“Para mí, es una cuestión de derechos humanos”, dice Rogers, quien se identifica como persona no binaria. “Como para mí, también estoy basada en las plantas. Llevo una dieta vegana, defiendo a los animales y siento que todos los seres tienen derecho a la vida, por pequeños que sean. Y si creo que está mal comer huevos porque matan a los pollitos… ¿por qué no iba a pensar que está mal matar a un bebé humano?”.
Rogers se describe a sí misma como “miembro de la comunidad LGBT” de 29 años, residente en San Francisco. Descansando del caluroso sol de Washington bajo la sombra de un árbol frente al Tribunal Supremo, describen cómo estaban de vacaciones en Florida cuando se enteraron de la noticia de Roe vs. Wade.
“De hecho, compré un vuelo de última hora [a DC] en cuanto se produjo la decisión”, comenta, y añade que quería “simplemente venir con mis amigos, celebrar y apoyar”.
“Creo que mucha gente piensa que los provida son todos tipos blancos, conservadores y de extrema derecha. Y, quiero decir, yo tengo el pelo azul, soy pansexual, soy intersexual, soy persona no binaria. Tengo un montón de creencias muy izquierdistas y siento que estoy a favor de la vida para toda la vida. Pienso que, en cualquier situación, mi opinión es que todo el mundo debería tener derecho a vivir y a hacer prácticamente lo que quiera, siempre que no perjudique a otra persona”.
Rogers no es ni mucho menos la única manifestante de izquierda que ha salido a celebrar el fallo que ahora eliminará el derecho constitucional de las mujeres estadounidenses a la atención del aborto. Junto a los cristianos evangélicos y los agitadores de extrema derecha -como el conocido teórico de la conspiración Jacob Wohl, que se pasa el tiempo aquí gritando a las mujeres que protestan que deberían “irse a casa, de vuelta a la cocina”- hay un grupo de mujeres jóvenes de Democrats for Life of America, un grupo antiabortista para votantes demócratas, cuyas pancartas (en las que se lee “A favor de la vida para toda la vida”) están decoradas con banderas arco iris.
Una mujer decoró su chamarra de mezclilla con varios botones y parches, entre ellos uno en el que se lee “Cierren Guantánamo” junto a otro en el que se lee “Las vidas de los negros importan desde la concepción hasta la muerte natural”.
Sin embargo, algunos de los activistas antiabortistas que se refugian bajo el árbol junto al Tribunal Supremo se encuentran en una conversación amistosa con el otro bando. Un hombre deja su pancarta en la que se lee “Acabar con los nacimientos forzados” para debatir tranquilamente con una joven de voz suave que sujeta un cartel en el que se lee: “Un tercio de mi generación ha sido asesinado por el aborto”. La joven sostiene el cartel impasible, mientras Rogers grita a través de su megáfono por encima de los cánticos de “¡Mi cuerpo, mi elección!” que emanan de la manifestación proabortista, mucho más numerosa.
Phoenix Chad Lietch, de 19 años, viajó con un amigo desde Maryland, aunque es originario de Missouri. Se presentó sin cartel ni ropa decorativa, y está hablando con los provida y debatiendo con ellos sobre los temas. “Antes estaba a favor de la vida”, dice, y añade que leer sobre el tema en Internet y hablar con amigas le ha hecho cambiar de opinión.
“Es una elección tan pesada la que tienes que hacer para hacer algo así”, expresad. “Así que muchos de los abortos que he visto han sido por violación o incesto, cosas así, en las que simplemente… no puedes, o es una amenaza para la vida”. Añade que todavía no sabe lo que piensa sobre el aborto como elección personal.
El estado natal de Lietch, Missouri, instituyó una ley de activación que prohibió inmediatamente el aborto tras la anulación de Roe vs. Wade. Dice que vio, en “las historias de Snapchat y las redes sociales de todo el mundo”, que sus antiguos amigos de Missouri estaban asustados: “Les están quitando sus derechos”. Lietch, que se acaba de graduar en el instituto y se ha alistado en el ejército, dice que le movió a actuar tras darse cuenta de lo devastador que podía ser el veredicto para las mujeres que conocía.
A primera hora de la mañana siguiente, un hombre con un cartel amarillo que dice “Jesús salva” se encuentra en la periferia de las protestas del sábado. Sam Bethea vive en Charlotte (Carolina del Norte), pero tiene una reputación en Washington DC: suele acudir a las protestas con su cartel amarillo, predicando el evangelio a voz en grito. Ha tenido un par de momentos virales, como el de 2020, cuando provocó sin querer un momento de oscura comedia al gritar “¡Jesús salva!” a Chuck Schumer.
Bethea cuenta que no fue criado como cristiano, pero que encontró la religión tras una juventud problemática “entrando y saliendo de la cárcel”. Pasó años trabajando como gerente en Walmart, antes de conocer a un “hombre blanco de 68 años que se parecía a Mr. Magoo”, que resultó ser un pastor. “Me preguntó: ‘Si dieras tu último aliento, y Dios te dijera: ¿por qué debo dejarte entrar en mi reino? ¿Qué le dirías?”, comenta. “Me quedé con el ojo cuadrado. Me dije: ‘Vaya, nunca había pensado en responder a esa pregunta’”.
Ese fue un “momento iluminación” para Bethea, quien señala que dejó su trabajo y más tarde encontró trabajo como capellán de una prisión. Ahora, pasa su retiro viajando por la costa este con su cartel amarillo. Aunque es un conversador agradable, sus opiniones son de línea dura: cuando le pregunto si una mujer debería morir antes que abortar, responde: “Sí. Porque es un bebé. Y eso es lo que deben hacer las mujeres”.
Más tarde, me encuentro a Bethea entrando en un tumulto de manifestantes a favor del aborto y gritándoles “¡Jesús salva!” en la cara. Le rodean rápidamente, coreando “Mi cuerpo, mi elección”, mientras él les responde con un bramido: “¡Amo tu alma!”. Es una escena surrealista.
Muchos de los activistas antiabortistas que han viajado a DC parecen haberlo hecho para socializar. Rogers explica que es una oportunidad para reunirse con sus “amigos online”; Bethea describe una existencia solitaria en Charlotte sin familia.
En otro lugar, una mujer de mediana edad que empuja a su anciana madre en una silla de ruedas explica que su madre empezó a trabajar en planificación familiar el día en que Roe vs. Wade se convirtió en ley. Cincuenta años después, han acudido a Washington DC para dar a conocer su descontento. Una mujer y su hija con discapacidad profunda, que lucha por mantenerse en pie sin sentir dolor, caminan entre la multitud bajo el calor, agarrando un cartel hecho a mano que dice simplemente “Enfadada”.
Y una pareja de intrincados atuendos -la mujer con una camiseta que dice “Pussy power” (Poder de mujer) y un tutú arco iris, con un cartel que dice “Vulva la resistencia”, y el hombre con una pancarta que dice “Estoy con ell@s”, con una camiseta que dice “Mi hija podría cargarte”- describen cómo se levantaron a las 5 am para tomar el primer tren desde su pequeño condado en Virginia.
Aunque agitadores como Wohl, y muchos republicanos, han hablado de violencia en este tipo de manifestaciones, no hay pruebas de agresiones directas fuera del Tribunal Supremo inmediatamente después de la anulación de Roe. No cabe duda de que hay un diálogo acalorado y mucha emoción. Y en verdad hay razones variadas para la presencia de la gente.
Sin embargo, todo el mundo -ya sea antiabortista o proabortista- parece estar de acuerdo en una cosa: esto es solo el principio.