Cristina Fernández de Kirchner reapareció con un mensaje público, naturalmente esperado: el primero luego del ataque sufrido dos semanas antes, cuando llegaba a su departamento en Recoleta. “Siento que estoy viva por Dios y por la Virgen”, dijo, frente a religiosos que trabajan en los barrios más castigados por la crisis. Después, llegaron las definiciones políticas. Dejó afirmaciones inquietantes sobre un quiebre del “consenso democrático” sellado hace cuatro décadas y una convocatoria sin mayores precisiones a un trato con la oposición. Un discurso que, sin base sólida ni acuerdo cierto, gira sobre sí mismo, se vacía y contribuye al deterioro de gestión.
La aplicación del concepto de “discurso de odio” a la versión más tóxica de la grieta viene siendo expuesta por el oficialismo como plataforma para sostener la existencia de un clima de violencia política creciente. La gravedad del ataque a CFK en lugar de ser destacada, aparece oscurecida por el discurso apuntado a opositores, jueces y medios. Sin reflexión crítica, se suceden después las idas y vueltas sobre un intento de acuerdo. Y se añade la idea de un quiebre de compromiso social y político asumido con la vuelta a la democracia. Todo, discursivamente, en quince días.
Semejante escalada provoca una serie de efectos que conviene desglosar. Sin dudas, el primero de ellos es la falta de sintonía con el cuadro social de la crisis, agravado por el desgaste que provoca la inflación en el día a día. Lo señalan todas las encuestas, incluidas las que circulan en estas horas. Traducen en números el deterioro de la credibilidad, un reflejo que se extiende desde los motivos del atentado contra la Vicepresidente hasta las expectativas económicas.
El rubro económico es ilustrativo. Sergio Massa despliega una agenda cargada. Su equipo suele exhibir la “calma” de los mercados desde los primeros días en el ministerio de Economía. Y agregan en lugar destacado el nivel de relaciones que mostró su reciente viaje a Washington: el compromiso reafirmado con el FMI, las reuniones con funcionarios y asesores influyentes de la administración de Joe Biden. Añaden, en las últimas horas, la vuelta de sesiones en Diputados, para convertir en ley el pacto fiscal y avanzar con la prórroga de impuestos, paso previo al debate del Presupuesto 2023.
Muchos de esos temas son áridos. Y, se admite en algunos medios oficiales, juega en contra el propio clima político, la interna que terminó de trastocar la lógica del Ejecutivo. También, la tensión posterior al ataque contra CFK. La ex presidente ya había reafirmado su lugar central después del pedido de condena en la causa Vialidad. Alberto Fernández quedó relegado y Massa hace la principal apuesta del Gobierno.
Las encuestas reflejan que ese “funcionamiento” distorsionado del poder es también percibido fuera del microclima de la política. Y más allá de los números electorales -prematuros y nunca de lectura definitiva-, resulta significativo que los últimos sondeos, en sus cuadros cualitativos, no exponen modificaciones favorables para el oficialismo. Un ejemplo: el último trabajo de Management & Fit señala una nueva baja de expectativas sobre la economía en el comparativo entre los dos últimos meses.
La inflación explica desde el lado económico ese cuadro, pero sin dudas gravita el componente político en general y la imagen del Gobierno. En ese plano, delicado, se anota el discurso posterior al ataque sufrido por la ex presidente.
La última exposición estuvo a cargo de CFK. Habló de la necesidad de un acuerdo con la oposición, centrado en la economía. No hizo referencias a cuestiones básicas de convivencia entre los espacios políticos y de equilibrios entre poderes del Estado, a pesar de plantear que el ataque sufrido hace dos semanas marcaría un quiebre en el consenso democrático que se mantiene en medio de tantas crisis.
“Creo que lo más grave no es lo que me pudo haberme pasado. Para mí, lo más grave fue haberse roto un acuerdo social que había desde el año 1983″, dijo.
Las menciones al acuerdo político realizada por la ex presidente, como las marchas y contramarchas en ese terreno, parecen dejar de lado una cuestión básica: la publicidad de tal movida suele ser posterior a intensas y reservadas negociaciones para asegurar el trato. Pero además, asoma una cuestión de fondo, que es el marco inquietante que se le busca dar a este momento político.
En rigor, hubo varios hechos que generaron conmoción desde la vuelta a la democracia. Se destacan el intento fallido de atentado contra Raúl Alfonsín en una unidad militar de Córdoba y los alzamientos carapintadas -el último, en la presidencia de Carlos Menem-, entre los más fuertes. También, graves situaciones de crisis, como el 2001 y las hiperinflaciones. Las “pruebas” fueron muchas.
El consenso asumido en 1983 no es un acto único, sino un proceso político y social, extendido en el tiempo. Existen expresiones claras de desencanto y malestar con los políticos en general, pero no aparece al menos hasta ahora una tendencia a la ruptura del sistema democrático. En paralelo, emergen señales de deterioro o desapego de las normas democráticas en el ejercicio del poder, como quedó a la vista en los peores momentos de la pandemia. Esto último, una versión propia de un fenómeno de escala más global.
El calendario político anota para el viernes próximo un nuevo momento de expectativa por el discurso de CFK. Según se dejó trascender desde su entorno, la ex presidente coronará el alegato de su defensa en la causa Vialidad. Lo espera el oficialismo, será también un dato potente para la oposición.
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