Con 71 años y a punto de cumplir 72, Lidia Jacob está cursando a velocidad crucero la última parte de la carrera de Ciencias Matemáticas en Exactas de la UBA. Le faltan solo seis materias para recibirse y en 2020, durante la cuarentena, metió otras seis.
Jacob ya había terminado en su momento la licenciatura en Física y también completó la carrera de Psicología (ambas en la UBA), más un posgrado en Psicoanálisis Lacaniano. “Mis motivaciones principales son dos. En el plano anímico, preferí enfocarme en lo que la pandemia me habilitaba a hacer (cursar online) en lugar de lo que me impedía”, cuenta, “y en cuanto al objeto de estudio, me interesa particularmente teorizar y fundamentar la práctica del psicoanálisis, aquello que sea posible a partir de la escritura de la lógica y de la topología matemática”.
Por otra parte, en días en los que se debate la eficiencia de los controles de precios como herramienta para moderar la inflación, Israel “Cacho” Lotersztain dice que no hay nada nuevo y muestra fotos de escrituras que tienen 4000 años y hablan de este mismo tema: los reyes se jactan de que en sus gestiones los productos básicos no subieron. Pertenecen a los reinos de la Babilonia unificada por Hammurabi, en el sur del actual Irak, y forman parte de los estudios de Lotersztain sobre arqueología bíblica: está escribiendo una “historia agnóstica” del Antiguo Testamento, para lo cual estudia de manera virtual junto a arqueólogos de la Universidad de Tel Aviv. El sobrenombre de “Cacho” se lo puso un amigo de la infancia en el inquilinato de La Paternal donde Lotersztain pasó sus primeros años junto a toda su familia emigrada de la Polonia arrasada en la Segunda Guerra. Desde chico devoró cuanto libro se le cruzaba, pero su padre le impidió ser historiador, por temas económicos, y se terminó recibiendo de ingeniero en la UBA y más delante de Físico en Birmingham (en Inglaterra). Tras muchos años de trabajo en el Inti, a los 60 años pudo estudiar lo que realmente quería y realizó el posgrado de Historia en la Di Tella, y más tarde un doctorado en ciencias sociales en el IDES y en la Universidad Nacional de General Sarmiento. En unos días, cumplirá 83 años. “Recomiendo anotarse en una carrera universitaria a cualquier edad, a mí me vino bárbaro”, asegura.
Cursar carreras universitarias luego de los 70 años era algo poco común hasta no hace mucho tiempo, pero los cambios demográficos profundos que atraviesa la sociedad lo están volviendo un fenómeno cada vez más común. En esta “revolución senior”, gracias a los descubrimientos en las ciencias de la vida y mejoras de hábitos de bienestar, hay cada vez más personas en edades avanzadas en plenitud física y cognitiva. Y “aprender toda la vida” parece ser un ingrediente central en la receta de longevidad sana.
La Argentina es uno de los países con población más envejecida de América latina: se calcula que hay 7,1 millones de personas con más de 60 años, un 15,7% del total, pero es el segmento etario que más crece por la baja en la tasa de natalidad. En la Ciudad de Buenos Aires la proporción es mayor: una de cada cuatro personas (667.210) tienen más de 60. De acuerdo a un informe de “Economía Plateada” de la Secretaría de Bienestar General de CABA publicado esta semana, más de la mitad de las personas mayores porteñas tienen un título terciario o universitario, y en este segmento hay una mayor propensión a seguir estudiando. El Instituto Baikal, de hecho, abrirá el 20 de junio el ciclo “Baikal Senior” (institutobaikal.com/baikal-senior) destinado a temáticas específicas de este segmento etario, en función de la alta demanda.
“De toda América latina, la Argentina es el país donde más se valora el desarrollo intelectual y estar al día con las noticias del mundo. El 84% de los argentinos aseguran que buscan estudiar y aprender sobre nuevos temas para estar actualizados”, precisa Mercedes Jones, de 75 años, socióloga y promotora de la longevidad positiva, citando datos del informe Tsunami Latam.
“Hay algunas funciones cognitivas que van bajando su rendimiento con los años, eso no se puede negar, pero por otro lado hay estudios sólidos que muestran que personas de 80 años que hacen habitualmente cursos y siguen aprendiendo tienen el cerebro de personas de 50″, explica Melina Furman, bióloga, especialista en aprendizaje y profesora de la Udesa. Furman cita una investigación de Calla Lab, un centro dedicado a analizar el desarrollo y deterioro cognitivo de los humanos. En una muestra con octogenarios se le asignó a un grupo durante meses distintos cursos y talleres, y se advirtió que varias funciones cognitivas mejoraron y se asemejaron a las que se tienen a los 50 contra un grupo de control sin actividades de aprendizaje.
El otro estudio muy famoso al respecto es el de las monjas católicas, iniciado en 1986 con el apoyo del Instituto Nacional de Estados Unidos sobre Envejecimiento. 678 monjas de la congregación de Notre Dame firmaron su consentimiento para que, luego de morir, se analizaran sus cerebros en busca de signos de la enfermedad de Alzheimer. Lo que los investigadores hallaron fue una altísima correlación entre los casos de las monjas más estudiosas y menores rastros neuropatológicos.
“Fue el inicio del concepto de reserva cognitiva”, dice Julián Bustin, especialista en geronto-psiquiatría de Ineco. “La reserva cognitiva se construye con distintos tipos de hábitos saludables, y sirve para moderar o ralentizar ciertos deterioros propios del avance de la edad. Entre estos hábitos, uno central es el del aprendizaje permanente”.
