VALÈNCIA. Avelino Corma Canós (Moncofa, 15 de diciembre de 1951) es el investigador español más citado del mundo en las publicaciones científicas de su disciplina, la Química Física. Y además, es el número 28 en la clasificación general, siempre según el World’s Top 2% Scientists, informe publicado por la Universidad de Stanford. Es solo uno de los datos del curriculum vitae del fundador del Instituto de Tecnología Química (ITQ), centro mixto de la Universitat Politècnica de València (UPV) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Experto reconocido a nivel mundial en catalizadores sólidos ácidos y bifuncionales aplicados al refino del petróleo, petroquímica y procesos químicos -especialmente en la síntesis y aplicación de zeolitas, un material cristalino microporoso para obtener combustibles más limpios-, a lo largo de su carrera ha publicado más de 1.400 artículos en revistas internacionales y ha escrito tres libros. Autor de 200 patentes de invención, más de 20 tienen aplicación y se utilizan actualmente en procesos industriales.
Con 16 doctorados honoris causa a sus espaldas, entre ellos los de las universidades de València (2008) y Jaume I (2009), la lista de reconocimientos es igualmente abrumadora, con premios como el Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, el de Nuevas Tecnologías Jaume I, el Spiers Memorial de la Royal Society of Chemistry o la Gran Medalla de la Academia Francesa de Ciencias, sin olvidar el Royal Society of Chemistry Centenary Prize o la Medalla de Oro de la Real Sociedad Española de Química, entre otros muchos. Miembro de la Real Academia de Ingeniería de España, la Academia Europea, la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España, la National Academy of Engineering (Estados Unidos) o la Royal Society (Reino Unido), sorprende al interlocutor con un brillo en sus ojos cada vez que habla de la ilusión del investigador, como si su carrera acabara de iniciarse.
El pasado mes de febrero participó en la presentación en València de una propuesta de políticas públicas (Policy Paper) del Real Instituto Elcano bajo el título Industrializar la digitalización. En dicho documento se hace alusión a uno de los últimos proyectos de Corma: el uso de la Inteligencia Artificial (IA) para descubrir 2,4 millones de zeolitas -de aplicación industrial-, lo que ha permitido en último término al ITQ dar un salto y obtener una nueva ventaja respecto a sus competidores, además de atraer el interés de compañías inversoras. Conversador sosegado y reflexivo, preocupado por escoger las palabras exactas, combina sin dificultad el rigor académico con la socarronería valenciana.
– Permítame empezar con una pregunta bastante prosaica, a partir de algo que me llamó la atención en alguna entrevista suya. ¿Sigue desayunando un plátano y una naranja y leche con cereales. ¿Sigue haciéndolo?
– Sí señor, todos los días.
– Pero eso no tiene una explicación específicamente química.
– No [sonríe]. Tomo fruta, normalmente plátano, naranja, pero también… hoy, por ejemplo, he tomado como no tenía plátanos, he tomado naranja, manzana y pera. Es decir, fruta y después sí, leche con cereales, eso sí.
– Hace poco, el experto en digitalización Genís Roca decía que la Administración se ha orientado al cumplimiento del procedimiento, pero no ha habido un esfuerzo similar en definir y evaluar los objetivos. Y añadía que además de hacer las cosas bien hay que demostrar que sirven para algo. Aplicando la idea a la política científica ¿cree que es correcta?
– Sí, yo creo que los investigadores no solamente tenemos la obligación de aumentar el conocimiento, sino además, si somos capaces, tenemos que desarrollar ese conocimiento hasta un punto en que lo podamos transferir para que al final ayude a vivir mejor a las personas, ¿no?
– Esa necesidad de ser útiles tiene mucho que ver con esa negativa de esta casa (el ITQ) a hacer una distinción tajante entre la investigación básica y la aplicada, como le dice a Adolfo Plasencia en su entrevista para el libro De neuronas a galaxias.
– Sí, por ejemplo, Pasteur decía que no había investigación aplicada o ciencia aplicada, sino que lo que había era aplicación de la ciencia. Es así: nosotros necesitamos generar conocimiento y con ese conocimiento podemos dar el salto siguiente, que es intentar explicar los fenómenos naturales y aprovecharlo para hacer desarrollos que sirvan a los demás. Tiene que ser así.
– Desde el punto de vista de la relación entre el mundo académico y su entorno, ¿es verdad que la sensibilidad para devolver a la sociedad la inversión que se hace está más presente cuanto mayor es la relación con el mundo de la empresa?
– Sí, claro que sí. Pero no nos olvidemos de que la ciencia fundamental, si es buena, de alta calidad y nos ayuda a descubrir nuevos fenómenos o a explicar fenómenos, tiene en sí un valor muy importante, porque después ya habrá otros que con esa investigación podrán ver potenciales aplicaciones. Creo que es muy importante que haya comunicación entre el mundo académico y el mundo industrial, pero tenemos que entender que puede haber personas que se dediquen únicamente a la generación de conocimiento fundamental. Eso sí: este tiene que ser bueno y tiene que ser importante y sobre todo, tiene que ser relevante.
