Uno entiende que agosto sea un mes informativamente poco intenso y que, por tanto, asuntos que pasarían relativamente desapercibidos el resto del año atraigan desproporcionadamente la atención de los medios de comunicación. Uno incluso entiende que la sección de medios de la CNMV alimente los noticiarios alertando de que los organizadores de un macroevento sobre criptoactivos no cuentan con una licencia de asesoría financiera, a pesar de que en ningún momento se presentaron como tales ni pretendieron que el evento guardase relación con el asesoramiento. Y uno, desde luego, entiende el escepticismo con el que muchos observan el mundo cripto, donde no solo pululan personas que entienden perfectamente en qué invierten y qué riesgos están asumiendo, sino también romerías de feligreses de la cultura del pelotazo que se acercan a esta categoría de activos como podrían acercarse a la cría del calamar si el sector se hubiese recalentado en idéntico grado y permitiera plusvalías (y minusvalías) tan extraordinarias.
Todo lo anterior entra dentro de lo esperable, y ciertamente tolerable, dentro de una sociedad, una Administración y una prensa que, en ocasiones con buenos argumentos, en ocasiones con malos y muchas veces sin ellos, se muestra recelosa de todo lo que suene a cripto. No digamos ya, por tanto, respecto a un evento que pretendía convocar a 7.000 personas en un macro-recinto madrileño para reflexionar, debatir y hacer ‘networking’ sobre lo cripto (objetivos similares a los de cualquier congreso de cualquier otro asunto, por cierto).
Guillermo Cid Joseba Torronteras González Fotografía: Olmo Calvo
Entendible, por tanto, que al tratar el asunto de Mundo Crypto se hayan mezclado en prensa, reguladores y sociedad un exagerado amarillismo, una exagerada sobreactuación y una exagerada psicosis. La vacuidad de los titulares de los medios de comunicación narrando lo acaecido durante el evento, rebuscando entre lo anecdótico para tratar de componer una noticia a la altura de la dramatización previa por ellos mismos generada, pone de relieve lo hiperbólico que llegó a ser el enfoque de este tema a lo largo de la semana pasada.
Pero siendo todo lo anterior tolerable e incluso comprensible, ahora que ha bajado la marea y ya hemos visto que todo el mundo llevaba bañador o al menos no estaba escandalosamente desnudo, no es posible que olvidemos que hubo un grupo político, Unidas Podemos de la Comunidad de Madrid, que instó al Gobierno regional a que impidiera la celebración de este evento. O dicho de otro modo, si Unidas Podemos hubiese ocupado en estos momentos el Gobierno de la Comunidad de Madrid, habría intentado censurar el evento de Mundo Crypto. Y lo habría intentado censurar, no nos engañemos, por mero rechazo ideológico: porque a Podemos todo lo que rodea lo cripto le desagrada sobremanera, puesto que lo que rodea lo cripto suele correlacionar con discursos anti-Estado… y Podemos es la glorificación del sometimiento al Estado.
Lo grave del asunto, claro, no es que a Podemos le desagrade todo lo relacionado con los criptoactivos; ni siquiera que sienta un odio visceral contra quienes ondean la bandera del antiestatismo, del libertarismo, del neoliberalismo o del sursuncorda. No, todo eso es muy legítimo y cada cual tendrá su respectiva opinión sobre ello. Lo grave del asunto es que Podemos quiera censurar un acto porque ideológicamente le desagrade (por variadas que sean las excusas que empleen para encubrir tal aspiración censora). Y lo grave del asunto también es, permítanme que aquí sí rompa una lanza en la cabeza de la prensa, que los medios de comunicación hayan preferido colocar el foco informativo en este evento y no en las veleidades censoras de Podemos.
En ciertos momentos, incluso parecía que la petición de los morados era una consecuencia lógica y necesaria de todo aquello que nos estaba narrando a diario la prensa. ¿De verdad lo informativamente mollar en una sociedad libre es que 7.000 personas —aunque fueran 7.000 frikis, ‘criptobros’ o ‘criptosisters’, condenados a perder hasta la camisa en sus ensoñaciones— hacen uso de su libertad de reunión para congregarse en un evento cripto y no que uno de los partidos que cogobiernan España ha exigido que se prohíba un acto por el mero hecho de que le genere una cierta animadversión ideológica? ¿Tan desnortado tenemos el juicio como para considerar más grave el hecho de que 7.000 personas se reúnan pacíficamente antes que las admoniciones censoras de uno de los principales partidos políticos de este país?
Uno entiende que agosto sea un mes informativamente poco intenso y que, por tanto, asuntos que pasarían relativamente desapercibidos el resto del año atraigan desproporcionadamente la atención de los medios de comunicación. Uno incluso entiende que la sección de medios de la CNMV alimente los noticiarios alertando de que los organizadores de un macroevento sobre criptoactivos no cuentan con una licencia de asesoría financiera, a pesar de que en ningún momento se presentaron como tales ni pretendieron que el evento guardase relación con el asesoramiento. Y uno, desde luego, entiende el escepticismo con el que muchos observan el mundo cripto, donde no solo pululan personas que entienden perfectamente en qué invierten y qué riesgos están asumiendo, sino también romerías de feligreses de la cultura del pelotazo que se acercan a esta categoría de activos como podrían acercarse a la cría del calamar si el sector se hubiese recalentado en idéntico grado y permitiera plusvalías (y minusvalías) tan extraordinarias.