Con casi 69 años, Lidia Guercio recorre en bicicleta varias veces por semana los 4.5 kilómetros que separan su casa en Morón de la Universidad de La Matanza, donde estudia la carrera de Nutrición. Guercio en el pasado se recibió de bioquímica y trabajó 35 años en ese campo. A los 60, por temas de salud comenzó a cambiar su dieta, y en paralelo a colaborar con su pareja en un proyecto de suplementos. Fue metiéndose en esta agenda, le hacían consultas, y sintió que una carrera universitaria le iba a agregar excelencia a los consejos que pudiera dar. “Hay mucho chanta dando vueltas hablando de alimentación, y mi objetivo más que un título fue sumar conocimientos”, dice. “Para mí estudiar significa vivir. Mi vida sin indagar, investigar y descubrir no tiene mucho sentido”.
Además de las ventajas de aprender para el cerebro y sus funciones cognitivas, hay un aspecto económico y social importante para seguir estudiando: mantenerse empleable y reinventarse para un mercado laboral que suele ser hostil con las y los 50+. Con un 80% de los avisos clasificados que discriminan específicamente a la gente adulta (“buscamos para un puesto candidatos de hasta 30 años…”), para la Argentina derribar falsos mitos para el trabajo en la segunda mitad de la vida es un tema crítico. Para el economista Tyler Cowen, el desafío de empleabilidad de los 50+ es de primera magnitud en términos macroeconómicos, mucho más que el reemplazo de trabajadores por robots e inteligencia artificial.
Por todos lados, hay obstáculos a remover. Emilio Desimoni, que se recibió de médico en la UBA a los 64 años, contó recientemente en la nacion que cuando por sus buenas notas se quiso presentar como ayudante de Embriología, el titular de cátedra le dijo: “Solo trabajamos con chicos, no con viejos”. A Desimoni también se le complica por la edad que lo acepten en una residencia en un hospital.
Algunas cosas, sin embargo, están cambiando en este sentido. De acuerdo a los últimos datos del ministerio de Trabajo, contrario a lo que se piensa, entre 2006 y 2021 el número de personas de más de 50 años que se encuentran empleadas en el sector privado subió un 52%, y el mayor incremento se dio en los 60+ (76% arriba). “Hay una oportunidad enorme en este proceso”, dice Milagros Maylin, secretaria de Bienestar Integral de CABA. “Las personas mayores hoy tienen más posibilidades de seguir trabajando y estudiando, gozan de mejores condiciones físicas y tienen más energía, tanto para disfrutar de la vida como para seguir contribuyendo a la sociedad”.
Muchas empresas están desarmando sus prejuicios etarios porque se dan cuenta de que al no contratar a los mejores candidatos independientemente de la edad que tengan están dejando dinero sobre la mesa. “Hay personas de 70 años, con idiomas y una experiencia única, que son aviones a chorro para incorporarse al mercado laboral”, cuenta Tito Siena, al frente de Still Jobs, un emprendimiento (aún en versión beta) para sumar empleabilidad a los 45+. Siena tiene 65 años, terminó las carreras de Derecho y Contabilidad y cursa en Exactas dela UBA Ciencias de la Atmósfera.
El mismo fenómeno se está notando en el terreno del emprendedorismo, donde la edad promedio de los fundadores va en ascenso. “Prefiero toda la vida asociarme a 50+ que a sub35″, dice el emprendedor Alex Contreras. Y cuenta el caso de uno de sus proyectos, una Fintech que está escalando a Latinoamérica, donde un socio de 80 años se embarca en proyectos sin una salida clara a cinco años. “Tienen experiencia en que lo bueno lleva tiempo, pueden esperar sin estresar el proyecto. Muchos sub-35 quieren emprender en micro-ondas y ser unicornios en dos años”, dice Contreras. Para él, “el éxito o el fracaso tienen que ver con el dominio propio, con paciencia, con disciplina, con una mirada de abundancia, con saber despojarnos de taras mentales, con el control de emociones, con saber conversar para alinease con el equipo”, y todas esas habilidades crecen con la edad.
Todos los casos entrevistados para este artículo destacan otra ventaja muy valorada a la hora de anotarse en una carrera universitaria a una edad avanzada: conocer gente de distintas edades y socializar. “Es muy importante escuchar y aprender de los más jóvenes. Llegamos a aprender juntos cosas fundamentales, y creo que ahí lo esencial es la humildad”, dice Israel Lotersztain.
“Con respecto a la edad, mi conclusión es la siguiente: los años pasan para todos inexorablemente, pero la vejez es una posición subjetiva. Se puede ser viejo a los 20 y joven a los 100. Por lo tanto, hacer lo que a uno le gusta mejora lo anímico y lo cognitivo. Hay un poco menos de memoria, pero la capacidad de razonar está en perfecto estado”, dice Lidia Jacob, de Exactas
De hecho, agrega Furman, muchos estudios académicos sostienen que “lo que hace más difícil aprender cuando somos grandes no tiene que ver con la capacidad cognitiva pura sino que está asociado a cuestiones emocionales, como sentir que no vamos a poder, o que vamos a fallar”.
Nunca es tarde para tomar una decisión de cambio trascendental. El ídolo de Lotersztain es Bertrand Russell, que a los 95 años (falleció a los 97) estaba trabajando en sus “Principios de Matemática”. Mercedes Jones se queda con una frase que se le atribuye a Gandhi: “Vive como si fueras a morir mañana, aprende como si fueras a vivir para siempre”.