Bella Narváez arrancó su rutina como suele hacerlo a diario. Se levantó, se alistó y emprendió el camino hacia su restaurante, ubicado en la desembocadura del río Palomino, La Guajira, en busca de turistas que quisieran probar algunas de las preparaciones típicas de la zona que ofrece en su local que está construido sobre la playa.
Todo sucedió en el 2021. El agua del mar, como suele hacerlo desde hace meses, se acercaba mucho a su negocio, pero en esa oportunidad se llevó más de lo esperado.
Esta joven riohachera, cuando se acercó a su local ese día, se dio cuenta de que las sillas que tenía dispuestas habían desaparecido y el techo, sostenido en dos palos altos de madera, estaba totalmente quebrado. No quedaba nada de esa zona de su local.
“El mar entró y se me llevó parte del restaurante de un solo jalón. Quedé sin nada.
Teníamos unos mangles, también se los llevó”, recuerda esta mujer de 26 años.
Ese episodio significó una tristeza grande para su familia, pues sus abuelos, hace 30 años, fueron los que arrancaron con este negocio familiar que año a año fue creciendo gracias al auge de turistas en Palomino.
De acuerdo con cifras del Centro de Información Turísticas de Colombia CITUR-MINCIT, La Guajira se posesiona como uno de los principales destinos preferidos por los viajeros internacionales pasando de recibir 8.310 visitantes extranjeros en el 2013 a 66.485 en el 2018.
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Bella en la actualidad es quien tiene las riendas de esta tradición familiar que ya pasó por las manos de sus padres. El dinero que dejan las ventas ha servido de sustento económico para ella y sus seres queridos durante décadas. Incluso, hoy en día, atiende las necesidades de sus hijos de 10 y 4 años de edad gracias a las ventas de platos como arroz de camarones, camarones al ajillo, mariscos, cócteles naturales, entre otros.
Y es que tener negocios que sustentan a toda una familia es algo tradicional en esta zona de Colombia que combina la magia de la Sierra Nevada con el mar caribe.
Ángel Antonio Villamizar tiene 50 años de edad y hace 12 montó su restaurante en este mismo lugar. Allí trabajan todos sus hijos: tres mujeres y cinco hombres. Dice que es uno de los más nuevos, pero también se ha visto afectado por el fenómeno de la erosión costera.
El mar entró y se me llevó parte del restaurante de un solo jalón. Quedé sin nada.
Teníamos unos mangles, también se los llevó
“Ya no nos queda espacio, estamos cortos. De la cocina nos quedan solo cinco metros. Mi restaurante tenía de frente 10 metros y de largo del río hacia el mar tenía 80 metros. En este momento tengo 20 metros, mas o menos”, cuenta Villamizar.
En su explicación de la problemática cuenta a medida que el mar avanza reclamando espacio y desapareciendo la playa, ellos deben correrse hacia atrás, donde precisamente se encuentran las aguas del río Palomino. Están entre la espada y la pared. “Cada vez que el río crece nos va comiendo la orilla y cada vez que el mar come nos vamos quedando encerrados”, explica.
Y agrega: “Las ventas se han visto afectadas. Cada vez que el mar o el río se meten dañan las cosas y toca volver a comprar. Estamos siempre desarmando y armando. Cuando es de noche y el mar se lleva las cosas llegamos de día y otra vez toca ajustar”.
Sumado a lo anterior, afirma que cuando se presentan las crecientes casi no llega el turismo “porque el camino se hunde y la gente no tiene cómo llegar”, relata y agrega que “cuando llega una lluvia de día, hasta ahí queda la gente. El agua se mete en el camino y las motos no pueden entrar”.
En su restaurante, donde trabajan 14 personas, en una oportunidad el agua se entró y dañó el sitio donde él sirve la comida. “La creciente se metió y se llevó todo porque todo se inundó”.
Dice que si la situación sigue así, deberán migrar hacia otro lado “porque no tenemos nada más. No tenemos para donde coger”.
Bella expone que por ejemplo, en el caso de ellos, han tenido que moverse seis veces y tanto desplazamiento, sumado a los daños en la infraestructura, hicieron que su mamá desistiera de seguir al frente de la actividad. “Mi mamá ni quiere venir acá porque le da mucha tristeza ver cómo está el mar. En Semana Santa de este año nos llegó hasta la mitad de la cocina. Se llevó unos cilindros, un mesón. Para ella eso fue devastador”, recuerda.
