El escenario era ideal para descubrir la naturaleza. Creció en un pueblo chico de tres mil habitantes en Coyhaique, rodeado de la Patagonia profunda, donde se paseaba descubriendo animalitos en los bosques de la zona, o en el río Simpson con su padre.
76 años atrás, cuando la vida era simple y llegar a la escuela montado a caballo era pan de todos los días, nació Ricardo Benjamín Maccioni Baraona, el que podría ser el primer Nobel de Medicina chileno, tras cinco décadas de investigaciones trascendentales para la humanidad en torno al Alzheimer.
Desde su infancia empezó a interesarse por el cerebro humano, por cómo funciona. “Buscaba por mi cuenta, mi padre iba a Santiago y me llevaba a algunas cosas y me devoraba los libros que pillaba. Me acuerdo de El Nuevo Tesoro de la Juventud”, señala sobre la recordada enciclopedia cuya primera edición data de 1915.
En esa época no existía la palabra neurociencia aún, pero sabía que iba por ahí su interés. Cuando llegó a los 16 años a Santiago ingresó a estudiar Bioquímica a la Universidad de Chile y ahí se convenció: quería ser científico. A los 25 años decidió partir a Estados Unidos a hacer un doctorado y luego un posdoctorado, primero en el Instituto Nacional de Salud de EEUU y luego en la Universidad de Colorado, donde se quedaría por varios años, e incluso tendría su propio laboratorio a su nombre.
La proteína Tau
Estando allá pudo asistir a la meca de la ciencia, iniciando los años ‘70, en el laboratorio Cold Spring Harbor, fundado en 1890 en Nueva York. Maccioni fue testigo de la biología molecular, la vio nacer como disciplina. Hoy, sentado en su oficina en Santiago, recuerda que muchos de sus colegas y profesores luego ganaron el premio Nobel. De ahí viene su escuela.
“Ahí escuché por primera vez la palabra Alzheimer, en 1971”, dice. “No se sabía nada de Alzheimer. O casi nada. Solo que en 1906 un doctor llamado Alois Alzheimer había planteado la idea de una enfermedad de este tipo con una paciente psiquiátrica, aunque no fue él quien le puso el nombre, sino sus discípulos que vinieron después”, apunta.
Lo que más se investigaba eran cerebros post mortem, y los estudiaban desde el punto de vista morfológico, es decir, qué cambios ocurrían en el cerebro con la enfermedad, y todo era consistente con que se encontraban unos “ovillos neurofibrilares”.
“Eran estructuras, unas especies de marañas, enredos de una proteína que forman una red. Y eso es material que sale de las neuronas, está adentro. Pero no se sabía nada de los aspectos moleculares de la enfermedad, ni menos qué factores eran los gatillantes de la enfermedad”, apunta.
Entonces, dice Maccioni como quien elige qué auto comprarse, “yo me propuse investigar los microtúbulos, como base para poder entender esto. Tuve una buena intuición, en ese momento un poco loca quizás, de que por el lado de los microtúbulos iba a llegar a entender lo que es la enfermedad de Alzheimer”.
Los microtúbulos, explica, son estructuras muy dinámicas que están dentro de la neurona, que viajan y permiten procesos, como la transmisión sináptica de la información. Son estructuras flexibles que se ensamblan y se desensamblan en condiciones naturales. Así empezó a separar la estructura y encontraron una nueva proteína, que entonces llamaron proteína asociada a los microtúbulos de bajo peso molecular. ¡Eureka!
En San Francisco, EEUU, a inicios de los años ‘70, presentaron la conclusión: esta proteína, que está en los microtúbulos, era trascendental para que se ensamblaran. Más tarde sería conocida como la proteína Tau, y cambiaría el mundo.
Cuatro años después de ese descubrimiento, lograron conectar con que esa proteína Tau era la responsable de las marañas que había descubierto el doctor Alzheimer en cerebros de personas fallecidas con la enfermedad. “El Alzheimer se caracteriza por tener una proteína Tau hiperfosforilada”, explica el doctor Maccioni.
Para hacer estos estudios trabajaba con cerebros post mortem. “El laboratorio mio en Colorado estaba al lado de la morgue, tenía acceso de primera mano”, dice como entre broma, aunque también hacían experimentos en cerebros de ovejas y ovinos.
