Luis M. Morales
Quizá sea demasiado pronto para hacer un balance histórico de lo que habrá significado el autodenominado gobierno del cambio, más allá de que algunos consideren que ha sido para bien y otros para mal. Pero a cuatro años del sexenio y entrando a la recta final, ya podríamos preguntarnos cuánto realmente de fondo ha impactado la llamada Cuarta Transformación. ¿Cuánto llegó para quedarse y cuánto será borrado por el arribo de otro gobierno?
Antes que nada habría que asumir que existirá una forma de continuidad. El obradorismo tiene asegurado al menos otros ocho años en el poder. A estas alturas quedan pocas dudas de que el Presidente elegirá a su sucesor y que resultan peregrinas las esperanzas de los que suponían que este proyecto político se desmoronaría en su única y primera versión. Aun faltando 22 meses para las elecciones, me parece que hemos pasado el punto en el que un videoescándalo, una información explosiva o un gradual desencanto puedan desplomar la imagen de López Obrador. Y no porque no hayan existido tales videos o escándalos, sino porque el tabasqueño ha logrado convencer a las grandes mayorías de que sigue siendo el Presidente que nunca habían tenido.
Pero sean dos años o sean ocho años, algunas cosas habrán cambiado sustancialmente. Lo que sigue no es un balance de los méritos o deméritos del gobierno de la 4T, sino una mera exploración inicial de aquello que, al margen de gustos, llegó para quedarse de manera definitiva o, al menos, prolongada.
Activismo presidencial
La cancelación de Los Pinos y el traslado a Palacio Nacional representa mucho más que una mudanza o un mero símbolo residencial. Debilita la noción de un espacio privado en la vida personal de los mandatarios, y convierte al Ejecutivo en monarca de tiempo completo a ojos de la opinión pública. Y si a eso aunamos la actividad febril de López Obrador, sus giras de cada fin de semana, sus maratónicas conferencias de prensa, sus videomensajes de sábados o domingos, el precedente será formidable para su sucesor. No veo a Claudia Sheinbaum o a Marcelo Ebrard con el talante o la habilidad para improvisar dos o tres horas diarias sobre cualquier tema, entre otras cosas porque se trata de funcionarios profesionales, pero lo cierto es que se verán obligados a poner en práctica alguna forma de activismo político. Frente al protagonismo de AMLO todo ejercicio presidencial de quien le siga será una forma de ausencia. O para decirlo rápido, no será fácil que el próximo inquilino de Palacio dedique fines de semana a bucear o jugar golf, o al menos no sin pagar facturas políticas.
La justa medianía
Lo anterior se relaciona, además, con la puesta en marcha de lo que el Presidente denomina la austeridad republicana. La clase política tradicional había vendido con éxito la noción de que todo funcionario encumbrado se había ganado el derecho a privilegios y a cierto uso discrecional del patrimonio público. Una noción que AMLO ha combatido profundamente, al insistir en la sana medianía a la que se debe comprometer el servidor público. Es cierto que el combate a la corrupción no ha profundizado en la medida en la que el Presidente habría deseado, pero al menos ha impactado diseminando nuevos usos y costumbres en la cultura política mexicana. Hasta hace poco nadie encontraba inusual ver a las autoridades viajando en primera clase, rodearse de séquitos y caravanas de vehículos de lujo, departiendo en restaurantes de postín, por no hablar de los consabidos tours de compras en los Rodeos Drive de las metrópolis. Estas formas han cambiado, al menos en su narrativa, y no es poca cosa.
Dispersión social
Obradoristas en el poder o no, será muy difícil para la clase política dar marcha atrás a los programas sociales de dispersión de recursos puestos en marcha por el gobierno. AMLO presume que los beneficios alcanzan, de una manera u otra, a 70% de las familias mexicanas. Pero incluso si la cifra real fuese de 50%, quiero ver al valiente o al despistado que intente suspenderlos.
Incluso una administración desafecta a los subsidios sociales necesitará contar con un apoyo inusual para atreverse a desafiar los bolsillos directos de la mayor parte de los electores.
Guardia Nacional
No sabemos dónde quedará inscrita finalmente la Guardia Nacional (en la Secretaría de Seguridad Pública o en la Sedena), pero los 170 mil elementos y 530 cuarteles distribuidos en todo el país con los que se contará al terminar el sexenio, constituirán un recurso difícilmente prescindible para cualquier gobierno, de cara a la disputa territorial ante el crimen organizado. Más allá de que las estadísticas validen o no hasta este momento la operación de la GN, se trata de un proyecto de largo aliento que se encuentra actualmente a la mitad. Para cuando termine el sexenio habrá sido la mayor inversión que la administración pública haya realizado jamás en materia de seguridad pública en México. Y no solo se trata de un tema de correlación de fuerzas frente a los sicarios que no será fácil de sacrificar; es también un asunto de percepción de seguridad entre los ciudadanos. Incluso incompleta, como está, la GN genera niveles de aprobación entre los habitantes que nunca llegaron a tener las policías judiciales.
Los medios y el poder
Un tema interesante será conocer la modalidad que finalmente adquiera la relación entre el poder y los medios. López Obrador sacudió el arreglo que tácitamente y durante décadas operó en el país. Este martes el Presidente aseguró que 95% de los medios tradicionales están en su contra, algo, en efecto, nunca visto. No sé si la unanimidad mediática antiobradorista llegue a tanto, pero es cierto que en el pasado las grandes empresas de comunicación se caracterizaban por favorecer la imagen del soberano. El tema de fondo no es solo que ya no sucedió así, sino el hecho de que al mantener sus altos niveles de aprobación López Obrador demostró que los medios ya no eran imprescindibles. En parte tiene que ver con la emergencia de las redes sociales y en general la omnipresencia de la web, pero también con el enorme poder mediático personal de AMLO, algo que se antoja irreproducible en el inmediato futuro. Es posible que su sucesor intente recomponer la relación con los medios, pero se ve poco probable que se regrese a los grandes presupuestos de publicidad de antaño o al papel privilegiado del que gozaban.
La impronta de la 4T no se reducirá a los puntos aquí esbozados, desde luego, pero a cuatro años, conviene ir tomando nota.
Jorge Zepeda Patterson
@jorgezepedap