Me sé de memoria este libro, sus epígrafes, sus citas y referencias a Marx, Plutarco o Rosa Luxemburgo. Me lo sé de memoria porque supuso un antes y un después en mi concepción política del mundo. Como vegana y comunista, mi visión política era una fuente enorme de frustración y tensión; mi experiencia me había enseñado que tenía que tratar siempre estos dos aspectos de forma separada si no quería crear mal ambiente entre compañeros y camaradas, o abogar por la famosa fragmentación de la lucha obrera. Por el lado contrario, aunque en muchísima menor medida e intensidad, el comunismo (no sin cierta razón) no era algo especialmente bien recibido entre la mayoría de antiespecistas (que venían de una tradición libertaria).
Pero Bestias de carga. Capitalismo – Animales – Comunismo (Antagonism & Practical History, ochodoscuatro Ediciones) vino a calmar todas estas tensiones y dio una primera base teórica a mi mayor deseo, que era esta confluencia de reivindicaciones humanas y no humanas: entender a los animales como víctimas del sistema, pero también como sujetos clave en su desarrollo.
Desde la organización social en el Neolítico, pasando por la acumulación originaria, la industrialización, la caza y el poder de clase, la vivisección y el militarismo, la carne como fetichismo de la mercancía, la liberación animal y su lucha directa contra el gigante de las farmacéuticas, la violencia de la clase trabajadora contra los animales, horizontes comunistas y antiespecistas… Este ensayo recoge de manera sintetizada una serie de temas que sirven para abordar una idea fundamental: que siempre hemos estado juntos en esto, aunque nos haya costado y nos siga costando verlo.
Y es que este libro va dirigido, especialmente, a todas las izquierdas (pues todas, desde las más a las menos radicales, tropiezan con la misma piedra). Les tiende la mano, sí, pero también les da una colleja. Esta reedición propone la superación de las críticas manidas al veganismo, antiespecismo o liberación animal, pero también y especialmente, de las críticas más sofisticadas desde posturas marxistas, que siguen haciendo hincapié en que el problema es la mercantilización o la forma de producir los bienes. Y a esto precisamente vamos, a ese subconsciente arraigado de que los animales son otro bien de consumo. Pero el problema no se detiene en la industria cárnica o en que los animales sean mercancías, el problema es que los animales son parte del ADN de la historia del sistema de opresión. Sobre sus vidas, su energía y sus esfuerzos se han levantado sociedades enteras y colonizado otras miles. Y como toda verdad histórica, lleva aparejado un fuerte relato ideológico que hemos seguido a rajatabla.
Por ello, entre otras razones, cuestionar simplemente el consumo de carne, de animales, levanta toda clase de reacciones viscerales y violentas, hecho que ya ocurría por cierto, tal y como se recoge en Bestias de carga, siglos atrás en Grecia: “Cambiar la dieta es poner en duda la relación entre dioses, hombres y bestias en que la totalidad del sistema político-religioso de la ciudad descansa… Abstenerse de comer carne en la ciudad-estado griega es un acto altamente subversivo”. Aunque es cierto que en esta última década el vegetarianismo o el veganismo ha pasado de ser algo desconocido a ser algo, con matices, bastante integrado en el imaginario colectivo, nos seguimos encontrando con toda clase de reacciones negativas. Es decir, la izquierda ha ido sofisticando y diversificando sus negativas a abordar la cuestión animal y el veganismo (podemos decir que hemos pasado del famosísimo “las plantas también sienten” al “veganismo no es revolucionario”). Entre esta variedad argumentativa también podemos encontrar: “Todo es explotación, tú también participas de la explotación”; “El veganismo es individualista”; “El veganismo es urbanita”; “No todos pueden elegir qué comer”; “La ganadería es necesaria para el ecosistema”, etc.
