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En 2019, con tan solo 30 años, Agustina D’Andraia parecía haber logrado todo. “Era la editora más joven de la Argentina (de hecho, era la tapa de mi propia revista), me llovían las ofertas laborales, había publicado dos libros exitosos sobre fitness, viajaba por el mundo gratis, me ofrecían canjes de todo lo que siempre había soñado, tenía el cuerpo por el que me había esforzado tanto durante años, hacía yoga, ya tenía cientos de miles de seguidores en redes sociales, me reconocían en la calle, estaba de novia, tenía amigos y todo lo que deseaba… se manifestaba”, escribe la periodista e influencer argentina al comienzo de su nuevo libro, Fitness espiritual.
Sin embargo, a pesar de sus cuantiosos éxitos laborales que la llevaron a hacer temporadas en Punta del Este y codearse con estrellas internacionales de la talla de Paris Hilton o Antonio Banderas, D’Andraia todavía sentía un vacío interior que la llevó a pensar si estaba deprimida. Así fue que emprendió un viaje espiritual en el que el bienestar físico está íntimamente ligado al bienestar emocional, y viceversa.
Después de sus libros Diario de una chica fit (2015) y Legalmente fit (2018), Agus Dandria, como se la conoce en redes sociales, vuelve con Fitness espiritual, editado por Grijalbo. Esta es una nueva guía para balancear el cuidado del cuerpo y del alma, conocer “el lado oscuro de la espiritualidad”, experimentar la sexualidad tántrica y orientar la búsqueda de “un amor del bueno”, repleta de los mejores y más prácticos tips, además de útiles ejercicios con los que el lector podrá complementar su “viaje interior para encontrar la plenitud”.
No voy a comenzar el libro mintiendo. Si bien hoy soy una fiel defensora del entrenamiento como uno de los pilares para llevar una vida saludable, tanto física como espiritualmente, mi puerta de entrada al mundo fitness fue por un objetivo meramente estético.
Recuerdo el día en el que hice el famoso clic: tenía 23 años, convivía con un novio muy buen mozo y trabajaba en la revista Para Ti entrevistando a celebrities por el mundo, desde Paris Hilton hasta Antonio Banderas, Alejandro Sanz, Tommy Hilfiger o Rossy de Palma.
Recuerdo lo estresante que eran las temporadas de enero en Punta del Este. Tenía que instalarme durante un mes en el balneario más top de Sudamérica para conseguir notas con los famosos y no podía evitar sentirme sapo de otro pozo. No sólo porque siempre estaba con la misma ropa (digamos que nunca me caractericé por ser una fashionista), sino porque tampoco entraba en los parámetros de cuerpos hegemónicos de belleza y consumo que tanto halagábamos en la revista.
Jamás estuve traumada con mi cuerpo ni fue un motivo que limitara mi placer. Sin embargo, luego de varios años inmersa en un ambiente súper frívolo donde todo giraba alrededor de la vida de modelos, actrices y diseñadores de moda, me pregunté: ¿y por qué yo no puedo verme y sentirme increíble también? Sinceramente, nunca se me había cruzado que yo también podía si quería. Fue después de ese clic cuando decidí convertirme en una chica fit.
Sólo había un problema: ¡no tenía ni idea de cómo hacerlo! En mi vida había probado una dieta y, para colmo, de sólo pensar pisar un gimnasio ya me daban náuseas. Les juro que durante mucho tiempo fui totalmente sedentaria con tal de no sufrir ni pasar vergüenza en el gym. Era una de las que creían que tenemos que ya estar fit o ser atletas para ir al gimnasio, cuando la realidad es que están diseñados justamente para ir a ponerse en forma. Además, hasta el más experto fue principiante alguna vez.
Así que entiendo en carne propia el calvario que puede ser para muchos practicar actividad física. No se trata solamente de la pereza que puede dar moverse, sino de una razón más profunda: un autoboicot mental. Si bien todos sabemos que hacer ejercicio es bueno para la salud, en nuestras mentes también se cruzan prejuicios y una pasarela de arquetipos que relacionamos con el mundo del gimnasio. Entonces, en vez de motivarnos, nos terminamos saboteando.
¿Alguna vez les pasó que, aunque tengan decidido ponerse a hacer ejercicio, les agarre rechazo o se sientan paralizados antes de ponerse las zapatillas? Yo estuve en ese lugar y creo que, aún en pleno siglo XXI y después de una pandemia que dejó clara la importancia de estar en buen estado físico, todavía no se tiene real conciencia de la importancia de entrenar por amor propio. Y creo tener una pista del porqué.
