¿Cómo habitan las personas migrantes el tránsito, mientras escapan de instituciones cuya política migratoria consiste en controlar su movilidad y darles caza? ¿Cómo se activan las redes que acompañan a estas personas en movimiento en su viaje clandestino por el territorio europeo, ayudándoles a atravesar fronteras? Los sociólogos de las migraciones de la Universidad de Génova, Luca Queirolo Palmas y Federico Rahola, firman el libro Underground Europe: Lungo le rotte migranti [Europa subterránea, por las rutas migrantes], en el que, tras cuatro años de investigación por las distintas fronteras europeas, ofrecen una mirada al viaje de las personas migrantes, dentro de la Europa fortaleza, tomando como referencia la historia del Ferrocarril Clandestino, la red que en la Norteamérica de la primera mitad del siglo XIX contribuyó a la huida de miles de esclavos que buscaban un espacio seguro para vivir en libertad.
Queriolo Palmas explica durante una visita a Madrid para presentar el libro, cómo los imaginarios de entonces pueden servir para alimentar las prácticas subversivas contra la frontera de ahora, y contribuir a crear otras sociedades que desafíen todos los órdenes de opresión, también los de género o clase.
En vuestro libro hacéis un paralelismo entre el ferrocarril subterráneo, movimiento que apoyó la huida a territorio seguro de las personas esclavizadas en Estados Unidos, y las redes de solidaridad que apoyan a las personas migrantes en su viaje, en la Europa del siglo XXI. ¿Qué aporta este paralelismo?
Nosotros profundizamos en la historia del ferrocarril subterráneo, al cual dedicamos buena parte del libro, pues pensamos que es una historia que podemos rescatar para tomar un imaginario que forma parte de los movimientos que luchan contra las fronteras. En los tiempos del Ferrocarril Subterráneo, la lucha era por el abolicionismo, ahora el objetivo de los movimientos es también la abolición, pero de las fronteras.
¿En qué medida podemos aprender de aquella historia? Aprender de aquella historia significa también alimentarse de los imaginarios y de los mitos que había detrás. Y es que se trata de una historia, respecto a la cual el debate histórico nunca llegó a un consenso. Para ciertos autores, el ferrocarril subterráneo fue una herramienta masiva de liberación de las plantaciones para los esclavos, que a lo largo de 50 años permitió a alrededor de 200.000 personas escapar. Para otros, fue algo mucho menos importante, pero que al mismo tiempo alimentaba un imaginario de la liberación. Pensamos que cualquier movimiento social necesitaba incorporar, producir, alimentar un imaginario. El libro nace un poco desde dentro de estos movimientos, de la pregunta sobre ¿qué podemos aprender de aquella historia? ¿Cuáles de sus elementos reverberan en el presente?
Señaláis de hecho una serie de cuestiones en común.
Sí, uno es el tema de las coaliciones, es decir: cómo se producía materialmente el paso estación tras estación, y cuáles eran los sujetos que alimentaban la posibilidad del movimiento. Lo que encontramos es muy interesante, el ferrocarril subterráneo entre 1800 y 1.850 en Estados Unidos, goza de esta dimensión heterogénea de la coalición. Adentro hay esclavos liberados, por supuesto, hay miles de grupos religiosos y al mismo tiempo hay sujetos que se empaparon de los ideales de la Revolución Francesa, de la Ilustración, sujetos blancos. Estas coaliciones, además, generaron un espacio propio: Se trataba de subvertir el funcionamiento cotidiano de la sociedad de aquel tiempo, subvertir las relaciones de género, de clase. Cambiar el modo en el que se tomaban decisiones, la propia organización productiva.
Nuestro relato empieza con ese libro menor de Benjamin Drew, publicado en 1854. Drew era un periodista que al mismo tiempo formaba parte de la sección más radical del abolicionismo blanco. Es ujn libro muy interesante pues la parte del autor es mínima, parece un trabajo etnográfico del presente, en donde el autor trata de brindar la mayoría del espacio a los sujetos subalternos, en ese caso esclavos liberados. No los encuentra en Estados Unidos porque se había implantado de manera muy rígida la ley de fugitivo, pero en Canadá los vas a encontrar en todas las comunidades en donde los esclavos se habían arraigado, vislumbrando otra forma de construir la sociedad. Así, son los esclavos los que hablan, son los conductores los que hablan.
