Ya que fui uno de los más escépticos y molestos por la realización de la Feria Internacional del Libro de Costa Rica 2022 en el Centro de Convenciones, pero también soy creyente de los dones de la verificación y la revisión, trataré de ofrecer aquí un ejercicio de objetividad en mis apreciaciones sobre la FILCR 2022. Trataré.
El lugar y la reivindicación del oeste
Como habitante del oriental y chancleto cantón de Montes de Oca, mi primer y más comprensible temor cuando supimos que la feria de este año iba a efectuarse en el Centro de Convenciones fue que la lejanía, el tránsito, la incomodidad, la pereza y la protesta diezmaran al público asistente. Conozco personas que acostumbraban a ir a la feria de la Antigua Aduana que decidieron no asistir a la de este año, ya fuera por las dificultades para llegar al Centro Convenciones o por la indignación. Un par de familiares mías, ávidas lectoras y compradoras que solían ir a la Antigua Aduana, fueron al Centro de Convenciones porque yo las llevé en mi vehículo; de otra forma, no hubieran ido. Si no tuviera vehículo propio ni ligamen con ninguna editorial, yo también lo habría pensado bastante para ir. Me sentía traicionado, como si los años de fiel asistencia a la feria de la Antigua Aduana no significaran nada para los organizadores.
Sin embargo, la afluencia de público de los dos fines de semana y las noches de ciertos días entre semana fue cuantiosa y ello parece haberse reflejado en buenas ventas. Como me señalaron un par de habitantes de Alajuela y Heredia, el oeste también existe. La feria del Centro de Convenciones parece haber apelado a un público que, en años anteriores, era el que tenía dificultades para llegar a la Antigua Aduana. Hubo personas del oeste que fueron por primera vez en la vida a la feria.
En un principio, me molestó el cobro de cuatro mil colones de parqueo, pues me pareció abusivo y una más en la lista de dificultades para ir al Centro de Convenciones; pero luego lo puse en perspectiva con la falta de parqueo en la Antigua Aduana y los abusos de los guachimanes. Mi amiga, la actriz y escritora Teresita Borge, denunció que trataron de asaltarla a ella y a otras personas en la solitaria parada donde hay que tomar el bus si no se dispone de vehículo para ir al Centro de Convenciones. Pero también asaltan en los alrededores de la Antigua Aduana.
En este rubro, por lo tanto, digamos salomónicamente que Aduana y Centro de Convenciones se van a penales.
¿Cuánto público llegó del occidente del Valle Central y cuánto del público habitual del este? ¿Realmente fueron buenas las ventas? ¿A qué llaman buenas ventas? ¿Permitieron que los expositores cubrieran los costos de participación y tuvieran ganancia? Son temas que tanto la Cámara Costarricense del Libro como los distintos participantes deberán hacer en las próximas semanas, ojalá sin porras ni revanchismo, con rigurosidad matemática, datos en mano y transparencia, pues, así como hubo quizá mucho fatalismo prematuro, también he visto excesivo triunfalismo.
El sonido y las actividades
En la Antigua Aduana existió —y jamás se resolvió— el inconveniente del ruido. El ruido (y los olores) del área de comidas molestaba a los stands y a las actividades, las actividades molestaban a los stands y los stands molestaban a las actividades. En algún momento, después de muchos dimes y diretes, tuvieron que ser erradicadas las actividades musicales para que no agregaran una capa más a aquella pared de sonido que ni Phil Spector se hubiera imaginado.
Cabe recordar que en la feria de la Antigua Aduana debían realizarse las actividades en pequeños espacios armados con paredes ligeras o en toldos o en salones de la Compañía Nacional de Teatro e incluso en el Museo Calderón Guardia. El Centro de Convenciones tiene varios salones de distintos tamaños, fácilmente accesibles, cómodos, equipados y con aislamiento de sonido. La música y otras actividades del foyer (incluyendo una magnífica presentación de la Banda de Conciertos de Cartago) no fue mayor molestia para los stands ni para las actividades en los salones. Así que punto para el Centro de Convenciones, ya que esto sería algo difícil y costoso de resolver en la Antigua Aduana.
Desde luego, hay cosas por mejorar en una futura edición de la feria: paradójicamente, el voceo para anunciar las diferentes actividades solo se escuchaba en el foyer; jamás lo escuché en el área de los stands, donde estaba la mayor cantidad de gente. Tampoco había una adecuada señalización ni programas de actividades impresos para quienes no dominan el uso de los códigos QR. A la gente le costaba encontrar los salones, a pesar de que están muy cerca unos de otros, y la asistencia a las actividades en las que estuve presente (quince) varió de regular a “protocolaria”, como dijo uno de los autores, quien tuvo que hablar de su libro a unas sillas vacías. Queda pendiente el análisis para mejorar la promoción de actividades, tanto por parte de la CCL como de cada expositor.
