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El mundo de las startups está lleno de historias de fallos. Ideas que se dirigen a un mercado todavía inmaduro, planes de negocio deficientes, incapacidad para atraer financiación… los proyectos que pudieron ser todo un éxito y se quedaron en el intento son numerosos. Queramos o no, el error es inherente a la aventura de emprender. Es algo tradicionalmente asumido en los países anglosajones, pero que también ha calado en el ecosistema español de firmas emergentes innovadoras. De hecho, el 60% de los startuperos de nuestro país son recurrentes, es decir, han montado más de una empresa, y casi seis de cada diez confirman el fracaso de, por lo menos, uno de sus proyectos anteriores, según se desprende del informe Mapa del Emprendimiento 2021, de Spain Startup-South Summit.
La alta mortalidad que caracteriza a estas compañías –se calcula que el 90% desaparece a los tres años de su fundación– hace del emprendimiento tecnológico un proceso constante de superación de obstáculos y tolerancia a las equivocaciones. «A diferencia de lo que sucede en las grandes corporaciones, donde para un alto directivo el fracaso representa un lastre incuestionable, en las startups se considera parte de la experiencia. Cualquier emprendedor en serie tiene fracasos detrás, es difícil contar con un currículum solo de éxitos», explica Fernando Zallo, director de Esade BAN, la red de ‘business angels’ de Esade Alumni.
Desde el punto de vista de los inversores, estos perfiles son muy valorados porque la probabilidad de que las iniciativas no funcionen disminuye a medida que aumenta la veteranía de la persona al frente. En concreto, si solo ha montado una empresa, fracasa el 54% de las veces, mientras que si acumula cuatro o más proyectos a sus espaldas el porcentaje se reduce al 9%. «El hecho de que fracasen significa que han tenido experiencias previas. El que nunca lo ha vivido igual es porque todavía no ha hecho ninguna actividad emprendedora y puede fracasar en la primera en la que tú inviertes», comenta Zallo. Lo importante es conocer las causas que motivaron el descalabro para que no vuelva a repetirse. «El inversor comprende que es algo que puede ocurrir, pero siempre que el emprendedor sepa argumentarlo y entender qué es lo que le pasó. El que evita el tema o no es capaz de explicar qué hizo mal incurre en un doble fracaso», indica el experto, que hace hincapié en que los proyectos fallidos son consustanciales a este entorno que, debido a su carácter innovador, comporta más riesgo que otros ámbitos.
Baños de realidad
Bien lo sabe Abraham Cózar que, tras acabar sus estudios de ingeniería de telecomunicaciones, puso en marcha en 2010, junto a tres compañeros, Paradox Team, una startup que desarrollaba aplicaciones educativas sobre la base de tecnologías como la realidad aumentada para comercializarse a los centros escolares. Cinco años duró la andadura, hasta que la falta de mercado les abocó al cierre. «Buscamos una solución innovadora sin preguntarnos si habría clientes dispuestos a pagar por ella. Nos encontramos con un sector muy tradicional, copado por las editoriales, donde quedaba muy poco hueco para una pequeña startup que ofrecía aplicaciones que suponían en muchas ocasiones un cambio del paradigma de la educación», apunta este joven valenciano, que cree que los equipos fundacionales constituidos por ingenieros tienden a enamorarse de la tecnología sin pensar lo suficiente en el público. «Fue un baño de realidad increíble», admite.
Con la lección aprendida y superado el duelo, Cózar se dio una segunda oportunidad con la creación, ahora en solitario, de Chibig, un estudio de videojuegos apoyado por Lanzadera, la aceleradora de Juan Roig, cuyos títulos están disponibles en las principales plataformas y que el año pasado superó el millón de euros de facturación. «El factor diferencial es que todos los juegos comparten un mismo universo, una estrategia a priori más segura que el método tradicional de lanzar productos sin vinculación entre ellos», cuenta este emprendedor, que da un consejo a quienes quieran crear su propia startup: «No puedes ser super perfeccionista porque emprender consiste en tomar decisiones a diario y a veces te equivocas. Si te penalizas demasiado al final llegas al bloqueo. No hay que tener miedo a fallar».
