Un mar de pequeños arbustos color verde alimonado y hojas con forma de elipse se levantaba sobre una extensión de terreno en algún punto escondido de la sierra de Guerrero. Desde arriba, el panorama era una mancha verde intenso rodeada de encinos, nanches y guayabos. A ras de suelo, se trataba del plantío de hoja de coca (Erythroxylum coca) más grande que se ha encontrado hasta el momento en México, un país acostumbrado desde hace décadas a producir marihuana y heroína, pero nunca antes —salvo casos excepcionales— cocaína.
Tuxtla Chico, un municipio de Chiapas ubicado en el linde de la frontera con Guatemala, fue el primer lugar en todo México donde se encontró por primera vez un pequeño plantío de 250 metros cuadrados con mil 639 plantas. Desde entonces tuvieron que pasar siete años para que se volviera a tener noticia de un hallazgo similar, pero ahora en Guerrero, y ya no en un espacio tan limitado, sino en cuatro hectáreas y junto a un intento de laboratorio para convertir las hojas en la droga. El propio presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, tuvo que salir a decir que ya estaba al tanto: “Ya sabemos que están ahí en Guerrero experimentando con el cultivo de coca”.
Entonces se desataron las especulaciones de todo tipo. Incluso se llegó a decir, sin muchos fundamentos, que México ya era un productor importante de cocaína a nivel internacional, y que los países de donde es endémica la planta —Colombia, Perú, Bolivia, Ecuador, etc.— tenían que empezar a preocuparse por la llegada de un nuevo actor en el mercado que amenazaba con arrebatarles el negocio que por décadas han liderado.
Hoy, año y medio después, ya no queda ninguna duda de que los descubrimientos de 2014 en Chiapas, y Guerrero en 2021, se trataron de eventos aislados. Desde entonces la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) ha decomisado 21 plantíos de coca en Atoyac de Álvarez, el único municipio en todo el país —además de Tuxlta Chico— donde se han detectado estos experimentos de carácter extraordinario. Si bien los cárteles mexicanos llevan años tomando un papel activo en el tráfico internacional de cocaína, rara vez se había visto que la intentaran producir desde cero en su propia tierra, y mucho menos que tuvieran un trazado un plan para empezar a fabricar, por primera vez en la historia, una cocaína de denominación mexicana.
Las implicaciones de que en México se esté experimentando con el cultivo de hoja de coca son variadas. Para las organizaciones delictivas significa más dinero y menos riesgo, porque ya no será lo mismo transportar el producto desde Sudamérica hacia los Estados Unidos —América del Norte es la región que más consume cocaína en el mundo, según la ONU—, que desde su propio territorio. El peor escenario, sin duda, sería que el narco mexicano esté en medio de un proyecto cuyo objetivo sea que en el futuro ya no sea solo un país de tránsito.
Tenía poco tiempo de que había amanecido cuando salimos de las instalaciones del 109 Batallón de Infantería, en el poblado del Ticuí, con una escolta de más de veinte militares armados. Era un jueves de agosto y estaba nublado. El aire se sentía fresco. Reportero y camarógrafo nos subimos en la misma camioneta que el teniente coronel Benito Hilario García Vázquez, cabeza del batallón desde hace dos años y comandante de unos 600 efectivos.
Estaban a punto de llevarnos al último cultivo de coca encontrado en la zona serrana de Atoyac de Álvarez, donde el pasado jueves 13 de agosto la Sedena aseguró el que probablemente ha sido el más grande plantío descubierto hasta la fecha en México. Apenas dejamos atrás el cuartel, el comandante García Vázquez nos dijo que había dos caminos principales para subir a la sierra. Uno por el poblado de San Juan de la Flores, y el otro, que fue el que tomamos, el que se conoce como “la ruta del Paraíso”.
Quince minutos después ya nos encontrábamos en el interior de la sierra. El coronel nos dijo que estábamos a 428 metros sobre el nivel del mar, y que dentro de poco íbamos a ver los primeros cafetales. “Una de las preguntas que más nos han hecho es si (la coca) no es un tipo de café”, nos dijo, mientras sostenía una rama que había recolectado cerca de la cuneta durante una breve parada para demostrarnos por qué ambas plantas comparten características semejantes. Además de tener un aspecto similar, a las dos les gusta la altura, la humedad y se adaptan bien entre los 500 y los 2 mil metros de altitud, nos explicó
Más adelante pasamos por los poblados de El Porvenir y Río Santiago, donde el año pasado fueron descubiertos los primeros plantíos de hoja de coca en Guerrero, y los segundos en territorio mexicano. Los militares encontraron aquella vez seis cultivos (cuatro hectáreas) y un intento de laboratorio para aislar el alcaloide de las hojas en un radio de tres kilómetros. Las autoridades creen que todavía están en la fase de experimentación, pues no se han tenido registros de decomisos de pasta base o polvo de cocaína producidos en México. “Están queriendo llegar al proceso, pero todavía no lo han conseguido. No hemos encontrado laboratorios hasta ahorita, al menos bien hechos, bien montados”, nos dijo al día siguiente, desde su comandancia, el general de brigada diplomado de estado mayor, Federico San Juan Rosales.
