Llegar a acuerdos climáticos nunca ha sido fácil y los repetidos fracasos de las cumbres del clima en el pasado lo demuestran. Sin embargo, cuesta encontrar un momento más difícil que el actual para las negociaciones entre las grandes potencias. El conflicto armado ha vuelto a Europa, Rusia y Estados Unidos han revivido la guerra fría, y Pekín y Washington -los dos países más contaminantes- atraviesan las relaciones más tensas en años. Las dos potencias han congelado las conversaciones sobre reducción de emisiones, ámbito en el que mantenían una frágil tregua pese a las fricciones.
En este panorama, construir una “política de la Tierra” es más urgente que nunca, según el economista ambiental y experto en cambio climático Antxon Olabe. Su último libro, Necesidad de una política de la tierra, emergencia climática en tiempos de confrontación (Galaxia Gutenberg), es una guía completa para orientarse en la geopolítica del clima y plantea soluciones para salir de un bloqueo que podría ser catastrófico para la humanidad.
Olabe conoce bien el mundo de la política climática. Fue asesor de la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, entre 2018 y 2020, y uno de los principales artífices del Plan Nacional de Energía y Clima, la hoja de ruta española para luchar contra el cambio climático.
PREGUNTA: La cumbre que ha arrancado ahora en Egipto llega en el momento de mayor tensión internacional desde que empezaron las negociaciones climáticas, en los años noventa, ¿esto dificultará llegar a acuerdos?
RESPUESTA: El contexto de confrontación política es muy desfavorable para la posibilidad de acuerdos entre las potencias, porque al final estos acuerdos climáticos no tienen lugar en el vacío. Forman parte de las estrategias de política exterior de los países, y las posibilidades de colaboración climática quedan supeditadas a las necesidades que percibe cada país de su política exterior.
En 2014 hubo un acuerdo entre Pekín y Washington que precedió al Acuerdo de París y eso fue posible porque había un contexto totalmente distinto al actual, de competencia, pero no de confrontación. Eso fue decisivo para que en el año 2015 tuviésemos después el Acuerdo de París, ya que las tres grandes potencias, la Unión Europea, China y Estados Unidos, habían convergido en la necesidad de poner en marcha un acuerdo en ese sentido. Hoy en día es muy difícil, por no decir imposible, un acuerdo similar al de 2014 entre Estados Unidos y China.
P: No parece que la confrontación entre estas dos potencias vaya a menos. ¿Cree que volverá a haber un momento en el futuro en el que se vuelvan a ver acuerdos como aquella histórica firma en París?
R: A corto plazo, de aquí a 2030, la respuesta es no, porque la estrategia de contención hacia China tiene un gran apoyo bipartidista en Estados Unidos. Creo que hay que aceptar que esto es una posición que ha venido para quedarse, porque lo que está en el fondo es dificultar o impedir el ascenso geopolítico, tecnológico, económico y militar de China. Desde Estados Unidos se percibe que es un rival formidable que podría cuestionar su papel en el sistema internacional.
P: ¿Y qué podemos esperar de China y sus propósitos para enfrentarse al cambio climático? En el libro destaca que, por una parte, ha habido una enorme expansión de las energías renovables en el país, pero por otra sigue siendo muy dependiente del carbón.
R: Lo que podemos esperar es lo que ellos han prometido a la comunidad internacional y lo que recogen en su propia planificación interna. Es decir, que el pico de emisiones de gases de efecto invernadero sea como muy tarde en 2030, y el del consumo de carbón se establezca más o menos en torno a 2025 y a partir de ahí vaya reduciéndose. Ellos tienen también un interés real en que esta crisis climática no se descontrole excesivamente, porque repercute en el capital natural y en su economía de forma muy seria.
Lo que pasa es que China no va a aceptar que la comunidad internacional le marque el paso en el ritmo de su descarbonización. Este ritmo va a venir en función de consideraciones de política interior, industrial o de empleo. Estoy convencido de que China forma parte de la solución a la crisis climática, tiene una estrategia energética y climática proactiva, pero los ritmos de descarbonización no van a ser los que quisiéramos los que estamos más comprometidos con los mensajes de la ciencia del clima, sino que serán más pausados, más paulatinos.
P: ¿Qué está suponiendo la guerra de Ucrania en la lucha contra el cambio climático?
R: En el corto plazo, obviamente está suponiendo una interrupción de la prioridad y la urgencia política que tenía la crisis del clima. Nuestros líderes políticos tienen su mente centrada en asegurar el suministro energético como prioridad número uno y en luchar contra los impactos económicos, en la inflación y el empleo de la crisis energética. Esto es en un plazo de uno o dos años.
Pero dicho eso, en el medio plazo, es decir, en un horizonte a 2030, lo que va a ocurrir es una aceleración de la transición hacia las energías renovables. A las razones poderosas, climáticas e incluso económicas que había, ahora se añade el argumento de la seguridad, porque hemos visto que las exportaciones de petróleo y gas se utilizan como vectores de poder. Esto no lo digo yo, sino la Agencia Internacional de la Energía en su informe World Energy Outlook 2022.
P: En Egipto se está celebrando la cumbre sobre el clima, la número 27. Muchos activistas critican que este sistema no funciona, que desde que se empezaron a celebrar las cumbres del clima hace 30 años han seguido aumentando las emisiones y la temperatura. ¿Cree que está funcionando el actual sistema de gobernanza climática?