Óscar del Río es otro de esos startuperos españoles que han convertido los problemas en aprendizajes. Su primera toma de contacto con el emprendimiento fue Yo no cocino, un servicio de envío de comida a domicilio ideado en 2009 que no progresó. «El mayor problema a la hora de lanzarlo fue la falta de financiación», afirma. Los fondos nunca creyeron en la propuesta porque, en palabras de su fundador, era muy poco escalable. «Necesitábamos una gran base de restaurantes concentrada en una misma zona y donde también hubiese muchos usuarios», detalla. Por otro lado, considera que el momento elegido fue inadecuado porque los españoles no estaban acostumbrados a pedir por internet. «Nos dimos cuenta de que el mercado aún no estaba creado y se requerían cuantiosas inversiones que nos fue imposible captar. Éramos poco experimentados y nadie confiaba en que fuésemos capaces de sacarlo adelante».
Pero Del Río continuó en la senda del emprendimiento. Su segundo proyecto fue Concept Inbox, un ‘software as a service’ que permitía a los diseñadores compartir sus trabajos con los clientes y recibir ‘feedback’ en tiempo real. Impulsada por Wayra, la aceleradora de Telefónica, sumaron 120.000 usuarios de 80 países, aunque cuando viraron a un modelo de pago aparecieron los problemas porque solo 15 se suscribieron. «Nos pasamos un año buscando inversores externos porque solo teníamos eso en la cabeza. Debíamos haber cobrado a los usuarios desde el principio y lograr un crecimiento orgánico en lugar de hacer un producto muy bueno, regalarlo y luego buscar financiación porque al final los inversores te piden métricas de venta», dice.
El éxito llegó gracias a Interacso, una startup que crea soluciones digitales para terceras empresas. «Por ejemplo, hemos desarrollado para Ikea un sistema que le ayuda a ahorrar tiempo en sus procesos de las tiendas. Y para Racc hemos hecho un agregador de todos los servicios de movilidad compartida de las ciudades», explica. Hoy la firma emplea a 40 personas y opera en seis países europeos.
Como destacan los expertos, lo importante no es caerse, sino ser capaz de levantarse. «Puedes fracasar en la idea de negocio, en el producto que has propuesto o incluso en el público al que te has dirigido, pero si sabes analizarlo y plantear algo diferente, no es fracaso como un total, sino que es una parte del camino», sostiene Camila Polensvaig, directora del Grado en Emprendimiento y Gestión de Empresas de la Universidad Camilo José Cela y vicepresidenta de la aceleradora de startups Tetuan Valley.
Errores
Cada negocio tiene sus peculiaridades y, aunque no es una ciencia exacta, la experta apunta los errores comunes en los que hay que evitar incurrir. «Uno de los más importantes es que no termina de funcionar el equipo. Otro es la falta de foco. Quieres llegar a todo, hacer un producto gigante y no te enfocas en ir paso a paso validando qué está bien y qué no para sacar una empresa adelante», comenta. La falta de dinero es igualmente un quebradero de cabeza. «Puedes centrarte en tener un producto brillante, pero no en que el negocio sea realmente rentable», ahonda. Para Polensvaig, en cualquier caso, lo esencial es aceptar que algo que no funciona se puede modificar.
Es lo que hizo, en reiteradas ocasiones, Tomás Escudero con su proyecto Slang. «Hemos tenido que pivotar tres veces porque hemos cometido errores muy graves», reconoce. El plan inicial pasaba por que fuera una consultora que ayudase a las empresas a automatizar tareas administrativas, pero no realizaron bien los cálculos. «El 30% de nuestros ingresos se iban en licencias. Me enamoré del proyecto y me metí de cabeza sin hacer las matemáticas», lamenta. Optaron entonces por desarrollar un software de automatización robótica de procesos (RPA) enfocado a pymes. «A los pocos días Microsoft sacó una solución como la nuestra y nos empeñamos en hacer lo mismo más barato, pero no puedes competir solo por precio porque llega alguien más grande, baja los precios y te deja fuera de mercado», reflexiona con dureza.
Una vez detectaron que la decisión que habían adoptado era desacertada, llevaron a cabo el último pivotaje de la compañía, el que les ha puesto en el camino del éxito. «El software de Microsoft era complejo y el mercado necesitaba una solución que pudiesen utilizar profesionales sin capacidades técnicas», señala Escudero. Ahí es donde concentraron sus esfuerzos y donde, al fin, dieron con la tecla. Han sido finalistas del último South Summit, tanto de la edición celebrada en Madrid como en Brasil, en un año han pasado de tener un equipo de tres personas a dieciocho y para principios de 2023 quieren cerrar una ronda de 1,5 millones de euros. «Para que un proyecto funcione –dice– uno tiene que ser humilde, flexible y capaz de pivotar rápido. La clave no es fallar, sino saber remontar». Palabra de startupero.