Hola personas, tras un descanso sanferminero de nuevo aquí con vosotros. ¿Qué tal se nos ha quedado el cuerpo?, supongo que bien, somos de buena raza. Ahora a recuperarse un poco que en nada empiezan en Caparroso, Tudela, Puente, Lerín, Bera, Estella, Tafalla y un sinfín de pueblos que esperan su chupinazo tan ansiosos como nosotros hemos esperado el nuestro.
En esta vida las cosas llegan, son y se van, y los sanfermines 22 ya son historia. Han sido los sanfermines más esperados y añorados que nosotros recordamos y han sido unos buenos sanfermines. Pero…con algún pero. No entiendo que entre nosotros haya un pequeño número de vecinos que no olvidan la política ni cuando están de juerga y que vayan siempre con el tema en la cabeza aburriendo a las vacas y faltando al respeto, a la libertad del diferente, insultando, agrediendo, poniendo en riesgo la seguridad de otros conciudadanos que simplemente estaban ahí cuando a ellos se les puso en la entrepierna comenzar el número de siempre, del grito, el ataque y el desconcierto. No se entiende que a quien se le llena la boca autodenominándose demócrata y se erige en paladín de todas las libertades se dedique a insultar al contrario político por el hecho de serlo, insultando con ello a un montón de paisanos que depositan su voto para que ese insultado les represente políticamente, no para que tenga que estar ahí aguantando el insulto y la agresión. El insulto porque sí, sin mirar a quién. Cuando el día 7 al mediodía estaban los músicos de la Cofradía de san Saturnino dispuestos a cantar a Toko-toko y a la Braulia la canción del Negro José, que ya se ha hecho tradición, para que los dos gigantes la bailasen, una chica, desencajada, desde el balcón del primer piso de la casa anterior a Napardi, en la calle San Saturnino, a voz en grito se desgañitaba gritándoles !!FASCISTAS, FASCISTAS¡¡, y se daba la vuelta dando la espalda a la escena queriendo así escenificar su rechazo, pero, todo hay que decirlo, al rato, cual mujer de Lot, se volvía de perfil y miraba de reojo para ver el espectáculo. ¿Qué le habrán hecho una gente que disfruta cantando a su pueblo, cuyo único delito es alegrar el cotarro allí donde van, para que les llame fascistas con tanta inquina?, no entendí nada. Pero no demos más espacio a quien no lo merece y vayamos a lo bueno.
El chupinazo fue pasado por agua pero fue multitudinario, todos estábamos por allí, los más jóvenes y remangados en el meollo, quien no pudo, o no quiso, entrar en la Plaza Consistorial, en los aledaños. Sarasate, Plaza del Castillo, Estafeta, Carlos III eran testigos de que un montón de espíritus blancos y rojos estaban dispuestos a abrir la puerta a ocho días de desfase, diversión y risas, ocho días de ser pamplonicas y de meternos Pamplona en vena.
El día 7 comenzó con ese cohete que a las ocho nos anuncia que seis toros seis salen a las calles de la vieja Iruña a medirse con todo aquel que quiera probar la dureza de sus pitones. Dos años sin verlo, dos años en los que el espectáculo por excelencia de nuestras fiestas quedaba en el cajón a la espera de tiempos mejores. Yo que siempre ando a vueltas con los nombres de las calles me pregunto, ¿cómo es posible que aún no haya en Pamplona una Avenida del Encierro?, o, en plan más críptico, Avenida de Los 848 metros. Estúdienlo, munícipes, estúdienlo.
La procesión tuvo toda la emoción que se esperaba, yo la vi pasar, cuando ya había cumplido todo su recorrido, en la calle Mayor, frente al Palacio de Ezpeleta, desde un balcón del antiguo colegio Huarte, edificio lleno de historia, y la vi pasar emocionado, vi al santo y me miró lanzándome un guiño en el que me decía que sus temores habían sido superados y que el esperado paseo había sido un éxito total, que había visto muy bien al paisaje y al paisanaje, que se había emocionado de nuevo escuchando las jotas que en el recorrido se le cantaron y que volvía tranquilo para su templete a esperar el paseo del año que viene.
Acabada la procesión, todos nos disgregamos por los bares de diferentes calles pero todos tenían un elemento en común: el abrazo y la alegría del reencuentro, de la vuelta a lo que más queremos.
La tarde del 7 nos esperaba una fiesta de cumpleaños, el de la Plaza de toros y allí estuvimos celebrando, si bien parecía que el cumpleaños era de los toreros a juzgar por el número de orejas que se regalaron. La corrida no fue mala, pero el medallero fue excesivo.
Y así fueron pasando los días, sobre lo previsto, encierro, almuerzo, paseo, gigantes, apartado, aperitivo, comida, siesta, toros, cena, fuegos y en este punto ya cada cual, según su edad, situación, condición y ganas, unos por aquí y hasta aquí, otros por allá y mucho más allá. Quién pillara, aunque solo sea por una noche, unos sanfermines con 25 años. Se me saltan las lágrimas al recordarlo. Ahora también me divierto, pero es otra cosa.
A media semana me escapé, cambié el chip por completo y el día 9 me fui a los madriles a ver unas exposiciones de fotos ciertamente interesantes. El domingo me fui al rastro a ver que se cocía por allá y a ver si era yo el afortunado que, entre tanta bazofia, encontraba un tesoro, y, a mi nivel, así fue ya que en un puesto encontré un ejemplar del famoso libro Los Sanfermines con fotos de Ramón Masats, editado por Espasa Calpe en 1963 y archiagotado, por el que el chamarilero me pidió la astronómica cifra de 4 euros que gustosamente pagué. Y el día 12 me fui hasta Plasencia a ver la exposición de Las Edades del hombre, si sois aficionados al arte no os la podéis perder. La exposición en sí es impresionante, obras del Greco, Zurbarán, Claudio Coello, Pedro de Mena etc. etc. la componen, el escenario expositivo son las dos catedrales que Plasencia posee y que, en estilo gótico la una y renacentista la otra, pugnan y pelean por ser la más bella. Aparte de la exposición un paseo por la ciudad extremeña vale la pena. Toda ella amurallada, su interior es un parque temático del arte: a un palacio, le sigue una iglesia y a ésta una puerta de muralla. Disfruté, comí bien, pasé calor, mucho calor y el 13 volví a pisar terreno pamplonés para rematar la semana vestido de blanco y rojo, y cumpliendo con todas las tradiciones que un día como el 14 requieren.
Es curioso lo larga que ha sido la espera y lo fugaces que han sido ellos, parece mentira lo rápido que pasan ocho días, aun estábamos con el sabor de los abrazos posteriores al chupinazo cuando, vela en mano, nos estábamos abrazando hasta el año que viene.
Así es la vida.
Besos pa tos.
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