Como si el Madrid estuviera eternamente a punto de saltar al campo, Tomás Roncero (Villarrubia de los Ojos, Ciudad Real, 1965) porta siempre consigo su escudo en el pecho. Porque todos los días son de partido. Así se planta en la redacción del As, frente al micrófono en la radio o en esos almuerzos con gente del mundo del fútbol -agentes, futbolistas, veteranos, peñistas- con los que comparte mantel a diario. Como el niño que acude el lunes al colegio de blanco tras conquistar el Camp Nou. También en El Chiringuito, ese programa emitido al filo de la medianoche donde una cámara graba sus delirantes reacciones a escasos centímetros de su rostro.
Decenas de miles de personas convierten automáticamente las escenas en gags memorables. La pandemia digital lo viraliza. Lo siguen los abuelos y los nietos. Josep Pedrerol lleva la batuta de estos renglones torcidos del fútbol, una suerte de perros verdes mutados en partisanos de sus colores. Quizá sea el acento porteño la única diferencia entre Roncero y el personaje aquel de El secreto de sus ojos que descubrió el flanco débil del asesino en su pasión. El Madrid es su vida de repuesto y la acaba de publicar en Eso no estaba en mi libro del Real Madrid (Almuzara).
—¿Qué le dice su mujer cuando lo ve por televisión?
—Siendo honestos, tampoco es que me vea mucho, porque dice que no son horas para estar despierta. A veces me dice que me va a dar algo, que no me lo tome tan a pecho. Yo no puedo modular eso, porque las emociones yo no las modulo, y menos si son de fútbol. La mía no es una pasión agresiva, sino emocional. Reconozco que cuando estoy en El Chiringuito y veo la bancada de enfrente minimizar siempre los méritos del Madrid me enerva.
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—¿Cuánto de verdad y cuánto de mentira hay en El Chiringuito?
—La perfección no existe, pero un 95% es verdad. Lo que hago es manifestar mis emociones según me llegan. Cuando el Barça ha fracasado, Pedrerol no sabe que voy a bailar o a cantar. Porque yo no tengo guión y mis compañeros sé que tampoco. Los únicos que tienen son los chavales que trabajan con él, lógicamente. Los tertulianos llegamos 10 minutos antes, nos maquillan y nos sentamos ahí. Según nos dicen temas empezamos a hablar. Hay mucha más naturalidad de lo que la gente imagina. Si fuera artificial, dejaría de verlo.
El porcentaje parece exagerado si uno recuerda que el Loco Gatti se tiró a por Cristóbal Soria en directo al grito de “te voy a matar”, que Juanma Rodríguez acude al programa con una foto enmarcada de Mourinho, que los tertulianos se disfrazan, se insultan, componen canciones, se pelean, se mofan los unos de los otros, ligadas las manifestaciones extremas de sus emociones a los éxitos o fracasos deportivos.
Pero puede parecer corto si uno piensa en Roncero, el tipo a quien Pedro J. salvó del despido el día que se quedó afónico gritando el We Are the Champions aquella tarde de mayo del ’98 en Ámsterdam, cuando el Madrid ganó la Séptima y los periodistas deportivos todavía escondían sus inclinaciones. De alguien que lleva a Alaba alzando la silla de fondo de pantalla en el móvil y a Ancelotti con el puro de Tony Soprano en la foto del Whatsapp. Del chaval que una tarde en el Bernabéu cogió a un hombre de las pecheras por insultar a Juanito.
El hombre que se mimetizó con Juanito
Pero, ¿quién es Tomás Roncero? 57 años, licenciado en Ciencias de la Información, rama de Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Un niño con dos horas de autobús entre su casa, en Carabanchel, y el Santiago Bernabéu, su hogar. Un plumilla que con 20 años -atención- comenzó a escribir en Mundo Deportivo y La Vanguardia.
—¿Estaba infiltrado?
—Joder, parece que estaba en la redacción en Barcelona. Era corresponsal en Madrid. Yo hice la carrera con Jesús Alcaide, periodista que estuvo en El Mundo muchos años y que ahora está en Real Madrid Televisión. Empecé de suplente del corresponsal de Mundo Deportivo, para cubrir la información del Madrid, del Atleti y del Rayo Vallecano.
—Pero se tendría que tapar un poco.
—Me tapaba, me tapaba. De hecho tengo una anécdota simpática de La Vanguardia. Estuve tres años, del ’89 al ’92. Enric Bañeres, el redactor jefe de Deportes, muy culé, buen compañero, se empezó a mosquear porque le empezaron a llegar rumores. “¿Tú eres del Madrid, Roncero?”. “Sí, bueno, digamos que simpatizo con el Madrid”. “Hombre, como hacías artículos tan profesionales, en un tono así aséptico e incluso un poco crítico a veces, yo pensaba que a lo mejor eras del Atleti, pero que tampoco eras muy forofo. Pero, joder, eres del Madrid”. “Ya, ya, qué quieres que te diga”.
