Argentina es en la práctica un país bi-monetario que en estos últimos tres años profundizó la dolarización de su economía. Los combustibles se ataron al precio del barril internacional; las tarifas de luz y de gas se dolarizaron en forma directa; toda la cadena de trigo está dolarizada y sin ningún tipo de quiebre o desacople con el precio en el mercado internacional. Cuando el dólar sube, suben los precios. Cuando el dólar baja, los precios no bajan, porque esa baja es sólo ocasional.
El Gobierno no se preocupa por el daño que genera en la vida cotidiana de las familias esta recurrencia destructiva, porque está más preocupado por cumplir con una meta de déficit que se licúa cuando aumenta el dólar. Vale recordar que en momentos de crisis, recurrir al déficit es un instrumento de la economía que utilizan los países. Si bien Canadá, por mencionar solo un ejemplo, tiene una meta de reducción del déficit similar a la nuestra, es para el año 2040 y en momentos de la crisis internacional su déficit llegó a ser casi 5 puntos del PIB.
La historia del dólar y la inflación, como el perro que quiere morderse la cola, es una vieja historia que se repite en Argentina, y como lo vienen demostrando los datos empíricos de estos tres años, la solución no es restringir los pesos circulantes ya sea con el artificio de la tasa de interés alta o con la caída de la masa salarial. Tanto las altas tasas de interés como la caída del consumo destrozan la matriz productiva y social y además reducen el espacio fiscal, generando la pérdida en la recaudación pública que se observa tanto a nivel nacional como en la provincia de Buenos Aires. Un tema no menor es que cada devaluación exige más pesos a los presupuestos provinciales que tienen deudas en moneda extranjera. La deuda en dólares de la provincia de Buenos Aires, emitida por este gobierno, vulnera aún más a las familias bonaerenses. La provincia recauda en pesos y recibe fondos del gobierno nacional en pesos, pero emitió en dólares, aun con el sector público nacional.
Lamentablemente un modelo muy similar al de bandas cambiarias es un viejo conocido en la región. Durante nuestro plan de Convertibilidad, Brasil impuso un modelo de bandas cambiaras, sostenido con altas tasas de interés. El resultado fue que el plan de estabilización lapidó a miles de empresas que tuvieron que cerrar sus persianas y aumentó el desempleo. Dos consecuencias predecibles que hoy las estamos viendo y viviendo con contundencia dramática. Preocupación es la palabra más frecuente en la calle, en los ciudadanos, en la gente. Una economía que no genera puestos de trabajo no es una economía estable.
*Silvina Batakis, ministra de Economía.
por Silvina Batakis*