La herencia cumple un papel en el riesgo de sufrir adicciones, del mismo modo que sucede con cualquier otra enfermedad. Los genes inciden en el riesgo cardíaco o de diabetes o de cáncer, pero en muy pocos casos se identifican culpables directos, como las mutaciones de TP53 o BRCA1. Y eso mismo sucede con las adicciones: importa más la particular expresión genética.
“Los genes y las variantes genéticas actúan en concierto, no de manera aislada, y cada uno puede tener efecto en la operación de los otros”, escribió Markhan Heid en una edición especial de la revista Health. “Pensemos en ellos como bolas de billar que hacen carambolas para crear un patrón particular, excepto que de manera mucho más ordenada. Por esto en general no basta con identificar un gen vinculado a la adicción para estimar su papel en el riesgo que tiene una persona”.
Sin embargo, la ciencia “ha identificado variables genéticas específicas que, en algunos casos, pueden aumentar o disminuir sustancialmente la probabilidad de que alguien experimente con sustancias adictivas o desarrolle una adicción”, agregó. “E incluso la gente que no posee los genes específicos de riesgo alto, el ADN juega de todos modos un papel importante en definir su propensión para desarrollar un trastorno de adicción”.
¿Por qué importa determinar si existen factores de riesgo biológicos para la adicción? Porque esas mismas expresiones genéticas se podrían convertir en objetivo de tratamiento.
Por ejemplo, en el caso del alcohol, la forma de adicción prevalente, algunos genes que participan en su metabolización determinan si algunas enzimas como ADH o ALDH se romperán rápidamente o causarán síntomas desagradables de corto plazo, en general náusea y enrojecimiento de la piel. “Ya existen drogas disponibles para tratar los trastornos de abuso del alcohol, y una de ellas, disulfiram (Antabuse) funciona imitando la acción de esas variantes genéticas que hacen que alguna gente se sienta mal luego de beber”, destacó Health.
Arpana Agrawal, especialista de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington en St. Louis, subrayó la complejidad del campo: es muy difícil apuntar a un fragmento de material genético como factor decisivo. En cambio, “miles de variantes contribuyen a la susceptibilidad genética de la adicción”.
Para verlo en perspectiva: el 99% de los 25.000 genes que componen el mapa genético humano son idénticos entre una persona y otra, y sólo las variaciones en el 1% restante determinan los rasgos únicos de cada una. En esa pequeña expresión yace también la clave sobre el riesgo de sufrir un trastorno neuropsiquiátrico crónico y recurrente, con sustancias o actividades.
Si bien hay otros factores biológicos que influyen, como la edad (los adolescentes son más susceptibles de sufrir adicciones que los adultos) y en menor medida la etnia o el género (los varones tienden a sufrir tasas mayores de dependencia y las mujeres, de recaída) según el Instituto Nacional de Salud (NIH) de los Estados Unidos “los científicos estiman que los genes, incluidos los efectos que los factores ambientales tienen sobre la expresión genética de una persona, llamados epigenéticos, representan entre el 40% y el 60% del riesgo de adicción”.
La epigenética se refiere a “las fuerzas más amplias que dan forma a la expresión de los genes, entre ellas las influencias ambientales y del desarrollo”, según la Asociación Estadounidense de Psicología (APA). Distinguir por qué una persona puede probar una sustancia sin consecuencias mientras que otra queda enganchada combina entonces la biología con el entorno.
¿Cómo sucede a nivel molecular? Se afecta si un gen se activa o desactiva, cuán profundamente se ubica en el espiral de ADN o cómo afecta procesos interiores de las moléculas.
Se conoce, por ejemplo, que las sustancias tóxicas durante el desarrollo prenatal pueden afectar la conformación celular y molecular del cerebro “y predisponer a los individuos a un consumo incontrolado de drogas en la edad adulta”, según Frontiers. Estudios realizados en ratones mostraron que aquellos expuestos al alcohol durante la gestación mostraron cambios en los receptores de dopamina, un neurotransmisor que causa placer.
En este campo en crecimiento trabajan desde biólogos moleculares a psicólogos, y sus límites van desde la estadística genética hasta la conducta humana. “Hoy sabemos que una fracción considerable de tu epigenoma es modificable por la experiencia”, analizó para la APA Jeremy Day, especialista de la Universidad de Alabama en Birmingham. “Cada experiencia importante que tenemos cambia la expresión genética en algunas de las células del cerebro”, señaló.
Según el NIH, algunas enfermedades tienden a ser hereditarias, como el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH o ADHD), el autismo, el trastorno bipolar, la depresión y la esquizofrenia. “Las enfermedades mentales que se dejan sin tratar suelen ser un riesgo importante de abuso de sustancias”, advirtió el organismo.
Una variación del gen receptor de dopamina DRD2, el alelo A1, es más común entre las personas adictas al alcohol, la cocaína y los opioides, según distintos estudios realizados desde 1999 hasta la fecha y compilados Centro de Aprendizaje de Ciencias Genéticas (GSLC) de la Universidad de Utah. Se cree que esta particularidad afecta el modo en que las sustancias influyen en la vía mesolímbica, uno de los circuitos principales de la dopamina en el cerebro.
Un estudio de la Universidad de Oxford demostró que un pequeño virus, el retrovirus endógeno HK2, se integra dentro de un gen que regula la actividad de la dopamina: su presencia es más frecuente con personas con trastornos de abusos de sustancias y con adicciones.
Otros trabajos, que se realizaron sobre ratones en la Universidad del Sur de la Florida, mostraron que las mutaciones en los genes Per1 o Per2, o ambos, aumentan sustancialmente su consumo de alcohol, en particular bajo estrés. “Las personas, en especial los adolescentes, con variaciones específicas de los genes Per1 y Per2, también parecen más propensos a seguir este patrón”, agregó el GSLC.
El gen PSD-95 (DLG-4 en humanos) se ha asociado al consumo de cocaína. Esta pieza del sistema nervioso central, que participa en procesos como el aprendizaje y la memoria, se expresa mucho menos en ratones más sensibles a la cocaína que en los demás. Otro estudio, realizado en moscas de la fruta, asoció la sensibilidad a esta droga con la falta de algunos receptores acoplados a la proteína G, que son centrales en la señalización celular y por eso decisivos en el descubrimiento de la tercera parte de los fármacos aprobados por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA).
Las variaciones en el gen OPRM1 —un receptor para opioides como la heroína, la morfina o la metadona, que opera principalmente en el cerebro y la médula espinal— están relacionadas con la dependencia del alcohol y con abusos de los opioides.
En el caso de la nicotina, el gen CHRNA5 está estrechamente vinculado a la adicción. Las personas con dos copias de cierta variante de este gen tienen el doble de probabilidades de depender de esta sustancia comparada con gente que posee dos copias de otro alelo.
En la lista de los mecanismos protectores, una variante del gen ALDH2 —esencial para el metabolismo del alcohol— impide el procesamiento normal y causa efectos desagradables: náusea, enrojecimiento de la piel, taquicardia y dolor de cabeza. Y un estudio en ratones mostró que aquellos que producen más proteína del gen Mpdz sufren menos síntomas de abstinencia cuando se los priva de alcohol o drogas hipnóticas.
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