– Excelente y relevante.
– Sí, porque no todo lo importante es igual de relevante. Más pronto o más tarde se encontrarán aplicaciones para todo esto.
– Usted lleva colaborando décadas con grandes empresas, pero ¿cómo ve la evolución de cómo se ve desde la Universidad a la empresa en todo ese tiempo? ¿Sigue existiendo cierto recelo o se limita ya a determinados ámbitos?
– Yo creo que ha mejorado mucho. Si miro hacia atrás, hace por ejemplo, 30 años, incluso 20, creo que la empresa se ha dado cuenta de que puede sacar provecho del conocimiento que se desarrolla en la Universidad, que puede establecer proyectos de colaboración importantes. Y el mundo académico también se ha dado cuenta de que muchas veces existe la inspiración para la investigación a partir de los problemas que puede plantear el mundo industrial.
– Eso ha hecho que caiga, al menos en parte, ese velo de incomunicación.
– Y de desconfianza también. Yo creo que ahora hay más confianza entre el mundo académico y el mundo empresarial. El académico ha hecho un esfuerzo por aproximarse y en estos momentos, en la mayoría de los casos, no hay ya una barrera de lenguaje tampoco. Ese es un detalle importante también. Y además, como decía, la academia reconoce el papel importante que hace la industria, porque entre otras cosas, al final pagamos entre todos la investigación que se hace en los centros públicos. Y yo creo que en estos momentos, el contexto es incluso muy favorable para colaborar con las empresas.
“Al Avelino Corma recién graduado, hoy le diría que dedicarse a la investigación es una excelente idea, que da muchísimas satisfacciones. Cada día es una nueva aventura. tú planteas los desafíos que vas a seguir”
– ¿Venía usted ya con la lección aprendida de casa, en cuanto a esa importancia del mundo de la empresa?
– No, desde casa no, mi padre era un pequeño agricultor. Pero sí me enseñó y me transmitió valores muy claros, que eran de trabajo duro. No hay nada gratis, hay que ganárselo. Después, hay que ser persistente y hay que hacer el trabajo bien hecho. Y eso es perfectamente transferible a cualquier actividad a la que nosotros nos dediquemos después. Y en el caso de la investigación está claro, porque tienes que tener curiosidad -que él a mí me la despertaba- y tienes que tener persistencia y constancia en el trabajo, debes tener rigor en lo que haces e intentar hacerlo no bien, sino muy bien. Y después, trabajo duro. Eso siempre, siempre.
– Los resultados te encuentran trabajando.
– Ahí, ahí está.
– Hablamos de los investigadores. Hace seis años, usted le decía a mi compañera Kristin Suleng que aquí se necesita el doble o el triple de curriculum para ser profesor contratado doctor que en las mejores universidades del mundo. Y añadía que no había continuidad ni planificación por la incertidumbre que se generaba con las legislaturas cortas que vivimos en esos años. ¿Ha mejorado esto?
– Creo que ahora está mejorando. Se había generado un gran tapón, es decir, había una gran cantidad de gente que se había acumulado. Jóvenes investigadores bien preparados que no encontraban una cierta estabilidad en su trabajo. Creo que ahora se han dado cuenta de que era un recurso que no estábamos utilizando de manera adecuada, y se han hecho cambios en la ley que permiten que aquellos investigadores que muestren claramente que tienen muy buen nivel investigador puedan optar a tener un mínimo de estabilidad.
– Y esos cambios legales ¿van acompasados con una evolución también que lo facilite desde la gobernanza de las propias universidades?
– Sí. Al final todo es un problema económico. Pero las universidades se han dado cuenta de que necesitan esta savia nueva, muy bien preparada, que ha estado fuera en los mejores laboratorios por el mundo. Que vuelven con gran ánimo de desarrollar todo lo que han aprendido y todo lo que creen que son capaces de desarrollar. Si acompañan los presupuestos, veremos cómo se van incorporando más y más estos investigadores.
– Habrá que tirar menos de voluntarismo, ¿no? Poder volver porque sea objetivamente bueno hacerlo.
– Claro que sí: al final van a competir. Este es un mundo de competición, también para los investigadores. Al final, si no encuentran -como está sucediendo ahora, en muchos casos- oportunidades en España, tendrán que irse a otros sitios. Y de hecho se van. Me encuentro investigadores españoles en prácticamente todas las universidades a las que voy. En Europa, desde luego, en todas. Esto tenemos que solucionarlo.
– En este punto, quizás la continuidad, el medio plazo, incluso el largo, no son opcionales, sino absolutamente imprescindibles.
