A comienzos de mayo los habitantes del hemisferio americano fueron advertidos sobre la ocurrencia de un eclipse lunar, previsto para la noche del 15 al 16. El fenómeno, que solo se podrá ver nuevamente en octubre de 2023, fue registrado en innumerables fotos –muchas de ellas tomadas en Colombia– y llevó a entusiastas comentarios que circularon por las redes sociales.
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Sin embargo, para aquellos que están en el segmento de las inversiones, el episodio tuvo un doble significado. Pocos días antes los mercados se sacudieron con el derrumbe de Luna, una criptomoneda que en abril llegó a cotizarse en 116 dólares y cuyo valor se derrumbó a cero a las pocas semanas, con lo cual se esfumaron 40.000 millones de dólares representados por este activo.
Pero el verdadero impacto de este eclipse financiero va mucho más allá, pues las réplicas del derrumbe señalado todavía se sienten. En general, todo el segmento de las criptomonedas y sus derivados experimentó retrocesos importantes, algo que se traduce en cifras muy grandes, pues un mercado que llegó a tasarse en 3,2 billones de dólares a finales del año pasado, ahora se encuentra en 1,3 billones.
El caso del bitcóin es elocuente. Tras haberse negociado en 67.000 dólares en noviembre, a mediados de mayo se desplomó hasta 26.000. Si bien desde entonces muestra un aumento ligeramente superior al 10 por ciento, eso compensa de manera muy parcial las pérdidas registradas por sus tenedores.
En respuesta, no faltan las afirmaciones en el sentido de que esto es algo temporal, pues ya en otros momentos han tenido lugar fuertes altibajos. Bajo esa lógica, la tormenta acabará pasando, por lo cual es mejor no vender e incluso aprovechar la oportunidad para entrar cuando diferentes opciones se muestran “baratas”.
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Viento en contra
Al respecto, varios conocedores enfatizan que un análisis más ponderado debería incluir elementos adicionales. El principal es el cambio en las condiciones económicas mundiales, pues aparte de que se insinúa una recesión, el salto en la inflación y las mayores tasas de interés son una certeza.
Desde la guerra en Ucrania hasta las tensiones geopolíticas entre Washington y Pekín, pasando por el populismo presente en cuatro continentes, las amenazas vienen en aumento. Los pronósticos de los expertos son mucho más sombríos ahora, sin que se vea la luz al final del túnel.
Tanto en el hemisferio norte como en el sur, los bancos centrales han venido apretando las clavijas para contener los mayores precios. Así las velocidades del ajuste sean diferentes, nadie pone en duda que la era del dinero barato se acabó, por lo cual ciertas alternativas son ahora mucho más atractivas que antes, mientras otras están de capa caída.
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Por tal motivo, los bonos han salido de su letargo, tras haber llegado incluso a reconocer, no hace tanto, rendimientos negativos debido al exceso de liquidez. Para hablar en concreto, un papel de deuda emitido por un país desarrollado llama mucho la atención, no solo porque es un refugio contra la incertidumbre, sino porque sus rendimientos son más elevados.
Con esa relativa tranquilidad a la mano, lo vinculado al área de la tecnología se vuelve menos llamativo. Si se trata de un emprendimiento, la disposición a apostarles a iniciativas de rápido crecimiento, pero con un escenario impreciso de utilidades, es mucho menor. Son abundantes los reportes sobre menores flujos de capitales hacia nuevos proyectos, que se suma a una visión más ácida respecto a los que ya existen.
De tal manera, el índice compuesto del mercado Nasdaq en Nueva York, en el cual están listadas en general las acciones de empresas vinculadas a lo que se conoce como la nueva economía, muestra un retroceso superior al 23 por ciento en lo que va del año. En comparación, el Dow Jones, que mide a un espectro más amplio de compañías de diversos sectores, ha perdido 9,5 por ciento.
Dentro de un contexto distinto al de hace un año, el camino para las criptomonedas es mucho más desafiante. Inestabilidad y volatilidad son dos adjetivos que se utilizan para describir la realidad del bitcóin y tantas otras, justo cuando la aversión al riesgo comienza a notarse más.
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Aunque siempre habrá individuos dispuestos a jugársela toda en un mercado que se caracteriza por su escasa transparencia, quien se vea atraído por los cantos de sirena que hacen referencia a ganancias extraordinarias debería ser consciente de peligros que ahora son mayores. Así la lucha contra la inflación sea exitosa, pensar en que el retorno a las condiciones de antes es inminente, resulta completamente irreal.
Caída libre
Además, es importante tener en cuenta que las cosas en el criptoespacio no siempre funcionan como se dice. En la debacle del mes pasado, lo que quedó en entredicho es el concepto de las monedas estables (stablecoins, en inglés), diseñadas para eliminar los vaivenes que alejan a tanta gente de los activos virtuales.
Sin entrar en honduras técnicas, la criptomoneda Luna era el respaldo de Terra USD, anunciada como un instrumento que mantenía la paridad con el dólar. Ahora que quedó en claro que dicha estructura no funcionaba, las miradas están puestas sobre opciones similares, como Tether, que en principio cuentan con cimientos distintos.
