Wendy Drukier llegó a Madrid pocos días antes que Filomena, algo que no le resultó nada extraño porque en Toronto este tipo de nevadas caen varias veces cada invierno, “sólo que allí estamos más preparados con grandes máquinas”.
No le sorprendería la nieve de Madrid, pero sí la gente. Enérgica, Drukier une su interés por lo excepcional y por lo casual, e hilvana en su conversación referencias a los países en los que ha residido con su propia biografía. Habla, por ejemplo, del hielo de Cien Años de Soledad que no se derrite -fue embajadora en Colombia-.
Drukier describe los países en los que ha residido como si formasen parte de ella físicamente, comenzando materialmente por la orilla noroeste del lago Ontario. “Yo nací en Toronto, que era una ciudad muy cosmopolita, y eso me dio ya una visión de este mundo interesante -más de la mitad de la población de Toronto se dice que nació fuera de Canadá-, con una mezcla de culturas muy importante”.
Relata cómo su familia marcó desde pequeña su forma de ver las libertades. “Mi madre nació también en Canadá y mi padre era refugiado, fue superviviente del Holocausto y esta visión de los derechos humanos y la importancia de promover las buenas prácticas ha sido muy importante para mí desde pequeña”.
Pregunta: ¿Tuvieron en usted mucho impacto emocional esas historias familiares?
Respuesta: Sí, sí, claro. Crecer con este conocimiento de que hubo una tragedia así, que afectó directamente a mi familia, saber que es tan fuerte lo que puede hacer lo malo en el mundo… eso me ha motivado durante mi vida.
¿Cómo describe su infancia?
En ciudad moderna muy cosmopolita (Toronto), de la que mucha gente dice que incluso puede ser más norteamericana que canadiense [sonríe]. Una sociedad muy moderna y con mucha actividad económica y cultural… y con una mezcla tremenda.
¿Cuáles son sus primeros recuerdos políticos?
Me acuerdo de mirar la noche de los resultados de unas elecciones cuando tenía 11 años y que aquello me fascinó. La política es algo para mí que siempre ha estado presente. En mis primeros años estuvimos mucho tiempo bajo un gobierno federal que apoyó mucho el multiculturalismo y la integración cultural, al tiempo que quiso guardar las raíces de las comunidades.
Carrera diplomática
¿Cuándo comenzó a interesarse específicamente por la carrera diplomática?
En secundaria. Mi padre era emprendedor y viajaba mucho por su trabajo y a veces nos llevaba con él. Por eso quizá yo tenía una visión más grande de mi país, ver otros lugares y conocer me interesaba, también internacionalmente. Pero yo diría que en secundaria fueron los estudios de Historia y Geografía, y ahí comencé a interesarme por la política y economía.
¿Cómo fue su formación?
Yo estudié Ciencias Políticas y después hice un Máster en Relaciones Internacionales. Una cosa que siempre quedará conmigo es que en el tercer año de universidad, era la época del debate nacional sobre el Acuerdo de Libre Comercio con los Estados Unidos. El Departamento de Ciencias Políticas en la Universidad era muy de izquierdas y el Departamento de Economía era muy de derechas, y entonces las discusiones que tuvimos en las clases de ambos programas eran muy muy distintas y eso me fascinó.
¿Le interesan especialmente entonces las opiniones confrontadas?
En primer lugar, porque es un ejercicio intelectual muy interesante: yo diría también porque si uno cree en algo, eso no es suficiente, hay que tener argumentos y hay que tener hechos para justificar tus argumentos. El punto de vista no es una verdad, no existe un punto de vista único, cuando se abren los ojos al debate puede haber otra perspectiva y podemos ver cómo se pueden utilizar los hechos y los argumentos para promover un lado o el otro.
¿Y la decisión de hacer una carrera diplomática?
Eso fue un poco más tarde. Cuando terminé el máster, empecé a trabajar en un think tank sobre América Latina y el Caribe y cuando ya llevaba varios años allí decidí que tenía que cambiar algo y hacer otras cosas. Teníamos un examen de entrada para el servicio de Exteriores así que decidí hacer ese examen y fue bien, y me contrataron. Era el año 1997, hace 25 años.
Repite “25 años” y se queda pensando unos segundos. A partir de este momento, la embajadora Wendy Drukier relata cómo pasó “dos años en la sede en Ottawa” y pronto fue destinada a Buenos Aires, “que fue fascinante profesionalmente, pero triste por lo que estaba pasando, durante la crisis del corralito y la caída del peso argentino en 2001”.
Tras este destino, regresó a su sede y de ahí fue a Bogotá, “que también nos fascinó porque es un país muy complejo, era justo después de la movilización de los paramilitares y estábamos implicados no solo políticamente, sino también apoyando proyectos de justicia transicional”. Relata cómo “ahí yo sentí que estaba haciendo algo importante”.
Drukier utiliza un “nos” plural subrayado. “Mi pareja siempre ha estado conmigo en todos estos puestos y hasta ahora, no podemos todavía hablar de Madrid [bromea], pero de Bogotá nos encantó la cultura y la gente”. Tras unas estancias en sede y Washington, Drukier fue nombrada “en San José, Costa Rica, donde ya fui embajadora por primera vez, con responsabilidad también para Honduras y Nicaragua, es decir, tres países muy distintos con desafíos muy diferentes”, añade.