– Claro: lo son porque tenemos que pensar que cuando una persona se reincorpora lanza un proyecto de investigación, que es como mínimo a tres años. Y si todo sale bien, tres más tres, por ejemplo, o podrían ser cuatro. Lo que no tendría sentido es que si el proyecto se ha considerado estratégico, de buen nivel, y se conceden los medios para que se pueda desarrollar y durante ese periodo de tiempo se lleva a cabo una labor buena e importante, con buenos resultados, pues que a continuación no hubiera una continuidad. Y es eso lo que se pide, ¿eh? No se pide ya que exista el funcionariado clásico en que tengan una posición para siempre. Solo se quiere, como ocurre en el resto de las profesiones, que si uno demuestra que hace su trabajo bien, que es capaz de hacer prosperar a su comunidad, se le dé la oportunidad de continuar desarrollando su trabajo. Solo se pide eso.
– A veces parece que ese solo nos ha costado muchísimo.
– Muchísimo, porque estaba todo demasiado reglamentado para ser investigador y para tener esa continuidad de la que hablábamos. Para ser profesor tenías que ser funcionario, tenías que tener una plaza que era a perpetuidad, digamos. Eso ha cambiado. Uno tiene un contrato, ese contrato dura cuatro años; si esto funciona bien, esto se renueva. Y después ya, mientras esté funcionando bien, se mantiene.
– Si pudiera hablarle por un túnel del tiempo, ¿qué le diría al Avelino Corma de hoy al del día de su graduación?
– Yo le diría que si esa era la idea que tenía, la de dedicarme a la investigación, le diría que es una excelente idea. Que lo intentara, porque da muchísimas satisfacciones. Cada día es una nueva aventura. Cada día te encuentras con nuevos problemas. Tú mismo te planteas problemas, tú planteas los desafíos que vas a seguir. También le diría otra cosa: que intentara compaginar un poquito más su vida profesional con su vida privada.
– Que es quizá la única herida por la que respira.
– Ahora sí. ¿Recuerdas esa canción de Raimon (Mentre s’acosta la nit)?-Ahora, haciendo balance, con más recuerdos que proyectos como dice la canción, yo me doy cuenta de que he dedicado muchísimos esfuerzos a la profesión y he descuidado un poco, aunque he intentado no hacerlo, otros aspectos personales. La familia siempre ha pagado un precio por todo esto, y también los amigos y las relaciones humanas.
– Supongo que en el plano profesional hay otro precio, a partir de esos valores que le transmitía su padre, y aunque usted intenta siempre transmitir estabilidad a la gente de su equipo. Entiendo que el precio es verlos pasar por situaciones como las que usted ha pasado.
– Sí, yo reconozco que soy exigente. Esa es la realidad. Después cada uno tiene que ponerse sus límites, pero mi obligación es intentar que cada uno saque lo mejor de sí mismo. Como yo les digo, mi obligación es hacer que llegues al límite de tus posibilidades. Después es tu decisión, dónde te quieres quedar. Pero tú tienes que saber cuál es el límite de tus posibilidades. Y en eso me aplico. Y a veces es doloroso. A veces lo es, porque aunque ahora es todo políticamente más correcto, pero yo normalmente soy claro y directo cuando digo las cosas. Y bueno, a veces ahora la gente está mucho más sensible.
– Hablando con mucha gente de su generación se transmite la idea de que, aunque son personas que viven en el día a día y están tan actualizados como usted, sí que son conscientes de haber vivido un cambio de paradigma, incluso en las relaciones humanas. A muchos niveles, la relación entre las generaciones es hoy distinta que antes.
– Sí, tratamos por supuesto, de adaptarnos. Y ese es un componente importante, tratar de adaptarnos a las circunstancias. Pero yo creo que muchas veces las cosas hay que decirlas como son. Y que quede claro, porque al final también ellos están jugándose su vida o un aspecto de su vida. Nuestra obligación, como digo, es decirles lo que lo que uno piensa de acuerdo a la convivencia que se ha tenido y la interacción científica.
– En su faceta de gestor de equipos, esto de conseguir que la persona subordinada se implique recuerda mucho a esa idea que se tiene de la docencia: el mejor profesor siempre es el que consigue que sus alumnos estén entusiasmados con la materia.
– Claro, lo primero es que tú estés entusiasmado. Si ellos ven que tú lo vives y les haces partícipe de esas vivencias, si verdaderamente están ‘contaminados’ por el virus de la investigación, se emocionan y se excitan.
“El investigador debe estar observando siempre y haciéndose preguntas, debe ser riguroso, constante en su investigación e incansable. La desmoralización no cabe en esto. El volver a empezar es continuo”
– Cambiando de tercio, ¿qué le viene a la cabeza si le hablo del año 89? ¿Es el año en que cambia su vida?
– Hombre, es el año en que me vine a Valencia. Claro que sí. Cuando uno se hace mayor y mira hacia atrás, ve que ha habido momentos determinantes en la vida, momentos en que llegaba a un punto en que había dos caminos, había dos direcciones y uno tomaba uno de ellos basándose en algunos razonamientos, pero también con un componente grande de azar. Ha habido varios momentos. El primero fue cuando tuve la oportunidad de estudiar, porque yo no estaba destinado a estudiar sino a ir al campo, era lo normal. Y fue gracias a mis padres, que tenían una mentalidad abierta y al maestro que tenía que bueno, pude empezar a estudiar.
