Desarrollarse como emprendedores gastronómicos en la Argentina no fue el primer plan de Luiza Montoni y Willian Bela Fonte. Al principio, lo que los atrajo del país fue la posibilidad de estudiar medicina en la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, aunque esto no se concretó con un título, fue el paso inicial para que, doce años después de su llegada, ya tengan cuatro cafeterías en Buenos Aires, una fábrica propia y un plan de expansión montado en una receta tradicional de su Brasil natal: el pão de queijo o pan de queso.
Ambos son de municipios vecinos del estado de San Pablo: Willian es de Americana y Luiza, oriunda de Santa Bárbara del Oeste. Pero si bien aún se conocían, los unía algo muy fuerte: el deseo de progresar, más allá de las dudas sobre su futuro que vislumbraban en el horizonte.
Decidieron estudiar una carrera de grado, pero en Brasil no basta con el deseo. Las universidades públicas, de mayor prestigio, tienen un cupo limitado: “Hay solo 200 vacantes y pueden presentarse a examen 15.000 personas, es absurdo”, plantea Luiza.
Esta característica del sistema brasileño hace que cursar en una universidad argentina sea una salida tentadora para los estudiantes de su país: según las estadísticas de 2018 del Ministerio de Educación de la Nación, de los 12.240 estudiantes internacionales de la carrera de medicina en nuestro país, 6721 eran brasileños.
Pero el viaje sonó extraño para sus familiares: “Al principio, nos preguntaban: ‘¿Argentina?’”, recuerda ella: “La migración dentro del continente no es tan común en Brasil, pero la posibilidad de cursar en una universidad pública de prestigio como la UBA fue decisiva para mi”. Willian coincide, y agrega: “Acá el acceso a la educación es para todos y allá no”.
Luiza viajó a Buenos Aires en 2010 y Willian, en 2011. Todavía no se habían cruzado, pero -otra vez- vivieron experiencias parecidas: los dos subestimaron el cambio de idioma, algo que en un primer momento les generó cierta dificultad inesperada pero que hoy, doce años después, tienen ampliamente superado. Hoy ambos eligen hablar en castellano.
Las clases universitarias los llevaron a aprender la lengua: “Por ser extranjero, puede pasarte que un profesor de Anatomía que está en un mal día te haga llorar por decirte de mala forma que no te entiende”, cuenta Luiza, y sus palabras dejan entrever una experiencia personal. Estudió la gramática con una docente ecuatoriana y el día a día en el país hizo el resto.
Cambió la carrera de Veterinaria por Medicina en 2011, y la cursada en la facultad de la calle Paraguay la juntó con un compatriota: Gustavo Graciani, la pareja de Willian. A partir de entonces, los tres formaron un grupo de amigos cercanos, dentro de una red más amplia de estudiantes brasileños en Buenos Aires.
Sin embargo, ellos eligieron no refugiarse exclusivamente en su comunidad: “Entendemos que a mucha gente le sirve y que, en un principio, es una gran contención pero, cuando estás en un país, tenés que integrarte a su cultura”, concuerdan.
Pero no todos piensan igual o pudieron hacerlo: de los cuarenta estudiantes brasileños con los que se relacionaron a su llegada, hoy quedan solo seis en el país. “Ninguno de ellos se recibió de médico”, agrega Luiza como curiosidad. Los caminos de la migración son insondables.
Eso fue lo que ocurrió con Willian, Luiza y Gustavo, quienes -después de años como estudiantes- optaron por arriesgarse y dejar la carrera, pero no el país, del que dicen estar “enamorados”. Entonces, tomaron la decisión: no serían médicos, sino emprendedores.
Así fue como llevaron a otro nivel esas recetas que hacían en sus casas para combatir la nostalgia y empezaron a cocinar a gran escala para vender comida por redes sociales. “Queríamos preparar algo que nos recordara a nuestra casa”, explican. Con ingredientes locales, producían diferentes especialidades de su tierra: coxinhas, brigadeiros y pão de queijo. A esa pequeña empresa le pusieron el nombre de Quitutes, por la palabra que se usa en Brasil para referirse a las “cosas ricas”.
