Madrugar, ir al trabajo, aguantar alguna que otra bronca, comer de un bocado, volver al trabajo, marcharse a casa, cenar, acostarse, madrugar… Y así, sucesivamente. A simple vista parece una vida demasiado frenética, pero nada más lejos de la realidad, pues el estrés es uno de los principales problemas que afecta a la población en España. Teniendo en cuenta este contexto, ¿cómo es posible que nos detengamos por un segundo a meditar? Para el escritor y psicólogo Eduardo Jáuregui (Oxford, 1971), la respuesta está en añadir a nuestra rutina aunque sea “un minuto para abrir ese pequeño espacio para ti, en el que te das una pausa y conectas contigo mismo”.
Este “facilitador” —que es como él prefiere definirse— acaba de publicar Meditar se me da fatal (Urano, 2022), “un guía de mindfulness para seres humanos de los de toda la vida”, como reza el subtítulo de su último libro. En ese grupo de personas no entran, por supuesto, quienes tengan problemas de salud mental: “Lo primero es ir a un terapeuta”. Aunque el mindfulness sí que puede servir como un “complemento, aunque requiere la intervención de un profesional”. Así lo demostró la investigación de Richard J. Davidson, uno de los pioneros en este campo, que encontró una mayor capacidad de atención en monjes tibetanos que practicaban meditación a diario.
-¿Ha meditado ya hoy?
-Hombre, por supuesto —se ríe. Normalmente, medito por las mañanas, como creo que suele hacer la mayoría de la gente que lo hace de forma habitual. Porque claro, hay que ponerse antes de encender el móvil.
-Entiendo que es de esos capaces de apagarlo antes de irse a la cama.
-Yo apago el móvil todas las noches. Puedo hacerlo, no todo el mundo puede hacerlo. Por las mañanas lo primero que hago es sentarme a meditar. Es una buena fórmula antes de que empiecen las posibles distracciones y todos los líos propios del día a día. Pues si esperas a que llegue ese momento, no lo harás jamás porque siempre hay cosas que hacer. Yo, por ejemplo, si no es por la mañana, lo suelo hacer antes de cenar o después incluso. Pero ya me suele costar tener ese tiempo largo que tengo normalmente por las mañanas.
-¿De qué tiempo estamos hablando?
-Suelo meditar unos 40 minutos. También es verdad que hay días que medito más de una vez, o hago una práctica de meditación sentada y luego hago una práctica de yoga o de meditación caminando o alguna otra práctica contemplativa que podría llamarse también meditación, según cómo utilices el término.
-Habrá para quien 40 minutos de meditación por las mañana le suene a mucho, no le dé tiempo a estar tanto tiempo sin hacer ‘nada’.
-A ver, yo no empecé así tampoco. Como mucha gente, yo llegué a esto por casualidad, con dolores de espalda. Lo que suelo recomendar a la gente es que empiece poquito, pero sí todos los días. Es importante la regularidad. ¿Que son cinco minutos? Pues cinco. ¿Que es un minuto? Pues uno, pero es un minuto en el que tú abres ese pequeño espacio para ti, te das una pausa y conectas contigo mismo.
-¿Y qué hay de quienes digan que no tienen ni un minuto?
-Pues mira, ese minuto sí lo tienen. Lo que pasa es que no deciden dárselo. A lo largo del día surgen muchos imprevistos, pero el espacio lo hay si tú lo creas. Y probablemente haya cosas que hicimos ayer que no nos hubieran cambiado la vida. En cambio, cuando practicamos la meditación, aprendemos a estar en el momento presente. Si lo hacemos así —aunque sea durante quince segundos—, conseguiremos estar en la vida mientras está sucediendo porque hemos entrado en ti mismo.
-¿Desde cuándo comenzó con la meditación?
-Comencé hace 25 años cuando me mudé a Florencia para realizar mi tesis doctoral sobre el humor. No empecé porque quisiera, pues no tenía ni idea de todo esto. Mi familia no era hippie, yo no era nada new age, era un tipo académico, cuadriculado y descreído.
Me pasaba tantas horas en la que podríamos llamar la postura del despacho que tenía achaques de un cincuentón a los veintitrés años. Mi pareja me dijo: “Deja de quejarte y apúntate a yoga”, que ella ya lo había probado. Lo evité, pero como me volvían los dolores de espalda terminé haciéndole caso. Al terminar la primera clase me di cuenta de que no solo había mejorado mi espalda, sino que también notaba distinta la ciudad al pasear por sus calles.
-Parece una iluminación religiosa.
-Sí, pongámoslo con una “i” minúscula. Tampoco lo quiero exagerar. Pero fue suficiente como para que entrara mi curiosidad científica y decidiera seguir investigándolo. Luego con el tiempo hubo un profesor de yoga que me preguntó si había meditado. Le dije que no como asustado. Me respondió que cuanto antes empezara, mejor. Y se fue. Me parecía que aquello era como entrar en un mundo místico-oriental que me daba un poco de yuyu.
-Pero ¿cómo diferenciaría el yoga de la meditación?