El reloj marcó las 9:24 horas cuando alcanzamos uno de los puntos más altos de la sierra, a mil 500 metros sobre el nivel del mar. Del otro lado de la ventana, en medio del bosque húmedo, se apreciaba una pequeña comunidad rodeada de frondosas laderas. Era “El Paraíso”, un pueblo de 3 mil 652 habitantes, en su mayoría agricultores, que se dedican principalmente al cultivo de café, maíz y aguacate. A pocos metros de ahí, en las inmediaciones de las localidades Puente del Rey y Arroyo Grande del Paraíso, fueron encontrados cuatro de los 14 cultivos detectados este año.
Siguiendo 20 minutos por la carretera se llega al poblado de “Los Planes”, donde nos desviamos de la vía principal y nos incorporamos a un camino de terracería. El coronel nos dijo que a partir de ese momento, dependiendo de las condiciones del terreno, faltaba alrededor de una hora para llegar a los plantíos. Treinta minutos después descendimos a 770 metros de altitud. Las dos Silverado en las que viajábamos con los militares empezaron a tener algunas dificultades por el lodo, los desniveles y las curvas. Nos detuvimos al llegar a un puente sobre un arroyo. Los soldados nos dijeron que a partir de ese momento íbamos a continuar a pie, y a cada uno nos prestaron un par de botas para cruzar el río.
El aire ya se sentía bochornoso. En un momento el coronel señaló una pendiente que estaba a unos 500 metros de donde estábamos. Era la mancha verde en medio de la abundante vegetación. Un par de pasos más adelante volvió a señalar hacia el suelo y vimos una manguera negra que atravesaba el camino. Era la primera señal. “Cuando te encuentras algo así debes ponerte alerta”, nos advirtió. No nos habíamos dado cuenta pero ya nos habían empezado a rodear los primeros arbustos de coca. Los más altos apenas nos llegaban a la cintura. “Ya estamos dentro del plantío”, confirmó uno de los militares que nos escoltaban.
Conforme avanzábamos, grupos de al menos tres soldados se desplegaban hacia los lados, dándonos la espalda, creando una especie de cerco en torno a nosotros, y con la mirada puesta en los alrededores. Para el ojo inexperto, efectivamente las plantas podían pasar por un tipo de café, pero el color verde intenso de las hojas, los filamentos y el tamaño de las semillas claramente las diferenciaban.
El teniente coronel nos contó que él y sus hombres dieron con ese primer cultivo, de unas tres hectáreas, prácticamente por casualidad: un par de días antes de que atendiéramos el llamado del Ejército, sus subalternos alcanzaron a ver un jornalero nervioso en el arroyo que se echó a correr cuando vio que el convoy militar se aproximaba. “Él solito se delató. Si hubiera salido y nos hubiera saludado, probablemente no hubiera pasado nada y nos hubiéramos seguido de largo”.
Caminando en línea recta unos 200 metros, a través de un sistema de riego con aspersores y mangueras sostenidas con palos de madera, detrás de una cerca, se encontraba el segundo plantío, de aproximadamente dos hectáreas y media. La mayoría de las plantas estaban levemente más altas que las del primer cultivo. Fácilmente superaban el metro de altura. En ese mismo terreno estaba el lugar de descanso de los jornales y el área donde preparaban su comida y lavaban los utensilios de cocina. Fue en este punto cuando asimilamos que estábamos en un área donde se producían drogas ilícitas.
“Aquí vivían los jornales. Aquí comían y dormían”, nos explicó el coronel mientras sus hombres empezaron a desmontar lonas, casas de campaña, tendederos con ropa sucia, un brasero y una mesa con palas de cocina y algunas ollas. Encima de una colchoneta sucia nos miraba un perro negro que ni siquiera se inmutó cuando pasaron a su lado los militares. “Esos perros eran de ellos, no venían con nosotros”, nos aclaró el teniente.
Cuesta arriba, pasando por el campamento improvisado, estaba el tercer plantío, y en un terreno aledaño en forma de pendiente, el cuarto. En ambas superficies las plantas eran notablemente más altas que las de los dos primeros, y había menor distancia entre una y otra. El coronel Benito Hilario puso a mi lado un arbusto que me superaba hasta por dos cabezas. Yo mido 1.78. Los setos más viejos, según el teniente, tenían entre tres y cuatro años. Eso quiere decir que los narcos, en todo ese tiempo, probablemente han sembrado más hectáreas de coca en Atoyac que aún no han sido descubiertas.
