Eduardo Serrano, veterano urbanista, mantiene una mirada lúcida y profunda sobre las implicaciones que tienen los proyectos grandes y pequeños que configuran las ciudades, los espacios artificiales, urbanos, en los que habita el 82% de los andaluces. Uno de los que ha cambiado –y pretende seguir cambiando con proyectos enormes como una Macrina para megayates y un rascacielos, ambos en el puerto– en estos años de la mano del alcalde Francisco de la Torre (PP) ha sido Málaga. En esta entrevista, Serrano afina sus opiniones sobre las implicaciones de esa política urbanística.
¿Cómo ha cambiado la ciudad de Málaga en las últimas décadas, durante los mandatos de Paco de la Torre: ha seguido una política urbanística definida?
Es una corriente de fondo que el alcalde se ha contentado con seguir, potenciando la imagen internacional de la ciudad, siguiendo las pautas de un marketing urbano cada vez más miope. La etapa actual es como el clímax de esa política y a la vez un resumen de sus límites, sobre todo para una ciudad como esta.
Eso va en paralelo de lo que parece una política demográfica de sustitución de parte de la población autóctona de menores ingresos por otra población que viene de fuera, sean turistas o tengan un apartamento que usan de vez en cuando, de altos ingresos y que puede dejar dinero aquí, pero que carecen de compromiso con el presente y el futuro de la ciudad porque solo pasan breves temporadas en unas u otras ciudades: un tiempo que no es el de la duración sino el del consumo. Y aunque a veces esté ligado al trabajo –esa es la figura del nómada digital– la estancia siempre es provisional y fragmentaria, confinada a entornos especialmente diseñados para esos usuarios, que lo mismo que llegan se van. No es una política dirigida a las necesidades de los y las habitantes de Málaga, que son muy grandes, como muestran las estadísticas oficiales de pobreza o desigualdad. Y sobre todo justo hoy cuando vemos con estupor como cada día nuevas crisis aparecen y se potencian mutuamente, amenazas muy serias, muchas de ellas anunciadas desde hace mucho tiempo, y otras inesperadas, con un panorama de una incertidumbre total.
Por otra parte, pero muy coherente con lo anterior en cuanto al boom inmobiliario, estamos repitiendo un modelo que se remonta a los años 60, con un énfasis muy grande en la construcción y la renta del suelo, una especie de neodesarrollismo acelerado. Que, por cierto resulta contrario a lo que siguen otras ciudades europeas, por ejemplo Amsterdam, también con una fuerte tradición turística, pero donde se ha prohibido que la ciudad siga extendiéndose.
Aparte de la expansión en nuevas áreas exteriores, se dan muchas actuaciones sobre el tejido urbano consolidado o en sus inmediaciones. Es el caso de la construcción de edificios altos y promociones muy densas, a veces ocupando espacios que deberían destinarse a dotaciones muy necesarias para esta ciudad, como pueden ser las parcelas de Repsol, tensionando la red viaria y demandando cada vez más espacio público para el automóvil. Se trata en verdad de violencia sobre la población existente.
¿Qué significa un espacio público? Muchas veces solo sirve para circular, y en un sentido riguroso, para mover el dinero. Los espacios públicos deben propiciar encuentros y conductas espontáneas, el juego, la conversación, el disfrute del aire libre sin tener que pagar por ello, una manera no dirigida, de vivir la ciudad, que no esté vinculada al consumo o al transporte mecanizado.
Son temas muy complejos y frustrantes para muchos de los profesionales y técnicos. Lo he vivido cuando he tratado de participar o cuando he presentado alegaciones contra el modo en que todo eso se está haciendo. Son a veces actuaciones con propósitos relativamente loables. La realización práctica de la política municipal enfocada al turismo y la renta del suelo acaba imponiéndose, muy a menudo en contra de los propósitos declarados de los planes urbanísticos, por ejemplo, el PEPRI (Plan Especial de Protección y Reforma Interior) del Centro, contradiciendo flagrantemente documentos oficiales que formula el mismo ayuntamiento.
Es un fenómeno que va más allá de lo que se ofrece como visible de la ciudad. Recuerdo mi alegación al hotel que llaman de Moneo. La mayor parte de las alegaciones iban dirigidas a rebatir la pertinencia urbanística de esa actuación, especialmente lo relativo su aspecto formal, denunciar la desproporción del volumen en ese espacio y el peligroso antecedente que supone para que se transforme de manera radical esa fachada urbana al Guadalmedina. En mi alegación denuncié los perversos efectos en la población del entorno, en concreto el potencial gentrificador de ese uso, de ese hotel de lujo con tantas habitaciones. Tiene un impacto social tremendo. El impacto en el tejido social es una cosa lenta, como una lluvia que apenas se percibe, que no tiene el aspecto llamativo de los acontecimientos importantes o de la arquitectura-espectáculo, pero que en unos pocos años resulta gravísimo. Igual que tenemos el Thyssen, el efecto que se está buscando, y no es ingenuidad, es precisamente ese cambio de población y de ciudad, y en definitiva de una manera de vivir Málaga.
