MIAMI, FL.- A propósito de la visita de AMLO a Washington hoy y mañana, y de su amenaza de movilizar a los paisanos para tirar la Estatua de la Libertad, entre la población latina se hizo viral una imagen que tiene de fondo el icónico símbolo con un mensaje respetuoso pero fuerte:
“Sr. Presidente de México: los inmigrantes en Estados Unidos no mordemos la mano que nos da de comer. Si nuestras remesas están salvando su fracaso económico, al menos tenga la decencia de aprender a respetar a este país”.
López Obrador, que hoy llega a Washington, quiere que la economía de Estados Unidos mantenga a flote a México a través de remesas y no de inversión.
Revirtió el argumento central con el que México logró el Tratado de Libre Comercio de América del Norte: we want trade, not aid (queremos comercio, no ayuda).
Ahora es al revés: manden dinero, pero no fábricas, ni tecnología ni fierros.
A nuestros gobernantes les gustan las comodidades que genera el desarrollo, pero no les gusta el desarrollo.
Se boicoteó una cumbre continental organizada por Estados Unidos en Los Ángeles, es decir en su casa, porque no invitaron a los dictadores de Nicaragua, Cuba y Venezuela.
Y se amenaza al gobierno estadounidense con una campaña para desmontar la Estatua de la Libertad si juzgan a Julian Assange por la difusión de los wikileaks.
Pero hoy, a diferencia de hace tres años, López Obrador no tiene ninguna capacidad de movilizar a mexicanos en este país.
Su credibilidad naufragó y con ella se hundió también la posibilidad de ayudar al presidente Biden a sacar adelante una reforma migratoria que beneficie a mexicanos ilegales.
En el campo demócrata, el Presidente de México ya no tiene aliados, porque los ha insultado, y en un acto de masoquismo incomprensible se puso la playera del más antimexicano de los últimos presidentes de Estados Unidos, Donald Trump.
Los republicanos tampoco quieren saber nada de López Obrador, por su alineamiento con las dictaduras del continente e injurias públicas a congresistas destacados.
Esto es una tragedia para México, porque sucede en un momento histórico tal vez irrepetible.
La relación de Estados Unidos con China es mala y la herramienta de este país para presionar al gigante asiático es sacar sus inversiones de ahí.
Un gobierno sensato en México estaría montado en la coyuntura para dar un poderoso empujón al desarrollo del país y captar lo que Estados Unidos necesita sacar de China, y dejar de comprarle.
La ventaja geográfica y el T-MEC hacen a México el principal candidato para atracción de inversiones físicas, en fierros y empleo, en tecnología digital e inteligencia artificial, extracción de petróleo sin que nos cueste, detonar masivamente la generación de energías limpias.
Pero a los funcionarios les gustan las comodidades y destilan animadversión al desarrollo y a “los gringos”.
Durante la reciente reunión entre la representante comercial de la Casa Blanca, Katherine Tai, y la secretaria de Economía de México, Tatiana Clouthier, quedaron al descubierto algunas de las diferencias. El reporte de la reunión desde la parte estadounidense, que se envió a los medios, dice:
“La embajadora Tai planteó las preocupaciones actuales sobre el clima de inversión en México, incluidas las políticas energéticas de México que continúan amenazando la inversión estadounidense, y dañando los esfuerzos de México para abordar el cambio climático. Habló sobre el trato de México a los inversionistas estadounidenses que impactan importantes operaciones de manufactura en el sureste de los Estados Unidos y la importancia de prácticas regulatorias sólidas y transparentes, incluido un proceso de aprobación regulatoria basado en la ciencia y el riesgo para productos biotecnológicos agrícolas en México”.
Así es que, a menos que ambos presidentes tengan bajo la manga un anuncio espectacular, la visita tendrá un bajo perfil. Pasará desapercibida.
El tema dominante será el migratorio.
La administración del presidente López Obrador transformó la frontera en un problema en lugar de una ventaja.
Para el Ejecutivo y el Legislativo de este país, México es cada vez más visto como un mal necesario, presidido por un político volátil, imprevisible, que actúa en función de sus intereses electorales domésticos, aunque ello represente un retroceso en la relación bilateral y el desperdicio de una oportunidad histórica para el país que gobierna.