Decidieron mudarse de Buenos Aires y lo que empezó como un proyecto personal se transformó en un hotel boutique y una bodega.
Ana Jordán, 53 años, psicóloga y psicopedagoga y Gregorio “Goyo” Aráoz de Lamadrid, 65 años, emprendedor, descubrieron que San Javier, un pueblito en Traslasierra (Córdoba) es su “lugar en el mundo”. Cambiaron sus vidas y se mudaron hace unos años con la sola idea de instalarse, pero su casa llamaba la atención y les empezaron a preguntar si daban alojamiento. Se transformaron en los dueños del hotel boutique y bodega Aráoz de Lamadrid.
La historia de la pareja recorrió varias rutas. Jordán, recién recibida y recién casada, trabajaba en una escuela de Buenos Aires de la que Aráoz de Lamadrid era socio. Estuvo allí cinco años pero, después de su divorcio, decidió que era momento de cumplir su sueño de vivir en Bariloche. Se mudó, se recibió de psicóloga y trabajaba “muy bien” en el sur.
Iba a Buenos Aires por diferentes temas y solía encontrarse con una excompañera del colegio, quien le solía decir que “Goyo” preguntaba por ella y que también se había separado. En una oportunidad Jordán llama a la escuela para hablar con su amiga y la atiende él. “Ahí mismo me invita a salir -cuenta a LA NACION-. Salimos, le digo de ir a Bariloche y a la semana estaba ahí. No nos separamos más”.
Él tenía tres hijos ya grandes -Santiago, Tomás y Juan- y ella quería un “proyecto de familia”. No se hizo esperar, al mes Jordán quedó embarazada; tienen dos hijas, Sofía de 15 años y Martina, de 11. La primera nació en Bariloche y aunque la familia disfrutaba del sur, los viajes de él eran continuos y decidieron mudarse a Martínez.
“Goyo” estudió veterinario y tiene un criadero de cerdos en San Andrés de Giles (donde también vivió la familia); lleva 40 años abocado a la gestión educativa y es chozno de Gregorio Aráoz de Lamadrid, militar que actuó en batallas de la Independencia argentina y gobernador de Tucumán, además de por poco tiempo de Mendoza y La Rioja. En su libro “Facundo” Domingo Faustino Sarmiento lo califica de “valiente de los valientes”. El nombre del hotel y bodega es en su honor.
En el “mientras tanto” -como dice Jordán- él la llevó a conocer San Javier advirtiéndole que era un lugar que le gustaría “tanto como Bariloche”. Empezaron los “paseos” hasta que decidieron “probar” y alquilar una casa por un mes. Después de esa experiencia decidieron comprar para mudarse. Arrancaron por una hectárea y, como estaba en un área con un paso de servidumbre, fueron ampliando de a poco.
“Lo primero era chico, usando una construcción que ya estaba. Era pensando en vacaciones pero terminamos mudados -describe Jordán-. Sofía iba a una escuela rural y acá conseguimos una Waldorf; organizamos. Ampliamos”.
“Goyo”, quien había hecho paisajismo, empezó a aplicarlo en el terreno, aprovechando los desniveles, las piedras, los árboles originales de la zona. Cuidando el monte, incluyeron estanques. “No nace como proyecto de explotación turística, sino como un gusto personal -dice-. La gente nos pedía hospedaje porque veían que la casa era distinta, tenía obras de artistas de la zona. Llegamos a vivir en el 2011 y recién en 2014 empezamos a dar hospedaje”.
En el 2012 plantaron las primeras cepas de un viñedo; cosechan y producen de manera artesanal vinos de alta gama, con uva 100% del Valle de Traslasierra. Realizan todos los procesos en la finca -que se llama El Tala-, desde la planta a la botella; cuentan con Malbec, Syrah, Tannat, Petit Verdot, Ancelotta, Cabernet Franc, Cabernet Sauvignon, Monastrell, Garnacha; y dos uvas blancas: Chardonnay, y Viognier.
“Son todos vinos de baja intervención, sin ningún producto para mejorar o conservar; no somos biodinámicos, pero vivimos con el viñedo al lado y nos importa la biodiversidad del monte”, sintetiza Jordán.
A la hora de definir el lugar, lo señala como “nuestro lugar en el mundo; una vivencia, una expresión de lo que somos”. Insiste en que priorizan el “equilibrio” entre “arte, monte nativo, diseño, paisajismo. No queremos irnos a ningún extremo”.
Para la familia, San Javier es un lugar “muy singular, como ya lo es Traslasierra en general”. Lo definen como “clúster” que reúne a “muchos que vinieron a hacer algo desde el corazón con entusiasmo, con buenas prácticas, con un compromiso con la naturaleza. Hay un equilibrio en la trama entre lo local y los que vinimos de otros lados”. Otra historia de amor.
(Fuente: La Nación)