6 de julio de 2022, 4:00 AM
6 de julio de 2022, 4:00 AM
Por Ronald Nostas Ardaya, industrial y expresidente de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia
Cuando se habla de inversión privada, el imaginario colectivo suele pensar en grandes empresas, capitales elevados, préstamos y riesgo. Aunque estas categorías son ciertas, excluyen aspectos importantes relacionados principalmente con los objetivos, el alcance y los protagonistas.
En términos simples, la inversión privada es una decisión económica que, partiendo de una oportunidad detectada, condiciones favorables, confianza en la capacidad propia y conocimiento del mercado, se materializa en la disposición de recursos existentes o facilitados por terceros, para emprender una actividad que puede producir ganancias en cierto tiempo. Si el emprendimiento rinde frutos, la inversión se incrementa de manera constante, generando sostenibilidad y crecimiento, y convirtiendo esa decisión individual en un valor social.
En la economía formal, la inversión privada crea empresas y negocios que a su vez generan fuentes de trabajo protegido; aportan con impuestos al erario público; proveen bienes y servicios a la comunidad; y dinamizan la oferta y la demanda, forjando un círculo virtuoso que es el verdadero motor del desarrollo y la base del crecimiento de las economías personales, familiares, asociativas o corporativas.
Aunque todos hemos invertido en algún momento de nuestra vida, y aunque hay muchos ejemplos de negocios exitosos y patrimonios construidos sobre estas decisiones, en Bolivia aún no se ha consolidado una cultura emprendedora proclive a la inversión, lo que se puede atribuir a una serie de factores como la persistente precariedad del clima de negocios; falta de capacitación e información; inseguridad jurídica; presión impositiva; entorno competitivo injusto; y desprotección de las iniciativas privadas.
En el caso de los jóvenes, por ejemplo, estas barreras reproducen un modelo que prioriza la búsqueda de empleo como única fuente de ingresos, y en los emprendedores los incita a evitar el riesgo, limitando los montos de inversión; prefiriendo actividades que prometen ganancias seguras en poco tiempo; manteniendo negocios pequeños, con pocos trabajadores y sin planes de expansión; o concentrando sus inversiones en el ámbito de la informalidad.
En el nivel macro, los problemas principales tienen que ver con las condiciones para atraer o acrecentar la inversión privada. El documento “Bolivia 2030”, elaborado por la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia en 2018, señala que nuestro país “no presenta una clara disposición hacia la inversión privada, de tal suerte que esta apatía es acompañada, por una parte, por una ausente decisión gubernamental sobre la promoción de esta inversión y, por otra parte, por el desinterés de los inversionistas privados de alojar capitales en el país, por lo que es necesario estructurar una estrategia para la atracción de inversiones de calidad, pasando por reformas normativas, institucionales, financieras y sectoriales importantes”.
La falta de inversiones tiene consecuencias en todas las actividades económicas, pero es aún más perniciosa en la industria manufacturera, por efecto del contrabando masivo que ha alcanzado a todos los productos de consumo incluyendo los alimentos básicos, lo que convierte en doblemente riesgoso a cualquier emprendimiento productivo.
Un tema adicional tiene que ver con la política económica nacional, que prioriza la inversión pública como factor central del desarrollo, lo que no constituye un problema en sí mismo, excepto cuando se define solamente por aspectos políticos sin considerar los económicos y técnicos; cuando se utiliza para crear y favorecer a empresas públicas en rubros ya desarrollados o cuando desplaza al sector privado.
En la actual coyuntura de crisis, la dinamización de la inversión privada se convierte en una necesidad y una oportunidad que debemos aprovechar, especialmente si consideramos el bono demográfico creciente, las potencialidades de expandir los negocios hacia un mundo que demanda bienes y servicios, y el salto tecnológico que facilita la producción y el comercio a mayor escala.
Hay muchos aspectos que se deben mejorar para atraer a las inversiones extranjeras, pero también hay que construir una cultura de inversiones para dinamizar a las nacionales; esto pasa principalmente por mejorar la confianza. El Estado debe confiar más en la capacidad y la voluntad intrínseca que tenemos los bolivianos para emprender, arriesgar y trabajar en proyectos individuales y colectivos que generen riqueza, trabajo y bienestar.
Pero también el Estado tiene que generarnos mayor confianza, garantizando las condiciones de estabilidad, seguridad y justicia para que el éxito de nuestras inversiones, pequeñas o grandes, dependa únicamente del esfuerzo, la inventiva y la capacidad, y no de entornos inseguros e inestables ni de decisiones políticas que cambien las reglas del juego o presionen más a los emprendedores.