¿Qué opina de la creación de museos y del intento de convertirse en un polo de atracción de turismo vinculado a esa cultura?
Los museos pueden ser activadores de una cierta cultura general de la población. Pero ahora hay una tendencia potente, todavía minoritaria, de que el museo sea mucho más que eso y sean espacios social y espacialmente estratégicos en la ciudad, que activen el encuentro y las capacidades de la población, que potencien la creatividad social. Hay varios ejemplos, el CA2M de Móstoles, en cierta medida el Reina Sofía en Madrid o el Es Baluard de Palma, también el CCCB de Barcelona y algunos más, que están intentando, con muchas dificultades, servir como plataformas de encuentro y de iniciativas sociales. No se limitan a la preservación de las obras y documentos del pasado, tienen un propósito que desborda lo que se entiende como «cultura». No es negar el pasado sino relanzarlo hacia el futuro, aprovechando la potencia que tiene el presente; y eso desde la misma gente, sobre todo. Es un modelo de museo muy diferente al que se ha promocionado en Málaga, donde cumplen una función muy convencional y conservadora.
Casi sin duda su propósito principal es atraer las masas turísticas que buscan algo más que un espacio con buen clima y playas. Es impresionante comprobar que casi todos los mensajes institucionales para promover los museos y en general la cultura de las ciudades, se asocian al turismo, son dos palabras que van juntas. Eso nos descubre cuál es el objetivo principal. En el caso de Málaga es muy exagerado, es la cultura de la exhibición, del espectáculo, que es en definitiva el turismo. Instrumentos propiamente económicos, pero también partes de una estrategia política demográfica, en favor de un tipo de habitante flotante, un habitante global que aterriza por aquí de vez en cuando.
¿Todo esto genera problemas de vivienda?
Es un problema muy complejo y extenso, por eso voy a hablar solo un poco de lo que tiene una relación más directa con el asunto del modelo de ciudad que se impone en Málaga.
Tal vez una parte todavía importante de la población residente no se vea todavía afectada por un desalojo inminente forzado, porque el edificio vaya a ser demolido, por ejemplo. Sin embargo, el impacto a través de las consecuencias económicas es seguro e importante a medio o largo plazo. Hay una tendencia a que todos los costes suban, empezando por los alquileres, y que eso se traslade a toda la economía. Los espacios turísticos padecen severos incrementos en la subida del coste de la vida que termina afectando al resto de las zonas urbanas no turísticas.
Tenemos el caso del comercio local. Los nuevos usuarios de la ciudad no tienen las necesidades del habitante tradicional, para los que la renta propia y sus ingresos son limitantes, por eso los sustituyen. El tipo de comercio que genera una política de tipo turistificador, eso se viene comprobando desde hace 20 años en Málaga, es muestra de lo que está ocurriendo en otros niveles de la ciudad.
Y luego por supuesto existe la mutación del espacio público. Un lugar, o mejor dicho no-lugar, que lo único para lo que sirve es para circular o drenar dinero. Puede parece una visión catastrofista, pero es lo que manifiestan muchos habitantes antiguos residentes del centro de la ciudad y de los barrios a levante… es muy fuerte lo que dicen esas personas, respecto a ruidos, a usos de las calles, a imposibilidad casi de poder disfrutar de los supuestos espacios públicos, no hace mucho reurbanizados y peatonalizados por el ayuntamiento. Hay conflictos de todo tipo. Es muy lamentable, que la administración pública tenga esta perspectiva. No creo que sea ni siquiera descuido o pueda ser considerado como un efecto secundario inevitable de una supuesta prosperidad (que luego se ve que solo llega a unos pocos), contra lo cual se imposible oponerse, sino que es una política deliberada por parte de los más astutos y sus cómplices en cargos públicos.
Pero todavía hay personas que intentan resistir, buscando alternativas a la ciudad turística.
¿Son la marina para megayates y el rascacielos del puerto hechos aislados o se imbrican en un concepto de ciudad definido?