Lo que es interesante de ese libro, aparte del enfoque metodológico, es el vincular el tema del refugio al tema de la clase social, que era algo muy innovador en Estados Unidos en 1850. Otra cuestión interesante es que la palabra ferrocarril subterráneo nunca aparece, solo tres veces en mil páginas del libro. Aún así todas las historias que se cuentan fueron generadas de cierta manera por ese ferrocarril subterráneo.
Eso también es algo que reverbera en el presente, el tema de qué se puede contar, qué no se puede contar, qué se pueda revelar, qué no se puede revelar, que es un debate también dentro de los sujetos que integran el contemporáneo ferrocarril subterráneo.
Para nosotros fue un trabajo sobre la historia, pero también sobre la metáfora y la posibilidad de tomar aquella mitología y asociarla a una nueva mitología del presente que pueda circular dentro de los movimientos sociales. Cuando la palabra ferrocarril subterráneo fue construida alrededor de 1825, 1830, el tren casi no existía. Tampoco existían los túneles. No se sabe quién trató de incorporar la liberación y el fin de la esclavitud dentro de una batalla alrededor de la modernidad. Esas historias nos sirven para mirar de otras maneras lo que pasa en las fronteras del presente.
En un momento en el que parece que no hay tiempo para pararse y analizar lo que está pasando, vosotros habláis de hacer historia del presente. ¿Qué posibilita esta historia del presente?
Max Weber, autor clásico de la sociología, decía que no podía existir una sociología sin una historia, ni una historia sin una sociología. Cuando miramos el espacio de la frontera, vemos cómo se acumulan ahí efectos inerciales de un pasado que produce presente y produce futuro. Pero también hay cortes, desgarros. Hay momentos de producción de otras prácticas y de otros imaginarios.
Hacer historia del presente es una herramienta metodológica que utilizamos para interpretar las fronteras contemporáneas, aquella heterogeneidad del ferrocarril subterráneo de hace dos siglos, en cierta manera lo encontramos ahora en cada frontera: hay sujetos sociales muy distintos entre ellos, gente que está ahí por la religión, gente involucrada por su profesión… Por ejemplo, los pescadores que contribuyen a rescatar en el mar, no construyen sus prácticas a partir de una ideología política, sino a partir de una ética del mar vinculada a un espacio de solidaridad. Lo mismo pasa con los guías en las montañas. Entonces, hay también profesiones que se incorporan a la posibilidad de construir el viaje. Después hay situaciones más políticas, vinculadas a distintos movimientos sociales. Eso me parece algo muy interesante, pues encontramos esta dimensión binaria entre razones humanitarias y razones políticas. Al final los religiosos, por ejemplo, entienden muy bien que el asistencialismo durante el viaje no es algo que pueda cambiar las cosas, al mismo tiempo que la gente que viene de los movimientos sociales entiende muy bien que hay unas necesidades básicas que es fundamental cubrir, para hacer posible también la lucha política contra las fronteras.
Nos parece que aquella forma de la coalición de hace 200 años es algo que materialmente se da en todas las situaciones de frontera. Otro elemento importante, es la construcción de otro relato que confronte el imaginario del migrante como víctima y del traficante como el malo, como si no fuesen sujetos protagonistas de su propio viaje. Se trata de una retórica institucional donde el problema de la muerte, del riesgo de la migración clandestina, es algo vinculado al tráfico.
Los viajes se construyen a partir de la capacidad de los sujetos de auto organizarse. Nuestra referencia es la teoría de la autonomía de la migración, pero también hay una coalición absolutamente heterogénea que hace posible el viaje
Lo que vemos es que los viajes se construyen a partir de la capacidad de los sujetos de auto organizarse. Nuestra referencia es la teoría de la autonomía de la migración, pero también hay una coalición absolutamente heterogénea que hace posible el viaje. No se viaja solo, se viaja en grupo y eso ya es como una solidaridad mínima, grupal, de amistades que se construye estación tras estación. Se viaja también gracias a esta coalición que permite esto de distintas maneras, de modo variable según la frontera, según los lugares de paso a la estación sucesiva. Así, rescatamos una historia del pasado para aplicarla al presente y utilizarla como contranarrativa frente al discurso público hegemónico. Pero también para construir un imaginario que los movimientos sociales que luchan contra la frontera puedan utilizar para defender sus posiciones.
¿Qué estrategia hay detrás de esta negación de la agencia de las personas migrantes? ¿Cómo deshumaniza esta división entre víctimas y mafias?