– ¿Cómo se llamaba, su maestro de Moncofa?
– Don Javier. Y después hubo un segundo momento al terminar el Bachiller. Mis padres tampoco estaban seguros de si al final podría hacer una carrera universitaria, en el sentido de que son muchos años, y tampoco en mi familia había nadie con estudios universitarios, con lo cual, maestro ya se veía como algo que estaba muy bien. Y claro que está muy bien. Bueno, fantástico. Entonces, mientras hacía el Bachiller Superior ya me había podido matricular en Magisterio, hice el ingreso, hice primero e hice parte de segundo curso, que me quedaba ya solamente terminar dos asignaturas de segundo curso y el tercero que era ya de prácticas. Pero con eso yo ya estaba en Preu, en Preuniversitario.
– ¿Dónde hizo el Bachillerato?
– En Burriana. Entonces, en Preuniversitario, les dije a mis padres que me gustaría ir a la Universidad y ellos me dijeron que adelante. Eso fue otro paso. Y otro importante fue al terminar la carrera. En mi último año ya hacía mis pinitos en el Departamento de Química Física, en la Universidad de Valencia. Estaba con el profesor Juan Palou y el director del Departamento era don Mateo Díaz Peña. Claro, él veía que yo no tenía horas. Me dedicaba en cuerpo y alma, con fines de semana y todo el tiempo que tenía disponible. Con lo cual un día me llamó y me dijo ‘A usted le gusta mucho la investigación’. Yo le dije que sí, que me gustaba muchísimo y entonces él me aconsejó que me fuera a Madrid, al Consejo Superior de Investigaciones Científicas y me hizo una carta de recomendación. Yo me fui con la cartita allí, y me enseñaron lo que había allí. Uno de los temas que había era el Instituto de Catálisis, que comenzaba entonces en el CSIC. El Consejo me dio una beca para hacer la tesis y me fui a Madrid. Ese fue un paso que también cambió mi vida.
– Son muchos avances en poco tiempo.
– Sí, pero determinantes todos. Y luego ha habido más, está plagado: después me fui a Canadá a hacer el postdoc [en el Departamento de Ingeniería Química de la Queen’s University en Kingston], Fue muy bonito en todos los sentidos, desde el punto de vista científico pero también desde el personal, en un país que lo elegí. Cuando ya llevaba casi dos años y medio allí, salieron unas plazas para mi Instituto, para las que en teoría tenía muy pocas opciones porque era muy joven y había personas más senior. Me presenté para ejercitarme, esa es la verdad. Pero como decíamos antes, si tienes que hacer algo, hazlo bien, a tope, tienes que ir al máximo. Y así lo hice. Y tuve la suerte de que de que saqué la plaza. Si no lo hubiera sacado, muy probablemente me hubiera quedado en Canadá, muy probablemente porque allí tenía ofertas y podía empezar una vida. Así que ese es otro punto clave en mi vida. Ese volver y después ya volver a mi tierra, volver a Valencia. Siempre habíamos soñado con ello, desde que estábamos en Madrid con otros amigos valencianos. Decíamos “tenemos que volver a Valencia y fundar el Centro de Investigaciones del Mediterráneo”. Eso nos lo repetíamos siempre que nos reuníamos para cenar y a lo mejor después de tomarnos un buen vino también. O uno regular [sonríe].
– Pero ¿esa etapa en Madrid va en paralelo al proceso de la patente que hacen con Cepsa? [En 1989, la empresa patenta un catalizador inventado entre otros por Corma, lo que da lugar al proceso Hysopar, que se implementa en plantas de todo el mundo para mejorar considerablemente el octanaje de las gasolinas]
– Eso fue al final de mi estancia en Madrid, un poquito antes. Cuando empezamos el proyecto con Cepsa tendría a lo mejor 33-34 años, era muy joven. Fue también fantástico porque la compañía se involucró y la gran suerte es que arriesgó. No era común entonces, hacerlo en algo que se había desarrollado en un laboratorio español por personas que no éramos nadie aún. Bueno, estaba yo con cuatro becarios. No tenía más. Que decidieran que eso lo iban a pasar a planta piloto y después a planta comercial, esto es una lección. Esto es una lección que yo por lo menos aprendí de que en las empresas todo dependía un poco también de las personas que estuvieran en ellas. En este caso fue porque estaban Pedro Miró [investigador de la empresa] y Joaquín Solís [director de los proyectos petroquímicos de Cepsa]. Estas son dos personas clave porque decidieron arriesgar.
– Tienen la audacia necesaria en un momento determinado, que a veces no es fácil tenerla.
– Sobre todo, lograr convencer dentro de la compañía de que sí, que Cepsa, en este caso con nuestra colaboración, era capaz de tener su propia tecnología y convencer a la compañía. Y primero creer, sobre todo creer en esto. Y los resultados han sido fantásticos porque en este momento la tecnología de Cepsa y que desarrollamos conjuntamente o colaboramos nosotros en ella está implantada en más de 20 plantas en todo el mundo. Compañías con nombres muy fuertes y muy grandes que están utilizando esa tecnología todavía hoy, ¿eh? O sea que han pasado… ¿casi 40 años ya? Increíble.