Rápidamente y para no entretenernos: aquí lo que señalamos es un sistema de agricultura animal que explota y mata millones de animales, que devora los recursos y el planeta, y, como en todo, queda espacio para que haya actitudes o dinámicas individualistas, pero qué (a quién) consumimos, cómo nos relacionamos con los animales o cómo dejamos que el sistema lo haga, es, a todas luces, una cuestión colectiva. Quizás el problema sea, precisamente, que no se concibe que las violencias contra los animales puedan tener una relevancia política.
No quiero centrarme demasiado en los aspectos más negativos o enquistados, sino que me parece pertinente mencionar algunas ideas sobre las que un comunismo-libertario-vegano puede sustentarse. En palabras de los propios autores de Bestias de carga: “La base de la preocupación de parte de la clase obrera por los animales no es un sentimentalismo fuera de lugar, sino una empatía que surge de una condición compartida como bestias de carga”. En la misma línea, Ted Benton (Natural Relations, Verso Books, 1993) o Renzo Llorente (El marxismo y la cuestión de la especie, Viento Sur, 2012), sostienen que un punto de partida sería criticar la alienación o enajenación de la existencia humana y no humana, que opera a través de las condiciones de explotación impuestas por este sistema. En el caso de los animales, por ejemplo, las granjas intensivas (basta con ver algún video o foto del antes y el después de los animales mientras son explotados y una vez que han sido rescatados y viven en santuarios). También analizó David Nibert la cuestión animal desde una perspectiva marxista, vinculando la opresión que sufren por causas económicas e ideológicas, y cómo se retroalimentan entre ellas. Afirma Nibert en Animal rights / Human rights: Entanglements of Oppression and Liberation (Rowman & Littlefield, 2002) que “la opresión que padecen los distintos grupos devaluados en las sociedades humanas no es independiente. Por el contrario, los pilares en los que se sostienen las diversas formas de opresión están unidos de tal manera que la explotación de un grupo generalmente conlleva el aumento de la explotación de los otros”.
Es decir, podemos partir de las similitudes que operan entre las violencias humanas y no humanas, los mecanismos de opresión y de deshumanización (animalización). A este respecto, Aviva Cantor sostiene en The club, the yoke and the leash. What can we learn from the way a culture treats animals que la opresión de los animales “sirve como modelo y cancha de entrenamiento de todas las otras formas de opresión”. Idea que recogió entre otros, el filósofo alemán Adorno en su Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada, publicado en 2022 por Akal: “El empeño que el hombre pone en evitar esa mirada –no es más que un animal– se repite irresistiblemente en las crueldades infligidas a los propios hombres, en las que los ejecutores tienen continuamente que persuadirse del sólo es un animal, porque ni en el caso del animal podrían ya creérselo”.
De forma más exhaustiva trata esta cuestión Jason Hribal en su ensayo Los animales son parte de la clase trabajadora (ochodoscuatro Ediciones), donde el papel activo de los animales cobra una especial relevancia. “Los animales trabajaron y produjeron. Resistieron y lucharon. Negociaron con las humanas la realidad y los límites de su propia explotación”. Así, define esta posición compartida de clase como una identidad positiva: no sólo es que suframos las mismas violencias, sino que somos, humanos y no humanos, en tanto que clase, el agente creador y transformador de la historia. De esta identidad compartida habría de surgir la empatía o solidaridad de la clase obrera con los animales.
En este punto quizás es interesante señalar que actualmente este enfoque puede ser más controvertido, en tanto y cuanto los animales han pasado mayormente a ser mercancías (o “mercancías superexplotadas”, categoría que propone Bob Torres en su ensayo Por encima de su cadáver, publicado asimismo por ochodoscuatro Ediciones). La categoría ‘sujeto’ ha quedado completamente borrada para pasar a ser objeto con el que comerciar. Los animales ya no son, junto a nosotras, trabajadores del campo, sino que son seres desconocidos, hacinados y aislados de toda función social. Opera ahora una división clara entre los animales: las “mascotas”, que forman parte de nuestras familias, y los “animales de granja”, que son los que “nos dan alimento”. Esta separación nos aliena de los animales, pero, por otro lado, el hecho de que formen parte de nuestras familias nos da la oportunidad de re-conectar con los demás animales, nos permite reconocerlos como sujetos y romper así esa barrera férrea e impuesta entre los que amamos y nos comemos.
