En la cultura patriarcal la cocina se construyó como un ámbito exclusivamente femenino. Pero la parrilla y el fuego quedaron en una sagrada esfera de excepción masculina.
No es un fenómeno argentino: estamos habituados a ver al padre de familia norteamericana incendiando hamburguesas en unos chulengos que muy pocos de nosotros atinaríamos a usar. A admirar las casi mitológicas carnes francesas, el “filet mignon”, tan crudo que cualquier médico argentino sería capaz de revivir a la vaca que le dio origen.
En los núcleos civilizatorios primitivos, las mujeres parecen haber estado a cargo de mantener el fuego. Ese sería el origen de la tradición que terminó con una entronización religiosa del cuidado del fuego, cuando las vestales fueron designadas por un milenio para mantener el “fuego sagrado” de Roma. El catolicismo abolió ese rito pagano.
Y desde entonces, el fuego se asocia a ritos y actividades predominantemente masculinas, entre las cuales, asar carne, especialmente vacuna, goza de enorme prestigio. Nada parece hacer retroceder el férreo (literal: sin parrilla no hay asado) hábito del asado. Hasta ahora por lo menos.
Algo de evidencia
Es que los datos son verdaderamente abrumadores. Un breve recorrido por publicaciones del último año permite comprobar que las carnes de vaca y de otros rumiantes, son responsables del 14% de los gases de efecto invernadero en el planeta; las otras carnes, como el cerdo y las aves de corral tienen una impronta contaminante muy por debajo.
No lo dice algún personaje fanático del veganismo, lo dice el cuerpo de científicos más grande del planeta, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU (IPCC).
Por si fuera poco, la cocción de carne a la parrilla (nuestro clásico “asadito”) es, al mismo tiempo, la forma más ineficiente y contaminante de cocinar carne. Digamos todo: lejos la más sabrosa también.
Para rematar, cada vez más estudios ponen de relieve que los hábitos y estilos de consumo de los varones, son más contaminantes que los de las mujeres.
Por eso no sorprende que se haya encendido el debate sobre la relación entre carnes asadas, género y calentamiento (¡Ups! del clima, claro).
Un debate a las brasas (cuac!)
Sandrine Rousseau, parlamentaria de los Verdes en Francia, pone al “asadito” y la barbacoa en el centro del debate.
Dentro de pocos días saldrá a la venta «Par-delà l’androcène» (“Más allá del androceno”), un ensayo que la dirigente ecologista Sandrine Rousseau publica en compañía de las intelectuales feministas Adélaïde Bon y Sandrine Roudeaut.
Rousseau, Bon y Roudeaut desarrollan la noción del “Androceno” como parte de un fenómeno global que abraca y promueve al mismo tiempo el extractivismo, el colonialismo moderno, el capitalismo y el patriarcado. Nada menos.
Lo cierto es que, asado o barbacoa, están en todas las portadas francesas y desde allí, al mundo. Ya hay acalorados debates televisivos, radiales y, por supuesto, en las redes sociales. Como aporte al debate, Sandrine Rousseau declaró el 27 de agosto: “tenemos que cambiar nuestra mentalidad para que comer una costilla a las brasas deje de ser un símbolo de virilidad”.
Bombachas y calzoncillos
Estallaron en todo el espectro político, desde la extrema derecha hasta el Partido Comunista. Acusaron a Rousseau de cuestionar el profundo apego de los galos a la carne preparada en delicados cortes por los carniceros franceses, propiciando algo así como una “desconstrucción vegana”. Ella, por si las dudas, avisa que no es vegana y no propone dejar de comer carne; solamente comer menos carnes, especialmente de rumiantes.
Para calibrar el recorrido de la polémica, baste aquí recoger las declaraciones de Fabien Roussel, el secretario general del Partido Comunista: “El consumo de carne está en función de lo que tienes en tu billetera, no en si usas bombacha o calzoncillos”.
Rousseau insiste en su punto: “si quieres resolver la crisis climática, tienes que reducir el consumo de carne, y eso no va a suceder mientras la masculinidad se construya alrededor de la carne”. La referencia al clima no es casual ya que Francia acaba de pasar por su segundo verano más caluroso en más de un siglo.
La satirizan y tergiversan. En su nota sobre el tema, The New York Times dice que Rousseau “no ofreció evidencia concluyente de la virilidad involucrada en, o simbolizada por, calentar carbón, colocar salchichas y trozos de carne roja en una parrilla y quedarse de pie con el torso desnudo en el humo ondulante para cocinarlos”.
Pero la evidencia sí que existe: el estudio conocido como INCA, que realizan cada siete años los ministerios franceses de agricultura y salud, demuestra que los hombres franceses comen un 59 por ciento más de carne que las mujeres.
Y frente a esto, la legisladora insiste: ““¡Estos hombres reaccionan como si les estuviera arrancando el corazón y los pulmones! Sin embargo, después de un verano como este, claramente debemos pensar en cómo reemplazar la convivencia alrededor de la carne cruda en un asado. Podemos asar pimientos. Podemos hacer un picnic. Podemos reimaginar lo que tiene valor”.
La pregunta vale para nuestra propia tradición: ¿Acá, en Argentina, cuna del asado, aceptaremos domingos con pimientos, papas y berenjenas asadas?
Por lo pronto, seguramente reproduciremos aquí el debate en torno a la “mangeosphère”, expresión acuñada por el diario francés Le Monde para estas discusiones que nosotros traduciríamos como “morfósfera” probablemente.
Julien Odoul, miembro de la Agrupación Nacional de extrema derecha de Marine Le Pen, es un buen vocero de expresiones que seguramente aquí se reproducirán desde las vísceras del biologisismo. Declaró que los hombres siempre habían comido más carne que las mujeres y que “no es virilismo, es naturaleza”. Se comprometió a seguir una “dieta Cro-Magnon”, en alusión a los primeros compatriotas que habitaban en cuevas en el suroeste de Francia.
La diputada Rousseau, por si hacía falta, aclara: “No estoy en contra de los hombres. Estoy en contra de un sistema patriarcal que está destruyendo el planeta”.
La polémica esta, literalmente, servida.