– Tenía entendido que la propia semilla de este centro está en ese proyecto.
– Empezó cuando estaba en Madrid, pero lo terminamos todo estando aquí, aunque la mayor parte estaba hecho y estaba ya la planta en marcha y tal. Lo que pasa es que eso sí que fue la semilla de esto, porque después desde aquí tuvimos colaboraciones muy fructíferas con Cepsa.
– Usted ha dicho muchas veces que el primer recurso en el que se encuentra la primera vez que se pone a investigar es una mesa y una silla.
– Así es. Y eran de madera.
– Lo decía porque viene a Valencia cuando ya empieza a tener más recursos en Madrid. ¿Es la misma convicción ética de querer volver a España para devolverle al país lo que había recibido en becas, lo que le hace dejar de lado un proyecto encarrilado y venir a lo que en ese momento era un parking, aquí en la Politécnica?
– Eso era cerca del ágora, sí, pero claro, la Universidad era más pequeña que ahora. Entonces estaba arriba el departamento de Química, y debajo, con un suelo de arcilla, de tierra, se aparcaban los coches, Bien, lo que hicieron fue en este aparcamiento que había, cerrarlo, poner baldosas… y construyeron de bancos para trabajo. Allí arrancamos.
– Y lo hicieron como instituto universitario.
– Avelino Corma: Sí, con Justo Nieto, quien por cierto fue un visionario, en el sentido buenísimo y total de la palabra, que se imaginó una universidad moderna y la lanzó y lo montó, lo que no es fácil tampoco. Y su promesa fue que este edificio se construiría. Y ahí vino su valor para conseguirlo, y nuestra inocencia de creérnoslo [ríe]. Porque por la experiencia en España sabemos que muchas de las promesas cambian los tiempos, cambian las circunstancias y no se llevan a cabo.
“Solo comunicamos los éxitos, pero en el camino hasta llegar a ellos hay muchos fracasos. Esto no se comunica, pero de ellos se aprende”
– Y sobre todo cambian las personas.
– Pero Justo Nieto lo consiguió y eso representó un cambio total. Para nosotros y yo quiero creer que también para la Universidad, porque fue semilla para que se crearan otros centros, para que otros profesores vieran que era posible ir en esa dirección. Y la Universidad ha progresado muchísimo, muchísimo desde la que yo conocí a la que hoy en día existe.
– ¿Son hoy distintas en algo las cualidades básicas que debe reunir un científico de las que se destacan cuando usted empezó?
– Yo creo que son las mismas. La primera que había dicho antes era curiosidad, tiene que estar observando continuamente y planteándose preguntas, haciéndose preguntas. Después, tiene que ser riguroso en sus planteamientos y en sus programas, constante en su investigación e incansable. La desmoralización no cabe en esto. El volver a empezar es continuo. Es continuo.
– Usted ha dicho muchas veces la palabra guerrillero para referirse a la ciencia que se hacía hace un tiempo. Quizás ahora hay más conciencia de la necesidad de trabajar en equipo.
– Hoy en día eso está clarísimo. Es más, si uno observa, por ejemplo, en gran parte de las publicaciones, y desde luego en nuestro campo de materiales, se necesitan especialistas en varios dominios, en varios campos. Entonces tienes realmente que hacer un trabajo multidisciplinar. Esto ha cambiado muchísimo. Antes, con menos medios, al final lo podía hacer un director con su becario. Hoy en día también, ¿eh? Esto se sigue haciendo, pero todo depende del tipo de trabajo. Hay algunos en los que se necesitan estos equipos multidisciplinares, porque se requieren, por ejemplo, muchas técnicas para observar. Queremos verlo desde el punto de vista de la microscopía, el material que hacemos. Podemos verlo desde otros tipos de espectroscopia, por ejemplo. Y para esto necesitas especialistas.
– Y seguir siendo inasequibles al desaliento.
– Sí, porque cuando nosotros publicamos nuestros resultados, cuando los comunicamos, sólo comunicamos los éxitos, lo que ha salido bien, pero hay muchos que no salen en el camino hasta llegar a ese. En el camino hay muchos fracasos o hay algunos fracasos. Esto no se comunica, pero se aprende, de ellos se aprende. Entonces esto tienen que ser inasequibles, inasequible al desaliento.
– Es como esa frase célebre: a veces se gana y a veces se aprende.
– ¡Sin duda! Ten en cuenta que en el método científico, tú haces hipótesis e intentas comprobarlas. Si no se cumple la hipótesis que habías hecho, intentas razonar por qué no se cumple, lo que te lleva a plantear una nueva hipótesis. Entonces, de nuevo vas a la parte teórica o a la parte experimental para comprobar esa hipótesis. Y así vas llegando a una hipótesis que puede explicar los resultados. Bueno, pues en ese camino ha habido muchas hipótesis que habías hecho, o algunas hipótesis que habías hecho que no se han cumplido, pero te han permitido pensar la siguiente.