La marina de megayates exhibe de una manera sintética, y a la vez descarada, la complejidad de todos esos factores y fuerzas. Redunda en la opinión que tenemos acerca de la política municipal, de crear una ciudad impostada y transformada en una especie de escenario urbano, que no es ciudad, apto para una gente que es generalmente de fuera y tiene otros intereses y otro modo de vida. Eso se ve en un rango muy amplio de cuestiones: desde la manera en que se manejan las cosas de la ciudad por parte de las instituciones, la autoridad portuaria y el ayuntamiento; hasta los aspectos más materiales, por decirlo así, como la transformación del espacio físico en el muelle 1, estableciendo una separación entre los cuerpos de los dueños o usuarios de los navíos, y otros cuerpos, los de la gente del común; pasando por el modo en que se hace publicidad de esto: como reclamo turístico, como mensaje mediático glamuroso global o como advertencia de que todavía hay clases y una de ellas está ganando a la otra (Warren Buffet).
¿Por qué cree que un proyecto colectivo tan interesante como La Invisible sigue aún en marcha a pesar de las presiones de todo tipo por cerrarlo?
Es un modo de vida. Es mucho más que un conjunto de actividades o maneras de usar los edificios o de conservarlos. Eso son síntomas de un modo de ser en colectividad que es muy diferente a la que es resultado de respirar las atmósferas neoliberales, donde los individuos somos encapsulados, aislados, dado que las relaciones con el entorno ambiental, social, están vehiculadas y alienadas por la mercancía. Tener un espacio físico en donde eso no sucede, donde la relación presencial y la comunicación oral es aun posible, da lugar a un modo de vida diferente. La gente que ha mantenido y cuidado con sus manos ese lugar manifiesta una resiliencia sorprendente frente a la violencia de los que tienen recursos económicos, políticos, mediáticos masivos.
Es el tema de la fuerza del débil, ¿por qué una guerrilla es capaz de derrotar a un ejército convencional mucho más fuerte? Porque es bastante más que un simple agregado de soldados llevados ahí a la fuerza, porque tiene un modo de vida detrás (copio la expresión de Amador Fernández-Savater). Eso pasa con la Invisible. Es una red de afectos que compromete a la gente de manera muy sincera.
Por otro lado, es manifestación de lo que puede ser una colectividad, una comunidad que sabe que la crisis está aquí y se sabe viviendo en tránsito, austeramente, con muy pocos recursos, pero con una riqueza afectiva y de cuidados que es imposible de encontrar en los ámbitos donde vive la mayoría de la población. La Invisible tiene un capital social y también cultural tremendo. Eso también es un activo. Y por supuesto está la generosidad, una enorme cantidad de trabajo voluntario en condiciones muy difíciles, el gozo del don y del compartir, el deseo de otro mundo.
Desde los primeros días hubo una especie de interlocución con el alcalde. El alcalde tuvo la lucidez, es de los más inteligentes de los políticos locales, y la sensibilidad de apreciar algo que le hacía ser prudente y le atraía. El problema es que con el tiempo eso es ya demasiado para el pensamiento dominante cuyo a priori es el egoísmo y el interés de nuestros pequeños entornos sociales: demasiada generosidad porque es contagiosa y se propaga. Se ha refugiado en la política de lo fácil, viejuna, adornada con los brillos del high-tech, con esas historias que adornan la retórica de las ciudades competitivas. Ha perdido contacto con este tiempo, ya ha olvidado que la democracia es el arte colectivo de gestionar el conflicto social e inventar formas de superarlo sin huir de él; y de eso dependen muchas cosas en la ciudad. Es un problema ético en lo personal que transciende a un problema político en lo colectivo en estos momentos de verdadera emergencia.
Si hablo de él es porque la relación de La Invisible con la ciudad se ha visto sumamente condicionada y bloqueada por el conflicto con el ayuntamiento. Sin olvidar los conflictos internos, siempre tan difíciles y problemáticos. Bastantes cosas se entienden en La Invisible por esa continua batalla por responder de una manera creativa a los intentos de marginarla o destruirla. Muchas de las crisis se han acabado manifestando, no solamente por un cierto éxito en el exterior, sino por lo que ha sucedido dentro, en el interior: cómo la gente ha cambiado en esas crisis, y lo que ahora es la Casa Invisible, diferente y a la vez igual que como surgió. Desde el principio mucha gente ha pasado por la Invisible, sin duda cientos de personas de muy diversa procedencia; pero desde no hace mucho hay una llegada de gente que da alegría con su potencia joven y su valentía, que está aportando mucha energía. Es lo que sucede en los seres vivos, superar con inteligencia los obstáculos, lo que se llama “autopoiesis”, el modo de autohacerse que Maturana y Varela descubrieron como una cualidad de los seres vivos. Y ahora llega el tiempo en que ya deberíamos hablar de “simpoiesis”, el hacer-con (los otros humanos y no humanos): la otra cara de la crisis.