El 20º Congreso Nacional del Partido Comunista Chino comenzó el domingo con un esperado discurso de Ji Xinping destinado, sobre todo, a temas domésticos. En esta convención, que se celebra cada cinco años, se reúnen casi 2.300 delegados, mayoritariamente hombres de la etnia Han.
El acontecimiento tiene lugar en el Gran Salón del Pueblo de Pekín y, en su inauguración, nada está fuera de lugar. Prueba de ello es el coreografiado servicio de té: mientras los delegados se reunían para escuchar el discurso del presidente de China, el té se sirvió por mujeres uniformadas en una coreografía que semejaba una danza. Al sonido de trompetas y aplausos perfectamente coordinados, entraba Xi Jinping en la gran sala, presidida por una hoz y martillo gigantes. Con la excepción del presidente y los altos cargos de la primera fila, todos los asistentes llevaban mascarillas.
El líder chino se centró sobre todo en asuntos internos prometiendo dirigir a China a través de los graves desafíos hacia el “rejuvenecimiento nacional”, avanzando una visión nacionalista y destacando la creciente influencia del país en su primera década en el poder. Tras describir los últimos cinco años como “altamente inusuales y extraordinarios”, Xi enfatizó en que el Partido Comunista ha dirigido a China a través de una situación internacional compleja y de enormes desafíos.
Los primeros retos que enumeró fueron la pandemia del Covid-19, Hong Kong y Taiwán, de los que afirmó que China había salido victoriosa. El Gobierno chino, dijo Xi, ha “protegido la vida y la salud del pueblo” del virus, lo cual hace intuir que la política Covid-0 continuará. Esta política ha estrangulado la economía y ha agotado a los ciudadanos. El desempleo juvenil alcanza ya el 20%, una cifra inusitada para un país con tasas de desempleo tradicionalmente alrededor del 4%.
Cuando prácticamente todo el mundo se ha vuelto a abrir tras la pandemia, resulta chocante ver que China continúa con restricciones draconianas. Esto puede deberse a dos factores: por un lado, el país más poblado del mundo ha conseguido vacunar a toda la población. Por el otro lado, al partido le resulta beneficioso contar con la excusa del Covid para controlar al pueblo.
Es cierto que uno de los grandes aciertos de la política de Xi Jinping han sido la prosperidad interna y el desarrollo económico, al proporcionar un nivel de bienestar desconocido anteriormente para una mayoría de los 1.400 millones de chinos. Por otro lado, el presidente ha conseguido con éxito luchar contra la corrupción a todos los niveles: una batalla contra “los tigres y las moscas”, es decir, contra todos los escalafones de la corrupción, desde altos cargos del partido hasta pequeños funcionarios de remotas localidades. El otro problema económico de gran magnitud en China es la burbuja inmobiliaria, con los precios de la vivienda cayendo por los suelos.
El rejuvenecimiento nacional y el nacionalismo, en Xi Jinping toma dos nombres imprescindibles: Hong Kong y Taiwán. El líder chino se refirió a Hong Kong, vanagloriándose de haber pasado del “caos a la gobernabilidad”, como un gran éxito.
A continuación, habló de Taiwán, país demócrata independiente que Pekín reclama como territorio propio. Transmitió una “nueva urgencia por avanzar en la cuestión de Taiwán”. Afirmó que China “se esforzará por lograr una reunificación pacífica”, pero a continuación lanzó una sombría advertencia: “nunca prometeremos renunciar al uso de la fuerza y nos reservamos la opción de tomar todas las medidas necesarias”. Los aplausos más fuertes y prolongados de los delegados ocurrieron precisamente cuando el gran líder se refirió a Taiwán. Afirmó con vehemencia que la reunificación completa de su país debe hacerse realidad, en medio de una estruendosa ovación.
Al exponer las líneas maestras de los próximos cinco años, Xi dijo que China se centraría en la “educación de alta calidad” y en la innovación para “renovar el crecimiento” de la economía, afectada por la crisis. El país “acelerará los esfuerzos para lograr una mayor autosuficiencia en ciencia y tecnología”. Es decir, nacionalismo también en lo económico.
El presidente chino también prometió acelerar los esfuerzos para convertir al Ejército Popular de Liberación en un “ejército excepcional capaz de salvaguardar la soberanía nacional”. El término chino seguridad se mencionó unas 50 veces. Calificó la seguridad nacional como el “fundamento del rejuvenecimiento de la nación china”, e instó a mejorar la seguridad en lo militar, en lo económico y en todo lo demás.
Xi también subrayó la existencia de rápidos cambios en la situación internacional, en una referencia velada a la invasión rusa de Ucrania. Expresó su opinión en contra del hegemonismo y de la política de poder de Estados Unidos, pero sin nombrar directamente a ninguno de los tres países.
El gran dilema de China en esta guerra es no posicionarse al lado de Rusia, pero tampoco enemistarse con ella. A la vez, Pekín no puede enfrentarse a Estados Unidos o a la Unión Europea, porque son sus principales socios comerciales. Si estos dejan de importar productos del país, la economía se hundiría, cosa que no se puede permitir. Por lo tanto, el gran reto de China es mantenerse neutral.
Pekín sabe que apoyar la invasión rusa dañaría gravemente sus ya tensas relaciones con las democracias ricas, que son sus principales socios comerciales, como Estados Unidos, los países de la Unión Europea y Japón. Así que no le queda más remedio que hacer equilibrios en la tensa cuerda de la política global. Tal vez el tono de los próximos días arroje nuevas claves para entender el futuro de China y del mundo.
Eva Perea es Profesora de Empresa y Economía de la Universitat Abat Oliba CEU