Olivia Wilde, actriz y directora estadounidense, confesó que va y viene del veganismo y el vegetarianismo desde hace muchos años. Con honestidad, ha admitido que se le hace difícil entregarse completamente a un estilo de vida libre de productos con origen animal.
“Ser vegana no siempre es fácil o accesible, pero me gusta y me hace sentir mejor como persona, además de que tiene muchos beneficios a nivel físico”, contó hace unos años al Huffington Post.
Para un papel que realizó el año 2014, Jennifer Lopez también se sometió a una dieta estrictamente vegana y el resultado le quedó gustando. “Disfruto comiendo de esta manera”, dijo, “nunca me imaginé lo bien que se podía sentir al solo consumir vegetales”. Al igual que Wilde, contó que nunca se ha podido comprometer a un estilo de vida full vegan, pero que ya no consume carne roja.
Brad Pitt, Drew Barrymore, el tenista Novak Djokovic y la futbolista estadounidense Alex Morgan son otras de las muchas personas mundialmente famosas que han adoptado un estilo de vida plant-based o flexitariano, como también se le conoce.
En términos sencillos y casi literales, el flexitarianismo se refiere a una dieta semi vegetariana. Aunque se basa en los principios de no consumir alimentos o productos que provengan de animales, es flexible y no tan estricta, otorgando la posibilidad de hacer excepciones sin sentir culpas ni remordimientos.
En Chile, según un informe publicado el 2021 por la consultora Ipsos en conjunto con la organización internacional Vegetarianos Hoy, un considerable 9% declaraba seguir una dieta flexitariana.
A juicio de Ignacia Uribe, directora de la fundación Vegetarianos Hoy, ese 9%, tal como el mismo concepto lo dice, también es flexible e incluso podría abarcar a más gente. “En la encuesta hay otro 36% de personas que declaran estar intentando reducir su consumo de productos de origen animal”, dice, “por lo que se podrían identificar también como flexitarianos”. O sea que lo son pero no lo saben.
Pero hay algunas personas que ven con ojo crítico esta laxitud. Como María Concha, activista vegana y animalista, que lleva 20 años de sus 35 sin comer productos de origen animal, dice que no entiende “el pensamiento crítico” detrás del flexitarianismo.
“Desde lo ético, me parece raro que no comas carne en tu casa pero luego sí en un restorán (o viceversa)”, opina. Sin embargo, cree que “está bien que existan categorías para los distintos estilos alimentarios, y que cada quien se sienta cómodo con lo que hace”. Además, “si el flexitarianismo lleva a que se consuma menos carne o productos de origen animal, contribuye”.
Si pensamos en deportistas de alto rendimiento en Chile, difícilmente exista alguien más atlético y flexible que Tomás González, el mejor gimnasta nacional de la historia. González, de 36 años, hoy además es kinesiólogo y cofundador —junto a Eugenio Camus— de ReFoods, una marca de alimentos flexitarianos.
“El término original se refiere a vegetarianos que, de vez en cuando, se salen de la regla y comen carne”, cuenta el medallista panamericano. “Pero hoy la definición también se refiere a personas que, por salud o por aportar al medioambiente, quieren reducir su consumo de productos de origen animal”.
Respecto a las críticas que surgen desde los sectores más estrictos del vegetarianismo y veganismo, Camus cree que no todo el mundo va a dejar de comer animales de un día para otro, “pero sí debemos aportar a consumir alimentos que le exijan menos al medio ambiente. Cuando el 2050 seamos 10 mil millones de personas, con una creciente clase media —especialmente en Asia—, vamos a tener que producir un 50% más de calorías. Necesitaremos más tierra y agua para producirlas, pero ¿de dónde vamos a sacar estos recursos? Tenemos que ir optando por alimentos que requieran menos tierra y agua para su producción, pero para que más gente se sume a este cambio es difícil exigirles que dejen de consumir definitivamente carne animal”.
Para Ignacia Uribe, el mundo flexitariano “es una fuerza de cambio importante”. Ella lo compara con los celíacos. “Apareció mucha gente que prefiere no consumir gluten y gracias a esa demanda se desarrollaron muchos productos que le hicieron la vida más fácil a estas personas”, compara. El mercado se adaptó a ese cambio, y lo mismo está pasando con el aumento flexitariano.
Los productos veganos, por ejemplo, según Uribe son comprados en su gran mayoría por gente no vegana. “Quizá flexitarianos”, dice, que al tener la oportunidad los adquieren por razones éticas, políticas, medioambientales o de salud propia.
“Gracias a ese 36% que intenta disminuir su consumo es que estos productos existen y siguen surgiendo en el mercado”, agrega. “Eso nos facilita a las y los veganos, que somos menos, a seguir este estilo de vida de forma amena porque ahora hay opciones veganas en casi todos los restaurantes o supermercados. Algo que hace 5 años era impensable”.
¿Pero cuál es realmente la diferencia entre una persona que se define flexitariana y una persona común y corriente que come carne de vez en cuando? ¿Es realmente un tipo de dieta o es solo una excusa para llenar un vacío de identidad?
Son preguntas válidas, y que surgen cada vez que se toca el tema. Por otra parte, ¿existe algo así como un flexitariano estricto?
Ignacia Uribe se ríe y explica el oxímoron: “Lo flexitariano, como dice su nombre, es en esencia flexible y no estricto ni rígido en su alimentación”. ¿Hay algún contraste, entonces, entre una persona omnívora y otra flexitariana?
Sí las hay, dice Uribe. “Lamentablemente, mucha gente come carne todos los días: no solo carne roja sino que jamón al desayuno, un ave palta, algo con pescado, una pizza con salame, paté, salchichas. La mayoría omnívora yo diría que come todos los días algo con carne”.
“El flexitariano, por su parte, es alguien que si tiene la chance de elegir se inclinará siempre por la alimentación vegetal”, explica. “Pero si, por ejemplo, va de visita donde su abuelita y ella le sirve pollo con arroz, se lo come porque no se declara vegetariano”.
Ella cree que un flexitariano es alguien que tiene la inquietud, pero que no se ha dado el tiempo o las condiciones “de hacer la transición más completa hacia una dieta libre de productos de origen animal”.
Tomás González tiene otra perspectiva. “Por temas de salud es importante tener dietas balanceadas. La gente que de lleno decide eliminar los productos de origen animal debe asesorarse por un profesional, porque el cuerpo necesita micronutrientes que se asimilan más fácil cuando se consumen estos alimentos, como el zinc, el hierro y la vitamina B12″, cuenta.
Con toda la información que tenemos actualmente, cuando llega el momento de decidir qué comer ya no solo entra en juego la variable del gusto o de la salud personal, sino también el impacto en el medioambiente. En este último aspecto, para Ignacia Uribe la opción flexitariana tiene casi “los mismos beneficios que los del vegetarianismo o veganismo. No en un 100%, pero cerca”.
“Por ejemplo, la huella hídrica de los productos de origen animal es infinitamente mayor. Para producir un kilo de legumbres se necesitan 50 litros de agua, mientras que para uno de carne se necesitan 15.400″, expone. Para la producción de un litro de leche se usan unos mil litros de agua, y para un kilo de queso son 4 mil. “¡Una locura!”, exclama.
“Eso es lo que se llama una elección alimentaria”, dice: la diferencia entre consumir una pizza con queso vegetal o una con queso de vaca. Si una vez al mes comes una con queso de vaca, no reduces tu impacto al 100%, pero sigue siendo súper bueno. Cada paso cuenta y cada decisión es un voto a un tipo de industria versus otra”, concluye.