Hoy hace 40 años terminaba una de las mayores heridas de nuestro país, 74 días en los que la agenda deportiva apenas se modificó. Una de las excepciones fue que el Stockport retiró una remera albiceleste que le rendía honor al campeón del mundo 1978 y que en 2019 fue elegida entre las 20 más lindas de la historia del fútbol.
El 14 de junio de 1982, el general Mario Benjamín Menéndez, a cargo de la gobernación de las Islas Malvinas durante la guerra, entendió que la resistencia en Puerto Argentino y sus alrededores solo produciría más bajas. Fue el corolario de la batalla del monte Tumbledown, el enfrentamiento final del conflicto que terminaría a última hora de ese mismo día, hoy hace 40 años, cuando el comandante británico Jeremy Moore aceptó la rendición. Atrás quedaba una de las mayores heridas de la historia argentina pero, también, un tiempo en el que el deporte demostró su doble faz, a veces como templo y otras como circo.
Las historias alrededor de la guerra, los deportistas, los campos de juego, los hinchas y los soldados se sucedieron en los dos países: algunas todavía son desconocidas para el gran público, como que un equipo del Ascenso inglés jugaba con una camiseta de la selección argentina (en honor a la del campeón del mundo 1978) y dejó de utilizarla en medio del conflicto. Pero además, durante 74 días, se sucedieron un anuncio para que Boca-River lleven el superclásico a las Malvinas, se jugó un Argentina-Inglaterra de alta tensión en el Mundial de hockey sobre patines de Portugal, deportistas argentinos renunciaron a competir en estadios británicos –Guillermo Vilas se bajó de Wimbledon 1982- y la selección de fútbol debutó en el Mundial de España mientras las tropas se desangraban en la última batalla, el 13 de junio, el día previo a la rendición argentina.
Deporte y guerra fueron de la mano durante dos meses y 12 días. El mismo viernes en que comenzó el conflicto armado, el 2 de abril de 1982, también arrancó la novena fecha del Nacional de Primera División. Central Norte de Salta-Mariano Moreno de Junín jugaron en simultáneo a la primera noche de las fuerzas argentinas en las islas. Ese mismo fin de semana, el del sábado 3 y el domingo 4 de abril, los campeonatos de Primera y del Ascenso continuaron con normalidad: Huracán-Boca cantaron el himno antes de empatar 3 a 3 con carteles en el alambrado del estadio de Parque Patricios que señalaban “Las Malvinas siempre fueron argentinas” y, por la Primera B, Lanús-San Lorenzo convocaron una multitud en el Monumental. En el viejo mástil cercano a la tribuna Sívori de la cancha de River (entonces Almirante Brown), los capitanes José Perassi y Ricardo Ros izaron la bandera argentina. El cartel electrónico construido para el Mundial 78, llamado coloquialmente Autotrol, festejaba: “Ya estamos en nuestras Malvinas, ¡viva la patria!”.
El hecho destacado de ese fin de semana, sin embargo, fue la victoria de la selección argentina de rugby ante Sudáfrica en Bloemfontein. En realidad, el nombre camuflado de Los Pumas fue Sudamerica XV para disimular la –más que polémica- decisión del rugby argentino de eludir las condenas internacionales contra el apartheid, el sistema de segregación racial que regía en ese país. El logo de la tapa de la revista El Gráfico, habitualmente rojo, cambió a los patrióticos celeste y blanco que acompañaron la fotografía del capitán argentino, Hugo Porta.
Al fin de semana siguiente, el sábado 10, el militar a cargo del Ejecutivo, el teniente general Leopoldo Galtieri, desafiaba a los ingleses desde el balcón de la Casa Rosada –aquel discurso del “si quieren venir, que vengan”- al mismo tiempo en que Los Andes y San Lorenzo empataban 3 a 3 en Lomas de Zamora. En esa enajenación, River y Boca estuvieron cerca de jugar un amistoso en las Malvinas. Incluso el presidente de Boca, Martín Benito Noel, justificó la idea: “Creo que es un deber patriótico de los dirigentes alegrar a nuestros muchachos en las islas”. Dos jugadores de River y Boca –Eduardo Saporiti y Carlos Córdoba– posaron para una revista deportiva de la época, Goles, junto a un mapa de las islas y un epígrafe que dejaba de lado la rivalidad deportiva: “Hermandados en la gran causa argentina”. Se suponía que el fútbol podía entretener a los héroes de guerra al punto que el partido que la selección jugó contra la Unión Soviética en el Monumental el 14 de abril y dos fechas del Nacional fueron transmitidos por televisión en directo a las Malvinas para “alegrar a los soldados”, según dijeron los militares entonces, aunque ningún combatiente recuerda haber estado frente a una pantalla.