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FITNESS CONSCIENTE
Entrenar el cuerpo porque lo amamos, no porque lo odiamos. ¿Se imaginan cómo sería? Todo es una cuestión de perspectiva. Es realmente muy difícil poder disfrutar de una actividad que hacemos por obligación y pese a nuestra voluntad. Sin embargo, quien honra y reconoce la importancia de entrenar a diario su cuerpo físico suele esperar ese encuentro consigo mismo como un momento sagrado. Impostergable. Pero para llegar a este punto, primero tenemos que pasar por tres fases.
1. DESPERTAR DE LA CONCIENCIA
El ser humano no nació para ser sedentario, trabajando ocho horas sentado con la espalda encorvado o mirando una maratón de series de Netflix. Muy por el contrario, fuimos creados con dos piernas, dos brazos, visión, reflejos, 206 huesos y más de 650 músculos. Es casi un pecado no aprovecharlos.
“Nosotros, los seres humanos tal cual nos conocemos, tenemos sobre la Tierra alrededor de 100.000 años. Sin embargo, nuestros antepasados homo sapiens alrededor de 2 millones. Y, desde su origen, realizaban gran cantidad de actividad física al aire libre para conseguir alimento. La realidad era totalmente distinta a lo que vivimos somos hoy. Hemos creado una naturaleza paralela en la que estamos más cómodos y seguros. Pero esta comodidad y seguridad también tiene su precio”, asegura Julia Arpi, médica especialista en Medicina Estética y Ortomolecular. El ejercicio físico no es una necesidad moderna sino parte de nuestra historia. Sin movimiento no hay vida.
Justamente el precio que pagamos por no salir a cazar, recolectar o huir de los depredadores como hace miles de años es con lo más valioso que tenemos: nuestra propia salud. Durante el proceso de investigación previo a la escritura del libro, la doctora Arpi me explicó que cuando no hacemos ejercicio, nuestro metabolismo se ve afectado al punto de bajar la segregación de algunas hormonas (como la crecimiento, testosterona y vitamina D, que sí, ¡es una hormona!). Por contraparte, sube otras hormonas que repercuten de manera negativa en nuestros organismos (como la insulina y el cortisol, entre otras).
Según esta experta en medicina del rejuvenecimiento, otro factor importantísimo de la actividad física, en especial de fuerza, es la hipertrofia muscular. “La masa muscular es una inversión que hacemos para tener una edad avanzada activa y autosuficiente. Por añadidura, si hacemos ejercicios de fuerza generaremos tensión mecánica en nuestros huesos lo cual los pondrá densos. Con esto capitalizamos hueso para evitar la osteopenia, osteoporosis y fracturas en nuestra adultez”, agrega.
No obstante, la actividad física aeróbica también tiene un rol fundamental en nuestra calidad de vida, sobre todo en nuestra función cardiovascular y nos ayuda a generar nuevas mitocondrias, por lo tanto, tener más energía. Y ni hablar de ser uno de los responsables de la producción de endorfinas, más conocidas como “la hormona de la felicidad”.
Más allá de los fines estéticos, los cuales no quiero dejar de lado ni menospreciar, incorporar el deporte como un hábito más es tan importante como lavarse los dientes o descansar bien. Un buen tipo es dejar de pensarlo como un lujo o un estilo de vida para pocos, sino como una actividad no optativa para todos. Según la Organización Mundial de la Salud, los adultos (18 a 64 años) deberíamos realizar (¡como mínimo!) dos sesiones de entrenamiento de fuerza por semana para llegar a la vejez fuertes y sanos. Los beneficios estéticos llegan por añadidura. A medida que vamos “mimando” a nuestro cuerpo con buena alimentación y ejercicio, él responde con gratitud. Además, la OMS recomienda dedicarle, al menos, 150 minutos a la práctica de actividad física aeróbica moderada por semana, o bien, de 75 minutos, en el caso de que sea más intensa.
En un plano mucho más sutil, no debemos olvidar que cuanto más fuerte, sano y agradecido esté nuestro cuerpo físico, mejores posibilidades tenemos de aprovechar nuestra experiencia en esta Tierra. Como seres espirituales que somos, reconocer que el templo del alma es indispensable. Lo necesitamos al servicio de nuestras aventuras, lleno de energía y libre de bloqueos. Embellecerlo —así como lo hacemos con nuestras casas, las pintamos, limpiamos y decoramos— es un signo de autocuidado y amor propio. Cuanto más a gusto estés habitando el único cuerpo que tenés, más agradable va a ser vivir en él.
