En un momento en que todo es confusión e incertidumbre, la reunión entre el Consejo Gremial y el presidente Petro del martes pasado comienza a dar otro tipo de señales de lo que puede ser el rumbo económico que podría seguir el país. Por lo menos para el primer año y medio de gobierno. No me atrevo a decir que son señales claras y positivas. Todavía es muy temprano para calificarlas de esa manera. Pero sí son distintas con respecto a las que dio en las dos últimas semanas el presidente en los congresos de la Andi y Asobancaria en Cartagena. Aunque mantiene su dura posición frente a los bancos (a los que calificó de parásitos en el primero y como depredadores de la economía en el segundo), y ratificó su convicción a no ceder un centímetro en el tema de tierras y en la transición energética, en la reunión con el Consejo Gremial ya dejó ver su disposición al diálogo y a reconocer las sugerencias que puedan hacer los agentes económicos en los temas de mayor sensibilidad social y productiva.
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Aceptar que la reforma laboral se aplace para el próximo año y ordenar a la ministra de trabajo que la presente el año entrante, pero concertada con los empresarios, revela un cambio importante. Sobre todo, con una ministra de una línea política tan dura como Gloria Ramírez. Además, las declaraciones del ministro Ocampo, en el sentido de hacer explicita la intención gubernamental de ajustar e incorporar en la reforma tributaria las alternativas viables que presenten los empresarios y los expertos, refuerzan un cambio en el que (todavía) parece que va a ser una muy difícil relación.
Así mismo, las señales que comienzan a llegar del exterior (esas sí) están siendo muy claras y positivas. La reapertura de relaciones económicas con Venezuela, para cuya economía la Cepal está pronosticando un crecimiento cercano al 10 % al final de 2022, y la disposición a fortalecer las relaciones económicas que están dando países como México, Chile y España (cuyo presidente visita al país por estos días con una misión de empresarios entre los que se encuentran las más grandes empresas españolas), están abriendo un importante foco de oportunidades para los inversionistas y empresarios colombianos.
Esas señales positivas necesitan que el gobierno tenga el valor necesario para tomar las decisiones que, en lugar de bloquear esas oportunidades, las potencien todavía más.
Esas señales son las que permiten que los empresarios puedan retomar sus planes de inversión o sus programas de desarrollo, que fueron abruptamente interrumpidos no sólo por la victoria electoral de Petro, sino (sobre todo) por las declaraciones de los designados ministros que, cuando no eran descabelladas eran tan desafiantes, que han convertido la economía en un campo minado. La política bloqueó a la economía.
El gobierno debe entender y aceptar que el país está viviendo un importante boom económico. Los elevados precios del café, el banano, las flores, entre otros, se van a reflejar en un aumento importante de divisas. Además, si sigue el aumento el precio del petróleo, Ecopetrol puede estar transfiriendo a las arcas del Estado unos 30 billones de pesos.
El problema está en que esas señales positivas necesitan que el gobierno tenga el valor necesario para tomar las decisiones que, en lugar de bloquear esas oportunidades, las potencien todavía más. Y esas decisiones pasan por la urgencia de revertir o echar atrás algunos anuncios que han hecho los ministros en materia energética, tributaria y laboral. Si bien es cierto que el presidente está mostrando una cierta sensibilidad frente a la necesidad de flexibilizar ciertas posiciones del gobierno frente al empresariado, también lo es el hecho de que el entorno ministerial tiene que sintonizarse rápidamente con la actitud presidencial y con el país. Con la excepción de Ocampo en hacienda y Germán Umaña en comercio, para los demás ministros sigue muy retrasada la tarea de crear confianza con el país y con los sectores que manejan.
Nunca en la historia empresarial de Colombia se había observado un panorama de confusión e incertidumbre como el que se está viviendo. Para salir del limbo, la directiva presidencial debe ser contundente: la política tiene que desbloquear la economía.
PEDRO MEDELLÍN
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