Fue en esa etapa, ya difusa la frontera entre dónde acaba Tomás y dónde empieza Roncero, cuando conoció a Juanito. “Una de las mejores horas y media de mi vida”. Fue la noche del 21 de junio de 1990 en la barra de una discoteca en Verona. Un par de lingotazos fueron suficientes para envalentonarse, para tirarse a “tumba abierta” a conocer a su ídolo, ya retirado, enviado por Televisión Española a cubrir el Mundial de Italia como comentarista junto a José Ángel de la Casa.
—Habíamos ganado en Verona, en el estadio Ventegodi, a Bélgica por 2-1. Claro, estábamos todos contentos y por la noche dijimos de ir a tomar algo. (…). Había chicas guapísimas, todo hay que decirlo. Pero en la barra estaba él y ni a Miss Italia le hubiera prestado más atención. Me lancé a tumba abierta. Me presento: “Es que para mí tú eres mi ídolo”. Empecé a recordarle partidos suyos, goles suyos, las noches de las remontadas históricas del 80. Ahí tenía yo para tres libros. Me invitó a todo y llegó un momento que fue divertido porque me dijo [lo imita]: “Niño, déjame ya, que me estás volviendo loco, me estás contando goles míos que yo ni me acuerdo“. Ahí me di cuenta, me he pasado de frenada.
—Hay una anécdota divertidísima en el libro: cuando te mimetizas con él y pisáis a la vez a Matthäus.
—En casa de Jesús Alcaide, viendo el Bayern-Madrid. Éramos dos piraos del fútbol, ese partido nos tenía entusiasmados desde días antes. Él me lo contó luego, yo no me di cuenta. Estábamos tomando nuestros cubatitas mientras veíamos el partido. El caso es que, cuando veo que le pega esa patada Matthäus a Chendo yo me enervo. Me pongo de pie, empiezo a decir en la tele todo tipo de improperios y cuando Juanito lo pisa -me contó Jesús- yo empecé a hacer así [pisa varias veces]. Lo mismo exactamente que estaba haciendo Juanito. “Será desgraciado que casi le rompe la pierna a Chendo. Árbitro, deja tranquilo a Juanito”. El juez intentando parar al agresor y yo criticándolo. “Árbitro, quita, deja tranquilo a mi jugador”. Pidiendo que dejara terminar su obra. Una locura. Fue una enajenación mental transitoria.
Política y deporte, “agua y aceite”
Roncero dedica las primeras páginas de su libro a desmontar la leyenda negra del Madrid: esa según la cual el club ganó sus primeras seis Copas de Europa (1956-1960 y 1966) gracias a Franco.
—Aseguras que si hay un equipo al que ayudó Franco fue al Barcelona.
—Totalmente. Una de las cosas por las que quería hacer el libro es porque tengo que aguantar una leyenda urbana que no está basada en hechos reales. No solamente es falso, sino que el régimen, si algo ocurrió es que no hizo nada a favor del Madrid. ¿La prueba? Acaba la guerra civil en el ’39 y los primeros 14 años del franquismo el Madrid no gana ninguna liga. Y gana cinco el Barça, gana el Athletic de Bilbao, el Valencia, el Sevilla, el Atlético Aviación, por supuesto… Ganaba todo dios menos el Madrid. Joder, para ser el equipo de Franco cómo disimula este hombre. (…).
—¿Es un intento de intentar vincular el Madrid a la derecha?
—Totalmente. Desde pequeñito iba al Bernabéu con mi padre y éramos socios desde que me pude hacer con 16 años, antes estaba en lista de espera e íbamos a partidos sueltos. Mi padre, chófer de autocar, llevaba los taxis de su pueblo, vivíamos sólo de su sueldo. Mi madre, ama de casa. Mis hermanas y yo hicimos la carrera con becas, por las notas que sacábamos, si no no hubiéramos podido hacer carrera ninguno de los tres. Vivíamos en Carabanchel, al lado de Pan Bendito. (…). Te aseguro que en el Bernabéu había gente humilde como yo y como mi padre, gente normal y gente rica. Igual que en todos los sitios. Decir que el Madrid es un equipo de derechas es una manía, otro burdo intento de justiticar sus éxitos deportivos vinculados al ultrapoder político. Mentira. Todo lo que ha ganado es por sí mismo.
