Cada 28 de mayo se celebra el Día Nacional del Ceremonial, instituido por Decreto Nacional en 1993. La fecha recuerda el primer reglamento protocolar emitido en 1810, firmado por Mariano Moreno. El decreto del entonces Presidente Carlos Saúl Menem destaca el valor de la imagen del país: “… la mencionada declaración tiene por objeto poner de relieve la trascendencia e importancia del Ceremonial como elemento imprescindible de la organización de todas las manifestaciones oficiales de las administraciones públicas, marcando, al propio tiempo, el punto de partida para una nueva concepción y conformación del Ceremonial Público Argentino, no sólo como disciplina de organización sino, además, como vehículo incuestionable e inmejorable de elevación y fortalecimiento de la imagen cultural de la Nación”.
Ya en los tiempos de la colonia los protocolos delimitaban cargos y privilegios. Se establecía quién podía participar y ocupar determinado lugar en procesiones, en iglesias, actos públicos. También qué uniformes y sillas debían usar. Karina Vilella, experta en ceremonial, etiqueta y protocolo asegura que su actividad, en la que cuenta con una experiencia de 30 años, se basa en el respeto y en lugar de alejar a las personas, como muchos pueden creer, las acerca.
Cuando se le pregunta si en la Argentina se cumplen las normas del ceremonial, Vilella considera que no y lo ejemplifica con uno de las últimos actos nacionales. En último Tedeum, ceremonia en honor a la patria, por usos y costumbres, el primer mandatario de la Nación tenía que estar situado en la misma línea que el jefe de Gobierno de la Ciudad, porque la Catedral está en la Ciudad de Buenos Aires y el sillón del Gobierno de la Ciudad brillaba por su ausencia. Solo estaba el del presidente de la Nación.
“Si las autoridades pasan por alto las normas de ceremonial y protocolo, que tienen que ver con una convivencia nacional e internacional, la consecuencia es una sociedad que no cumple las normas. Por qué el pueblo va a cumplirlas, si la cabeza institucional no lo hace”, argumenta. Y agregó: “Podemos mencionar también lo vivido, cuando los decretos nos normaban, esos cuidados en pandemia que autoridades nacionales no cumplieron”.
A partir de ahí, las implicancias. “La gente pasa un semáforo en rojo porque para qué va a cumplir las normas de cualquier tipo, si total… no pasa nada”. Para Villela, pasar por alto una norma ceremonial de protocolo, de etiqueta social o de convivencia en la calle como una norma de tránsito es exactamente lo mismo.
En este Día Nacional del Ceremonial por qué no hablar sobre las normas de comportamiento social y de etiqueta en el país. Para Vilella una de las grandes confusiones en la Argentina es pensar que esta disciplina aleja. Y no, acerca. Porque si se hacen las cosas bien bajo la normas de cortesía y respeto es imposible que vaya mal en la vida”. El respeto es la base de las relaciones. Y todas las normas de etiqueta están basadas en el respeto hacia el otro.
Llegar media hora tarde
Lo primero que el argentino hace mal es su falta de puntualidad para llegar al lugar de la cita. Es una descortesía grande. No es un tema solo de los argentinos, hay otros países donde existe este problema que puede medirse en la cantidad de dinero que puede perderse. Costa Rica pierde 5 mil millones de dólares por año. La cuenta se calcula en base ese especialista que en lugar de recibir 10 pacientes, por su impuntualidad, recibe cinco. O el empresario que llega tarde al aeropuerto, pierde el boleto que pagó y tiene que salir en el siguiente vuelo gastando el doble.
Según datos aportados por Vilella, la Argentina tiene una impuntualidad crónica de media hora. ”Te dicen 8, 8 y media. No, es a las 8 o a las 8 y media. La tolerancia protocolar social es de 10 minutos. Si nos invitan a un lugar a comer, puede haber una tolerancia si ocurrió un imprevisto. Diez minutos de tolerancia está perfecto. Pero media hora y de manera crónica es demasiado. La impuntualidad es tal que en la Argentina se celebran bodas sabiendo que la novia entra media hora más tarde de lo dice la invitación. El extranjero que llega a esa boda, llegaría 10 minutos antes del horario de la invitación, por lo que vería entrar a otra novia y no la que lo invitó.
¿Esto qué significa para que el que espera y es puntual? “Siente que se está jugando con su tiempo, que no se valora y por supuesto, alguien que es muy puntual no vuelve a invitar a esa persona otra vez”. Vilella no es amiga de los eufemismos. “No existe el impuntual crónico, existe la persona a la que no le importa el tiempo del otro. Es una descortesía de las más graves”.
Dar un beso o abrazo a un desconocido
El apretón de manos es el saludo protocolar por excelencia e internacional. La gente desconoce que la dación de mano es un saludo muy respetuoso. Si la persona a la que se le da la mano, después desea tener un saludo más afectuoso, está perfecto. Funciona igual que el tuteo. “Lo que sucede es que el argentino da el beso directamente, invadiendo con el abrazo, sin saber si el otro desea ser saludado de esa manera o no. Este gesto puede ser muy invasivo para un extranjero, que es probable que corra la cara y hasta el cuerpo. Y ya arrancás mal en lo que podría haber sido una relación fabulosa. Se termina por alejar”, explica Karina Vilella.
Cuando uno conoce por primera vez a alguien, la recomendación es evitar el acercamiento hacia su espacio íntimo, como el beso. “Cuando conocés a alguien no lo tutéas, aunque sea del mismo rango etario, pero si esa persona automáticamente, porque tiene mayor autoridad, en una entrevista de trabajo, te dice tuteame, está habilitando a ese acercamiento. La primera impresión es muy importante, ya lo dice el dicho que no hay dos oportunidades para causarla. Por lo tanto, hagamos las cosas bien”, sugiere la especialista. Si me quiere saludar con un beso cuando me voy, genial. El argentino es muy de tutear con beso y abrazo.
