El título es el de una entrañable canción que solíamos cantar en las guitarreadas del IPA de los años 80.
Surge de un poema de José Goytisolo musicalizado por Paco Ibáñez: “Te sentirás acorralada / te sentirás perdida o sola / tal vez querrás no haber nacido (…) Entonces siempre acuérdate / de lo que un día yo escribí / pensando en ti como ahora pienso”.
Por esa sanación espiritual que ejerce la poesía, tal vez le haría bien escuchar esta canción a Julia Olarte, la emprendedora que tenía como principal canal de venta su cuenta de Twitter, pero decidió cancelarla ante el hostigamiento recibido por haber publicado una foto junto al presidente Luis Lacalle Pou.
Según la noticia que publicó este diario el domingo pasado, ella vive en el departamento de Flores. Hace tres años inició su emprendimiento de alfajores artesanales, en parte como una manera de superar el dolor por una ruptura sentimental: “En ellos encontré un escape y creo que son mi terapia en ciertos momentos. Vuelco ahí toda mi energía porque me hacen sentir bien y feliz”.
Quien esto escribe tuvo el privilegio de conocer muy de cerca el paradigmático mundo del emprendedurismo femenino. Trabajando hace unos años para el Instituto Kolping, acompañé un valioso programa de Endeavor denominado “Emprendemos juntas” que brinda asesoramiento de marketing y comunicación a mujeres de todo el país, con énfasis en aquellas que pertenecen a sectores socioeconómicos vulnerables. Lo que me dijo cierta vez una señora que vive en Pueblo Centenario me quedó grabado: “Cuando mi hijo nos pidió que quería mudarse a Montevideo para estudiar Derecho, hicimos cuentas con mi marido y no nos daban los números. Entonces se me ocurrió, ya que siempre fui buena repostera, empezar a hacer tortas para vender. Hoy puedo decir con orgullo que gracias a este trabajo, mi hijo es abogado”.
La anécdota me volvió a la memoria apenas leí esta hermosa historia de Julia Olarte, entregada con pasión a un emprendimiento productivo propio, que incluso la llevó a representar a Uruguay con su marca “Cuatro de Julia” en un mundial de alfajores realizado en Argentina. Como el poema de Goytisolo y los de tantos creadores, también una marca de productos de consumo puede nacer de un desgarro espiritual y ayudarnos a superarlo.
Olarte reconoce que los insultos recibidos en Twitter por posar junto al presidente le afectaron mucho: “Lloro, trabajo, miro los comentarios, lloro y así estoy. Y la verdad, es horrible estar así”. Incluso en repercusiones de prensa posteriores llegó a defenderse en el sentido de que también se había sacado una foto con el intendente frenteamplista de Canelones, Yamandú Orsi, y había mandado alfajores a los planteles de Nacional y Peñarol. Pero es triste que tenga que hacer estas aclaraciones para justificar haberse fotografiado con el presidente…
Que Twitter es un territorio comanche, ya no hay duda. Superada la angustia por el hostigamiento sufrido, Olarte deberá admitir que esas son las tristes reglas de juego de formar parte de una red social cuyos propietarios lucran con la polarización y el resentimiento de gente anónima y frustrada.
Además, en la peculiar lógica de estas redes, hasta podría sacar un rédito de su linchamiento virtual, porque paradójicamente la expuso públicamente en calidad de víctima y con ello acrecentó de manera radical su notoriedad.
Por eso, el enfoque que quiero dar a estas reflexiones no es el del victimismo, tan común entre quienes se quejan de la lucha en el barro tuitera.
Lo más interesante del caso es, para mí, qué lugar damos como sociedad a los emprendedores, que son la más pujante fuerza productiva del país.
Porque es muy fácil manejar equis hectáreas de campo y hacerlas rentables, o dirigir una empresa con presupuesto publicitario millonario y generar ganancias.
Lo difícil y valioso es empezar de la nada, de una idea, de una ilusión, de noches sin dormir probando, cayéndose y levantándose, y crear a partir de allí un bien o un servicio que mejorará la calidad de vida de la gente.
Estos son los verdaderos “malla oro” a los que alude el gobierno, y no la caricatura que hace la oposición del término, vinculándolo a supuestos capitalistas explotadores modelo siglo XIX.
Hace unos meses escribí sobre el tema en esta misma página y enumeré algunos ejemplos de “malla oro”, micro y pequeños empresarios como Olarte que en lugar de buscar la frazadita de un empleo público, se lanzan con amor a la intemperie de su propio esfuerzo y creatividad.
Un amigo que dirige una revista de izquierda se burló de mi comentario e incluyó en ese grupo a los cuidadoches. No, no son lo mismo. Impartir cursos para cuidacoches, como hizo cierta vez la Intendencia de Montevideo, no los beneficia. Apenas intenta vanamente dignificar su mendicidad.
También en esto se refleja la tensión permanente que padecemos los uruguayos entre el dirigismo paternalista y la libertad.