Bajando por un desnivel, hacia la zona más oculta de los cultivos, estaba una superficie podada de tierra y una mesa fabricada con troncos de madera que sostenía tambos oxidados y bidones con sustancias químicas. A un costado había un montículo de hojas de coca manchadas con una sustancia oscura. El coronel nos explicó que esa sustancia en realidad era gasolina y que esa área estaba designada para el proceso de transformación de las hojas en clorhidrato de cocaína. Las zonas designadas para el proceso de transformación no pueden estar muy alejadas de los cultivos porque se necesitan cientos de hojas para la mezcla.
A diferencia de las plantas de marihuana y amapola, en las que el compuesto psicoactivo se encuentra en las flores, en el caso de la coca son las hojas las que contienen la sustancia que provoca los efectos de la droga. Lo primero que hacen los “cocineros” es recolectar las hojas, para luego “triturarlas” o “picarlas” y añadirles cal o cemento para extraer el alcaloide. Después se hace la mezcla con gasolina. Este paso les puede tomar hasta doce horas.
Lo que hacen después es filtrar con ácido sulfúrico, sosa cáustica y amoníaco. En la siguiente fase se agregan todavía más químicos: acetona y acido clorhídrico, para diluir y hacer lo que se conoce en el argot del narco como “reventar” la paste base, antes de “escurrirla”. El resultado final es el clorhidrato de coca o cocaína pura. Lo último, después de que la sustancia blanquecina obtenida se prensó en forma de tabiques, es meter los ladrillos ocho minutos al horno de microondas para el secado.
El clima siguió siendo benevolente con nosotros cuando los soldados empezaron arrancar las primeras plantas desde la raíz y a quemarlas en una hoguera. Cada hectárea, según las estimaciones, da un rendimiento aproximado de 5 kilos de cocaína. En total fueron aproximadamente siete hectáreas de hoja de coca, así como charolas para germinar, herbicidas, un vivero y un intento de laboratorio. De acuerdo con un informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), el kilo de clorhidrato de cocaína está en un precio mínimo de 11 mil pesos y un máximo de 462 mil.
Los tenientes Benito Hilario y Enrique Benítez Campoy nos explicaron que en promedio los jornales cobran al día entre 150 y 250 pesos por cuidar los cultivos de coca. Sin embargo, en ninguno de los 21 plantíos descubiertos hasta el momento se ha reportado un solo detenido y tampoco se sabe qué grupo criminal está detrás de estos experimentos. Lo más raro que han visto han sido a siete hombres de nacionalidad extranjera (tres colombianos, tres costarricenses y un estadounidense) que no supieron explicar qué hacían merodeando en las inmediaciones de los sembradíos. “Suponemos que es gente que está trabajando en eso”, asumió el general San Juan Rosales.
El año pasado la organización International Crisis Group publicó un informe en el que reveló que en Guerrero operaban al menos 40 grupos criminales. “Es una barbaridad, pero la verdad creo que se quedaron cortos en el cálculo”, dijo a Infobae el profesor y director de proyectos de la División de Seguridad e Inteligencia en la consultora Strategic Affairs, Armando Rodríguez Luna.
Una base de datos creada en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) confirmó que, en efecto, se quedaron cortos, pues identificó hasta 149 bandas delictivas que tienen influencia en la entidad.
Entre ellas destacaron Los Zetas, los Beltrán Leyva, los Arellano Félix, el Cártel de Sinaloa, Cártel de Tláhuac, Cártel Independiente de Acapulco (CIDA), Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), Cártel del Sur, la Familia Michoacana, la Unión Tepito, los Ardillos, los Colombianos, los Escorpiones, los Rodolfos, los Rojos, la Tropa del Infierno (del Cártel del Noreste), entre muchos otros.
Rodríguez Luna explicó que antes de que el ejército tuviera registro de este tipo de plantíos, el narco ya había experimentado con cultivos de hoja de coca en territorio mexicano desde la década de los setenta. El mismo Cártel de Sinaloa lo habría intentado en los años noventa. Aquellos experimentos, sin embargo, no tuvieron los resultados esperados. En aquella época no se contaba con la tecnología adecuada y los sembradíos, a falta de la instrumentación necesaria, pasaron a depender casi totalmente de las condiciones geográficas y climáticas que exigía la planta, siempre impredecibles y sujetas a cambio.
Hoy en día la tecnología que se requiere para tener éxito en este tipo de cultivos es más accesible, particularmente en el tema de los fertilizantes, los cuales influyen directamente en la cantidad y calidad de las hojas, que a su vez mejoran la producción, aseguró Luna.
