Cómo puede alguien pensar que la lavanda es nociva para la salud. Es la reflexión que se hacen los agricultores de los campos lavanda y lavandín de España, ante el peligro que corre una de las plantaciones que nutre a la industria cosmética, genera empleo y economía para las zonas rurales y despobladas, siendo una alternativa más rentable al cultivo del cereal o del girasol, atrae a turistas y alimenta las redes sociales con bellas fotografías. El temor corre este verano por los campos teñidos de morado.
Así lo explica Abelardo Carrillo, presidente de la Asociación Nacional Interprofesional de Plantas Aromáticas y Medicinales (Anipam), propietario de cultivos de esta planta en Villares del Saz (Cuenca): “Considerar el aceite de lavanda perjudicial para la salud no tiene justificación, ya que los egipcios lo usaban desde hace 3.000 años en aplicaciones humanas, y siempre ha sido considerado un producto natural y saludable”.
La inquietud tiene su origen en el Pacto Verde de la Unión Europea, conocido recientemente y que podría calificar los aceites esenciales de lavanda o lavandín como productos químicos. Una contradicción de la que advierte Val Díez, la directora general de Stanpa, la Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética, para quien la aplicación de dicho acuerdo europeo debería fomentar y promocionar los productos naturales y, en particular, el sector de los aceites esenciales. “La propuesta de una normativa transversal de la química que, no habiendo sido diseñada para ese objetivo, podría ser aplicada de forma inadecuada sobre estas sustancias, pone en riesgo el futuro de los aceites esenciales y con ellos el empleo de miles de agricultores, miles de hectáreas de cultivo, así como el futuro de los pueblos y territorios que dependen de ellos para la generación de empleo”, añade Díez, que considera una “aberración etiquetar los productos naturales como si fueran químicos tóxicos”.
En parecidos términos se expresa María Pedernal, socia de VC Biolaw, firma especializada en servicios jurídicos y asesoramiento corporativo en temas de ciencias de la vida, que va más allá y encuentra el origen de la propuesta de la Comisión Europea en un estudio realizado en 2018 en Estados Unidos, “del que no se ha hecho seguimiento alguno”, y que considera el aceite de lavanda y del árbol de té como disruptores endocrinos al haber causado algún tipo de problema en la salud de un grupo de preadolescentes. “El hecho de considerar un aceite esencial, que se obtiene de la planta por el método de prensado de manera natural, con vapor de agua, como un producto químico no tiene ninguna lógica, sobre todo porque el Pacto Europeo en otro apartado habla de la agricultura de cercanía, como nuevo motor eficiente y sostenible del medio ambiente”, explica. De momento, el documento está en proceso de consulta por parte de la Comisión Europea y el Parlamento Europeo, “pero es el momento de movilizarse para que todo vuelva a su cauce y para ver si hay más estudios además del americano”. Cree, además, en la importancia de hacer hincapié en la aportación económica al mundo rural de este tipo de plantaciones, que ha dado vida a zonas deprimidas.
Estos cambios regulatorios, señalan desde Stanpa, implicarían que más de 100 aceites esenciales (el 29% del total), además de la lavanda y el lavandín, como la bergamota, el eucalipto, el limón, la lima, la mandarina, el ylang-ylang, el anís estrellado, la rosa o la canela pasarían a clasificarse como si fueran sustancias perniciosas, “algo injustificable, pues no solo hay siglos de experiencia con ellos, sino que además en cosmética se conocen perfectamente sus beneficios y numerosos estudios científicos lo corroboran”, demanda Díez, que asegura que desde el colectivo al que representa “estamos hablando de forma transparente y constructiva con las autoridades competentes y con el Gobierno, que nos ha trasmitido su apoyo, por lo que confiamos en que la postura española en la UE sea contundente en la defensa del sector”.
Además, tiene beneficios sociales. La rentabilidad de los aceites esenciales es superior a la de los cultivos tradicionales de cereales, y exporta el 10% de la producción a nivel mundial. En este momento poblaciones como Brihuega (Guadalajara) –que en los últimos cuatro años ha recibido más de 100.000 visitas a sus coloridos campos–, Almadrones y Cogollor, han creado toda una actividad económica, turística, gastronómica y cultural en torno a esos cultivos, en una zona de la Alcarria, que ya se conoce como la Provenza española. En esta provincia se destinan 2.500 hectáreas al cultivo de lavanda y lavandín, que dan empleo a un millar de personas y aportan unos ingresos de unos cinco millones de euros. En el resto de España –Cuenca, Valencia, Murcia, Alicante, poblaciones de Andalucía y de Aragón– genera más de 5.000 empleos, unos ingresos anuales por valor de 10,5 millones de euros, producto de las más de 350 toneladas anuales de aceite esencial extraídas en las 10.500 hectáreas cultivadas, según datos de Stanpa.