En primer lugar, hay una dimensión auto absolutoria por parte de quienes organizan las políticas de bloqueo, de selectividad de la frontera. Resulta muy cómodo y reconfortante decir que los efectos inmediatos de tus propias políticas no son tu responsabilidad, sino la de unos malos a los que tú quieres combatir. Ese tipo de retórica institucional es muy cómoda, justamente porque construye otro responsable y libera de la responsabilidad a quien Mbembe ha llamado la necropolítica. Las políticas generan muertos. El mar trabaja como el desierto o como un espacio natural que se convirtió en un arma por parte de los políticos que manejan las fronteras y la posibilidad de acceso.
Después hay una segunda dimensión que pienso que es importante, y tiene que ver con cómo el sistema de acogida y de recepción piensa en el migrante como un objeto, una cosa que tiene que ser desplazada de un lugar a otro, en un marco asociado a la logística.
Por ejemplo, en estos tiempos en Italia, donde se ha bloqueado a distintos barcos de ONGs, el Gobierno está aplicando la práctica del desembarco selectivo, como si uno tuviese que merecerse ser socorrido. Aquí, los indicadores del lenguaje, también son reveladores: Por ejemplo, los que no desembarcan fueron llamados carga residual. Sí son carga residual significa que son objetos, que podemos hacer con ellos lo que queremos. Entonces construimos todo un discurso alrededor de la pasividad de los sujetos.
Sirve también como forma de socialización para entrar en un sistema de recepción que no tiene en consideración la libertad de los individuos, sus deseos o expectativas. El hecho de tener familia en Suecia y tú les estás obligando a quedarse en Italia, o que quieren ir a Francia, porque ahí tienen amistades, afectos, qué sé yo. Todo el sistema de recepción está muy vinculado a la idea de una detención blanda, por eso muchas veces los migrantes recepcionados escapan de la infraestructura institucional.
¿Sirve la narratividad en el libro para poner en el centro al sujeto y sus procesos? ¿Permite la mirada desde la etnografía dar cabida a su agencia?
La etnografía es un método centrado en el encuentro, en la conversación, en la intimidad, también en el hacer cosas. Nosotros por ejemplo, no hacemos entrevistas, la entrevista para nosotros es un poco la muerte de la investigación. Se trata sobre todo de estar en los espacios y tener también un papel. El investigador nunca es neutro, este papel puede ser el de misionero, o producir una película o contribuir directamente al paso de las personas, ayudar en un proyecto de voluntariado o involucrarse en una lucha política. Pienso que el investigador es un sujeto como muchos otros que están en la frontera.
La etnografía es un método que necesita tiempo y por eso el libro empieza en 2016 y termina en 2020. Muchas de las personas que encontramos en la frontera, después la encontramos en otra frontera, algo que nos permite también salir un poco de esa idea colonial de la investigación, donde hay un sujeto blanco que va allá, saca una información, la construye, la pone dentro de un formato que sirve para su carrera académica, y no restituye nada. Podemos imaginar desde las ciencias sociales otras prácticas que se involucre y apunten a la transformación social.
En los últimos años, con la criminalización de la solidaridad, pertenecer a lo que llamaríamos la coalición tiene un costo. Las personas que forman parte de estas redes, rompen su cotidianeidad, abandonan la inercia y se ponen en riesgo. ¿Quiénes participan en estas coaliciones contemporéneas? ¿Cuáles son sus motivaciones?
Es interesante hacer una sociología de las personas solidarias, pues esto nos habla de cómo se está transformando el espacio político en el continente. En primer lugar, la solidaridad en este ámbito, como cualquier forma de activismo social, necesita tiempo. Así, las dos categorías principales que encontramos entre estos activistas son estudiantes y jubilados. Segundo: hay una hegemonía femenina. La solidaridad es esencialmente femenina en todos los lugares de frontera: ellas son las que lideran, las que organizan. Tercer elemento: hay una gran participación de jóvenes descendientes de la migración, de segunda y tercera generación. Eso también es algo muy interesante porque es un reflejo de cómo se está transformando el espacio demográfico, pero también el espacio del activismo. El cuarto elemento, es que se trata de sujetos muchas veces móviles. Un ejemplo, No Name Hitchen, que era una situación vinculada a los Balcanes, ahora los encontramos en Ceuta, o grupos presentes en los campamentos en Calais, están ahora en Ventimiglia. Hay ahí otra manera de pensar el propio lugar dentro del espacio político europeo.