Entre esos 9.804 soldados desplazados a Malvinas, también había deportistas. Al menos 13 de ellos, que entonces jugaban en la Reserva de clubes de Primera División o ya en la Primera de las categorías del ascenso, fueron arrancados al fútbol para combatir. Aún con la suerte de haber sido sobrevivientes, pasaron 74 días en condiciones infrahumanas. El caso que los medios suelen citar cuando se vincula a las Malvinas con el fútbol es el de Omar De Felippe, entonces defensor de Huracán y luego de destacada trayectoria como técnico, hoy al frente de Platense. Otros nombres también resultan relativamente conocidos en el ambiente del fútbol (como Luis Escobedo, entonces en Los Andes, luego en Vélez y Belgrano; Juan Colombo, delantero que luego jugaría algunos partidos en el Estudiantes de Carlos Bilardo; y Gustavo De Luca, el 9 de la Reserva de River, luego en Colo Colo), pero otros son más anónimos: Héctor Rebasti (inferiores de San Lorenzo y Huracán), Javier Dolard (delantero de la Tercera de Boca), Héctor Cuceli (mediocampista en la Tercera de San Lorenzo), Sergio Pantano (figura de Talleres de Escalada), Raúl Correa (luego defensor de Mandiyú de Corrientes), Julio Vázquez (jugaba en la D con Centro Español), Claudio Petruzzi (arquero en las juveniles de Rosario Central), Edgardo Esteban (inferiores de San Lorenzo y de Argentinos) y Raúl Prada (de la Primera de Laferrere). Además de futbolistas, en Malvinas también combatió un boxeador que dos años después, en Los Ángeles 1984, sería deportista olímpico: Rubén Carballo.
En plena guerra, los tenistas Guillermo Vilas y José Luis Clerc, que estaban entre los cinco mejores del ranking mundial, empezaron un tironeo respecto a su participación en Wimbledon. Al principio Vilas decía que igual competiría en Londres pero después advirtió que sería imposible y no viajó a la “catedral del tenis”. Lo curioso es que, mientras se acercaba España 1982, pocos recuerdan que Argentina-Inglaterra se enfrentaron en otro Mundial, pero no en el de fútbol sino en el de hockey sobre patines, en Portugal, en un partido que estuvo apenas salió el fixture. “Argentina puede negarse a jugar contra Inglaterra”, publicó el diario español La Vanguardia.
El duelo se jugó el 1º de mayo, en plena guerra. La crónica del enviado de El Gráfico al Mundial de Portugal ofrece detalles de un partido que estuvo a punto de suspenderse: “Que el Comité Organizador resolverá cambiar de zona a uno de los dos equipos. Que Inglaterra se retira. Que Argentina no va a jugar. En realidad, hasta cinco minutos antes, su realización corrió peligro”. Finalmente se acordó que los dos equipos debían jugar pero bajo una serie de directivas muy peculiares: no podrían saludarse ni entregarse los típicos banderines previos a los partidos ni responder a posibles agresiones. Uno de esos jugadores, el sanjuanino Mario Agüero, desobedeció en cuanto al saludo porque le parecía una estupidez: al entrar a la cancha un inglés le estiró la mano y no lo dejó pagando, lo saludó. Después, en el vestuario, un dirigente lo retó por eso, a pesar de que Argentina había ganado 8 a 0.
Mientras tanto, el Mundial de fútbol se acercaba y la simbiosis entre el fútbol y la patria funcionaba en su esplendor. Oleadas de sentimiento patriótico seguían atravesando los estadios de Buenos Aires y el resto del país, el torneo Nacional –que nunca se interrumpió- avanzaba hacia su etapa final y la selección era vista como un ejército deportivo que generaba unanimidad: la participación en el Mundial de España nunca estuvo en duda. Los jugadores iban a programas de televisión en medio de la guerra y gritos de “Ar-gen-tina” de parte del público.
Del lado inglés, el mediocampista Kevin Keegan adelantó que no enfrentaría a Argentina en el caso de que ambos países llegaran a una final, la única instancia en la que las dos selecciones podían chocar. También un escocés, Graeme Souness, dijo que no jugaría contra nuestro país. Los argentinos, por su parte, sabían qué debían declarar, según reveló Jorge Valdano, delantero de aquella selección: “Cuando subimos al avión para el Mundial de España nos dieron una serie de instrucciones sobre lo que teníamos que decir en el caso de que nos preguntaran por las Malvinas. Decidí preguntarle a Menotti qué tipo de relevancia debíamos darle a ese documento, si eran respuestas obligatorias o si, en caso de contestar algo diferente, podríamos ser acusados de traición a la patria. Menotti me dijo: «Nada es más importante de lo que diga su conciencia, así que conteste lo que crea conveniente»“. Apenas llegó a España, Maradona agregó: “Lo hemos conversado con los muchachos y lo que podemos aportar es jugar lo mejor posible para alegrar a nuestros soldados”.
