Kristia Leyendecker ha lidiado con una serie de diferencias de opinión con sus dos hermanos y otros familiares desde 2016, cuando la victoria electoral de Donald Trump marcó un doloroso punto de inflexión en sus discrepancias políticas, porque ella se alejó del Partido Republicano actual y los demás no.
Entonces llegaron la pandemia, las caóticas elecciones de 2020 y más conflictos sobre mascarillas y vacunaciones. Aun así, ella se esforzó por mantener las relaciones intactas. Eso cambió en febrero de 2021 durante una gélida ola de frío en la zona de Dallas donde vive la familia, ella con su esposo y dos de sus tres hijos. Cuando el mediano inició una transición de género, el hermano de Leyendecker, su esposa y la hermana de Leyendecker cortaron todo contacto con su familia. Su madre se quedó atrapada en medio.
“Me quedé destrozada. Si me hubieran dicho hace 10 años, incluso hace cinco, que estaría alejada de mi familia, les habría dicho que mentían. Éramos una familia muy unida. Celebrábamos todas las fiestas juntos. He pasado por todas las fases del duelo varias veces”, dijo Leyendecker, de 49 años y que es maestra de secundaria.
Desde entonces no ha habido picnics familiares ni vacaciones en grupo. No hubo grandes reuniones para Acción de Gracias y Navidad. Ahora que comienza el verano, nada ha cambiado.
Para familias divididas por afiliaciones políticas, la sucesión estival de reuniones, viajes y bodas supone otra ronda agotadora de tensión en un momento de intensa fatiga. Las restricciones de la pandemia se han desvanecido, pero el control de armas, la lucha por los derechos reproductivos, las investigaciones sobre la insurrección del 6 de enero, quién tiene la culpa de la inflación disparada y toda otra serie de temas siguen vigentes.
Sarah Stewart Holland y Beth Silvers, copresentadoras del popular podcast Pantsuit Politics, han organizado pequeñas conversaciones en grupo con oyentes sobre familias, amistades, iglesias, comunidades, trabajo y parejas de cara al lanzamiento de su segundo libro, sobre cómo seguir adelante pese a las fuertes divisiones.
Lo que han oído es bastante consistente.
“Todo el mundo sigue muy dolido por el efecto del COVID en sus relaciones”, dijo Stewart Holland. “La gente sigue lastimada por amistades que se rompieron, relaciones que ahora son tensas, familiares separados. Conforme la gente empieza a reunirse de nuevo, el dolor está a flor de piel, sobre la última pelea o la última discrepancia o el último estallido”.
En momento de fuertes divisiones en el país, señaló, “para algunas familias ahora mismo es como un cartón de bingo de conflicto político”.
Reda Hicks, de 41 años, nació y creció en Odessa, en el corazón de la industria petrolera en el oeste de Texas. Su familia es grande, conservadora y profundamente evangélica. Ella es la mayor de cuatro hermanos y de 24 primos en primer grado. Su traslado a Austin para ir a la universidad fue esclarecedor. Su mudanza a la progresista Berkeley, California, para estudiar derecho aún más.
Vive en Houston desde 2005 y ha visto cómo las fricciones entre amigos y familiares de sus dos mundos muy dispares se suceden en sus medios sociales, avivadas por la distancia que ofrece internet.
“Hay una tendencia espantosa a la caricatura en ambos extremos. Como, ‘te hablaré como si fueras la caricatura en mi mente de un hippie’ o ‘te hablaré como si fueras la caricatura en mi mente de un pueblerino’, lo que significa que eres idiota de todos modos y no tienes ni idea de lo que estás hablando”, dijo Hicks, consultora de negocios y que tiene dos hijos pequeños.
“Ahora todo se siente muy personal”, añadió.
La inmigración y el control de fronteras son temas frecuentes. También el aborto y el acceso a atención médica para las mujeres. La religión, en especial la separación entre la Iglesia y el estado, es otro tema polémico. Y luego está la reforma del control de armas tras el reciente tiroteo masivo en una escuela de Uvalde, en su estado, Texas, y otras masacres. Hicks tiene familiares -incluido su esposo, militar retirado y conservador- que poseen y portan armas.
En persona, las interacciones de la familia de Hicks pueden ser tensas pero se mantienen civilizadas, con reuniones periódicas que incluyen un fin de semana reciente en su casa de vacaciones en Pineywoods, en el este de Texas.
Ella nunca se ha planteado una transición a cortar el contacto con seres queridos conservadores. Su hermano vive al otro lado de la calle, y eso sería difícil de conseguir. Como pareja, Hicks y su esposo han tomado la decisión consciente de abordar abiertamente sus opiniones contrapuestas delante de sus hijos, de 11 y 5 años.
En cierto modo es aleccionador crear el espacio de acordar que no están de acuerdo. “Y discrepamos mucho. Pero nuestra norma básica es que nada de insultos. Si algo se vuelve demasiado intenso, nos tomamos un descanso”.
No hay otras normas con el resto de sus familias, salvo cambiar de tema cuando las cosas parecen a punto de salirse de control.
Daryl Van Tongeren, profesor asociado de psicología en el Hope College in Holland, Michigan, ha presentado un libro nuevo sobre el discreto poder del autocontrol. En su opinión, la familia Hicks ha dado en el clavo, aunque en algunas familias divididas la humildad cultural puede ser mucho pedir.
“La humildad cultural es cuando nos damos cuenta de que nuestra perspectiva cultural no es superior, y demostramos curiosidad para aprender de otros, ver la multitud de diversas aproximaciones como una fortaleza”, dijo Van Tongeren. “Esta humildad no es a costa de luchar por los oprimidos ni requiere que la gente evite defender sus valores personales. Pero la forma en la que abordamos a personas con las que discrepamos importa”.
Van Tongeren es un optimista. “La humildad tiene el potencial de cambiar nuestras relaciones, nuestras comunidades y países. Ayuda a tender puentes y recalca la humanidad en cada uno de nosotros. Y es lo que necesitamos con desesperación ahora mismo”.
No es el único en apostar por la humildad. Thomas Plante, que enseña psicología en la Universidad californiana de Santa Clara, una escuela jesuita progresista, pide lo mismo.
“Tener una conversación acalorada en un picnic o una barbacoa no va a cambiar la opinión de nadie. Sólo crea tensiones y hiere sentimientos, como norma”, dijo Plante.
Carla Bevins, profesora asistente de comunicación en la Escuela Tepper de Negocios de Carnegie Mellon, está especializada en comunicación interpersonal, etiqueta y gestión de conflictos. Ella señala que los eventos veraniegos comienzan en un momento en el que las reservas emocionales están aún más bajas de lo normal, en comparación con momentos familiares estresantes como Acción de Gracias y Navidad.
“Estamos agotados”, dijo.”Y a menudo visualizamos nuestra respuesta antes siquiera de oír lo que intenta decir la otra persona. Tiene que tratarse de encontrar ese terreno común. Pregúntense, ¿cuánta energía tengo en un día? Y recuerden, siempre está la opción de simplemente no ir”.