La solidaridad es esencialmente femenina en todos los lugares de frontera: ellas son las que lideran, las que organizan. Además, hay una gran participación de jóvenes descendientes de la migración, de segunda y tercera generación
En ese encuentro que se da en cada espacio de frontera, se generan estratos diferentes de subjetivación política: ¿qué significa, por ejemplo, para un migrante que viene de Bangladesh, tener que confrontarse en Canarias con un espacio de solidaridad construido alrededor del mundo LGBTI?. ¿Qué significa para un joven que ha crecido en Kabul pasarse tres semanas en un campo de anarquista en Balsousa, para tratar de pasar del otro lado. Los viajes tienen una temporalidad larga y en todos ellos hay dinámicas de muros y recepción institucional, pero también hay situaciones de refugio informales: se articulan encuentros que cambian a las personas, tanto a las solidarias como a las migrantes que están en viaje. Ahí se está construyendo un proceso de cambio, de subjetivación política, que abre otras posibilidades de futuro.
En el libro abordáis la tensión entre visibilidad e invisibilidad en el caso de las migraciones, como una herramienta en mano de las personas migrantes, de las personas solidarias y de las propias instituciones
El tema de la visibilidad es crucial, pues detrás de cada frontera hay siempre un espectáculo y ese espectáculo, desde las instituciones, sirve para alimentar la industria de la frontera. Nosotros pasamos mucho tiempo en Lampedusa, Lampedusa fue construida como frontera. En invierno te encuentras únicamente con policías. Hay miles de policías que viven allí, es una dinámica económica que permite a la isla vivir la baja temporada, porque mil policías en una isla de 7.000 habitantes significa hoteles y gasolineras, significa escuela, familias, transporte.
Hay una producción permanente de pánico, de alarma por cosas que podrían ser resueltas de una manera mucho más simple, así se produce, digamos, una cierta renta geográfica: Construyes mercado de trabajo, intereses económicos… En todas las fronteras encontramos un momento de hiper visibilización, y otro donde mejor no hablar de migración. En agosto en Lampedusa, es mejor no hablar de migración, se empieza a hablar al final del verano porque la temporada se termina y hay que organizar la baja temporada en invierno.
Desde el activismo y las personas que están en el viaje, también hay un juego que puede basarse en la visibilidad y la invisibilidad. Hay modalidades como la que vimos en Centroamérica: las caravanas como símbolos visibles que enfrentan directamente la frontera, creando una situación difícil de manejar y a la cual hay que dar respuesta. Un gran campamento, como Calais, implica visibilizar un problema y obligar a los sujetos públicos a dar una respuesta. El libro empieza con el desalojo de Calais, donde vivimos en 2016. Este campamento se había nutrido de miles de personas que no querían pasar del otro lado, pero que sabían que se estaba dando una batalla política y que podían pujar desde ahí por alguna clase de regularización. Es una dinámica parecida a una acampada, como la del 15M en España, acampar como para afirmar una presencia.
Pero también, desde la perspectiva de las personas en tránsito y quienes contribuyen a organizar el viaje, hay una serie de estrategias vinculadas a la invisibilidad, o más bien al camuflaje, pues las fronteras realmente no son completamente fortalezas, son selectivas. Así, se trata de asociarse a los flujos en los que atravesar la frontera es posible en lo que Manuel Delgado llamaba derecho a la indiferencia. Un ejemplo muy banal: en la frontera franco italiana, en Ventimiglia, se pasa el viernes, pues ese día los franceses vienen al mercado. En la población francesa hay un componente no blanco mayor que entre las y los italianos, así los migrantes aprovechan ese espacio de indiferencia para cruzar. Al mismo tiempo, dentro los movimiento sociales hay un debate muy grande sobre si hay que visibilizar nuestras prácticas de enfrentamiento contra la frontera. ¿Hay que contar lo que hacemos, o hay que hacerlo no más? Es un debate que está en todos los espacios de la frontera: hay cosas que se cuentan y hay cosas que no se cuentan, es como lo que pasaba en el antiguo ferrocarril subterráneo, donde algunas cosas estaban dentro del marco de la ley y otras cosas pertenecían claramente a un espacio de desobediencia a una ley que era considerada injusta. El indicador más claro de la existencia de un ferrocarril subterráneo en Europa, hoy en día, es el hecho de que la solidaridad está criminalizada.
Las narrativas sobre la migración se concentran en los muros externos, pero se habla menos de lo que sucede con las personas migrantes una vez en el continente. Vosotros introducís en el libro la idea de fuga y de caza, que resuena con los tiempos del ferrocarril subterráneo contra la esclavitud.
