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Hace unos días apareció un artículo de un reconocido novelista donde externaba su irritación ante la idea de que la literatura pueda ser considerada inútil, pues, a su parecer, su utilidad reside en ser una “fuente de conocimiento”, y más adelante se afirma que las novelas son (o fueron) “portadoras de noticias”. Se afirma igualmente que sin la lectura de novelas nuestra comprensión del mundo sería incompleta o defectuosa.
Es evidentemente un tema muy subjetivo, donde cualquier opinión es tan válida como otra, pero a mí me parece que intentar llevar la literatura a la esfera de lo teleológico, y preguntarse por su “utilidad” es ya llevarla justo al terreno de lo teleológico y lo utilitario, y querer encasillarla en un ámbito que no sólo no le corresponde, sino del cual saldrá necesariamente empobrecida. En ese sentido, para mí es un poco igual si la conclusión es que “no sirve para nada”, o que por el contrario, sí es muy útil, y nos da conocimiento, noticias y una mejor comprensión del mundo. El tema me resulta similar a las situaciones en que se hacen preguntas a partir de la desconfianza, donde cualquiera de las respuestas posibles ya implica una degradación del vínculo que se está poniendo bajo cuestionamiento. Entre otras cosas, porque el infatigable empeño por llevar la imaginación al ámbito del conocimiento me resulta un poco como si quisiéramos trasladar el sexo al ámbito del fitness, y para defender su importancia o “utilidad” en nuestras vidas, ensalzáramos la quema de calorías y la tonificación muscular que nos aporta.
Y no sé si por casualidad o no, pero a los pocos días volví a ver luego de varios años la maravillosa película de Terry Gilliam, El imaginario del doctor Parnassus que es, como prácticamente toda la obra de Gilliam, una oda al vasto poder de la imaginación (y del humor: ¿quién más podría darle un toque humorístico/siniestro a 1984, de Orwell, como hace Gilliam en Brazil?) Y solo con realizar ese viaje mental y espiritual es suficiente para saber que la imaginación es imposible de encasillar en cualquier tipo de empeño pragmático. (De lo cual no se desprende que no “sirva para nada”, sino sólo que trasciende por kilómetros a la mera vocación de maniatarla). En la película, al cruzar un espejo las personas se adentran en la mente del doctor Parnassus, donde se escenifican bajo un universo de no-reglas fantásticas donde absolutamente todo es posible, tanto las más extravagantes fantasías, como los temores y pulsiones más oscuras. (Pues, ya puestos al juego de lo utilitario, entonces tendríamos que considerar también un potencial dark side sociopolítico de la literatura, como hace la actual corriente de filiación gringa que la somete al feroz escrutinio del puritanismo moral. Cuestión que para mí Calasso desmontó llevándola al absurdo, cuando escribió que entonces tendríamos que considerar Crimen y castigo como un manual para matar ancianas indefensas).
¿Se puede ser un ciudadano responsable, que vota y paga sus impuestos, informado sobre el mundo, respetable persona de familia, que lleva a cabo un exitoso proyecto de vida, tiene todas las opiniones adecuadas en los temas de actualidad, y se relaciona con la gente igualmente adecuada para su carrera, sin leer una sola novela en la vida? Creo que sin duda, sí. Mas bien, para mí la pregunta sería si se puede uno adentrar seriamente en los viajes de la imaginación literaria y encontrarlo compatible con una vida apegada al ideal contemporáneo recién descrito.
Eduardo Rabasa
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