ponen “de moda” determinados consumos y, si no están respaldados por una formación académica, no distinguen si son adecuados para todos o sirven solo en determinadas patologías. En los últimos meses, predominan la “dieta keto” y los “ayunos intermitentes”.
El exgimnasta, profesor en Educación Física, docente universitario, especialista en neurociencias, Mario Di Santo, nunca tuvo redes sociales pero reconoce que implican “un nuevo sujeto y un nuevo poder; una hipertrofia del individuo que le permite ser un nuevo producto y ser, a la vez, el mercader”.
Percibe que hay una “bisagra” en la capacidad de estudio y de creatividad “que no implica mejor ni peor, sino distinto” y ve que hay una “reproducción de las mismas formas de movimientos, todos entrenan igual. Es el taylorismo del movimiento. Hay uniformidad, predominan las imágenes, no las soluciones. La ciencia del movimiento se acredita por concepto, imagen y kinestesia; esa es la triangulación permanente, con vivencia motriz. Hoy el estudio está usurpado por la tiranía de la imagen, su imposición aplastó al concepto”.
Di Santo afirma que las redes, como concepto, sirven para “atrapar” y que si existen influencers es porque hay influenciables. “Es una relación funcional”, sintetiza.
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