Las comidas y el entorno
Entre lo peor de esta última edición de la feria está el rubro de comidas y, un poco más allá de eso, la falta de espacios para la vida social y cultural en torno a ella. La Antigua Aduana está rodeada por un entorno urbano pletórico de opciones gastronómicas y culturales para todos los gustos y presupuestos, para el almuerzo, el café, la cena, la birra, la tertulia, para extender la dinámica social de la feria. En comparación, el Centro de Convenciones tiene atrás algo parecido a una fábrica o almacén, nada a la izquierda, nada a la derecha y una autopista al frente. La única opción de comida que ofrece para todos los días es un cafetín con precios tan altos que hicimos chistes con ellos. Para los fines de semana, las opciones se amplían con unas cuantas móviles de comida rápida igualmente cara. Entonces, puntazo para la Aduana, porque esto no solo es difícil de resolver en el Centro de Convenciones; ¡es imposible! Tendrían que cambiar el paisaje, la actividad humana y hasta la red vial a su alrededor.
De los stands, las sopas y los chunches
Ingreso aquí en un punto álgido. La Cámara Costarricense del Libro repitió y sigue repitiendo hasta el cansancio que los precios de los stands para este año subieron apenas un cinco por ciento (más el IVA) con respecto a la última edición de la feria en la Antigua Aduana; pero esto solo es cierto para los expositores de la nave de ladrillo. Cabe recordar que en la feria de la Antigua Aduana existía un espacio en la Casa del Cuño (el edificio de vidrio adyacente a la nave de ladrillo) donde los precios de los stands eran mucho más bajos y se ubicaban cerca de cuarenta expositores pequeños y medianos que no podían o no querían pagar los montos de la nave de ladrillo. Entre estos expositores había autores independientes, colectivos, editoriales y librerías. Para ellos, pasar de los precios de la Casa del Cuño a los del Centro de Convenciones significaba pagar el doble o el triple, según cada caso.
A lo anterior se sumó que este año no participara el Ministerio de Cultura como coproductor, un rol que en años anteriores había facilitado (no sin polémicas) el uso de la Casa del Cuño, además de brindar un aporte económico. Esto, más la expectativa por la respuesta del público debido a la pandemia, la situación económica y el tema que ya mencioné del cambio de lugar, dio como resultado que varios expositores de la Casa del Cuño se abstuvieron de participar; otros pagaron stands mucho más pequeños de los que tenían en la Antigua Aduana; otros se agruparon para compartir los costos y otros recurrieron a soluciones más rebuscadas, como pagar solo por la mitad de los días de la feria en el llamado “Salón del Cómic”, que terminó siendo más bien cómico por el picadillo de cosas que allí se ofrecían.
De esta forma, no tuvimos en la feria a la Librería Francesa, ni a la Andante, ni a Dulouz, ni a varias de las de compra y venta, ni a Libro Azul, ni a muchas otras. En cambio, sí hubo venta de aparatos electrónicos, juegos de mesa, juguetes, rompecabezas y las muy comentadas sopas. La Librería Internacional, como si no fuera suficiente el enorme salón que ocupaba, tenía un stand adicional donde vendía chunches varios.
Sí, ya sé que en todas las grandes ferias de libros se venden chunches varios; yo compré figuritas de hojalata en Guadalajara y un murciélago disecado en Panamá. Pero ¿qué clase de organización permite que se vendan chunches —que poco o nada tienen que ver con los libros— mientras auténticos vendedores de libros se quedan fuera del evento? Y sí, ya sé que los vendedores de chunches pagaron por su espacio; pero ¿a eso se reduce la visión del ente que se arroga la representación del sector: a un criterio puramente comercial, que pague el que pueda y el que no salado? ¿No había manera de priorizar a los expositores de libros en la mayor feria del libro de nuestro país?
Quien no conozca el inmenso valor de los libros que ofrecen esos expositores que se quedaron por fuera y se limita a comprar los best-sellers de la Internacional le va a importar poco todo esto. Pero, la CCL sí conoce o debería conocer y además reconocer dicho valor. Y no es que yo no compre best-sellers en la Internacional; ¡claro que lo hago! Pero eso puedo hacerlo en cualquier momento del año en cualquiera de sus sucursales, mientras que la FILCR es (o era) la gran oportunidad para reunir en un mismo sitio y en una misma celebración cultural una oferta librera que el resto del tiempo está dispersa y hasta un poco escondida en este país de rincones. En ese sentido, la oferta de esta feria me resultó bastante pobre y se me agotó muy rápido, por más que se vendieran los libros como si fueran camotes (Tatiana Lobo dixit).
De seguro muchos dirán que por fin tuvimos una feria del libro presentable; respeto su opinión y puede ser que sí, en ese mundo de los negocios que yo no conozco ni entiendo, esta feria haya estado a la altura de las extranjeras y tenga todo el sentido del mundo cobrar lo que se cobró por el parqueo, las comidas y los stands, y todo haya sido más bello y digno para sus organizadores. Y sí, la feria en la Antigua Aduana tenía grandes problemas y chambonadas (aunque muchos de ellos podrían haberse resuelto con alguillo de voluntad). Pero insto a la CCL, si acaso llega a leer esto y si planea seguir haciendo la feria en el Centro de Convenciones, que considere en futuras ediciones la creación de espacios con criterios más solidarios y culturales para esos expositores pequeños, pero valiosos. No creo ni quiero creer que la sostenibilidad financiera esté reñida con eso.
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