“Ya habíamos descubierto, primero, que la proteína Tau estaba en el cerebro; luego, que esta proteína estaba formando parte de estas marañas que había encontrado el señor Alzheimer en 1906; tercero, que la proteína en el caso de cerebros enfermos, estaba modificada. La interrogante enorme que nos surgió ahí era cómo en algunos cerebros llegaba a formar estas marañas”, apunta.
Y se llegó a la conclusión que la proteína Tau se une y se retira de los microtúbulos, y que es esencial para el funcionamiento del cerebro, para que pensemos, para que haya actividad normal. “Pero a veces la proteína Tau agarraba vuelo propio y formaba estas marañas, y con ello Alzheimer”.
Pero en la ciencia también hay rivalidades. Maccioni tuvo una teoría rival, empujada por científicos de universidad de EEUU y Reino Unido: la del beta-amiloide, que indicaba que la enfermedad se formaba por placas seniles que revestían por fuera las neuronas.
“Todo lo que yo investigaba en cambio era dentro de las neuronas. El modelo simplista de esta gente que hizo esta teoría, era que se formaban estas estructuras, y eso podría gatillar o promover que murieran las neuronas y que se generaran problemas como el Alzheimer”, explica.
El conflicto llegó a tal nivel, que se formaron dos grupos a nivel mundial. Los “taoistas”, que dirigía Maccioni y que defendían que el Alzheimer estaba relacionado con la proteína Tau; y los “bautistas”, que defendían la teoría del los del beta-amiloide. La rivalidad, aclara el doctor, era científica, y la amistad y conversaciones con el otro team siguen hasta hoy.
La explicación para decir que la senectud no era la respuesta, era que “yo mismo veía las placas seniles en cientos de autopsias de cerebros postmortem de personas lúcidas, que fallecían a los 90 años o más, y tenían muchas más placas seniles que un enfermo de Alzheimer. Entonces esa no podía ser la respuesta”.
En los años 2000, los laboratorios habían invertido billones de dólares en producir fármacos basados en la teoría del amiloide. De hecho, el escándalo en esta parte del mundo científico siguió.
En 2006 se publicó un estudio en la revista Nature que comprobaba con imágenes de cerebros de ratones el efecto que tenían las placas beta-amiloides en provocar el Alzheimer.
Y en julio de este año, otro artículo, esta vez de la revista Science, demostró que algunas imágenes de ese experimento habían sido falsificadas o modificadas. Dicho estudio fue la base para otros 70 estudios posteriores.
“Pasaron años, y años, para que me encontraran la razón con algo que yo había dicho en los años ‘80: que la proteína Tau es la que tiene una relación directa con la enfermedad”, recuerda el doctor ahora.
Maccioni en 1992 decidió volver a Chile e instalar su propio laboratorio, el centro internacional de biomedicina, aunque en la Universidad de Colorado le ofrecieron de todo para que por favor se quedara allá.
Un test y una planta
Ya en Santiago, empezaron a trabajar en posibles soluciones para combatir la enfermedad.
Buscando, encontraron que hay una planta fosilizada en el norte del país que llamaron compuesto andino y que tiene una serie de propiedades que bloquea la generación de ovillos de la proteína Tau.
“Si lográbamos bloquearla con estos compuestos, veíamos que había una mejoría notable en la capacidad cognitiva, así como en el comportamiento de los pacientes tratados con este compuesto andino”, dice Maccioni.
Luego hicieron una formulación biotecnológica, y la gente lo utiliza como tratamiento de la enfermedad. La han destacado y difundido en 20 publicaciones científicas, y hoy se vende en farmacias en Chile bajo el nombre comercial de Brain Up 10.
“Hay grupos comerciales que trabajan en drogas contra la proteína Tau en Singapur. Pero la enfermedad, multifactorial como es, nunca va a ser sanada con una sola droga que solo se dirija a un objetivo, sino que tiene que ser multipropósito”, dice el doctor.
Otra de las innovaciones que hicieron fue crear un biomarcador, que se llama Alz Tau y que probaron clínicamente no solo en Chile, sino también en Europa con cinco estudios en total. Allí encontraron que en la sangre de los pacientes había agregados de la proteína Tau que podría avisar con varios años de antelación la presencia de predisposición a tener Alzheimer.
