Hay un clásico de los clásicos en el nuevo periodismo de los títulos «clickbaiteros» (ciberanzuelos con algún toque sensacionalista para atraer a la mayor cantidad de lectores): las historias de «10 cosas increíbles que no sabías sobre… tal o cual cosa». Dentro de este subgénero, hay un tema que por varios motivos generó cientos de historias de este tipo: la de cosas que jamás nos hubiéramos imaginado que hacen las abejas. Entre ellas, lecciones y paralelismos para el management y el emprendedurismo.
«Hay infinidad de aspectos desconocidos sobre las abejas y analogías con el mundo de las empresas y de la innovación», cuenta Gene Robinson, entomólogo estadounidense y una de las máximas autoridades globales en el campo de las abejas. Robinson da clases en la Universidad de Illinois-Urbana Champaign y dirige un laboratorio de biología genómica. Fue un pionero en el secuenciamiento del genoma de uno de los 20.000 tipos de abejas que existen, en la primera década de este milenio.
«Las abejas tienen sentimientos y personalidades individuales», dice Robinson. En 2012, él y su equipo del laboratorio de Illinois descubrieron que ciertos tipos de abejas buscan «la novedad y la aventura».
¿Qué otros factores hay «que jamás nos hubiéramos imaginado»? Miles. Son ingenieras excepcionales, algo que destacó Charles Darwin en sus escritos sobre la evolución: el hecho de que los panales tengan dentro formas hexagonales obedece a que es la manera más eficiente de almacenamiento. Estos insectos se comunican con danza y movimientos. La cafeína las lleva a trabajar más duro y la cocaína las hace mentir. Pueden crear una «reina» nueva en cinco días, o menos, si la anterior se muere (se alimenta a la larva elegida con jalea real y se la somete a todo un proceso).
Las abejas son ingenieras excepcionales, “pitchean” cuando hay que cambiar de panal y canibalizan lo obsoleto
«Cambian de roles sobre la base del contexto, si hay escasez o hay abundancia. Son versátiles, pueden adaptarse a circunstancias y son muy eficientes para reinventarse», señala la ingeniera, emprendedora e inversora Rebeca Hwang, que usa analogías con el mundo de las abejas en sus clases de innovación en Stanford y en Thunderbird, el posgrado de negocios de la Universidad de Arizona.
Hwang, de Kalei Ventures, agrega otras dos conexiones poco conocidas: «Las colonias ‘destacan’ varias abejas para que exploren nuevas posibilidades de locación para un nuevo panal y, cuando vuelven, ‘pitchean’ sus propuestas con danza y movimientos, para convencer al resto de votar la mejor opción. Y el otro paralelismo es el de la canibalización para con aquellas funcionalidades que ya no sirven: muy rápidamente se deja morir a los machos que ya cumplieron con su función de fertilización, por ejemplo». Hwang relaciona esta dinámica con la de empresas del estilo de Netflix, que «matan» o canibalizan muy rápido una innovación que ya quedó vieja (el delivery de películas a domicilio versus el streaming).
Las abejas también entraron en la nueva agenda de transformación por otra ventana: la del cambio climático. El año pasado se publicó un libro sobre el tema que tuvo mucha repercusión: La tierra silenciosa, del inglés Dave Goulson, que hace referencia a un «apocalipsis de los insectos» (ver aparte).
Emprender como abejas
Una de las empresas más exitosas en las ciencias de la vida vinculada a las abejas es Argentina Bee Flow, fundada y dirigida por Matías Viel, ahora radicado en EE.UU. Días atrás, la firma cerró una ronda de financiamiento por US$ 8,3 millones.
«Hay 20.000 especies de abejas identificadas y solo una se usa en agricultura, porque se encontró la forma de domesticarla. Las flores y las abejas se fueron adaptando en el proceso evolutivo, y en esta adaptación se pueden ver muchos paralelismos con el mundo emprendedor», explica Viel. «En el terreno de los negocios podemos pensarnos como abejas que vamos de flor en flor, viendo qué nos ofrecen, algunas más polen, otras más néctar, y así».
Bee Flow licenció la primera patente que tuvo la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. «Hay una brecha en el mundo científico con buenas ideas que se quedan en papers y a veces no pasan a la práctica», dice Viel. Y hay otro problema: los entomólogos en los últimos años se concentraron en los «insectos malos» (combatir plagas, porque el dinero grande de las compañías estaba allí). Existen menos incentivos para investigar cómo salvar y reproducir a los insectos «buenos».
Para Viel, el estigma de las abejas como trabajadoras incansables a veces no es tan cierto. «Dentro de las colonias hay una división muy eficiente de las tareas», afirma. La buena noticia, dice, es que la ciencia avanzó para entender cómo aprovechar y preservar este tipo de insectos. En su libro, Goulson también es optimista porque la tasa de reproducción involucra poco tiempo, con lo cual, si hay una toma de conciencia, el problema se podría revertir relativamente rápido.
En los esfuerzos por cimentar esta toma de conciencia, hay varios famosos, como Scarlet Johansson o Leonardo DiCaprio, que se pusieron la «camiseta de las abejas» y mantienen sus propios panales urbanos.
Alerta por el declive de las abejas
El profesor de Biología de la Universidad de Sussex, Dave Goulson, advierte en su libro La tierra silenciosa sobre el proceso de extinción de estos seres pequeños, y argumenta que el futuro de la especie humana está ineludiblemente ligado al de los insectos.
Muchas especies de insectos, entre ellas algunas de abejas, dice Goulson, tuvieron un declive de hasta el 75% en sus poblaciones en las últimas tres décadas. Estos cambios dramáticos, continúa, no son debidamente advertidos, porque tenemos sesgos que operan en contrario. Uno de ellos es el de «cambio de línea de base», por el cual tendemos a pensar que el estado actual del mundo es el «normal».
Existen estimaciones que indican que hasta un 87% de las plantas requieren de la polinización para dar sus frutos, una tarea que hacen las abejas y también otros insectos.