En una reciente publicación de dialogopolitico.org se da a conocer el artículo «Neurotecnología y neuroderechos», por Miguel Pastorino (*).
Hay cada vez más investigaciones que están revolucionando nuestro conocimiento sobre el cerebro humano. Estas investigaciones han dado lugar en los últimos años a un área multidisciplinar llamada neurociencias. De estas han surgido nuevas disciplinas como la neurofisiología, la neurolingüística, la neuropsicología, la neurogenética, dentro del campo científico, que han cambiado radicalmente lo que sabíamos sobre los procesos mentales, las emociones y el aprendizaje.
Junto con las neurociencias han aparecido las nuevas neurotecnologías. Con un desarrollo imparable, abren un horizonte de posibilidades impensables hasta hace poco tiempo para la medicina, pero también de riesgos para la libertad y el respeto de la dignidad humana. Así, se está planificando el desarrollo de dispositivos para decodificar la información de nuestro cerebro, descifrar el código neuronal, amplificar nuestros sentidos, modificar nuestros recuerdos o crear cyborgs.
Los debates en bioética y las agendas políticas en estos temas se complejizan para establecer los límites entre las posibilidades para mejorar la calidad de vida y la salud de las personas y los abusos y manipulaciones que pueden hacerse con las personas hasta niveles solo vistos en el cine de ciencia ficción.
Neurociencias e inteligencia artificial
La evolución de la neurociencia y, en paralelo, de la neurotecnología es imparable. Por un lado, las nuevas tecnologías de intervención sobre el cerebro permiten solucionar problemas de visión, de audición, de memoria y se está trabajando sobre enfermedades neurodegenerativas.
Pero, al mismo tiempo, se pretende impulsar desde el ámbito militar un modem cerebral que se implantaría en el cráneo del soldado para ampliar capacidades cognitivas buscando crear un supersoldado, junto a otras herramientas de superación de capacidades físicas.
El proyecto Neuralink, de Elon Musk, va más lejos. Pretende desarrollar una interfaz cerebro-máquina (bidireccional) que no solo estimulará el cerebro, sino que podrá recibir e interpretar información proveniente de la mente humana. Hecha la conexión se podrán identificar emociones, pero también inducirlas y crear estados de ánimo. Algunos llegan a especular con que se podrá leer el pensamiento de una persona, penetrar en su memoria y controlarla. Y no estamos hablando de una novela de ficción, sino de proyectos reales.
¿Qué pasaría con el análisis de esta información por medio de técnicas de big data para el marketing o las campañas electorales? ¿Cómo afectaría a los fundamentos de los sistemas democráticos que presuponen la deliberación pública y racional entre personas mentalmente libres?
Aunque algunos estudios actuales de neuropolítica ponen en cuestión algunos presupuestos racionalistas heredados de la Ilustración y atienden más al peso de las emociones y los marcos mentales para la aceptación de los hechos[1], la modificación del cerebro, más allá de lo que podamos saber sobre su funcionamiento, nos llevaría a posibles escenarios no imaginados por los teóricos de la neuropolítica. Lo que hemos visto con el manejo y análisis de datos y el poder de las redes sociales es insignificante en comparación con los desafíos que implicarían estos proyectos en materia de libertades y protección de derechos.
Aunque suene a ciencia ficción, en las próximas décadas veremos dispositivos capaces de decodificar la información de nuestro cerebro y de modificar nuestra memoria y nuestra percepción de la realidad.
Neuroderechos
En este escenario entran en juego los debates ante los límites éticos y jurídicos. Se está pensando sobre un nuevo marco jurídico internacional de derechos humanos llamado neuroderechos, como algo imprescindible para proteger nuestra privacidad mental y la dignidad de toda persona. En esta línea existe una comunidad internacional de neurocientíficos que han creado una fundación para desarrollar un código deontológico para científicos implicados en neurotecnología y para el reconocimiento internacional de neuroderechos.
La regulación internacional debería establecer tanto principios fundamentales de protección de la dignidad humana y los derechos fundamentales como una regulación que permita el avance en cuestiones de salud, pero poner límites al mejoramiento humano con fines transhumanistas o que pongan en peligro la privacidad y la libertad de las personas.
Por diversas cuestiones referidas a la manipulación biotecnológica es que está surgiendo un nuevo sector dentro del derecho internacional especializado en bioética, por la necesidad de abordar los riesgos ligados a los nuevos desarrollos que afectan la vida en su sentido más amplio, no solo a los seres humanos. No se centra tanto en las relaciones entre los Estados, sino en la protección de la humanidad como comunidad de destino común. Algunas normativas comienzan a anticipar los riesgos y se adoptan antes de que los intereses políticos y económicos impidan el consenso en torno a principios y criterios de actuación.
En setiembre de 2021, en Chile se legislaron neuroderechos, anticipándose a problemas futuros que surjan debido a los progresos de la neurotecnología, y se ha vuelto una referencia para la reflexión internacional y futuras regulaciones. La ley chilena establece que «el desarrollo científico y tecnológico estará al servicio de las personas y que se llevará a cabo con respeto a la vida y a la integridad física y psíquica».
Los cinco neuroderechos que quieren sumarse como nuevos derechos para proteger nuestros cerebros son:
1. Identidad personal: no alterar el sentido del yo bajo ninguna circunstancia.
2. Libre albedrío: las personas tomarán las decisiones libremente, sin manipulación neurotecnológica.
3. Privacidad mental: No se podrán utilizar datos de la actividad cerebral sin el consentimiento de las personas.
4. Protección contra sesgos: No se podrá discriminar a las personas a partir de datos obtenidos por neurotecnologías.
5. Acceso equitativo: las mejores de capacidades cerebrales deben ser accesibles a todos.
¿Un problema solo de palabras?
Si bien el concepto de neuroderechos no me parece muy convincente ni adecuado, porque los derechos no son del cerebro ni de las neuronas, sino de la persona, el objetivo de estas propuestas de nuevos derechos lo que hacen es buscar que se respete y se protejan derechos y libertades fundamentales que se derivan de la dignidad humana y que parecen estar en riesgo ante proyectos transhumanistas.
A su vez, esta iniciativa chilena intenta aplicar el principio de precaución y de responsabilidad intergeneracional,[2] entendiendo que podemos afectar no solo a las nuevas generaciones, sino a la especie humana en sus derechos fundamentales.
El problema con las nuevas tecnologías es que van desarrollándose y aplicándose antes de que exista la debida reflexión y discernimiento que permitan la correspondiente prudencia y precaución para evitar graves consecuencias para la vida humana. Si bien el entusiasmo en las ciencias biomédicas permite soñar una mejor calidad de vida para las personas más afectadas por discapacidades severas o enfermedades degenerativas, no es superfluo el impacto negativo que pueden tener estos proyectos sobre las personas, la convivencia social, la libertad de los individuos y, por ello, sobre la democracia tal como la conocemos. Un nuevo desafío de responsabilidad política que requiere un profundo y serio discernimiento multidisciplinario.
(*) Licenciado en Filosofía y Magíster en Dirección de Comunicación (Universidad de Montevideo, Uruguay). Doctorando en Filosofía (Universidad Católica Argentina). Ha realizado estudios en psicología, teología y ciencias de la religión. Profesor del Instituto de Filosofía de la Universidad Católica del Uruguay
[1] Lakkof, G. (2008) The Political Mind. Nueva York: Viking.
[2] Jonas, H. (1995). El principio de responsabilidad: Ensayo de una ética para la civilización tecnológica. Barcelona: Herder.