El tema es que los jugadores, ya en España, se enteraban que las noticias que llegaban desde las Malvinas eran mucho peor que las que habían leído en Buenos Aires. El hundimiento del crucero General Belgrano llegó primero a Europa que a Argentina. Como dijo el arquero Nery Pumpido, “era duro porque los diarios españoles sabían más”. Entonces los jugadores llamaban a sus familiares y les decían: “Miren que acá dicen otra cosa, que estamos perdiendo la guerra“.
Finalmente llegó el debut de Argentina en el Mundial y ocurrió en simultáneo a la batalla final en Malvinas, un absurdo que sólo se entiende en el delirio de un país en dictadura. La selección jugó contra Bélgica, en Barcelona, el domingo 13 de junio. Los hinchas no sólo tenían un plan para ver el Mundial por televisión sino también para ir a la cancha: esa misma mañana se jugaron las revanchas de las semifinales del Nacional. Talleres y Ferro empataron 4 a 4 en Córdoba y Quilmes superó 1 a 0 a Estudiantes en La Plata, mientras San Lorenzo goleó 3 a 0 a El Porvenir por la Primera B.
Si los canales de televisión hubiesen dividido la pantalla en dos, en una mitad habrían transmitido el comienzo de la Copa del Mundo y en la otra, el final de la guerra. A la misma hora en que la selección se presentaba en el Camp Nou, la artillería inglesa recuperaba los montes cercanos a Puerto Argentino y avanzaba hacia la capital de las islas. Nuestros soldados retrocedían. El final de la guerra sería cuestión de horas. La última ofensiva inglesa en el Atlántico Sur comenzó a las 2:50 del sábado 12, continuó el fin de semana y se intensificó el domingo 13 desde las 22:30. Fueron 72 horas de ataque. Los argentinos resistieron en inferioridad de condiciones durante la noche y se rindieron al mediodía siguiente, el lunes 14 de junio, hoy hace 40 años. Muchos soldados recuerdan cómo consiguieron una radio en medio de las bombas y sintonizaron el relato de José María Muñoz desde Barcelona. Antes, durante y después del gol de Erwin Vanderbergh, en las tribunas del Camp Nou hubo banderas celestes y blancas con la leyenda “Malvinas Argentinas”.
La presidencia de facto de Galtieri terminaría el viernes 18, el día en que Argentina goleó 4 a 1 a Hungría en Alicante, por la segunda fecha del Mundial. Los soldados volvían al continente como prisioneros de guerra en un buque inglés, festejaron la goleada y los británicos temieron una rebelión a bordo pero no: eran jóvenes festejando el triunfo de su selección. En tanto, el Mundial siguió: antes de un Alemania-Inglaterra de segunda fase, a Juan Carlos Morales, relator de radio Rivadavia, lo llamaron y le dijeron que no podía nombrar a Inglaterra. Entonces se la pasó diciendo «atacan los rivales de Alemania», o «el equipo de rojo», o «el equipo de Kevin Keegan». También se le escapó un “pirata”.
La guerra, finalmente, se cobró una víctima simbólica: la hermosa camiseta del Stockport, un equipo inglés que la temporada 2022-23 jugará en la League Two, la cuarta categoría del fútbol británico. Según un ranking de la revista Four Four Two en 2019, sobre las 50 mejores camisetas de la historia del fútbol (https://www.fourfourtwo.com/features/best-football-shirts-ever-retro-classic-all-time), la que el Stockport usó como visitante en la temporada 1981/82 mereció el puesto 20 de todos los tiempos. “Incluso el isleño de Malvinas más enojado tendría dificultades para negar que la camiseta de Argentina es hermosa, pero el hermoso homenaje de Stockport fue desafortunadamente retirado cuando estalló la guerra”, publicó la revista. El Stockport juega de azul pero aquel año, en homenaje al campeón del mundo en 1978, se había vestido de Argentina. Fue, curiosamente, una de las pocas consecuencias deportivas en el mundo del deporte, 74 días en que, parafraseando a un árbitro de otra época, el fútbol hizo “siga siga”.
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