En tiempos de paz, Nadia Ivanova estaría en estos días dedicada a la cosecha, pero por ahora esta granjera del sur de Ucrania que exporta cereales al mundo entero solo ha recogido obuses.
“Plantamos con mucha tardanza porque antes tuvimos que efectuar el desminado”, dice a la AFP la agricultora de 42 años situada en el centro de sus inmensos campos fértiles. Situados no lejos de la ciudad de Mikolaiv, los terrenos fueron atacados en marzo pasado cuando los rusos trataban de avanzar hacia el norte, causando como únicas víctimas dos pavos que reinaban en el gran patio.
Se ve aún un cráter, algunos instrumentos sin valor fueron hurtados, pero las tropas enemigas solo cruzaron y el frente retrocedió después unos 20 km. No obstante, el mal ya está hecho. “Reemplazamos la mostaza, planta precoz, por girasoles o mijo, más tardíos”, subraya esta mujer encargada de 4.000 hectáreas, que emplea 76 personas.
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Cuando el bloqueo de los cereales ucranianos hace temer crisis alimentarias en el mundo, los obstáculos se acumulan para Ivanova. Instalada en 2003 con su hermano y sus parientes en un viejo “koljoz” que suministraba a la Unión Soviética tomates y pepinos, ahora ya no puede anticipar lo que pasará.
La cebada ya maduró, el lino ofrece a sus abejas sus bellas flores azules. Una perra parió. Las primeras cerezas azucaradas, orgullo de la zona, están ahí. En tiempo de paz, su producción -más de 12.000 toneladas anuales- habría sido destinada al mercado interior y a la exportación hacia Europa, África y China.
En la actualidad sus inmensos hangares albergan unas 2.000 toneladas de granos de la temporada anterior, que no encuentran compradores. Para abrir espacio y a falta de algo mejor, están almacenados en grandes bolsas sintéticas blancas o en costales. Las vías férreas fueron parcialmente destruidas por el ejército ruso, todo barco que se acerque puede ser hundido y el puerto de Mikolaiv fue atacado con misiles y no hay aún vías alternativas.
Como resultado, el precio de la tonelada se hundió. De 330 euros (345 dólares) antes de la guerra, ahora está a 100 euros máximo. En la granja, la máquina limpiadora de granos no funciona tras un impacto. Debido a las hostilidades existentes en la zona es difícil conseguir ayuda de bancos y aseguradoras, y también convencer a un reparador para acudir a trabajar bajo las bombas.
Y mientras, la máquina agrícola sigue viéndose golpeada por la metralla. Con las manos dentro de una cosechadora nunca utilizada y fuera de uso, Sergui Chernyshov, 47 años, piel bronceada, se lamenta. “Se necesitará aún una semana para ver si puedo ponerla en marcha”, afirma. Radiante pese a las huellas de los impactos, les costó 300.000 euros.
Todos los precios incrementan: abonos, pesticidas… El precio del combustible se triplicó. El agua no se puede consumir. Y además este año la sequía va a hacer estragos. Las espigas de trigo son raquíticas. Pero Nadia Ivanova, que señala sonriendo una cigüeña o una garza, sigue su actividad pese a todo. No cosechar pondría a estas tierras en peligro de incendio, que también puede surgir a causa de los disparos.
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Sentado en un tractor rojo, de los pocos que funcionan, Oleksandr Khomenko, 38 años, deshierba una parcela en la que deben plantarse las semillas en medio del fresco olor vegetal que emana tras el corte. “Miedo o no: tengo una familia para alimentar”, señala bajo el ruido de los misiles que se escuchan a lo lejos.
La mayoría de los empleados responden al llamado y siguen recibiendo el sueldo. “Yo no sé por cuánto tiempo aguantaré”, dice la patrona. “Pero en mi casa al menos habrá que comer”, afirma.
Fuente: AFP.