La idea de este libro es que los sujetos pueden habitar la fuga, los viajes no son un movimiento lineal de A a B. Para llegar de aquí hasta a allá a lo mejor necesito cinco años, tengo que realizar un trayecto que es impredecible. Entonces, ¿cómo se habita la fuga?, ¿qué clase de relaciones sociales se construyen en la fuga y en qué medida estas relaciones sociales son algo que después queda en la sociedad y construyen otras posibilidades?
Los movimientos tratan de santuarizar la ruta, el poder, con distinta intensidad, genera la caza. Puede ser una caza directa como la que documentamos en Calais, con un nivel de violencia muy grande por parte de las fuerzas del Estado. O puede ser una caza invisible indirecta, como la que se da en la mar
Y por supuesto, una de las actividades del poder es la caza, que sirve para generar espacios hostiles. Si los movimientos tratan de construir espacios santuarizados, santuariza la ruta, y no únicamente las ciudades, el poder, con distinta intensidad, genera la caza. Puede ser una caza directa como la que documentamos en Calais, con un nivel de violencia muy grande por parte de las fuerzas del Estado. O puede ser una caza invisible indirecta, como la que se da en la mar, un mar está totalmente visualizado por las tecnologías. Se sabe todo lo que pasa en cada centímetro del mar Mediterráneo, y al mismo tiempo hay una invisibilidad que permite a este espacio natural gestionar de alguna manera la frontera.
Intentamos visibilizar que incluso en la caza, no hay sujeto pasivo. Las personas en tránsito, los activistas, tratan de producir otras prácticas, respuestas, para conseguir que la caza no obtenga sus trofeos.
Para el poder, no se trata tanto de tener que parar el tránsito, si no de gobernar la movilidad excesiva a través de una movilidad obligada. Es como una correa elástica en la que te doy un espacio de movimiento posible. Dublín es la correa: tú llegas a Italia y te puedes mover por Italia, pero de ahí no se puede salir. Y si te sales del sistema oficial de la recepción, estás fuera de Europa y de unos derechos mínimos básicos. Pero frente a esta movilidad obligada, hay siempre momentos de corte, de desgarro, que producen otras situaciones, tanto en las fronteras exteriores como en las fronteras internas de Europa.
Se pueden visualizar entonces dos mapas superpuestos de Europa. La Europa visible, y una Europa subterránea hecha de personas en tránsito, que habitan la fuga. ¿Estos dos mapas se tocarían allá donde existen coaliciones, o donde las instituciones retienen a las personas migrantes en esta detención blanda de la que hablabas?
Es interesante esa imagen de los dos mapas. Hay también que ver cuáles son los puntos de conexión, pues ese ferrocarril tiene estaciones en superficie en donde parece que toda esa lucha se vuelve visible. Por ejemplo lo que pasa ahora en el puerto de Catania. Aquí aparece ese ferrocarril subterráneo que cruza el mar, estos puntos de emergencia del ferrocarril son también espacios tácticos donde se juega con el derecho. Las fricciones que se dan también dentro de las instituciones están vinculadas a este espacio del derecho. Los migrantes también puedes utilizar de una manera táctica los sistemas de recepción institucional oficial, como lugares donde descansar, obtener algunos papeles, seguir en viaje.
Entonces hay dos mapas, pero hay también momentos, digamos, de conjunción entre estos dos planos. El desafío es que este mapa clandestino que permite la posibilidad del viaje, produzca también subjetividades políticas que no sean nacionales, a partir de estas coaliciones. Por ejemplo, aquella persona que hicieron largos viajes encontraron religiosos, pescadores, anarquistas, activistas, lesbianas, homosexuales, gente de todo tipo, y esto supone una socialización que puede ayudar a nuestras sociedades a luchar contra la integración subalterna de estas personas.
De hecho en el libro abordáis esa voluntad del siglo XIX de construir una democracia abolicionista. ¿Qué implicaría esto en nuestros tiempos?
La democracia abolicionista tiene que ver con la voluntad política de abolir las fronteras. Esa lucha está detrás, consciente o inconscientemente, de muchos de estos grupos, aunque tengan niveles de teorización distintos. Abolir la frontera es una herramienta que tiene efectos en todos los dominios de la sociedad, pues la frontera es ese instrumento que permite aquellas condiciones de integración subalterna que nos tocan a todos y a todas. Abolir ese sello que construye y clasifica a los sujetos y genera trayectorias distintas en el mercado laboral, o en el espacio de las oportunidades, nos permite construir otra sociedad.