Es domingo y, a pesar del frío, el movimiento en la plaza República Argentina le hace frente a cualquier inclemencia del tiempo. Los niños corren con pasitos cortos detrás de una pelota que rueda por la cancha de tierra, una familia de seis arma una mesa plegable y extiende un mantel rojo preparándose para el almuerzo y un poco más allá, cerquita del río y al lado de lo que alguna vez fue el edificio de la Compañía del Gas, hay dos hombres que esperan pescar algo.
El barrio llenó un espacio que entre semana parece vacío.
Un “eterno nido de ratas”, un símbolo del empuje industrial, un emblema de la rambla Sur o, llevado a la referencia que puso Jaime Roos en Durazno y Convención, donde muere la playa chica. ¿De qué hablamos cuando nos referimos al dique Mauá?
Camilo dos Santos
Su nacimiento está emparentado con la creación de la Compañía del Gas, en razón de que se empieza a producir para uso en la iluminación pública a mediados del siglo xix. Es una iniciativa de capitales uruguayos: los hermanos Isola instalaron la primera usina privada en lo que hoy es Ciudad Vieja. Pero más adelante, hacia la década del 60, la Junta Económico-administrativa de Montevideo definió que la única materia prima para la elaboración del gas sería el carbón mineral y dispuso que las instalaciones de la usina debían instalarse en la última manzana de la calle Florida sobre la costa.
Es en este momento cuando entra en escena un personaje clave: Irineu Evangelista de Sousa, el barón de Mauá. Ese que está en el monumento de la rambla y Ciudadela, creado por José Belloni y Rodolfo Bernardelli, que reza: “El Uruguay al insigne brasileño amigo de los orientales propulsor del progreso en América”.
El buen hombre nació el 28 de diciembre de 1813 en Río Grande del Sur en el contexto de una familia humilde. Cuando tenía 5 años, su padre fue asesinado por ladrones de ganado y su madre decidió mudarse con un tío materno, el capitán de barco José Batista de Carvalho. La decisión introdujo una nueva influencia en la vida del niño, que se convirtió en el mayor inversor privado de América del Sur –impulsado por el crecimiento de Brasil en el siglo xix–, hasta encabezar un imperio comercial que llegó a ramificarse en el territorio nacional.
Empezó a invertir en Uruguay a partir de 1850, cuando la Guerra Grande llegaba a su final y el país empobrecido necesitaba una inyección de dinero: creó el Banco Mauá –el primer banco de emisión, depósito y descuentos–, integró la compañía que adquirió la vieja Usina del Gas y a su iniciativa se creó el primer dique seco del Rio de la Plata: el dique Mauá, destinado a poner las embarcaciones fuera del agua para efectuar reparaciones.
Camilo dos Santos
El emperador Pedro II lo nombró barón de Mauá en honor a un astillero que Sousa tenía en el pequeño puerto de la bahía de Guanabara, y posteriormente vizconde.
El período en el que estuvo al frente de la concesión determinó un importante crecimiento y la extensión del servicio, llevando el alumbrado a nuevas zonas de la ciudad, como la Unión y el Paso del Molino. Es el vizconde el que, junto con capitales ingleses, traslada la empresa al nuevo enclave. “Se le indica que tiene que ubicarse en esa zona, que se comprendía como una zona marginal, donde la generación de humo, olores o cualquier acción de corte industrial se entendía que no molestaba. Aunque será una zona que estará poblada”, explica el presidente de la Comisión de Patrimonio Cultural de la Nación (CPCN), William Rey.
Aquel lugar en la costa sur se convirtió en una imagen de la industria de aquellos años. Sobre la entrada principal del edificio un emblema dice “ex fumo dare lucem”, que quiere decir ‘del humo sale la luz’, en relación con el proceso por el que la Montevideo Gas Company and Dry Docks transformaba el carbón en iluminación.
Leonardo Carreño
La construcción de la rambla Sur en la primera mitad del 1900 constituyó un mojón para el entramado urbano de la zona y el principio de un cambio progresivo en el paisaje. “Si se mira algunas imágenes previas a los años 20 y 30 incluso se puede ver cómo la ciudad llegaba prácticamente hasta ahí. Había un tejido urbano muy próximo a la fábrica, que posiblemente diera lugar de residencia a una cantidad de trabajadores. Pero cuando la rambla se traza todo ese tejido urbano desaparece y esta instalación va a quedar del lado del mar.”
La zona tiene una condición de doble patrimonio: la rambla y las propias edificaciones del complejo son Patrimonio Histórico Nacional. “Se entiende que ese edificio jugó un papel importante en la historia ciudadana, que es un ícono visual importantísimo y que tiene todos los elementos de la tradición inglesa podríamos decir, sobre todo con la construcción de la torre del reloj, muy frecuente en los edificios industriales de origen inglés”, señala Rey.
La torre del reloj, que mira a la ciudad rompiendo con la línea del horizonte del Río de la Plata, se ha convertido con el paso de los años en un emblema de esa parte de Montevideo. Fue hecho en Inglaterra por la empresa JW Benson Ludgate Hill London. La misma empresa, según dice la propia maquinaria de relojería, hacía relojes para destinos de todo el mundo y se encargaba de diseñar encargos especiales para la reina Victoria y el príncipe de Gales. Se dice que el reloj, y sus tres campanas, dejaron de funcionar a mediados de los años 70. “El reloj era un factor fundamental en el ordenamiento de las horas de trabajo. Esto es muy inglés y podemos verlo en distintas arquitecturas de carácter industrial de capital inglés: el tiempo como un ordenador clave en la vida del hombre”, explica el arquitecto y presidente de la comisión patrimonial .
