El mundo está a punto de alcanzar los 8.000 millones de habitantes. La ONU, en su reciente informe Perspectivas de la Población Mundial, considera que lo hará este 15 de noviembre del 2022: una cifra simbólica, pero también una oportunidad para abordar este importante tema, que tiene tantas implicaciones económicas y geopolíticas, además de sociales y ambientales.
Según el citado informe, el mundo camina hacia la regresión demográfica: los 8.000 millones de habitantes del mundo actuales se incrementarían hasta los 9.700 millones en 2050, y se proyecta que se alcanzaría un pico de alrededor de 10.400 millones de personas durante la década de 2080; se permanecería en ese nivel hasta 2100.
Sin embargo, otros demógrafos rebajan esas cifras y adelantan el pico de 9.000 millones a 2050, e incluso algunos otros (John Ibbitson y Darrell Bricker) afirman que nos dirigimos hacia un “empty planet”, hacia un “mundo vacío”, tal sería la profundidad de la futura crisis demográfica: metáfora de una regresión demográfica aún mayor y más rápida.
La dinámica demográfica se explica a partir de tres variables, la natalidad, la mortalidad, y las migraciones. Analicemos brevemente las tendencias.
Por lo que respecta al primero de los factores, podemos constatar que la caída de la fecundidad es generalizada en todo el mundo. Según datos de la división de población de la ONU, en 1950 las mujeres a nivel mundial tenían en promedio cinco hijos, lo que implicaba que la población del planeta se triplicara en menos de un siglo. Sin embargo, el índice sintético de fecundidad, o número de hijos por mujer, ha caído a menos de la mitad: en 2022, las mujeres del mundo tienen, en promedio, 2,4 hijos y, en muchos países, la cifra es aún más baja. Más de la mitad de la población mundial vive en países donde la fecundidad está por debajo del nivel de reemplazo de 2,1 hijos por mujer. Factores como la creación y difusión de mejores métodos contraceptivos explican esta caída.
La urbanización galopante es un factor explicativo primordial (actualmente el porcentaje de población urbana en el mundo es del 55%, y podría alcanzar el 70% en 2050): si los hijos en mundo rural son un activo económico y laboral, en el mundo urbano son una carga económica y social. La urbanización, por otra parte, favorece el desarrollo educativo de las mujeres y, por ende, el retraso de la maternidad y el desarrollo de métodos de control de la natalidad.
Por lo que respecta a la mortalidad en el mundo, esta ha disminuido notabilísimamente desde 1950. La esperanza de vida, a ella ligada, ha experimentado una evolución muy positiva, pasando la media mundial de los 53 años en 1960 a los 73 en la actualidad, según datos del Banco Mundial, lo que implica un notabilísimo envejecimiento. Unos pocos datos: en la actualidad la edad media de África es de 19 años, la de Europa es de 42, y la de Estados Unidos, 34. ¿Dónde está el futuro demográfico?
Por lo que respecta a la mortalidad infantil, esta se ha reducido drásticamente en el mundo: 140 fallecidos de menos de un año por mil habitantes en 1950, 35 en la actualidad; se constata, además, que la caída de este importante indicador de desarrollo es el mejor anticonceptivo: las altas fecundidades no son sino la respuesta biocultural a la alta mortalidad infantil, y basta con disminuir esta para frenar aquella.
Aceleración
Todos estos factores están provocando la aceleración del proceso de transición demográfica: los países europeos necesitaron más de un centenar de años para culminarla, pero la mayor parte de los países desarrollados pueden concluir esa transición demográfica en unas pocas décadas: un ejemplo, mientras que EE UU tardó 160 años de pasar de 3,7 hijos por familia a 2,7, Filipinas lo ha hecho en 15 años.
El tercer factor son las migraciones, y este factor va a tener una singularísima importancia en las próximas décadas, habida cuenta de los enormes desequilibrios económicos y demográficos en el mundo.
El siglo XXI será el signo de las migraciones, como el XIX fue el de la política y el XX el de la economía. A las migraciones económicas se sumarán las migraciones ambientales. Aquellas, con ser imaginables, aunque impredecibles en su magnitud, no lo serán menos que estas, las cuales son –de probables, han pasado a tangibles– cada vez más importantes, como consecuencia del incuestionable calentamiento del planeta y de la desertización de una buena superficie de este. Las Naciones Unidas calculan que para 2050, una de cada 45 personas (esto es, 200 millones) serán refugiados o migrantes ambientales, si bien algunas organizaciones no gubernamentales duplican esa cifra.
Por otra parte, empieza preocupar, como consecuencia del envejecimiento que la caída de la fecundidad ha provocado, la regresión demográfica en la que están sumidos algunos importantes países. En un reciente artículo de la prestigiosa revista The Lancet, se advertía de que China podría pasar de sus actuales 1.400 millones de habitantes a 700 al acabar el siglo, India de 1.400 a 1.100, Japón de los actuales 128 millones a 73, Italia de 62 a 30 millones, Brasil de 212 a 164, Alemania de 80 a 22. Por el contario, de aquí a final de siglo África puede concentrar uno de cada tres habitantes del planeta: ¿la capacidad para crear, para innovar, para crecer en el futuro próximo será mayor en Nairobi, Kampala, Johannesburgo y Lagos o en París, Londres, Roma o Berlín?
El continente africano, cuyo crecimiento poblacional es dos veces más rápido que el de Asia del sur y casi tres veces más que el de América Latina, fue la cuna de la Humanidad y, a juzgar por la información demográfica disponible, también podría convertirse en la llave de su futuro.
Pedro Reques Velasco es catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Cantabria