Honestamente, pero con la mano en el corazón como si estuviéramos jurando ante la Biblia, ¿qué porcentaje de mensajes, correos o comunicados que le llegan por redes sociales los lee completos?
Empezamos por la mañana cuando llegan las primeras oraciones, el Evangelio del día, frases motivacionales o anécdotas con casos de la historia con personajes ejemplares, textos como apapachos al corazón, lecciones de vida o largos textos que para la persona que los envió los considera de gran valor y los comparte con la esperanza de que la misma emoción que le causó a él también la experimenten sus contactos.
Otras personas son proclives a enviar pensamientos o trozos de poesía donde revelan su estado de ánimo de ese momento. Ahí sabemos si en el arte del amor andan arrastrando la cobija, si están decepcionados de su pareja, enviando mensajes, según ellos, muy indirectos o soterrados, pero que son gritos de abandono y despecho.
El optimista manda flores o paisajes fantásticos sacados de cuadros o fotos que ni siquiera saben en qué parte del mundo están, con un frase de un autor que no tenemos la mínima idea de quien es, pero todo parece ser como si la foto nosotros la tomamos y el pensamiento es nuestro. O sea, “pirateamos” hasta la inspiración.
Y luego nos responden –no siempre– con otro pensamiento para reforzar o seguir la sintonía de nuestro mundo ideal que queremos imaginarnos a través de nuestro celular.
Si se trata de un grupo de WhatsApp con varios integrantes, lo común es que se pierda el hilo de una conversación, porque hay irrupciones de temas. Cada uno sube lo que quiere compartir, y muchos lo ignoran, ni siquiera lo leen y sorprenden con un tema totalmente ajeno o hasta contrario y luego otro surge con algo diferente.
Son pequeñas torres de Babel: cada uno trae su tema, su preocupación, su interés. Alguien sube el último meme de AMLO, otro aparece con el resultado de la carrera de ‘Checo’ Pérez, alguien más sube una nota de la última versión de la ola del Covid-19 y su repercusión en China y el anuncio de que ya viene la quinta ola del coronavirus. Consejos para tener más vigor, conservarse más joven o una dieta vegana.
“¿Ya leyeron esto?”, lanza el anzuelo provocador un integrante del grupo con una columna sobre los avances de las “corcholatas” o cómo quieren sacar a Alito del PRI o del último round del presidente de la República con los periodistas. Otro irrumpe con un video de un hombre que se lanzó al vacío y unos que iban pasando por el lugar lograron captar con sus celulares el momento preciso en que vuela por los aires el decepcionado hombre, pasando a la inmortalidad momentánea en las redes sociales por tener una muerte viral: miles y miles de personas lo vieron y lo compartieron.
Y así se van sucediendo temas, escenas, videos, textos o memes de los cuales sólo muy pocos, demasiado poco, se leen.
Son tantos los contenidos y tan disímbolos temas que, al terminar el día, nada queda de toda esa información. Y al día siguiente empezará otra jornada igual.
Nos podemos imaginar que por nuestras manos se nos escurren como agua tantos temas. Se van como líquido entre los dedos, a pesar de que pusimos las dos manos tratando de retener, pero fue imposible.
Son los temas líquidos en las redes sociales que nos ha conformado un pensamiento líquido. Nada se queda, todo corre como el agua. Nuestra vida ha dejado de tener elementos sólidos, pensamiento y principios robustos que constituyan una estructura mental, una cosmovisión y trascendencia.
Lo líquido es como el pensamiento light, sin consistencia ni sustancia. La esencia se disimula o sustituye por algo comestible que no genera incomodidad ni pesadez. Por eso es la época de las almas vacías, vidas desalmadas, no por malas sino por falta de alma.
El filósofo griego Platón sostenía que los hombres tenemos tres almas que las representaba en el mito o alegoría del caballo alado, donde una biga conducida por un jinete era jalada por dos caballos. El jinete representa el alma racional, el primer caballo es el alma irascible, controlada por la rienda del jinete, y el segundo caballo es el alma apetitiva o desobediente.
El alma racional debe tener la capacidad de controlar los dos caballos, el bueno y el malo. Y aunque podemos tener un caballo manso y otro incontrolable, que son dos caras o comportamientos del hombre, podemos conducir con firmeza con nuestra alma racional. Así lo veía Platón y de ahí desarrolló la división del hombre en tres partes: razón, emoción y pasión que le dan sentido al alma.
Pero cuando empezamos a sustituir imágenes por argumentos, pantallas por textos, homo videns por homo sapiens, emoción y pasión por razón entonces vaciamos el alma. Se escurre la sustancia como el agua y nos queda un alma líquida.
Cuando las máquinas se apoderan de nuestras vidas, cuando presumimos de la inteligencia artificial como alternativa a la mente creadora, al alma volitiva y fuerte, es cuando estamos en proceso de vaciarnos.
El autor de ‘Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?’ (CARR, 2014) alertó que “cada día, diversas aplicaciones nos ayudan a hacer ejercicio o incluso buscar pareja. Confiamos en una voz artificial que nos guía paso a paso hasta nuestro destino y las redes sociales nos incitan a recuperar amistades. La automatización es imparable y ya se está apropiando incluso de las profesiones más especializadas: los softwares sustituyen el ojo clínico del médico, el oído del músico, la mano del arquitecto o la pericia del piloto. Coches que conducen solos, ataques con drones militares y la realidad supera con creces lo que hasta ahora hace poco nos parecía ciencia ficción”.
Carr también advierte que el culto a la tecnología nos ha hecho depender más de máquinas con un fuerte impacto en el pensar y sentir como humanos alterando el área cognitiva –conocimiento– por el exceso de confianza en los algoritmos de las redes sociales que nos espían y crean perfiles de nosotros para ser productos comercializables. Esa tecnología nos adormece y anestesia la capacidad de aprendizaje y razonamiento.
Nos están robando algo esencial, la sustancia del hombre, la razón, el alma racional.
El paso siguiente o la consecuencia es una nueva forma de soledad. Entre cientos o miles de “contactos”, de seguidores, de likes, hay una soledad masiva. Rodeados de la masa, pero solos con nosotros mismos.
La soledad se ha convertido (HERTZ, 2022) en la condición definitoria del siglo XXI, que daña nuestra salud, riqueza y felicidad, que desde antes de que la pandemia del coronavirus introdujera el concepto de “distanciamiento social” el tejido de la comunidad ya se estaba desmoronando y nuestras relaciones personales y directas –presenciales– estaban amenazadas por la virtualidad. Y después del encierro surgió la crisis del bienestar mental.
Así es como el alma líquida se escurre como el agua y no nos queda nada, sólo la soledad… la soledad del alma.