“Sí podemos ver que la proteína Tau está formando estas estructuras anómalas en la plaqueta, y generamos un algoritmo entre la cantidad de esa proteína y la cantidad natural, lo que es el método de detección temprana del Alzheimer”, explica el doctor. El método se ha replicado en revistas científicas internacionales, y hay varias empresas pensando en comercializarlo en el mundo.
La pregunta del millón, dice el doctor, es qué se puede hacer cuando se encuentra. Hay diversas corrientes, están quienes piensan que podemos tener información temprana y prepararnos para la enfermedad. Y la otra vertiente es decir que sí se puede hacer algo si se tiene esta información.
Maccioni se inclina por el segundo grupo. “Hay 15 grandes factores de riesgo que se pueden ir aminorando cambiando estilos de vida. Ejercicio, estimulación cognitiva, la alimentación, la meditación, el contacto con la naturaleza. Nos dimos cuenta de que es una enfermedad multifactorial y no tan ligada a genes, sino a estilos de vida. Hay un montón de factores de manejo no farmacológico.
El proyecto del biomarcador Alz Tau, que tiene financiamiento Corfo, está disponible por ahora solo en el Hospital Clínico de la Fach, pero ya están en avanzadas conversaciones para llevarlo a Iquique, Antofagasta, La Serena y Concepción.
Estocolmo a la vista
Se ríe con la pregunta, pero sabe que es cierto. El doctor Maccioni hace años que suena como candidato a ganar el premio Nobel de Medicina, y el año pasado ya habría estado formalmente nominado. El tema es que Chile es muy poco lo que puede hacer. Dicho premio debe ser nominado por un número acotado de científicos de organizaciones y universidades europeas, casi todas nórdicas.
Uno de ellos es el Instituto Karolinska de Suecia, que en julio invitó a Maccioni a exponer. Aunque es secreto si ya fue nominado, todo parece indicar que su nombre está en la lista nuevamente para este año.
“No he alcanzado a darme cuenta de todo esto, porque hemos trabajado tan intensamente. Un día escuché de un científico en EEUU, el doctor George Perry, que le preguntaban si él era un posible Nobel, porque tiene 2.600 publicaciones científicas sobre el Alzheimer, y él dijo que el Nobel más bien iba por el lado de Chile”, dice, y luego se ríe.
“Para mí es un honor, pero no me quita el sueño, seguimos trabajando en aplanar la curva del crecimiento del Alzheimer”.
“Para mí es un honor, pero no me quita el sueño, seguimos trabajando en aplanar la curva del crecimiento del Alzheimer”, apunta, porque uno de sus objetivos en mente es que no sigan habiendo más casos de la enfermedad en Chile y el mundo. Solo en nuestro país hoy hay cerca de 300 mil personas diagnosticadas con Alzheimer, y se espera que a 2030 vamos a llegar a los 600 mil.
En esta cruzada lo ayuda su hija Constanza Maccioni, quien lidera una empresa que se llama Neuroinnovation. “Mi hija está en la parte empresarial, yo en lo netamente académico. La ciencia tiene que llegar a la gente y eso se hace creando empresas, productos, tecnologías nuevas. Ese es el modelo que debe seguir Chile. En EEUU te premian si haces contacto con la empresa y sacas tu investigación desde el laboratorio a la gente. Acá en Chile se ve mal, porque dicen que estás lucrando y es malo”, dispara.
También tienen una Fundación con el nombre del doctor, que regala medicamentos en comunas como La Pintana o Maipú, además de hacer capacitaciones para cuidadores de personas con Alzheimer, o la distribución de una tecnología con código QR para personas con la enfermedad que se puedan desorientar y perderse.
Maccioni cuenta que él sigue trabajando, y además de su laboratorio y supervisar el trabajo de una decena de otros científicos que abren más datos y posibles soluciones, todos los días se dedica también a su labor como editor de 16 revistas científicas a nivel mundial, y terminar un nuevo libro que está preparando y que le vendió a una editorial científica internacional, llamado Una nueva era hacia la enfermedad de Alzheimer.
De retirarse, no tiene planes. Cuenta que cuando cumplió 70, sus nietos le regalaron un libro sobre qué podía hacer un abuelo después de retirarse. “Ahí está en su biblioteca, y aunque lo he leído de vez en cuando, es bien re poco lo que me ha servido”, dice antes de reír otra vez.