En las últimas semanas hemos recordado con frecuencia la evolución de España en los últimos cuarenta años. La victoria por mayoría absoluta del PSOE de Felipe González ha dado lugar a balances dispares sobre una obra de gobierno que se prolongó durante casi catorce años. Unos años que comienzan apenas unos meses después del Mundial de Fútbol de 1982, celebrado en nuestro país y ganado por Italia.
Aquella España era bien diferente a la actual, incluso en aspectos que hoy pueden juzgarse anecdóticos: frente a la sofisticación de los estadios actuales, con sus asientos y su césped bien cortado, aquellos campos con hinchas de pie y césped escaso en las áreas.
[Alberto Ojeda: “Con el Mundial del 82 pasamos de la caverna a una democracia homologada”]
Es esa España y ese Mundial los que sirven al periodista cultural Alberto Ojeda (Madrid, 1977) para trazar un sagaz retrato del momento, con saltos temporales y espaciales, en los que se habla de la propia pasión futbolera en nuestras ciudades y pueblos, el papel que jugó a la hora de trazar la idea de una España joven y vitalista que se enorgullecía de haber dejado atrás la dictadura y que encaraba una década de transformaciones. En palabras del autor: “Quería […] destacar la importancia que tuvo el Mundial para la autorreivindicación de España como un país moderno y fiable, con una democracia en construcción que pedía paso en selectas organizaciones internacionales como la Comunidad Económica Europea (CEE)”.
Más profundo, política y antropológicamente, de lo que el tema de su estudio puede sugerir, no solo es este un ensayo con el que es fácil reconocerse, sino pensar y aprender
Pero, como el título sugiere –Cuero contra plomo– y el subtítulo explicita –Fútbol y sangre en el verano de 1982– no se trataba de una época, ni de un año, carente de serios problemas de violencia. A España había llegado con retraso, pero con furia, la ola de violencia política que era habitual en el resto de esa Europa a la que queríamos no solo pertenecer, sino también parecernos. Los datos estremecen: en 1982 ETA asesinó a 41 personas. El mismo 13 de junio de la inauguración del Mundial, la banda terrorista mataba de un tiro a un guardia civil que vigilaba la entrada del puerto de Pasajes.
No es extraño que, en el primer encuentro entre el recién elegido González y el presidente François Mitterrand, este le dijera que no entendía cómo era capaz de resistir la recién estrenada democracia española con semejantes cifras de violencia. Más aún con la amenaza golpista de la reacción militar latiendo de fondo.
Asimismo, las Brigadas Rojas seguían causando estragos en la Italia que resultaría campeona, cuyos anni di piombo o años de plomo supusieron la digestión más pesada de la violencia política que se diseminó en Europa tras mayo de 1968. Y ese, el de entrelazar la historia de Italia con la de España, es uno de los alicientes de este libro, más profundo, política y antropológicamente, de lo que el tema de su estudio puede sugerir. No solo es este un ensayo con el que es fácil recordar y reconocerse, sino pensar y aprender.
Ojeda recuerda los partidos del Mundial de aquella España de Naranjito que se exponía al mundo. Tira de anécdotas que se convierten en categorías de unos recuerdos de unos momentos duros pero signados por una ilusión colectiva específica del momento y quizá, por eso, irrepetible. Y es de elogiar su maridaje, porque, frente a la tentación del recuerdo idealizado de la felicidad de la juventud democrática, urge rememorar el enorme manto de sufrimiento que lo rodeaba. Por eso este ensayo es tan recomendable, por su honestidad en un balance futbolístico, social y político que, además, es muy ameno.