Drukier embajadora
¿Cuál es la diferencia entre trabajar en diplomacia y ejercer como embajadora? “Bueno [sonríe], la primera cosa es que cuando una es embajadora no tiene un jefe local. Una embajada es como una pequeña oficina, más grande o más pequeña, en la que podemos tomar decisiones sobre cómo hacemos el trabajo y aportar nuestra visión.
Es un trabajo tremendo ser embajadora porque tenemos contacto con personas tan interesantes como líderes del sector privado, de la política, de la cultura… Es un trabajo de aprendizaje siempre y eso me encanta porque todo el tiempo tengo que aprender cosas nuevas”.
Después de su cargo como embajadora, continúa, “volvimos de vuelta a Canadá, donde ejercí como directora general para organizaciones internacionales y adoptamos una niña. Tomé entonces una licencia de maternidad y regresé como responsable del desarrollo económico en el ámbito de la cooperación, gobernanza y derechos humanos y estuve allí durante 5 años”.
Y luego llegó Madrid, nevado por pocos días, plural y pandémico. “Al principio fue bastante difícil porque con la pandemia no había apenas actividades y el trabajo normal de un diplomático tiene que ver mucho con crear redes.
Pero tengo que decir que, comparado con otros colegas en otros países, por lo menos pude ir a conocer gente en pequeñas reuniones y encontrarme con personas, en el Ministerio de Exteriores y en empresas del sector privado. Eran reuniones con mucho espacio y muy pequeñas”, añade.
En Madrid, “la recepción que he tenido es impagable. He tenido hasta ahora cinco destinos diplomáticos pero en España me han recibido con tanta apertura y cariño que le digo a la gente de mi central que ‘a los españoles les encantan los canadienses, ¡están muy emocionados!’”.
“Mujeres líderes que admiro hay muchas”, señala, “pero en cuanto a liderazgo femenino yo no diría que admiro a una mujer, sino elementos de varias mujeres que podido conocer”. Recuerda especialmente “cuando pude ver la primera mujer que estuvo en Exteriores en Canadá”, y “siempre que veo mujeres inteligentes que no hacen su trabajo solamente para ganar dinero, sino para aportar algo y cambiar mínimamente el mundo con un motivo más social”.
España, al igual que su país, es reconocido internacionalmente por el respeto a los derechos LGTBI. “Sí, pero el Estado español legalizó el matrimonio gay antes que Canadá… y eso se nota [sonríe]. Ser diplomática con pareja del mismo sexo implica empezar lentamente para ver cómo reacciona la red. Nosotros tenemos una política de que no vamos a países donde no dan la acreditación diplomática a la pareja. Pero una cosa es la acreditación y otra es la aceptación. Cuando yo empecé era un poco difícil entender dónde podía ir y dónde no”.
¿Algún ejemplo?
Lo más complicado fue en Argentina. Eran otros tiempos, en el año 1999, donde nos dieron acreditación pero el jefe de protocolo me pidió que fuera discreta…
¿Y qué hizo usted?
¿Qué se puede hacer? Con mi trabajo estoy obligada siempre a salir del closet porque todo el mundo me pregunta “¿viniste con tu marido?” y yo respondo, “no, con mi esposa”, pero siempre, siempre, es increíble [sonríe].
¿Cuál es la postura de Canadá al respecto?
Tenemos una apertura y una política explícita de diversidad e inclusión, pero eso tomó tiempo no siempre ha sido así, eso tomó su tiempo y hubo resistencia, pero ahora ya no es un tema.
¿Cuáles son los temas prioritarios de su política internacional?
Evidentemente, lo primero es lo que pasa en Ucrania, los cambios en el orden mundial que ciertamente son imprevisibles y no sabemos lo que implicarán. El fortalecimiento de la democracia, la protección de los derechos humanos, la igualdad de género, pero desde un punto de vista amplio y de interseccionalidad… y siempre hemos tenido interés en un sistema multilateral que funcione bien y apostamos por el comercio los mercados libres. Tenemos una población de 38.000.000 y la economía depende mucho de lo internacional.
¿Qué me dice del desarrollo comercial entre ambos países?
En España, empresas hay muchas e importantes, desde que firmamos el CETA, el acuerdo de libre comercio, celebramos 5 años en septiembre. Y ha crecido bastante aunque se podría más: siempre digo que ahí hay posibilidades porque España es la cuarta economía de la Unión Europea, pero el octavo socio. Entonces, se podría hacer mucho más, hay muchas oportunidades y algo que he aprendido desde mi llegada es que ¡nos queremos mucho pero no nos conocemos!
Probablemente los españoles tenemos una percepción muy positiva de Canadá…
Yo diría también que si le preguntas a un canadiense qué piensa de España te va a hablar de comida, del sol, de la playa… pero aún no nos conocemos bien. A mí me gustaría lograr mejorar este concepto, algo tangible, tengo muy buenas impresiones y creo que el primer ministro Trudeau y el presidente Sánchez se entienden muy bien, tienen una visión muy parecida del mundo y de sus países.
En una frase final, ¿cómo se combina la diplomacia, supuestamente tibia, con posicionamientos contundentes, como los suyos?
Yo soy diplomática profesional, yo hago lo que me dice mi Gobierno, pero no todo es política oficial dictada, puedo implicarme en algunos sectores o temas sin pedir permiso. Hasta tenemos un dicho diplomatico que dice que “nuestra responsabilidad como profesionales es dar nuestras mejores recomendaciones a nivel político y luego implementar con lealtad la decisión política” porque el Gobierno, eso es así, ha sido elegido por el pueblo.