Precisamente los fertilizantes y demás elementos químicos representan una posible vía para identificar a los grupos criminales que están detrás de estos últimos experimentos, los cuales no necesariamente tendrían que estar financiados por grandes cárteles mexicanos, sino incluso extranjeros (de ahí la presencia de personas de otras nacionalidades), aunque también podrían estar ahí para transmitir el “know how”, sobre todo en el caso de lo colombianos, detalló el profesor.
“Es difícil saber cuáles son los grupos criminales que participan en esto, porque además en Guerrero hay una fragmentación muy particular. El tema es que quizá muchos de estos pequeños grupos que están detrás probablemente no son los agentes clave. Tendrían que ser otros actores, incluso tal vez de Estados Unidos o Colombia. Para importar los fertilizantes necesitan de compañías legalmente asentadas. Estamos hablando que muchos de estos elementos son lícitos”.
“Me parece que ahí se presenta una manera de empezar a explorar quienes están detrás. ¿Cuáles son las compañías que participan en el traslado y la logística de este tipo de fertilizantes en esa zona? ¿Cuáles son las empresas transportistas? No necesariamente rastreando el producto ilegal es como se van encontrar las rutas y los actores; también está la vía de los productos legales”.
Aunque los últimos hallazgos en Guerrero podrían sugerir que México se está apuntando para convertirse en un actor relevante en la producción mundial de cocaína, lo cierto es que, según los expertos, todavía está muy lejos de alcanzar a países como Colombia, Perú y Bolivia en términos de cantidad, rendimiento y calidad final del producto.
Existen versiones en el sentido de que en Guerrero ya circula una cocaína de denominación mexicana, pero al parecer el producto todavía no alcanza los estándares de calidad para hacerle competencia a la coca colombiana o peruana. “La fertilidad de la tierra tiene mucho que ver. Me parece que ahí, en las zonas donde hay estas condiciones climáticas, no existe necesariamente la misma tierra, que permita justamente tener una buena producción”, respondió Luna a la pregunta de por qué la aparente baja calidad en la “cocaína mexicana”.
Colombia fue en 2021 el principal productor de cocaína en todo el mundo, de acuerdo con la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC). Según los datos del último año del que se tiene registro, ahí se produjeron 149 mil hectáreas de cultivo de coca, lo que significó un rendimiento aproximado de entre mil y mil 200 toneladas métricas de la droga. Los rendimientos anuales de Perú y Bolivia oscilan entre las 40 mil y las 60 mil hectáreas, algo notablemente superior a plantíos de 7 hectáreas.
“En realidad es muy pobre la capacidad de producción. Va a ser muy difícil que se pueda lograr un proceso de cultivo de cocaína mexicana que compita con las otras ofertas que hay. No solo es el clima, ni la geografía en términos de altitud y demás, sino también las condiciones orográficas. Las capacidades de extensión de cultivo son muy limitadas. Tendrían que encontrar un espacio territorial mucho más adecuado para eso. Me parece que en eso están. Me parece que está abierta la posibilidad de explorar otros espacios, no necesariamente en Guerrero, sino en otras entidades del país con condiciones similares como Oaxaca, Veracruz y Chiapas”, explicó el consultor de Strategic Affairs.
Para competir a nivel global, los narcotraficantes que están detrás de estos sembradíos también tendrían que encontrar un espacio territorial más adecuado para la producción en grandes cantidades, a la par de que en los países andinos se registre una baja considerable en la producción de coca. Ninguna de los escenarios ha sucedido.
Si bien Colombia ha registrado una tendencia a la baja en los últimos tres años, su capacidad de producción sigue siendo notablemente grande y también ha sido complementada por el incremento registrado en Perú, Los dos países, junto con Bolivia, casi llegan a las 2 mil toneladas métricas de producción por año.
El comandante de la 27 Zona Militar, Federico San Juan Rosales, nos confirmó que de los 21 plantíos descubiertos hasta la fecha solo se han encontrado tres intentos de laboratorio, es decir, que no estaban en plena forma o bien montados. De ahí que todavía se hable de una fase de experimentación no superada. Pero también nos dijo que la producción de marihuana ha disminuido en Guerrero, y que, pese a su aparente novatez, es importante seguir muy de cerca y prestarle toda la atención a estos experimentos con hoja de coca en la sierra.
“Es un asunto muy importante porque representa algo dañino y un problema grave para la población mexicana. Lo hemos visto en otros países de Sudamérica, con todo lo que implica la producción de cocaína: el aparato de las organizaciones delictivas para la producción, el empaquetamiento, el transporte, el tráfico… Esto va ocurrir en México, si nosotros se los permitimos”.
Eran las dos de la tarde cuando ya nos estábamos yendo de los plantíos de regreso al cuartel. Pero antes de llegar al río el coronel Benito Hilario García Vázquez mandó llamar a uno de sus hombres para señalarle una colina que se veía a los lejos. Era otra mancha color verde intenso que destacaba dentro de un mar de árboles. “Mire, allá no hemos revisado todavía”.
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