Miguel Herrero (Segovia, 1973) es el culpable de que el embajador de Australia y una panadera española compartieran mantel en Madrid. En ocho años, el fundador del club «Nunca Comas Solo» ha juntado en 305 ocasiones a un grupo de extraños para cenar con dos únicas normas: solo puede haber una conversación en la mesa y no existen los temas prohibidos. Ah, y la motivación tiene que ser el puro disfrute, lo que este ingeniero agrónomo que trabaja en el Ministerio de Industria, Pesca y Alimentación llama «networking emocional».
En principio (porque luego ya se sabe) el objetivo no es ligar ni montar una start app que dé la campanada. ¿Y qué saca él de todo esto? Responde Miguel: «Nada material, pero mucho de intangible. Aquí no importa quién eres ni a lo que te dedicas, solo que te guste comer y que seas aventurero». Cada semana, escoge a los comensales entre los candidatos que le han escrito y han rellenado el formulario que les pide. A todos ellos les envía un mensaje con el día exacto (nunca viernes, sábado o domingo) y el precio aproximado, aunque el lugar lo conocerán la mañana de la cita. Asegura que ahora hay unas 150 personas en lista de espera y que su comunidad de «foodies» ya supera el medio millar.
Antes de que se emitiera la entrevista del podcast “Hotel Jorge Juan”, que le hizo un personaje conocido, solía charlar con los aspirantes por videollamada para conocerlos y ver «si les brillan los ojos» ante la posibilidad de formar parte de su club. Ahora no le da la vida. El número de postulantes que se pone en contacto con él ha crecido tanto que a muchos solo les ve la cara cuando están sentados a la mesa. Esta falta de certeza, apunta, en lugar de generarle preocupación le da un punto mayor de reto al encuentro.
Esta noche serán seis participantes, tres mujeres y tres hombres (incluido Miguel). Hasta que él no llega no pueden contarse nada personal para mantener el misterio. Se nota que le divierte la incertidumbre, no saber cómo va a salir la cosa. Nunca ha habido una situación desagradable, como mucho un mal bebedor o alguno con exceso de protagonismo. En esos casos, trata de interceder con mucha mano izquierda porque prefiere mantenerse en segundo plano, en el papel de observador.
Para romper el hielo, lee en alto una frase que ha escrito sobre cada uno para que el resto trate de adivinar de quién se trata. Hoy lanza al aire que un comensal se dedica a facilitar «el tránsito» y que hay otro que «operaba en México». El enigma se resuelve a los pocos minutos y arranca la conversación tras una breve presentación de cada uno a cargo también del maestro de ceremonias.
El fundador de este club que nació casi por casualidad en 2014 dice que se inspiró en el libro de Keith Ferrazzi y Tahl Raz que lleva el mismo título. Pero que él quiso huir del «networking de tarjeta de visita» y humanizar el cansino ritual de hacer contactos. En las ocho ediciones han cenado en compañía profesionales de todo tipo, desde actores a políticos, incluidos senadores, diputados y alcaldes de partidos distintos. También muchos periodistas y sanitarios. «No sé por qué, esto va como por rachas. De pronto, me escribe más gente con familia y más médicos. Debe de ser que se lo cuentan entre ellos. Procuro que haya equilibrio entre hombres y mujeres y también diversidad». Admite que el nivel socioeconómico es medio-alto y que le gustaría volver a juntar a gente en su casa para que sea un plan más asequible.
Sólo hubo una convocatoria enteramente masculina que, según Miguel, «fue muy interesante porque se habló de otras cosas». ¿De fútbol y de mujeres? «Ja, ja. No, pero la conversación fue totalmente diferente». Lo cierto es que, aunque todos llegan nerviosos, la gente se suelta bastante y se atreve a contar cosas personales que quizá no revelarían en otros foros porque «piensan que nunca se van a volver a ver». Durante la noche, se crea un grupo de whatsapp que se elimina a las 24 horas para que los que han cenado puedan tener el número del resto por si quieren volver a escribirse pero sin la obligación de tener que hacerlo.
«A veces, la noche termina tomando cócteles y de madrugada el chat se llena de mensajes de exaltación de la amistad. Hay gente que vuelve a quedar y otra que no, la mayoría de las veces yo ni me entero. Que yo sepa, de aquí no ha salido ninguna boda. Quizá sí algún negocio». Durante la pandemia, Miguel cumplió el «claim» de su club y no cenó solo ningún día. Compartió las 90 noches del confinamiento con su comunidad de Instagram. Su intención para este curso, el noveno, es ampliar esa comunidad con newsletters y convocatorias de escapadas de fin de semana y noches de cenas fuera de Madrid.
A juzgar por los mensajes del chat, el grupo de esta semana volverá a juntarse. De los cinco, solo uno tiene hijos y sus dedicaciones son de lo más variadas: un financiero reconvertido en bodeguero, una trabajadora social de cuidados paliativos, una oftalmóloga, una directora general y un emprendedor. Fue una noche en la que se habló, entre otras muchas cosas, de la muerte, de pollos asados en el entierro de Franco, de los secuestros exprés en Iberoamérica y de un restaurante de casquería. De la vida, al fin y al cabo.