Regular las llamadas “monedas estables” debería ser el primer paso para domar una industria sin fronteras.
La fortuna favorece a los valientes, así lo exhortaba una plataforma de intercambio de criptomonedas, crypto.com, en un anuncio comercial protagonizado por el jugador de baloncesto LeBron James. Formaba parte de un bombardeo publicitario de criptomonedas que se produjo durante el Super Bowl de febrero, evento en que el sector derrochó dinero en segmentos apoyados por celebridades que llegarían a más de 200 millones de espectadores. Las criptomonedas realmente se popularizaron. Cuatro meses más tarde también sufrieron fuertes pérdidas debido a que la guerra en Ucrania, la creciente inflación y el nerviosismo general del mercado aplacaron los instintos de sus inversionistas.
Tan solo esta semana, la gran plataforma de intercambio de criptomonedas Binance detuvo brevemente los retiros de bitcoins, y Celsius, una plataforma de préstamos, bloqueó las redenciones. Mientras tanto, crypto.com, que quizás no se sentía tan valiente como antes, anunció recortes de empleo, similares a los de su rival que cotiza en bolsa Coinbase. El valor del bitcoin cayó temporalmente por debajo de su “precio realizado” de $20.000 desde un máximo en noviembre de $68.000, lo cual significa que el comprador promedio ha perdido dinero.
Ha sido una lección difícil de aprender para muchos. Para algunos, la lección ha sido un cambio de vida. En Corea del Sur, se han enviado más policías a patrullar el puente Mapo de Seúl, un conocido punto de suicidio, desde el colapso el mes pasado de la llamada moneda estable algorítmica, terraUSD. A pesar de ello, no es una lección nueva: el miedo y la codicia son motivadores poderosos, e incluso los activos con poco valor inherente subirán de precio si hay suficiente demanda, ya sean bulbos de tulipán o criptomonedas. O, como dijo Bill Gates esta semana: las criptomonedas están “basadas al 100% en la teoría del más tonto”.
Para otros, incluidos los grandes inversionistas macro que han comprado criptomonedas, el punto es que se trata de una apuesta especulativa y altamente volátil. No obstante, como el apetito por el riesgo ha disminuido este año, deshacerse de las criptomonedas es un movimiento fácil. Naturalmente, esto ha exacerbado el declive de las criptomonedas y lo sienten más los inversionistas poco sofisticados.
Las recientes turbulencias han acentuado los llamamientos a proteger a esos inversionistas de sillón. Ciertamente, los que les venden falsas promesas deberían estar prohibidos por ley, como lo estarían en cualquier industria. Los tokens, que podrían decirse que son títulos valores pero que no cumplen con las leyes existentes, están empezando a enfrentarse, con razón, a la ira de los organismos de control de los mercados. Aun así, muchos contribuyentes se resistirían a la idea de tener que rescatar a quienes han apostado por activos de riesgo que han sido objeto de advertencias constantes. Desgraciadamente, una lección para los reguladores es que sus advertencias saludables en torno a las criptomonedas no están a la altura de los avales de los actores de Hollywood o los clubes de fútbol de la Premier League.
El riesgo de que se produzcan pérdidas generalizadas -y de que la agitación de las criptomonedas se extienda al mundo real- es suficiente para que se necesiten algunas barreras de protección. En EEUU, el Reino Unido y la UE se han producido algunos avances para empezar a diseñar marcos normativos, a pesar de las guerras territoriales internas y el temor a que complicar la simplicidad actual de un producto mayoritariamente no regulado y desprotegido provoque sus propias consecuencias no deseadas. Ahora bien, ¿cómo se puede regular adecuadamente un fenómeno que está a la vez en todas partes y en ninguna? La estructura descentralizada de las criptomonedas está diseñada para estar fuera del alcance de los gobiernos nacionales — una bandera roja o un objetivo libertario, dependiendo del punto de vista.
Un comienzo sería centrarse en el punto de encuentro entre las criptomonedas y las monedas fiduciarias, es decir, las monedas estables, que afirman estar respaldadas por activos del mundo real como una manera de que los operadores coloquen su dinero de forma segura entre sus colocaciones especulativas en monedas más volátiles. Esa promesa debe auditarse y las monedas estables deben estar sujetas a requisitos de capital y liquidez. Sin embargo, a menos que se tomen medidas en todo el mundo, poco se logrará para controlar una industria en línea que opera más allá de las fronteras. Hasta entonces, los inversionistas deberían recordar otro adagio que la industria de las criptomonedas no ha impulsado: si parece demasiado bueno para ser verdad, probablemente lo sea.
La Junta Editorial en Washington
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