– Cuando habla del valor de ser incansable, inasequible al desaliento, en el año 2022 y pensando en la nueva generación, casi suena revolucionario. Vivimos en el mundo de lo inmediato y parece que ello conspira radicalmente en contra de su planteamiento.
– Es así. Y nosotros también lo observamos, ¿eh? Vemos que un porcentaje relativamente grande de los jóvenes que empiezan en la investigación, si pasa un determinado tiempo y no tienen resultados positivos, empiezan a ponerse muy nerviosos. Aunque el planteamiento les pareciese lógico y de interés para atacarlo. Yo lo entiendo, pero la investigación es así. Tú tienes dos posibilidades: puedes recorrer el camino que han recorrido otros, lo que es seguro, pero vas a sacar cosas que van a ser marginales, te vas a encontrar con pequeñas variaciones, con lo mismo que se han encontrado otros. O puedes intentar abrir caminos nuevos, caminos inexplorados. Ahí está el riesgo. Alto riesgo, alta recompensa. Uno tiene que decidir al final, ¿eh?
– No quisiera caer en el tópico de que cualquier tiempo pasado fuera mejor, pero existe la sensación de que las generaciones anteriores tenían eso más interiorizado. Algo distinto habría, ¿no?
– Probablemente antes existía menos presión que ahora. Reconozco que los jóvenes ahora tienen más presión: se han implantado criterios que presionan muchísimo. Publicaciones, número, índice de impacto, entonces, todos hemos entrado de alguna manera en esa rueda. Con lo cual es verdad que los jóvenes están sometidos a más presión en ese sentido. Lo entiendo.
– Usted lleva 40 años trabajando sobre las zeolitas. Según el policy paper que presentó Elcano en febrero en València, su reciente trabajo con apoyo de la IA le ha permitido hacer una multiplicación incluso por 100 de lo que era la capacidad de producción anterior.
– Pero la base la tienes que construir. Todo esto son herramientas que te ayudan, son herramientas. Pero es también nuestra obligación explorar mundos nuevos, explorar nuevas posibilidades. Como decía antes, ahora uno tiene más tendencia a recordar: cuando empecé la tesis en el año 74, en mi tesis ya me planteé la posibilidad de llevar a cabo conjuntamente estudios teóricos, trabajos teóricos de mecánica cuántica y trabajos experimentales. Entonces eso no era nada común. Pero afortunadamente un antiguo y fantástico profesor mío, Francisco Tomás, cuando yo le comenté desde Madrid lo que me gustaría hacer, aunque él estaba aquí, le pareció muy bien y empezamos a trabajar juntos en eso. Y desde entonces hasta que fue elegido rector, hemos estado trabajando juntos, combinando teórico y experimental. Fue un riesgo que tomamos porque había limitaciones, claro, Pero nos salió bien. Pensar es lo primero, plantear los problemas e hipótesis. Pero después, si tenemos sistemas robóticos que nos permitan llevar a cabo un número mayor de experimentos, si podemos caracterizar más muestras y lo que costaba dos meses va a costar una semana, mejor. También había gente que me decía que en qué estaba pensando. Sin embargo, nos ayudó. Y el paso siguiente es con todas esas herramientas. Tenemos una gran cantidad de datos que nosotros mismos ya no somos capaces de explotarlos, pero para eso tenemos ahora otra herramienta, la IA. Eso me ha ayudado también a no mitificar nada. Son herramientas, son ayudas que tenemos que utilizar, pero sin mitificarlo.
– Una de las cosas que más llama la atención a los profanos de la catálisis es el infinito abanico de ámbitos al que se aplica. De la biomedicina a los materiales. En su campo, ¿en qué posición situaría al ITQ en la actualidad?
– Primero situémonos en la siguiente frontera que tenemos ahora. Está en el manejo de los átomos, en verlos y manejarlos. Es decir, la prueba y error que teníamos muchas veces, o lo de una caracterización más bien macroscópica ya está siendo superada. Ahora tenemos técnicas en las que podemos ver en los átomos. Por tanto, si podemos verlos, tenemos que ser capaces de generarlos y generar controlando el número de átomos que colocamos. Uno, dos, tres. Ya no basta con crear sólidos, sino que queremos crearlos con una determinada estructura. En el caso de zeolitas, con poros de dimensiones adecuadas para la molécula que queremos hacer reaccionar. Y además, colocar los centros activos como si uno lo hiciera en una construcción manual. Colocarlos en el lugar en donde van a ser más activos y más selectivos. Estamos en ese punto. Esa es la frontera, ¿no? La visualización, el manejo de los átomos y de las estructuras. Sintetizar las estructuras al inicio. Bueno, pues en esto yo creo que el ITQ ha sabido evolucionar desde lo que estaba haciendo y en estos momentos es competitivo también en ese aspecto. Encaja con lo que decía antes, con el hecho de que algunas de las técnicas no las tenemos aquí. Muchas de las técnicas tenemos que ir fuera para aplicarlas, bien en España o bien fuera. Con Cádiz tenemos una estupenda colaboración desde hace muchos años, porque son buenísimos en microscopía electrónica y tienen aparatos muy buenos. O vamos a Estados Unidos o Alemania porque no tenemos aquí los equipos precisos. Pero ojo, para poder ir a estos sitios tú tienes que escribir un proyecto y te lo tienen que aprobar: la idea que tú vas a intentar comprobar tiene que ser una idea original y relevante.