La receta tradicional del producto que hoy es su emblema incluye agua, aceite, huevo, queso, sal, leche y fécula de mandioca; y para cocinarla, contrataron proveedores locales. Es que, tal como cuentan Willian y Luiza, el pan de queso que se produce en Brasil está hecho con ingredientes importados de la Argentina.
Además de darles amigos y ayudarlos con el manejo del idioma, su paso por la Facultad de Medicina les dio la posibilidad de ampliar su propuesta y vender sus productos en el comedor universitario.
En aquel entonces, su voluntad de asimilarse a la cultura local los llevó a elegir el pan de queso como el eje central de su propuesta. Se trataba de la opción menos radical por su cercanía al chipá, adoptado hace mucho tiempo por la gastronomía nacional. Funcionó, y en 2016 terminó Quitutes para dar paso a Pan de Queso Brasil.
El emprendimiento que les cambió la vida
La decisión de crear una marca de comida les permitió quedarse en el país y se transformó en su nueva aventura. Así fue que, dos años después, se mudaron del comedor de Facultad de Medicina a su primera tienda, en la zona de Tribunales. “Es muy satisfactorio ver crecer algo en lo que uno puso tanto esfuerzo”, elabora Luiza, y define a su marca como “un organismo vivo que hay que mantener todo el tiempo funcionando”.
Quienes suben por la calle Montevideo hasta el 573 pueden ver el local a la calle donde plantaron sus raíces porteñas. Para ese entonces, ya habían sumado un socio argentino: Marcos Legon, quien los conoció como su contador y, luego, decidió sumarse al proyecto. Tras ello, siguieron creciendo y, en febrero de 2019, extendieron su negocio a Belgrano, con la apertura de la sucursal en la calle Echeverría al 2493.
Si bien la pandemia presentó un desafío para todos, no se quedaron quietos y reforzaron las ventas por aplicación: hoy tienen casi cinco estrellas en la plataforma Pedidos Ya. Además, las ventas sostenidas de aquel 2020 les permitieron abrir su tercera sucursal en diciembre de 2021. Este fue su primer local sobre una avenida: plantaron su bandera en Corrientes al 3891, Almagro. Finalmente, en julio de este año, y tras una intensa campaña en redes sociales a cargo de Willian, abrieron una tienda en Caballito, en Av. del Barco Centenera 172. La más nueva hasta el momento.
Las bateas de los cuatro locales se llenan con los aproximadamente doce mil panes de queso que producen en su fábrica de Avellaneda. Allí, además, elaboran los pancitos congelados para hornear en casa que ya venden en sus cafeterías y que esperan poder llevar pronto a los supermercados.
Hoy emplean a treinta personas que trabajan en las cafeterías y la fábrica. Como parte de la comunidad brasileña en Buenos Aires, dan empleo a quienes, como ellos, decidieron migrar. Sin embargo, aproximadamente un 75 por ciento de sus empleados son argentinos; y más de la mitad, mujeres: algo que siempre fue una de sus metas.
“Para nosotros es importante retribuir al país”, subrayan. Ellos no son ajenos a la inestabilidad económica de la Argentina y, aunque admiten que la inflación es un tema que siguen de cerca, Luiza aclara: “Que el país va a explotar lo escucho hace doce años”. Y profundiza: “Mi padre también tiene un emprendimiento en Brasil y nos quejamos de cosas parecidas, aunque la inflación sea mayor acá, nos parece importante no apurarnos y que nuestro crecimiento sea natural y orgánico”.
Hoy disfrutan de poder ayudar a su familia en Brasil y de regresar a sus ciudades natales de vacaciones, sin la presión con la que se fueron tantos años atrás por forjar un porvenir que hoy disfrutan como su presente.
Para el futuro solo tienen planes: este año, esperan sumar uno o dos locales más, consolidar el desembarco en los supermercados y lanzar un sistema de franquicias en 2023. Como hasta ahora, su objetivo es que este crecimiento ocurra en la Argentina.