2. ELECCIÓN INTELIGENTE
Ahora que ya sabemos la importancia de hacer actividad física, es hora de pasar al siguiente nivel: ¿cuál de todas las disciplinas es mejor? La respuesta más sincera: depende. Es que no hay una única actividad que se ajuste a todo el mundo, quizás lo que me sirve a mí a otra persona la puede lastimar o aburrir. Así que hay verlo de una manera mucho más holística: el entrenamiento ideal depende de cada individuo: sus posibilidades físicas, económicas, su tiempo disponible, recursos externos, objetivo. Incluso, puede que “el entrenamiento ideal” no sea el mismo durante toda la vida ya que, como sabemos, lo único que no cambia es que todo cambia.
El fitness es como la música: no hay buena o mala. Hay un sinfín de ritmos para que cada uno descubra cuál pone su corazón a bailar. Incluso, nuestra playlist puede tener un popurrí de estilos. No hace falta encasillarse con una disciplina, podemos probar varias que sean distintas. Lo importante es estar en movimiento.
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3. GENERAR EL HÁBITO
Una vez que tomamos conciencia de la importancia de entrenar y elegimos la actividad que más se ajusta a nuestras vidas, es importante volverla un hábito. Y aquí viene la parte más difícil, pero no imposible. Recuerden que no es la primera vez que incorporaron algo nuevo. De hecho, estamos llenos de rutinas que les dan sentido y orden a nuestros días.
Sin ir más lejos, nadie nació lavándose los dientes a la mañana ni antes de ir a dormir. Fueron nuestros padres quienes, en pos de nuestro bienestar, nos educaron para que hoy sea parte de nuestra rutina. Sin embargo, no creo que haya sido una tarea sencilla: crear un hábito lleva tiempo, repetición y es un proceso con altibajos. En 1960, el cirujano plástico Maxwell Maltz observó que las personas a las que se les había amputado alguna parte de su cuerpo tardaban 21 días en acostumbrarse a dejar de sentir el miembro fantasma. Por eso hasta hoy se dice que necesitamos tres semanas para instalar un nuevo hábito en nuestras vidas.
Si, además de fuerza de voluntad, tenemos ganas, la ecuación es infalible. Pero no podemos depender de la motivación para llevar a cabo nuestros objetivos. Está buenísimo aprovechar la energía de la inspiración para comenzar, pero luego necesitamos disciplina para no abandonar y ver materializado el resultado de nuestro trabajo duro.
Habrá días en los que quieran abandonarlo todo, otros en los que estén frustrados porque los resultados no llegan tan rápido como quisieran, y otros en los que quizás se pregunten si tiene sentido el esfuerzo. La mente siempre encontrará excusas valiosas para no salir de la zona de confort. Así que en esos días en los que los sorprenda un ataque de autoboicot, no se hagan preguntas ni hagan evaluaciones. Ese es el momento de aferrarse más que nunca a la rutina y confiar en la decisión que tomamos cuando estábamos decididos a sentirnos mejor.
Ser disciplinados no es lo mismo que ser unos dictadores con ustedes mismos. Es en la propia gobernación donde tendrán que aprender a discernir cuando la voluntad flaquea o si, por lo contrario, necesitan descansar o tomar una pausa. Si algo aprendí en estos casi diez años de entrenamiento a nivel profesional (y también como personal trainer), es que la rigidez siempre es enemiga de la sustentabilidad de los hábitos porque, ante el primer imprevisto, nos quebramos. Practicar la flexibilidad nos permite siempre encontrar una vía para volver a encauzarnos. Incluso, con más solidez en nuestras decisiones.
De a poco, esa seguridad que se gana al entrenar se va volviendo un hábito de bienestar y se irá reflejando en todos los aspectos de la vida, tu vida. No creo que sea necesario el sufrimiento, pero sí la constancia, el amor propio y la disciplina. No heart, no gain (sin corazón, no hay ganancia).
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1989.
♦ Se formó como periodista en TEA. Trabajó once años en la revista Para Ti, donde además creó y editó la publicación Para Ti FIT.
♦ Es autora de los libros Diario de una chica fit, y Legalmente fit y Fitness espiritual.
♦ Es una de las primeras influencers argentinas. Facilita meditaciones tántricas, organiza eventos y retiros, tiene su propio oráculo de cartas de autoconocimiento y sigue investigando el camino al ser.
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