El proceso de destilación, detalla Juan José de Lope, agricultor y fundador de Alcarria Flora, se realiza de manera ecológica en un vaso florentino donde se separa el agua del aceite, con sistemas atmosféricos de refrigeración. “No tienen datos de que sea nocivo, pero nosotros tenemos que demostrarles que no es perjudicial. Si lo etiquetan como producto tóxico nos están matando. Están poniendo en riesgo toda una economía que se ha generado alrededor de los campos de lavanda, además de la producción agrícola”. Y añade que “si el agricultor no gana dinero no hay florecitas, y sin florecitas no hay turistas, y hay mucha gente que vive de esto, ya que cada 15 hectáreas se genera un puesto de trabajo”. Alerta, además, del agravante que supone el elevado coste de los carburantes: “destilar un kilo de aceite esencial cuesta dos euros más y el precio del kilo de lavanda ha pasado de 40 a 18 euros”.
Lidian también con la sequía, ya que este año se producirán 180 toneladas de lavanda, casi la mitad de otros años, con el intrusismo y las malas prácticas. De esto avisa el presidente de Anipam: “hay que saber diferenciar entre los aceites esenciales que se destilan directamente de la planta de los que contienen sustancias químicas, de los aceites sintéticos con mezclas no identificadas”. Reclama, a la vez, en el conflicto con Europa la implicación de la Administración central, de los Ministerios de Transición Ecológica, de Sanidad y de Agricultura, “que debería tomar partido por los productores naturales, defender un sector con implicación directa con el bienestar rural y la España despoblada”, agrega Carrillo, que alaba que Castilla-La Mancha apoye la compatibilización del cultivo de la lavanda con las abejas.
En caso de que todo fuera en vano y al final acabase decretándose como obligatorio un etiquetado en el que se reflejara de forma peyorativa la presencia de un aceite esencial, como el limón o la lavanda, la directora de Stanpa es tajante: en la actualidad, “todos los aceites esenciales ya son clasificados como sustancias naturales complejas, y por ello disponen de exhaustivos controles sanitarios y han de cumplir con la normativa de sustancias químicas, el famoso REACH [acrónimo de Registro, Evaluación, Autorización y Restricción de sustancias y mezclas químicas, reglamento que entró en vigor el 1 de junio de 2007]”.
Y añade que el problema ha surgido con la modificación de la clasificación de los aceites esenciales contemplada por el reglamento CLP [que garantiza una comunicación clara de los peligros que presentan las sustancias y mezclas químicas de la Unión Europea], que propone cambiar la terminología, llamándolos MOCs (More than One Component, por sus siglas en inglés), y en esta propuesta no se diferencia si son naturales.
De prosperar la propuesta tal como está, productos vegetales como son los aceites esenciales se les aplicarían criterios que, “desoyendo la amplísima información científica disponible sobre su seguridad, pretende añadir logotipos de peligro al etiquetado, lo que sería inadmisible para su uso en perfumería y cosmética. Por tanto, los echaría del mercado, sin más” aclara Val Díez, que añade que si se etiquetan como perniciosos, la industria del perfume y la cosmética no los va a utilizar.
En este momento, España es el segundo exportador mundial de perfume. En cuanto a aceites esenciales, exporta más de 500 millones de euros al año. “Si los productos no pueden usarse en Europa, tampoco van a poder exportarse, pues las legislaciones de los diferentes países exigen certificados en origen. No quiero ser pesimista, pero el impacto sería muy grave”, se lamenta la directora general de Stanpa.
Objetivo: sacar a las aromáticas de la lista negra
Cobertura. Uno de los pasos a seguir, apunta María Pedernal, socia de VC Biolaw, es hacer fuerza con los gobiernos locales, con el fin de “dar cobertura general para lograr que este tipo de plantas salgan de la lista negra de este tipo de compuestos, ya que se enterraría a la lavanda y al lavandín”. La pregunta que se hace esta abogada es si todo elemento químico es tóxico, “porque también lo sería el agua”.
Unidos. Ante el proceso de revisión de la normativa europea que puede afectar al futuro de los aceites esenciales, varias entidades han creado la Plataforma de Defensa de los Aceites Esenciales. En esta plataforma promovida por Stanpa, participan cientos de productores de aceites esenciales, desde los centenares de agricultores de las plantas aromáticas y frutales, AILIMPO (Asociación Interprofesional de Limón y Pomelo), AMAF (Asociación Mediterránea de Aromas y Fragancias), ANIPAM (Asociación Nacional Interprofesional de Plantas Aromáticas y Medicinales), hasta las empresas fabricantes AEFAA (Asociación Española de Fragancias y Aromas Alimentarios) y EFEO (Federación Europea de Aceites Esenciales) para incidir sobre dos procedimientos de evaluación en marcha.
Aromáticas. El cultivo de este tipo de plantas en España es de más de 23.070 hectáreas, con una producción de 74.073 toneladas, según el Ministerio de Agricultura.