R: El Acuerdo de París sí está funcionando. No con la velocidad y el ritmo que demanda la ciencia del clima y que nos gustaría, pero es muy importante mantener la perspectiva. Cuando llevas 30 años en este tema, como es mi caso, ves que efectivamente no estamos donde estábamos hace diez años. En aquel momento, las políticas públicas que existían por parte de los gobiernos nos llevaban a un escenario de incremento superior a los 3,5 grados a finales de siglo.
A partir del Acuerdo de París, los compromisos de los gobiernos estaban ya en un escenario en torno a los tres grados. Ahora mismo, las políticas públicas que ya están introducidas por los gobiernos nos llevan a un escenario de 2,5 grados. Está claro que no es suficiente, eso es evidentísimo, pero ya en siete u ocho años hay un grado de diferencia, que es muy importante. Y si a eso añadimos que las promesas que se han realizado más a largo plazo por parte de países que representan el 80% de las emisiones mundiales, el escenario de incremento de la temperatura es de 1,8 grados sobre los tiempos preindustriales.
No estamos ni muchísimo menos en el escenario de 1,5 ºC, pero no es cierto en absoluto decir que el sistema no está funcionando, aunque lo hace a trancas y barrancas, dos pasos adelante, un paso atrás. Con esto no quiero decir que el sistema de gobernanza actual es ideal para afrontar la crisis climática.
Yo defiendo en el libro cambios en esta gobernanza climática, como la implicación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas o la creación de una Organización Mundial del Medio Ambiente [a semejanza de la Organización Mundial de la Salud, especifica en su obra], que es una propuesta que defendieron 50 estados nacionales.
P: Uno de los temas centrales de esta cumbre es quién paga la factura de la crisis, con el tema de fondo de a justicia climática. ¿Es posible que los países ricos respondan por sus emisiones históricas?
R: Sobre las emisiones históricas quiero apuntar un matiz. Por supuesto, hay que darle una importancia real, pero las emisiones que se hicieron a finales del siglo XIX o la primera mitad del siglo XX, cuando no teníamos ni idea de lo que era la el cambio climático, no se pueden considerar con el mismo nivel de gravedad que las que se han emitido en los últimos 30 años con pleno conocimiento científico de lo que significan esas emisiones.
Esto no es para decir que los que emitieron antes no se tienen que hacer responsables, lo que quiero es deconstruir un discurso que viene sobre todo por parte de China y en menor medida de India, en el que utilizan el escudo dialéctico de las emisiones históricas de los países más desarrollados para justificar las emisiones actuales. El 40% de las emisiones mundiales desde la Revolución Industrial se han producido en los últimos 30 años.
Los países ricos y las organizaciones financieras internacionales tienen que ayudar muchísimo a los países del sur global, pero no tanto por las emisiones históricas, sino porque son los países ricos los que tienen los recursos económicos y tecnológicos de colaboración al desarrollo.
Y desde luego, en base al argumento de las emisiones, habría que hacer asimismo responsable a China, que ha emitido el 23% de las emisiones globales de los últimos 30 años. No puede ser que en este debate solamente se apunte a las economías más desarrolladas y un país gigantesco como China, que ha externalizando sus emisiones en los últimos años de manera masiva, pase desapercibido, como si no tuviese ninguna responsabilidad para ayudar a los países del sur a afrontar los impactos de la crisis climática.
P: En el libro hablas de que la Unión Europea es la única potencia que ha mantenido una trayectoria coherente en la lucha contra el cambio climático. ¿Qué papel puede puede tener en los próximos y decisivos años?
R: Más allá de algunos errores puntuales, efectivamente es la única gran potencia que ha mantenido una posición comprometida y responsable en los últimos 30 años, que se traduce en que a finales del 2021 ya ha reducido el 30% de las emisiones respecto a 1990 y al mismo tiempo su PIB ha aumentado más de un 65%.
Las emisiones de la Unión Europea ahora mismo representan aproximadamente un 7% de las mundiales, es decir, no estamos en condiciones, ni muchísimo menos, de resolver solos la crisis climática. Hemos hecho bien las cosas en el interior, como la descarbonización de la economía, pero donde tenemos el verdadero reto en los próximos años es en cómo aprovechar el poder normativo y económico de la Unión Europea para atraer a otros grandes actores, como China y Estados Unidos.
P: Fuiste uno de los artífices del Plan Nacional de Energía y Clima, el documento que guía la estrategia de cambio climático de España. ¿Son suficientes las leyes actuales para llegar a los objetivos climáticos que nos hemos marcado?
R: Ahora mismo ya está en marcha un proceso de revisión del plan, tanto en España como en el resto de miembros de la UE, y estoy convencido de que va a haber un incremento importante en la ambición climática. Vamos a pasar del 23% de reducción de emisiones, que es lo que está recogido en el plan y la ley, a al menos un 35% en 2030 respecto a 1990. Yo creo que ese es el objetivo que se tendría que plantear España, porque significaría mantenernos en el nivel de esfuerzo medio que ahora mismo ha adoptado la Unión Europea, con una reducción del 55%.
Además, en estos últimos cuatro años y medio, la trayectoria de las emisiones en España ha sido muy positiva. Se han reducido rápido de lo que se preveía que cuando se empezó a elaborar el plan. Esto ha ocurrido sobre todo porque la salida del carbón del sistema energético eléctrico se ha producido de manera más rápida. Eso es una noticia muy buen y amplía el margen de manera notable para aumentar la ambición.