La Argentina vive, una vez más, horas muy difíciles. Todo parece estar fuera de control, los círculos viciosos que supimos conseguir se resisten a ceder. Incertidumbre y malestar se apoderan de nuestros pensamientos en medio de un implacable derrotero de números en rojo: pobreza, inflación, déficits, delitos, impunidad, desnutrición, escolaridad, el eterno dólar paralelo y tantos otros. Crispaciones y grietas hacen casi imposible el ejercicio del debate público y la construcción de soluciones sustentables para tantos problemas. Sería muy largo analizar las causas de semejante fracaso colectivo. Pero en medio de tan contundente postal de incompetencia y frustración, emergen voces, hechos, hitos e iniciativas que contribuyen a amplificar el sendero de la esperanza para un futuro distinto en este país tan particular. Como en este caso, el mensaje del empresario Esteban Wolf en el Senado de la Nación con motivo del Día Internacional de las Pymes, hace algunas semanas.
Argentina es siempre una promesa inconclusa. Avanzar hacia el progreso colectivo es una misión que parece escaparse recurrentemente, bajo una sombra de miseria y atraso que se ensaña con perseguirnos. Mensajes como el de Wolf hacen sentido. Y vuelven a movilizar la conciencia colectiva. Un país subdesarrollado, una sociedad dividida y cada vez más desigual y un Estado siempre enorme y quebrado, no pueden ser nuestro destino. Haciendo gala de una brevedad tan eficaz como emotiva, Wolf realizó una significativa contribución pública para un país mareado por el griterío inconducente y el laberinto de marchas y contramarchas que agotan las mejores voluntades. En pocos minutos, Wolf puso sobre la mesa esa materia que nunca logramos aprobar y sostener: consagrar nuestras energías a construir futuro, superando el deporte nacional de rapiñar ventajas en la aún generosa canasta de un país que languidece bajo una maraña de intereses creados, burocracias y anacronismos.
Construir futuro en serio, sin atajos ni espejismos ideológicos, es un grito desesperado de todos los que, como Esteban Wolf, no queremos irnos del país. Multiplicar y viralizar este tipo de demandas alimentan el movimiento nacional de la sensatez, capaz de generar condiciones para vencer el cortoplacismo y facilitar un camino de soluciones en el siempre difícil terreno del juego democrático. Sumadas, esas voces y testimonios, deben ser el material de base para que nuestros líderes más responsables y esclarecidos puedan darle forma a una narrativa de progreso que convenza y emocione a las mayorías. Un clima propicio para las reformas eternamente postergadas de la Argentina es condición necesaria para atravesar las complejas transiciones que tal camino supone e insuflar a los líderes que les toque protagonizarlas el temple y la sabiduría para ir hacia adelante durante mucho más que un período de 4 años de gobierno.
Una de las principales consignas que Wolf expone para enfocarnos en construir futuro tiene que ver con recuperar la cultura del trabajo. Hay aquí por delante una monumental cruzada para transformar la Argentina. En las últimas décadas, una cultura de la reivindicación, la asistencia desde el Estado y la falta de compromiso con el progreso se ha apoderado de millones de argentinos. Nos ha enemistado con el mundo de la creación de valor, a través de sus múltiples manifestaciones: oficios, profesiones, empleos, emprendimientos y enorme variedad de desempeños en la economía independiente. Un país con sistemas injustos e ideas atrasadas siempre hace cuesta arriba la tarea de los que crean valor, pero la Argentina lo ha llevado a niveles alarmantes. Los incentivos para crear, trabajar, colaborar y aprender brillan por su ausencia y la banalidad del mal de Hannah Arendt hace estragos en una sociedad cansada. Juicios laborales, escasez de personas con habilidades demandadas, bajísima tasa de creación de nuevas empresas, delitos organizados, contratos oscuros con el Estado en todos los niveles, negocios sin valor agregado y apego vital a regímenes de asistencia o protección (desde los planes sociales hasta el modelo de ensamblaje en Tierra del Fuego) definen buena parte de esta cultura signada por hábitos y actitudes que dan la espalda agresivamente al trabajo y la creación de valor.
También sobresale con fuerza la cuestión del Estado. Un tema tan maltratado, siempre simplificado por ideólogos de izquierda y derecha. Wolf trae nuevamente sensatez al volver a las fuentes y pedir un Estado que acompañe y facilite el desempeño de personas y organizaciones. Claro que también se requieren políticas activas para nivelar y promover a sectores desfavorecidos. Pero degenerar en máquinas de impedir, maltratar y etiquetar es un delirio del que debemos escapar. El Senasa, Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria, es señalado por Wolf como un calvario para la agilidad que requiere una Pyme que quiere crecer y exportar. Transformar los organismos del Estado, sin concesiones, es pilar de cualquier futuro venturoso para el país. No habrá futuro mejor si no logramos domar a ese enorme elefante blanco, demostrando que ni reducirlo a mínimas expresiones ni absolutizarlo son caminos asertivos de acuerdo a las evidencias y los desafíos del Siglo 21.