-En realidad no hay ninguna diferencia. La única es que en occidente tenemos una idea del yoga como algo físico, donde llevas tu atención a los movimientos que haces. Es una postura sabiendo que haces esa postura. Y entonces, ¿la meditación qué es? Sentarte sabiendo que estás sentado. La meditación sentada es la forma más sencilla de practicarlo porque reduces el ruido, el movimiento o el estímulo visual.
-¿Y en el caso del mindfulness?
-El mindfulness consiste en estar en lo que estar. O sea, caminar caminando y comer comiendo. Estar al cien por cien en lo que estás. Esto que a los gatos se les da fenomenal pero a los humanos se nos da fatal. Aunque no es un sistema antiestrés, no te lo elimina directamente.
-Entonces quien te ‘venda’ el mindfulness como un método antiestrés, ¿te está timando?
-No, no te está timando, al contrario. Es un método antiestrés buenísimo. O sea, de los mejores que tenemos. Dentro de los estudios científicos que tenemos, aunque están muy en pañales, una de las cosas más claras que tienen es que es un método antiestrés fabuloso. Lo que pasa es que quería aclarar que no es en sí un método. Funciona, puede utilizarse así, pero en sí es simplemente estar en lo que estás.
-¿Cómo se combina esta práctica con una sociedad cada vez más estresada?
-Yo, por ejemplo, me doy cuenta cuando voy andando rápido por la calle y realmente no estoy yendo tarde a ningún sitio. Puedo reducir la marcha y ahorrar energías para un futuro. Pues precisamente nos hace falta hacerlo por todas las distracciones que tenemos. Y por eso creo que se está poniendo de moda, porque estamos tan alienados y tan distraídos con vídeos de TikTok y series de Netflix que no nos damos cuenta de lo más evidente.
-¿Hay quienes se han querido subir a este ‘carro’?
-Hombre, esto pasa en muchas cosas. Ahora mismo, como se ha puesto muy de moda, a lo mejor personas que hace dos días estaban dando cursos de coaching, ahora te dan clases de mindfulness. Para las personas que quieran apuntarse, yo les recomendaría que probaran con alguien que tenga un cierto recorrido. No voy a decir quién sí y quién no. Pero es como si te apuntas a un curso de arte, no lo vas a hacer con alguien que se acaba de poner hace dos días.
-Pero el estrés no es una afición como la pintura.
-Claro, hay que tener en cuenta una cosa, en la práctica del mindfulness no necesitas a nadie que te lo enseñe. Yo no puedo enseñarte el mindfulness porque es una capacidad que tú ya tienes. Y hay mucha gente que lo ha descubierto a lo largo de la historia sin llamarlo mindfulness. No ha nacido en Asia ni se lo ha inventado Buda, es una capacidad propia del ser humano. De hecho, los niños son quienes más están conectados con su momento presente.
-Y si es una capacidad propia del ser humano, ¿cómo se explica que se comercialice con el mindfulness?
-Bueno, el mercado se crea como se crea alrededor de todo. Del arte, de la literatura o del sexo.
-En este caso, ¿se trata de un mercado con base científica?
-Sí, por supuesto. En las últimas dos décadas ha habido una explosión en la investigación científica acerca de estos temas porque ha entrado la neurociencia. Hasta entonces la meditación se veía como algo asociado a la religión y pseudocientífico. No tenía ninguna validez y no convenía estudiarlo.
-En esta “explosión” también hay algunas publicaciones que han puesto en duda los posibles efectos de la meditación.
-Claro, las cosas han cambiado muchísimo desde hace 60 años. Antes se reían de la meditación, ahora la estudian en universidades de prestigio como las de Oxford, Madison, Wisconsin o Stanford. Aun así, la ciencia debe ser escéptica por naturaleza, solo conoce un 1% de los beneficios del mindfulness. Yo si me fío, es de la ciencia, no del dalái lama.
Por ejemplo, cuando voy a un congreso académico busco tanto mis propios fallos como los de mis colegas. Porque si algo hay que dejar claro, es que la meditación no es una alternativa a la psicoterapia, a la que respeto mucho como psicólogo que soy. Pero sí que son prácticas complementarias.
-¿Podría poner algún ejemplo en este sentido?
-Sí, en la sanidad pública ya está, por ejemplo. Conozco a personas que ahora mismo están trabajando en Andalucía con el programa “Mindfulness-Based Stress Reduction” (MDSR, por sus siglas en inglés). De hecho, este curso del MDSR empezó en la sanidad. El biólogo molecular Jon Kabat-Zinn lo puso en práctica por primera vez en la clínica del hospital de la Universidad de Massachusetts.
Le dieron un espacio —un poco pequeño porque todavía eran un tanto escépticos— con pacientes para los que la ciencia médica ya no tenía nada que ofrecer. Era gente sin ningún interés en la meditación. Kabat-Zinn les daba a esta gente, que no tenía ningún interés en la meditación, una serie de herramientas que no ponían fin a su situación objetiva, pero les ayudaba a sobrellevar la situación, a relacionarse de una forma distinta con sus dolores y preocupaciones.