Camilo dos Santos
Destaca además las características propias del edificio: “Utiliza todos los elementos del repertorio clásico: frontones, pilastras, tiene todo un ordenamiento de carácter clásico, independientemente de que se inscribe en un tiempo de un eclecticismo dominante en la arquitectura”.
El arquitecto Alberto Leira, especialista en patrimonio e integrante de la Comisión de Patrimonio de la Sociedad de Arquitectos del Uruguay (SUA) destaca también el valor paisajístico de la edificación. “Para empezar es la única construcción que está del otro lado de la rambla, que estaba desde antes y se la respetó cuando se hizo el trazado de la rambla Sur. Paisajísticamente es importante, la chimenea y la torre de la usina del gas también tiene un valor, y como paseo debería respetarse. Pero sí es verdad que habría que recuperar de alguna manera las construcciones”.
Actualmente, el dique pertenece a la Armada Nacional –que lo mantiene en actividad– y a su lado tiene las instalaciones de la Compañía del Gas de Montevideo, cuya custodia pasó a manos del Ministerio de Industria (MIEM) a fines de 2018. El predio supera los 22 mil metros cuadrados. Pero incluso desde antes los rumores, los proyectos y los deseos en torno al futuro del predio corren sin parar:
En 2007, aún bajo concesión de Petrobras, se había solicitado como contrapartida la construcción de un centro cultural, que incluso se llevó a concurso y fue ganado por los arquitectos Lorente y Giordano.
Camilo dos Santos
En 2014, el Ministerio de Educación y Cultura encabezado por Ricardo Ehrlich impulsó el Museo del Tiempo. El ministro había definido la iniciativa como “un centro que acerque el conocimiento al ciudadano”. “Será una institución cultural de referencia internacional abocada a la promoción del conocimiento. Será un lugar de encuentro de la sociedad, de la comunidad científica y del ámbito educativo nacional en un ambiente de recreación. Se constituye en una referencia ineludible para los visitantes de Uruguay”, dice todavía el sitio web del proyecto que se instalaría en las carboneras de la industria, al lado de donde se ubicaría el Museo de Historia Natural.
En 2018, el empresario Juan Carlos López Mena presentó una propuesta para instalar allí una terminar fluvio-marítima de Buquebus diseñada por Foster and Partners.
En 2019, el dique Mauá fue objeto de un concurso de ideas impulsado por la Intendencia de Montevideo, el MIEM y la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República del que participaron más de 50 propuestas y una consulta pública que recibió más de 830 aportes.
El debate regresa ahora, una vez más, en una nueva administración de gobierno nacional y departamental, tras una iniciativa de Berkes para revitalizar el predio mediante un edificio multipropósito con una terminal de pasajeros donde se concentren los desembarcos de ferris y cruceros en la capital.
Leonardo Carreño
¿Qué aspectos del predio deberían tomarse en cuenta en una posible concesión? Leira destaca que los edificios son monumentos. A la vez, la rambla de Montevideo es también Monumento Histórico Nacional desde la escollera Sarandí hasta el arroyo Carrasco, por lo que el manejo de las estructuras tiene que tener este valor en consideración. “El conjunto se materializa a través de distintos edificios, de carácter más administrativo y más industrial. Hay espacios grandes que estaban destinados a las carboneras que creo que en alguna medida es posible su refuncionalización o su reúso en ese sitio a través de nuevas arquitecturas. Puede haber nuevas arquitecturas insertas en ese complejo, que tiene todavía mucha área libre, y que por supuesto tiene también arquitecturas que no necesariamente deben ser conservadas”, considera el presidente de la CPCN. Opina luego que “hay posibilidades para un proyecto que sea interesante y que permita desarrollar un programa que le aporte a la ciudad”.
“Es un espacio de la ciudad en su conjunto y es de características urbanas y no barriales. Puede ser una gran puerta a la ciudad en la medida en que tengamos un proyecto interesante y con asignación de espacio público. Puede ser un cambio de cara a la ciudad realmente”, agrega el arquitecto.
Entre los vecinos, las opiniones son dispares: hay quienes están en contra y quienes están a favor de la modificación sobre el conjunto. La Asamblea Permanente Por la Rambla Sur, formada por vecinos de la zona de Barrio Sur, expresó su preocupación sobre la licitación que daría la concesión del espacio por 30 años. En un comunicado expresaron que la zona debe ser de “libre circulación” y “acceso público” en toda su costa, “sin apropiaciones para usos privados”. Los proyectos allí realizados tampoco pueden impactar el ambiente, y deben preservar “el paisaje y el disfrute del horizonte marítimo”.
“Hay una discusión entre un grupo de vecinos, en el que también hay profesionales, y lo que a nivel gubernamental ya desde el periodo pasado se quiso hacer es darle otro destino. El tema es cómo armonizar los valores que tienen tanto el edificio como el dique con lo que venga ahí. Son tensiones que ojalá se puedan salvar. El tema es que no venga una inversión privada que de alguna manera termine destrozando más el patrimonio. Sí es bienvenida una inversión si respeta los valores que la propia CPCN le ha otorgado”, señaló Leira.
Las opiniones tienen matices, dureza y esperanza. Hay quienes desean que el predio sea “más moderno” y quienes defienden que se mantenga tal y como está, también están los que pretenden que se instalen proyectos culturales que acompañen el crecimiento del barrio.
Todos esperan pacientes la resolución que determine qué va a pasar con un enclave patrimonial fundamental de Montevideo.