Tanto Ángel como Bella han alzado su voz con las autoridades para buscar una pronta solución. Villamizar, además, expone que ahora cuentan con una asesoría de un abogado y que gracias a esto la problemática ya ha tenido más atención. “Nos han dicho que nos van a ayudar, pero antes ni lo mencionaban”, dice.
Ambos aseguran que están en una carrera contra el reloj. O más bien, contra el agua.
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¿Qué es la erosión costera?
Camilo Botero, profesor de la Universidad Sergio Arboleda de Santa Marta y miembro de la Sociedad Geográfica de Colombia, explica sobre esta situación que “detrás de las playas hay un ecosistema que casi nadie conoce que se llama dunas, las mismas del desierto. Esa es una reserva, como la cuenta de ahorros de una playa”.
El académico expone que cuando hay huracanes y el mar es muy fuerte arrastra mucha arena llevándose así la playa, pero en esos casos detrás tiene la duna que vuelve y la alimenta de arena.
“Ese es un proceso cíclico que pasa en todas las playas del mundo. Lo que ocurre es que cuando uno construye encima de la duna o la arena y hay un oleaje fuerte y se lleva la arena al frente de la playa ya no hay fondos en esa cuenta de ahorros para volver a restaurarla”.
Por lo anterior es que cuando en las playas se vuelven a presentar oleajes fuertes ya el mar llega hasta las zonas donde hay construcciones y arrasa con su paso.
Esta, precisamente, es la situación que tiene afectada a la población de la Guajira y sobre todo, a los propietarios de al menos 12 restaurantes que quedan allí.
¿Qué ha pasado con las soluciones propuestas?
Por la erosión costera se calcula que se han perdido 47 metros de playa. Los efectos han sido tan fuertes que en agosto de 2021 se declaró calamidad pública en Palomino, corregimiento que hace parte del municipio Dibulla (La Guajira).
En ese entonces, desde la Dirección General Marítima de Colombia (Dimar), informaron que se propuso una concesión para construir obras de protección costera bajo esa declaratoria autorizada por ellos mismos.
Andrés Murillo, capitán del puerto de Riohacha, en diálogo con este diario explicó que en esa época alcanzaron a recopilar la información técnica y estudios oceanográficos para llevarlos a un comité municipal de gestión de riesgo.
Ya es hora de soluciones duras que finalmente fue lo que arrojó el estudio
Luego de recibir el estudio, en enero de este año la Dimar finalmente autorizó las concesiones para realizar las obras costeras que ha reclamado el sector hotelero y de turismo de la zona.
“En este caso se autorizaron diez espolones que van a estar distribuidos de acuerdo a una ubicación que los estudios arrojaron. Estos van a iniciar desde donde desemboca el río Palomino hacia el sector noreste de la playa. Son espolones de aproximadamente 38 metros de largo que seguro van a recuperar rápidamente la playa”, aseguró Murillo.
El capitán espera que esta construcción tenga el mismo efecto que tuvo una construcción similar que se realizó en el sector de Ballenas, La Guajira. “Allá casi que en 25 días habían recuperado más de 15 metros de playa”, dijo.
Murillo, además, dijo que si bien por el lado de Dimar ya dieron el primer paso con la autorización, lo que resta es esperar a que el Gobierno Nacional apruebe los recursos para poder empezar las obras, pues mientras este tiempo pasa, la comunidad ha tenido que ingeniárselas para buscar soluciones temporales que detengan la fuerza del mar.
Bella Narváez afirma que hace poco entre la comunidad hicieron unos muelles con unos sacos gigantes repletos de arena para intentar cuidar la línea de costa y aunque lograron frenarlo un poco, no fue suficiente. “Nos ha tocado trabajar en equipo para mantener nuestros negocios que son nuestro único ingreso”, cuenta.
EL TIEMPO se comunicó con el alcalde de Dibulla, Marlon Amaya, para conocer en qué va el proceso de los espolones. Lo primero que confirmó es que en total son aproximadamente 19.000 millones de pesos los que se requieren para sacar adelante estas obras.
“Este es un municipio que el presupuesto de inversión no supera los 10.000 millones al año, entonces en ese sentido, nos tocó buscar el apoyo del Gobierno Nacional. Se presentó el proyecto a la Unidad de Gestión de Riesgo, este fue revisado y subsanado, nos dieron la viabilidad y ahora estamos esperando a que el Ministerio de Hacienda pueda confirmar dichos recursos para que la Unidad pueda iniciar las obras”, aseguró Amaya.