Podemos atender entonces a distintos enfoques para la construcción de un comunismo que englobe a todos los oprimidos y que, como defendía Marx y recuerda Bestias de carga, sirva de “verdadera solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza y entre el hombre y el hombre”. Los autores -el colectivo señalan que “el comunismo no es la aplicación de un código moral universal, ni la creación de una sociedad uniforme, y no habría ningún estado o mecanismo similar que imponer (…) La cuestión de cómo vivir con los animales podría resolverse de diferentes maneras en diferentes momentos y lugares. El movimiento de liberación animal formaría un polo del debate”.
Podríamos decir, en definitiva y bajo mi punto de vista, que la Liberación Animal es lucha de clases en sí, ahora queda empujar para que sea lucha de clases para sí. Pero en este camino podemos encontrarnos numerosas dificultades. Una de ellas sería, precisamente, esta resistencia desde las propias organizaciones a politizar el movimiento por los Derechos Animales. Como señalan las editoras, desde el propio movimiento se ha incidido en “la separación de la cuestión animal de un enfoque político, con la intención de eliminar resistencias entre la población y hacer avanzar”. El antiespecismo y su expresión más popularizada, que es el veganismo, tienen un largo camino por delante para relanzar y construir un movimiento sólido y amplio, pero no podemos ignorar que un problema grave al que nos enfrentamos es que la izquierda en general, y la izquierda más clásica (por no decir reaccionaria) en particular, tiene un problema a la hora de abrir su visión política. Tienden a creer que el enemigo viene de fuera (el movimiento LBGT, el feminismo, el antirracismo, el antiespecismo…), cuando su enemigo real ahora mismo está dentro.
Por supuesto, y como he señalado, hay un margen considerable para acercar posiciones, pero hay otro gran porcentaje que no puede llenarse sino con iniciativa e imposición política. Es necesario marcar límites y luchar por ellos. En esta y en cualquier lucha. Llenar el espacio político con las reivindicaciones que son justas. Y aquí el movimiento más de masas de los Derechos Animales ha tenido un problema mayúsculo. Estamos, en general, bastante condicionados por autojustificarnos, por justificar la lucha del antiespecismo, el veganismo o los derechos animales. Cierto es que en esta cuestión influye que los animales no se organicen políticamente (al menos, no en nuestras mismas condiciones) y que no puedan llevar sus reivindicaciones más básicas a las calles, confrontarnos, etc. Pero esto, a mi juicio, es un problema meramente abstracto o teórico. Una racionalización, por un lado, de la poca presión que ejercemos desde la Liberación Animal y, por otro, del absoluto desinterés por la situación que imponemos, nosotros y el sistema, a los animales. Esta es la explicación más acorde a la realidad. Quizá porque los animales suponen la trinchera a la que los desposeídos se aferran para poseer algo de todo lo que se les ha negado, para sentir que en este reparto injusto nosotros tenemos derecho a tener nuestra pequeña cuota de poder y disposición de vidas ajenas. Ese subconsciente, que a veces no es tan sub, de reclamar las migajas de pan con carne, de reclamar al último de la fila, de reclamar esa especie de canibalismo político que es la insolidaridad.
Nadie sabe realmente cómo actuar para superar este estadio decadente del capitalismo -tampoco yo, que ni siquiera milito en una organización antiespecista o comunista al uso-, pero si algo sabemos con absoluta nitidez es que en estos tiempos oscuros el proceso transformador ha de bombear desde el propio corazón de la izquierda, que no es sino la justicia y la solidaridad. Somos bestias de izquierdas. Yo propongo que lo seamos de verdad.