Ni buen día, ni buenas tardes
El saludo es la primera demostración de cortesía hacia el otro. “En el colectivo, nadie le dice al chofer buenas tardes. El señor no es un poste, es un conductor, que te lleva de un lado al otro. O nadie saluda al cajero del supermercado. La gente no saluda. No dice buenas tardes, señor. La mayoría de los argentinos no saluda porque está en su mundo y eso no habilita ser descortés”, asegura Vilella.
El celular sobre la mesa
Para la experta en etiqueta, el celular puede ser una herramienta indispensable para nuestro trabajo y vida social, pero no es una extensión de la mano. El celular es un instrumento tecnológico que debe estar guardado. “La gente cree que está permitido ponerlo arriba de una mesa cuando llega a un lugar y la realidad es que es descortés tenerlo sobre la mesa y mirarlo cuando tenés una persona a tu lado hablando, conversando. El celular debe estar guardado y sacarlo cuando se necesita por una cuestión profesional o de urgencia familiar”.
La recomendación es ponerlo en vibrar y no dejar activado el sonido para evitar interrupciones permanentemente en reuniones. Ni hablar de una conferencia o disertación. Lo mismo rige para los teléfonos inteligentes que se acoplan a los celulares. “No les alcanza el teléfono y miran en el reloj cada mensaje de texto. Cuando la tecnología está aplicada al trabajo, es genial pero cuando traspasa el límite de lo cordial, empieza a ser un problema”, señala.
Pasame la sal
Los imperativos son signos de malos modales. Por ejemplo, “pasame la sal” debería dejar paso a ¿Me podrías alcanzar la sal?, por favor.
Opinar sobre el aspecto del otro
Las observaciones sobre la parte estética son desagradables y no amables para nada. Comentarios, por ejemplo, de personas que no se ven hace mucho tiempo y lo primero que se dicen es “Qué te pasó, engordaste tres kilos”. Amigos que no se ven desde hace una década y uno comenta acerca del otro que está pelado. Ni en broma. Vilella recuerda un episodio reciente, que terminó muy mal frente a cámaras. La ofensa de Chris Rock en la entrega de los Oscars, que se basó en un chiste mal hecho sobre la alopecia de la mujer de Will Smith, Jada Pinkett.
El desconocimiento total de precedencia en una mesa
La palabra precedencia significa preeminencia en el lugar del asiento. Hay un orden, a nivel mundial, en el que las personas de mayor edad tienen preeminencia sobre los más jovencitos. Las personas van a estar sentadas de mayor a menor edad. La derecha es el lugar de honor en la vida.
Llevar un vino a una comida sin antes preguntar
Según las reglas de etiqueta, los vinos no se llevan, excepto sea una reunión social y se haya acordado con el anfitrión. Siempre se pregunta si se puede colaborar con algo y si el dueño de casa pide un vino, se lo lleva. “Un buen anfitrión sabe que en la comida no se repiten sabores, colores ni texturas. Después de eso elige la armonía y el maridaje, la bebida ideal. Si se llega con una botella, es una descortesía. Lo mismo sucede con el postre. Primero hay que preguntar. Para Vilella lo más amable es enviar flores y con anticipación, porque quizás ya las pusieron en el florero.
Llegar a una fiesta elegante en jeans y zapatillas
Romper las reglas es una descortesía. En los cumpleaños de 15, cuando se indica un código de vestimenta elegante, llegar en zapatillas da una muy mala imagen. Algo que suele verse en las fiestas, también, son mujeres sacándose los zapatos, debajo de la mesa.
Perder el don de la palabra
Según Vilella, por los avances tecnológicos -empezando por la televisión en los hogares, después con los tablets y videojuegos para niños-, se está perdiendo el arte de la conversación. Sobre todo los jóvenes. No saben conversar, tienen un vocabulario acotado. No saben “seducir” con la palabra.
Esto también resulta como una consecuencia de padres que prefieren entretener a los chicos con un juego, para que no moleste, en lugar de enseñarle a conversar. “Eso se ve muchísimo. Luego se vuelve un problema cuando se convierten en profesionales porque van a una comida de negocios, no saben de qué hablar y se frustran”. Esto impide lograr un puesto, concretar un negocio porque no pueden sostener una conversación más allá de lo que conocen. “Comienzan hablando de fútbol, de política cuando son temas prohibidos en el mundo de los negocios. Con la política puede llegar a caldearse el clima, sin llegar a buen puerto”, enfatiza.
Tampoco saben discrepar y en este caso, hay un bache en la educación. “A los argentinos no nos han enseñado el arte de discrepar. Acá se discute o se pelea cuando no se piensa lo mismo que la otra persona. Van a la discusión, a elevar la voz. Discrepar es sostener tu postura hasta las últimas consecuencias, en un modo agradable, sin tener que elevar ni el tono, ni decir una palabra hiriente. No nos enseñan a discrepar y es un arte, como el de la oratoria. Son materias que no se dictan en este país”, explica.
Karina M. Vilella es directora del Centro Diplomacia que lleva su nombre, el más antiguo del país que dicta cursos de capacitación en la materia. Es consultora en Cancillería y empresas privadas. Y actualmente es directora de actividades pedagógicas de la Organización Internacional de Ceremonial y Protocolo. Es columnista de Lanata sin filtro. Se la puede escuchar los viernes.
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