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El alcalde agrega que esta época electoral, sumado a las emergencias causadas por el invierno, no favorecen la agilización de dichos procesos. Entonces la pregunta que ronda en el aire mientras eso sucede es ¿qué hacer?
Tanto el alcalde como el capitán afirman que ya se han agotado todas las soluciones a corto plazo porque no han dado resultado. “Hemos realizado siembra de material vegetal, pero ya incluso desde el Ministerio del Medio Ambiente estuvieron mirando y definitivamente las acciones son las obras duras, no hay otra forma de contener esa presión que está ejerciendo el mar hacia la costa”, dice el mandatario.
“Realmente el tema está tan crítico que a pesar de que se han intentado sembrar especies, no ha sido efectivo porque es que el tema es el impacto que se está generando a causa de la altura de la ola y su fuerza en Palomino que no permite generar ni siquiera el frenado del avance de la perdida de la erosión costera. Incluso se han perdido esas siembras. Ya es hora de soluciones duras que finalmente fue lo que arrojó el estudio”, dice, por su parte, el capitán.
Realmente el tema está tan crítico que a pesar de que se han intentado sembrar especies, no ha sido efectivo
Aunque dichas soluciones han levantado reparos desde la academia. El profesor Botero expone que respecto a los espolones estos son la “peor alternativa de todas” porque “retienen la arena y le pasan el problema al del lado. Luego toca poner más, más y más. Esas obras costeras se pagan con dineros públicos, pero el tema es que esto no es culpa de los ciudadanos porque hay construcciones que se hicieron donde no se debían hacer”, repara.
En términos prácticos, el punto de Botero se centra en que el rió, en este caso el Palomino, lleva la arena y esta se distribuye a lado y lado de la desembocadura. “Cuando yo coloco un espolón es como poner una pared que corta ese transporte de la arena. A un lado se acumula y hay mas playa, pero al otro lado deja de llegar esa poquita arena que llegaba antes. Al final no termina siendo una solución porque quien se queda sin arena debe poner un espolón y así se tiene que hacer sucesivamente”, explica.
Para el profesor, la solución debería encaminarse en mover permanentemente esas construcciones, bien sea para atrás o trasladarlas, y recuperar la duna. “No hay ninguna otra solución verdadera a largo plazo”.
Botero hace énfasis en que esta problemática también tiene otra raíz y es la construcción de hoteles y restaurantes sin el respectivo cuidado de la zona. Para eso, él sugiere que debe haber un trabajo de pedagogía con los dueños de estos sitios. “A esto le sumaría que debe haber más responsabilidad de las entidades públicas para pensar en soluciones a largo y no a corto plazo. Finalmente, hay que volver a conciliarse con la naturaleza y pensar que hicimos nosotros para que el mar esté a nuestros pies”, concluye.
En el caso puntual que están viviendo quienes tienen sus locales en la desembocadura del río, la opción de moverse hacia atrás no puede aplicarse en el caso de los propietarios de restaurantes que están en la zona, pues atrás tienen el río y no hay más espacio, por lo que un traslado resulta prácticamente inminente, pero tanto Bella como Antonio aseguran que no tienen más a dónde ir.
¡Impresionante! ⚠️Un panomara de emergencia se vive en playas de La Guajira.
‘El mar entró y se me llevó parte del restaurante de un solo jalón. Quedé sin nada’. 💔
📌¿Qué ha pasado con las soluciones propuestas?
Acá le contamos → https://t.co/ktvIhDSZZe pic.twitter.com/eLbc3oaB06— EL TIEMPO (@ELTIEMPO) June 10, 2022
Justamente este jueves 9 de junio el río Palomino tuvo una fuerte creciente y una avalancha destruyó parte del local de Nulvis Curbelo. Bella Narváez cuenta que estaba cerrando y guardando sus cosas cuando se percató de la situación y con su esposo lograron salvar algunos elementos del sitio como sillas, mesas y varillas de las carpas.
“Se le llevó varias cosas. Una pared, poli sombras. Tenía una estructura artesanal y se lo llevó el río también”, relata.
Tras este percance, la mujer asegura que van a tomar un plan de acción mientras se asignan los recursos. “No podemos perder lo que tanto hemos luchado durante todo estos años”, concluye.
Aura María Saavedra Álvarez
Redactora ELTIEMPO.COM