“Los jóvenes ahora tienen más presión: se han implantado criterios que presionan muchísimo, con publicaciones, número, índice de impacto. De alguna manera, todos hemos entrado en esa rueda”
– A Adolfo Plasencia le hablaba de la importancia de la fertilización cruzada. Esa idea de que hoy al final los avances mayores se pueden dar justo ahí donde confluyen varias disciplinas.
– Así es, así es. Eso es lo que más nos está enriqueciendo a nosotros en estos momentos. En el campo de materiales es clarísimo y en la química en general. Hoy en día la química que se está haciendo una parte muy grande va a materiales, otra parte va a biología molecular… la química se ha convertido ya en una ciencia transversal. Siempre lo ha sido de alguna manera, pero en estos momentos más que nunca es una ciencia transversal.
– ¿Ha trabajado alguna vez con la industria cerámica de Castellón?
– Al principio, cuando estaba haciendo la tesina aquí en València y trabajaba en laboratorio sí hacía cosas con cerámica. Utilizábamos materiales cerámicas, porque usábamos alúminas y algunas son de baja porosidad. Lo que pasa es que la cerámica industrial no encaja mucho en lo nuestro.
– Lo decía en el sentido de que si la catálisis busca acelerar los procesos para que sean más eficientes y crear menos subproducto, la cerámica debe evolucionar en los próximos años en esta línea, al menos en lo que tiene que ver con la revolución que está teniendo lugar en relación con la energía.
– Claro, claro que sí. Por ejemplo, en cerámica sí estarán obligados a ir sustituyendo el gas natural por hidrógeno, por ejemplo. Bueno, pues desde las células fotovoltaicas hasta los electrolizadores, todo esto lleva catalizadores. Bueno, pues al final esas son implicaciones que tiene. Los mineralizadores que llaman en cerámica son catalizadores, es un tipo de catalizador que actúa de otra manera a la que nosotros hablamos. Son en fase sólido-sólido, digamos, pero son catalizadores también. El CO2 lo tenemos que separar, y ahí podemos utilizar membranas de las que utilizamos o las que generamos. O podemos convertir CO2 e hidrógeno, podemos de nuevo ir a gas natural si queremos a metano, que puede ser reciclado y puede estar siendo reciclado dentro de la misma fábrica, ¿no? Todo esto es posible, claro.
– ¿Cuál es el papel del ITQ en estos momentos respecto a los Comités Estratégicos de Innovación (CEI) que impulsa la Agencia Valenciana de la Innovación (AVI)?
– En mi opinión, la AVI está haciendo una labor excelente con los CEI. Lo que pretende al final es al final ayudar a la industria valenciana poniendo a trabajar juntos a los centros de investigación públicos con los institutos tecnológicos y las empresas. Eso es fantástico y además lo está consiguiendo, ha tenido mucho éxito. Yo lo veo y veo que desde que surgió hasta ahora, el número de grupos que se han formado y que participan es cada vez mayor, está creciendo exponencialmente. Y esto permite no solamente que establezcan el contacto para acudir a estos proyectos de la AVI, sino que muchos de ellos se quedan de manera permanente ya trabajando. Esa es la manera. En esta comunidad las empresas que tenemos son pequeñas y medianas, en su mayoría. Difícilmente van a poder hacer investigación, pero si hacen innovación, lo hacen porque al final tenemos también dentro de nuestros empresarios gente muy emprendedora, con buena visión, que son capaces de innovar. Si ese espíritu lo conjuntan con las capacidades que tenemos para investigar y para desarrollar estas investigaciones, convirtiéndolas en tecnología con los centros de públicos, de investigación e institutos tecnológicos, ahí somos ganadores, ¿eh?
– Entonces, ¿se han introducido los incentivos correctos para cada uno de los actores?
– Sí, porque son proyectos los que presenta la AVI… ahí hay que distinguir. Muchas veces hay científicos o investigadores que no lo entienden porque están haciendo una investigación fundamental, importante y relevante. Y de ese tipo de grupos, aquí en la comunidad tenemos grupos muy buenos en todas las universidades, pero que están en un estadio todavía muy lejano a su posible aplicación, mientras las empresas que tenemos en la Comunidad Valenciana necesitan algo a más corto y medio plazo. Para eso está la AVI. Hay unos programas dentro de la Conselleria que van a financiar proyectos de investigación más fundamental, pero la AVI está para proyectos de investigación que al final ayuden a la empresa en un plazo de tres o cinco años como mucho. Y están saliendo resultados. La AVI ha prometido creo que en menos de un año empezará a mostrar ya casos de éxito. Entonces será momento de hacer una recapitulación y ver casos de éxito.