La educación es siempre la madre a todas las respuestas cuando preguntamos cómo salir del subdesarrollo. En el país y en el mundo. Wolf lo expone con elocuencia, pidiendo encarecidamente estrategias concretas y sostenibles para preparar a los jóvenes hacia el mundo del trabajo, recreando escuelas técnicas, enfocando las pedagogías en el saber hacer y formando emprendedores para el mundo de la economía independiente que crece en el mundo, genera trabajo y puede aprovechar las nuevas oportunidades que las tecnologías digitales y las transformaciones de los mercados suponen. En este terreno, hay un abismo entre el punto de partida y el punto al que necesitamos llegar para escapar de la pobreza y achicar desigualdades. Sólo una revolución educativa, liderada por el Estado nacional con la concurrencia de todos los sectores podría hacer viable una estrategia de educación eficaz y masiva susceptible de preparar a las mayorías para los trabajos y emprendimientos del futuro.
La problemática de nuestra inserción en el mundo también se refleja en el mensaje de Wolf. Especialmente en el mantra de exportar más. Décadas hablando del tema y seguimos dependiendo en gran medida de granos, aceites y derivados en nuestras cuentas internacionales. Un caso de estudio en el mundo, sin lugar a dudas. Una pyme que produce helados y tiene la osadía de exportar ya a tres países debería recibir desde entidades públicas y privadas un catálogo de beneficios y palancas para multiplicar sus ventas en el exterior. Sus productos han pasado ya muchas pruebas de mercado, su management ha demostrado ya estar a la altura de la creciente globalización de los negocios y sus balances registran ingreso de dólares para un país que los necesita desesperadamente. Wolf no pide subsidios, monopolios ni contratos con el Estado. Pide empatía de las oficinas y procesos estatales con las que debe lidiar para colocar más productos fabricados por manos argentinas en el exterior. Nuevamente, no hay futuro posible si no rompemos el cerco de una economía cerrada, siempre hostil frente a la necesidad de productos importados y siempre espasmódica para abordar el meticuloso trabajo de abrir y sostener mercados internacionales para nuestros productos.
Finalmente, las pymes como el corazón de la maltrecha economía argentina. El 95% de lo que produce y comercializa nuestra economía proviene de pequeñas y medianas empresas, forjadas por emprendedores y curtidas en la supervivencia frente a los ataques persistentes de inflación, sobrecostos y burocracia. Claro que muchas pymes tienen limitaciones autogeneradas. Múltiples estudios han demostrado que la profesionalización del management, la armonización generacional y la transformación digital suelen ser materias esquivas a muchas pymes y que precisamente son las que hacen la diferencia a la hora de crecer. Más aún en una economía tan inestable. Pero son miles y miles las que, aun haciendo bien los deberes, sucumben bajo las garras de un Estado voraz, la escasez de crédito para crecer y la precariedad de políticas de Estado para facilitar sus negocios. Wolf ha suplicado que, de una vez por todas, la Argentina pueda darse una política de Estado respecto a las Pymes. Corporaciones y unicornios son importantes, tiran para arriba sectores y sistemas económicos enteros. Pero es en el entramado de Pymes donde se definen en gran medida las chances de progreso sostenido y federal de un país como la Argentina. Basta de ser sólo una Secretaría de la enorme burocracia estatal. El universo Pyme requiere una estrategia nacional que vincule y expanda todas las áreas, recursos y palancas del Estado (nacional, provincial y municipal). Solo así, a pedido de Wolf, podremos superar esta eterna manifestación de simpatía a favor de las Pymes en contraste con las escuálidas estrategias para potenciarlas.
Diez minutos de sensatez fueron los de Wolf en el Senado. Un rico eslabón para reunir las energías necesarias que nos saquen de la decadencia. No es poco. Es un abismo el que tenemos por delante. Las voluntades que añoran el progreso, detestan la rosca y no persiguen privilegios son mayoritarias. Deben imponerse en una Argentina triste y, una vez más, al borde del colapso. Gracias Esteban Wolf por un testimonio tan sentido y comprometido. Emocionarse es parte de la solución para construir futuro. Podemos ser mejores de lo que somos. Necesitamos una narrativa, liderazgos y un proyecto colectivo que cale bien hondo, barriendo con el cáncer de la demagogia que promete soluciones inmediatas donde no puede haberlas. Ese sueño de una mesa llena de hijos y nietos argentinos, que expresa Esteban Wolf, lo hacemos propio miles de argentinos. Es hora de renovar el compromiso y actuar. El 2022 tiene que ser el año en que comprendamos la matriz de la Argentina inviable que nos devora y rompamos el cerco que nos impide construir futuro.
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