Es una burrada porque abre la posibilidad de perder unos beneficios indiscutibles para el comercio exterior colombiano. Los exportadores, en su gran mayoría, se aterran con la posibilidad de abrir una negociación que por razones obvias tiene que ser recíproca. Creer que Estados Unidos va a aceptar unas peticiones colombianas de mejorar las condiciones en el trato comercial a los textiles y una mejoría a los arroceros por cuenta de que somos sus principales aliados en Suramérica es una insensatez.
Suponer que esos objetivos se logran mediante la revisión de aspectos específicos a través de la Comisión Administradora del TLC, no deja de ser una ingenuidad de primíparos en la negociación de tratados. No es sino mirar la historia del convenio para entender el tamaño del bollo. Más de diez rondas de negociación en varios años y un tour de force en los Congresos de Estados Unidos y de Colombia que pusieron en peligro varias veces el éxito del proceso.
Los encargados del empalme del Presidente Petro solicitaron al gobierno americano, representado por el encargado de negocios de la Embajada, renegociar el TLC. El funcionario un poco sorprendido con la solicitud —la reunión era para hablar del Acuerdo de Paz— no tuvo mas remedio que manifestar su conformidad de revisar los aspectos específicos en los que se hayan presentado dificultades.
La diferencia entre revisar y renegociar es gigantesca porque lo primero es un proceso administrativo muy manejable mientras que lo segundo es un tramite legislativo muy traumático y por consiguiente peligroso. Proponer una modificación del posicionamiento de los textiles o el ingreso al mercado norteamericano de productos agrícolas no pueden calificarse de revisión. Son modificaciones de fondo.
Para el exministro y embajador Luis Carlos Villegas, el perfeccionamiento del Acuerdo con los Estados Unidos constituye uno de los hitos de modernización de nuestra economía, comparable solo con la importancia de la independencia del Banco Central consagrada en la constitución por la Asamblea Constituyente de 1991.
Por cuenta del Tratado, los consumidores colombianos obtuvieron precios mas bajos en alimentos, vestuario, servicios de tecnología y de crédito en comparación con los costos nacionales. Pudimos importar de Estados Unidos materias primas, bienes intermedios y bienes de consumo a precios internacionales. Se fortaleció la inversión nacional y extranjera y morigeró el papel monopólico de empresas como la del acero. Nos abrimos a la transferencia de tecnología y a prácticas empresariales innovadoras. Modernizamos el régimen de propiedad intelectual lo cual permitió el acceso a productos nuevos en el sector farmacéutico. Se abarató el precio de los carros. La formalización laboral alcanzó, por primera vez un 55%. En síntesis ” ha sido favorable a todas luces disponer de acceso privilegiado al mayor mercado del mundo.”
Antes del tratado estábamos sometidos al tortuoso mecanismo de la renovación anual del Congreso de Estados Unidos de las preferencias andinas. El TLC volvió permanentes las desgravaciones arancelarias “que eran susceptibles de ser revocadas”. Los tratados comerciales con Canadá, Unión Europea, Estados Unidos, Reino Unido, México, Chile, Perú, Panamá, Corea, Costa Rica, Israel, Guatemala, Honduras, Salvador, Reino Unido, entre otros, nos insertaron en la economía internacional. En ciernes el tratado con Emiratos Árabes Unidos, negociado en tiempo récord mediante un proceso de fast track y que al gobierno electo le parece precipitado.
La otra cara del comercio en América Latina es la del fracaso de Mercosur. Ausencia de voluntad política y de complementariedad estructural entre los países miembros, dicen los estudiosos del tema.
Tendrá el Presidente Petro que escoger entre el modelo de los Acuerdos exitosos como el TLC con Estados Unidos, principalmente, o el fiasco que significó el mercado del sur.
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