“La química se ha convertido ya en una ciencia transversal. Siempre lo ha sido de alguna manera, pero en estos momentos lo es más que nunca”
– Así, ¿se está consiguiendo por fin que la empresa visualice el beneficio que puede tener para ella la investigación que está haciendo la Universidad?
– Yo creo que estamos yendo por el buen camino. Siempre lo favorece que haya un pequeño empujón siempre por parte de la Administración, llámese CDTI, llámese la AVI, de tal manera que la empresa vea que tampoco es una inversión a muy alto riesgo la que va a hacer ni la va a hacer en solitario. El mensaje que yo quiero transmitir a las empresas es que cuando afrontamos un proyecto de más riesgo y lo afrontamos junto con ellas, es verdad que arriesgan el dinero contante y sonante, pero la Universidad o el centro público está también corriendo un riesgo, al aportar las personas y su tiempo. Y aquí hay un punto que a veces la gente no entiende: se dicen bueno, pero el tiempo yo lo puedo pagar. Sí, pero hay un punto importante: si yo dedico mi tiempo a hacer esto que a ti va a beneficiar, no lo puedo dedicar a otra cosa que a lo mejor yo pensaba que científicamente iba a ser incluso más interesante. Es también lo que dejo de hacer. Eso hay que tenerlo en cuenta.
– Es una elección, y como todas las elecciones implica renuncias.
– ¡Claro!
– Ahora mismo hay cuatro grupos dedicados a la investigación en el ITQ.
– Sí, e intentan cubrir distintos aspectos dentro de la catálisis. Hay algún grupo que está más orientado a la parte de la biomasa, por ejemplo; hay otros que están más dedicados a la parte de absorción o separación, otros más dedicados a catálisis química, con la biomasa incluida…
– ¿Es una percepción acertada la de que la biomasa es un gran tema pero todavía no ha explotado? ¿Está en la agenda al nivel de otros asuntos del ámbito energético?
– Sí lo está, y tanto. Por ejemplo, en todas las empresas químicas importantes se está intentando sustituir y se sustituyen moléculas de origen petroquímico por moléculas de origen bio, digamos, en este caso derivadas de la biomasa. Y en las de combustibles, hace tiempo que se están utilizando los aceites vegetales para convertirlos en diésel. Claro, el problema que teníamos es que se estaban utilizando aceites que o bien -al principio- eran comestibles o bien las plantaciones que se hacían causaban perjuicios en el terreno. Sin embargo, eso en la parte de combustibles ha cambiado: primero, se ha limitado a determinados combustibles muy específicos. Por ejemplo, el queroseno en los aviones. Porque en un avión, y sobre todo para trayectos largos, de momento no podemos pensar ni en hidrógeno ni… Es cierto [sonríe] que algunas compañías dicen que tienen aviones que van con hidrógeno. Si quieren, claro, pero no nos dicen ni qué trayectos podrán cubrir en un solo vuelo, ni que carga podrán llevar. Con lo cual, se piensa en combustibles líquidos y combustibles líquidos derivados de la biomasa.
– En el ámbito de la ciencia, ¿qué noticia le ha sorprendido últimamente?
– Bueno, esta mañana mismo [la entrevista tiene lugar el 31 de marzo]. Estaba leyendo un artículo en los proceedings de la National Academy of Science de Estados Unidos, en donde unos colegas americanos de la Universidad de Cornell han hecho electrodos para electrolisis, también del agua, en donde utilizan níquel en lugar de utilizar metales nobles. Níquel con un recubrimiento de carbono, de grafeno en este caso. Y me ha encantado porque precisamente el níquel recubriéndolo con una capa de carbono, nosotros hemos hecho y publicado unas cositas. No para electrodos, para catalizadores, pero es que si se pudiera evitar el uso de metales nobles para electrolizar el agua, sería fantástico. Imagínate, si pensamos en el hidrógeno que se tiene que generar y la cantidad de electrolizadores es que tendrán que colocar, la cantidad de electrolisis que tendrán que instalar, representa una cantidad de metales nobles muy elevada.
– La última: ¿es verdad que uno se harta de que le pregunten por el Premio Nobel?
– Vamos a ver, todos tenemos muchas ganas de que un español tenga un Nobel, sea el que sea. Y nos gustaría además que lo tuviera alguna disciplina de ciencia, ¿no? Claro que nos gustaría. De literatura tenemos, de biomedicina, de medicina también tenemos, pero de ciencias no tenemos ninguno. Entonces yo creo que lo verdaderamente importante, lo digo como lo siento, es que en España tuviéramos uno o más, en la parte de ciencias. Se está haciendo y se ha hecho un gran esfuerzo. Ha habido precursores nuestros que han hecho un esfuerzo tremendo para facilitarnos a nosotros el trabajo que estamos haciendo, como nosotros intentamos facilitárselo a la siguiente generación. Yo creo que estaría muy bien. Esto daría ánimos y un empujón fuerte desde todos los puntos de vista. También para que la Administración dedicara un poco más de recursos.