Si bien sus promotores insisten en que cuentan con el respaldo suficiente para mantener la paridad con la moneda estadounidense, el veredicto definitivo sigue pendiente. Pocos discuten que si, en este caso, el dique se revienta los daños serían muchísimo más amplios y tendrían repercusiones en un mercado que, al parecer, apunta a ser mucho menos atractivo.
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Quien lo dude no tiene más que mirar lo sucedido con Coinbase, la plataforma que permite negociar criptoactivos, la cual viene de reportar una disminución de usuarios, de volúmenes transados y de activos inscritos. Ese es el motivo por el cual las acciones de esta última se han desplomado casi 74 por ciento en lo que va del año.
Ante lo ocurrido, vienen subiendo de volumen los comentarios sobre eventuales damnificados. Uno conocido es el recién posesionado alcalde neoyorquino, Eric Adams, quien al recibir el cargo en enero dijo que sus tres primeras quincenas –cada una de 9.925 dólares– serían convertidas a bitcóin y ethereum. Al ser interrogado, el burgomaestre sostuvo que no se arrepentía de su decisión, relacionada con promover a la ciudad que maneja como la capital global de las criptomonedas.
Mucho más complejo todavía es el caso de El Salvador, cuyo presidente, Nayib Bukele, expidió en septiembre pasado la norma según la cual una de las monedas oficiales del país centroamericano es el bitcóin. Acto seguido, invirtió 100 millones de dólares de dineros oficiales en esta opción, algo que sobre el papel le ha generado pérdidas calculadas en 40 millones de dólares.
Dada la elevada deuda pública y la posibilidad de que el tesoro salvadoreño no pueda cumplir a tiempo con sus compromisos de deuda, las críticas están subiendo de volumen. A pesar de ello, el mandatario compró cerca de 15 millones de dólares adicionales el 9 de mayo, cuando la turbulencia estaba cerca de su punto máximo.
Mirar a lo lejos
Aunque es totalmente irresponsable comprometer la suerte de una economía a las fluctuaciones de un activo cuya formación de precios no es transparente, los que se apartan de lo que sucede en el día a día señalan algo que puede parecer contradictorio a la luz de lo observado en los pasados 30 días: las criptomonedas llegaron para quedarse. Una señal simbólica de su aceptación es la inclusión del tema en cumbres recientes como la de Davos, a donde asisten los representantes del capitalismo tradicional.
Y es que la discusión de fondo parte de que resulta deseable contar con una alternativa que aminore los costos de transacción y al mismo tiempo sea inexpugnable, desde el punto de vista de la seguridad. De regreso a El Salvador, que el año pasado recibió 7.517 millones en remesas familiares enviadas por quienes se fueron a buscar fortuna a otros lugares, eliminar comisiones que pueden superar el 10 por ciento con facilidad es un argumento poderoso.
Una parte de esas transferencias –57 millones de dólares– provino de billeteras digitales, que no es una suma menor si se tiene en cuenta que la opción estuvo vigente durante menos de cuatro meses. Minimizar los pagos a terceros aumenta el ingreso disponible de las familias y comprueba que aquí hay un filón que merece explorarse. La pregunta de fondo es cómo va a evolucionar el tema.
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Mientras hay quienes creen que el concepto de finanzas descentralizadas (aquellas que no dependen de ningún gobierno) acabará imponiéndose en un mundo globalizado para conectar a aquel que posee excedentes de fondos con el que los necesita, otros son más cautos.
Un buen número de académicos considera que las criptomonedas emitidas por los bancos centrales de numerosas naciones acabarán siendo la norma y al respecto señalan experimentos realizados en Suecia o China con éxito, entre muchas otras. De ser así, se solucionarían obstáculos que hoy explican el recelo de tantos, como quién respalda a un activo que viaja por el ciberespacio y quién garantiza la adecuada supervisión para evitar los abusos.
Adicionalmente, sería preservada la inviolabilidad de las cadenas de bloques (blockchain) que protegen la información y bajarían sensiblemente los costos de intermediación. Pero sobre todo el enfoque sería en el uso de una alternativa que sirva para pagar bienes o servicios en cualquier latitud, eliminando de paso los grandes picos y caídas de valor que hoy se observan.
Es factible, igualmente, algo intermedio. En este escenario, diferentes tipos de criptomonedas seguirían existiendo porque sus razones de ser no son las mismas. Millones de personas se ven atraídas por un esquema en el cual ningún Estado pueda meter las narices y el anonimato se encuentra garantizado.
Para que eso pase, sin embargo, el sistema necesita funcionar mejor. Más allá de su validez desde el punto de vista conceptual y el avance que implica la presencia de herramientas tecnológicas, quien haya salido damnificado en las últimas semanas descubrió a las malas que prácticamente nada lo protege.
Hacia adelante, esa misma persona debería entender que se expone a pérdidas importantes, entre otras, porque el ambiente macroeconómico es menos propicio. Inflación arriba y tasas de interés altas no forman parte del entorno ideal para la renta variable.
Claro, siempre habrá la anécdota de aquel que logró hacerse rico al subirse a la ola en pleno auge y bajarse de la misma antes de que rompiera. Pero eso también sucede en los casinos, en donde después de que el croupier recoge las fichas sobre el paño le da su recompensa al que se fue por el número ganador y este toma la sabia decisión de retirarse con el dinero en el bolsillo.
RICARDO ÁVILA
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