Asegura Roncero, sin embargo, que nunca trata de meterse en política. Que su agenda de amigos es “un crisol” donde constan todos los sentimientos políticos.
—Yo tengo mis ideas políticas y mi voto, como todo el mundo. Siempre he querido dejar claro que soy muy del Madrid y de la selección española, pero la política va por otro lado. Tengo compañeros que ponen muchos tuits políticos y yo les digo que los respeto, pero que no lo haría. A ellos, de hecho, les cuesta mucha animadversión. Me siguen gente de derechas, de centro, de izquierdas porque saben que yo no me significo. Saben más o menos mis tendencias ideológicas por dónde van, pero es que yo la política no la quiero mezclar. Son como agua y aceite, el deporte y la política no mezclan bien.
—¿Te gusta Feijóo?
—Parece un hombre dialogante. El pactismo me gusta siempre que sea sin olvidar tus principios, pero creo que en la vida la beligerancia política con la que está cayendo no es buena tampoco. Yo creo que es una buena solución. Pablo Casado me dejaba muchas dudas, y Feijóo por lo menos parece un hombre con el que van a remar al menos en la misma dirección y creo que es bueno para la gente que lo vaya a votar.
—¿De Pedro Sánchez qué opinas?
—Pasopalabra.
—¿Y de Pablo Iglesias?
—Pasopalabra.
—¿Cómo ves el panorama político actual?
—Muy crispado. A mí me duele mucho porque yo, insisto, tengo mis ideas, pero sean de izquierdas o de derechas los que gobiernan, yo lo que que quiero es que España vaya bien. Yo soy muy españolazo en el sentido colectivo y sociológico. De hecho, mis amistades se reparten entre todos los colores del crisol político. Y ver una confrontación tan fuerte y tan dura… Por lo menos en Cataluña se ha tranquilizado el tema independentista, una de las cosas que a mí me tenía muy dolido.
Pionero del periodismo forofo
Aunque Roncero trate de no reconocerlo por humildad, fue uno de los primeros periodistas deportivos que se quitó la careta. “En el año ’95, cuando José Antonio Luque me contrata para un programa de Onda Cero que se llamaba El Penalti, nadie decía de qué equipo era. El único que decía algo era José Ramón de la Morena, y por la gracieta del Atleti porque era el pupas, quedaba simpático”, rememora Roncero. “Todos los periodsitas que podían ser del Barça o del Madrid no decían nada, aunque yo lo notaba. Qué absurdez, si se nota que este es del Madrid, este del Barça y este del Atleti, es peor todavía, porque va de objetivo y se nota“, estima el periodista. “Yo dije que había que acabar con eso”, defiende.
Su cohartada se cayó el día que el Madrid ganó la Séptima contra la Juventus, la anécdota ya contada sobre aquella afonía. “Casi me despide mi jefe directo de El Mundo pero el director paró ese despido”.
—Una de las principales críticas que hay a los formatos de información deportiva como El Chiringuito es que haya periodistas/forofos. ¿Se puede ser periodista informativo y militar en un equipo?
—Todos los periodistas de El Chiringuito si algo tienen, y es constatable, es que dan un montón de exclusivas. Es probablemente el programa de televisión que da más informaciones desconocidas hasta ese momento. El Chiringuito es donde se contó por primera vez que Zidane volvía al Madrid, que el Madrid que iba a fichar a nosequién. Informaciones de vestuario potentísimas. Es raro el día que no saca dos o tres informaciones exclusivas. ¿Qué ocurre? Es un programa de tres horas, en la zona after. Es un concepto también de industria del ocio y de distracción. No es que estemos enfadados, es que se defienden los argumentos, según qué temas, con más o menos vehemencia. (…). El éxito de El Chiringuito es que cada noche hay un Clásico. Cuando hay un Clásico, se para el mundo. Pues El Chiringuito permite que haya un clásico cada noche.
—Cuando no es en el Madrid, ¿en qué piensas?
—En que somos unos privilegiados, en un país que es una maravilla. Que tiene 300 días al año de sol, que entiende que es compatible trabajar con disfrutar de las pequeñas cosas, como ir a tapear, o tomarse una cerveza con un pinchito mientras lees el periódico, mientras hablas de cosas de la vida con tus amigos. La comida, la gastronomía española es increíble. Yo todos los días laborables quedo a comer con gente del mundo del deporte, del fútbol, de todo ámbito (agentes, jugadores, retirados, veteranos, futbolistas, deportistas). Para mí las dos horas de la comida son las más enriquecedoras del día. Además, como se come tan bien. Por eso yo con la cultura anglosajona del lunch me volvería loco, sería un tipo con muchos problemas psicológicos si tuviera que vivir así. La comida es el deleite del placer de la conversación.